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Queremos que vuelvan, de Miguel Ángel Santamarina

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La novela negra es un género que vive en un continuo revival. Cada año varias novedades se posicionan en las mesas de librerías y en escaparates y sus autores acuden a las numerosas Semanas Literarias que a este género dedican en diversos puntos de nuestra geografía (Gijón, Getafe, Aragón Negro, BCNegra, Periferias,…). Dentro del género en el que el crimen se convierte en motor de la trama literaria, existe un subgénero que poco a poco está consiguiendo a pulso categorizarse como un ente propio, las novelas sobre desapariciones.

En 1967 la escritora Joan Lindsay convirtió su Picnic en Hanging Rock en una de las novelas revelación de la década. Una novela, hoy considerada de culto, sobre la misteriosa desaparición de varias jóvenes estudiantes un día de campo. En esta novela la autora desfila con acierto sobre la delgada línea que separa realidad y ficción, dejando en permanente duda si esta desaparición ficticia se basó en un suceso real acontecido en 1900.

Queremos que vuelvan es el debut literario de Miguel Ángel Santamarina, compañero de celda en Zenda. En Queremos que vuelvan se repite el leitmotiv que Lindsay manejó en su texto: varias desapariciones mantienen en vilo a los allegados de las posibles víctimas, a los periodistas e investigadores que estudian el caso, y a los lectores obcecados por conocer la verdad de lo que ocurrió.

"Camina Santamarina por esa delgada línea que nos separa de la realidad y nos acerca al abismo de nuestro horror patrio con una trama ficcional muy cercana."

Bruno y Mario son dos adolescentes de Alcorcón que desaparecen tras una noche de fiesta. Dos jóvenes, como todos, ávidos de aventura y de nuevas experiencias, que un día cualquiera no vuelven a casa. Dos amigos que comienzan a dejar de serlo en los días previos a su desaparición y sobre quienes no se sabe todo. En torno a estas ausencias se teje un entramado policial y periodístico. Un “circo romano” llega a definir el narrador omnisciente de Queremos que vuelvan que va deshojando paulatinamente las pistas que el lector necesita para seguir la trama con interés. Y muchas de esas pistas comienzan a resonar en la cabeza del lector como un déjà vu de nuestra historia reciente, pues es obvio el parecido de este caso con el de las niñas de Alcàsser. En Queremos que vuelvan el autor juega con ese paralelismo de ambas desapariciones integrando en su narración un ejercicio literario magistral.

Camina Santamarina por esa delgada línea que nos separa de la realidad y nos acerca al abismo de nuestro horror patrio con una trama ficcional muy cercana en el tiempo a muchas de las teorías que se manejan sobre desapariciones de niños. Y en este ejercicio son varias las menciones a otros casos de nuestra crónica de sucesos más reciente.

Bruno y Mario son dos adolescentes desaparecidos en Alcorcón, y sobre el trauma que sobrevuela a sus familias manteniendo su existencia en un hilo, se celebra un banquete de frivolidad cortesía de un programa de televisión líder en audiencia con un anfitrión excepcional Lisandro Meneses y un periodista en horas bajas, Javier Redondo, que se convierte en el chef ( y plato fuerte) del banquete. Por todo ello Queremos que vuelvan es la crónica desgarrada de la ley de la selva “periodística”, la crítica del juego entre poder, corrupción, share y medios de comunicación. Un agridulce mercado de carnaza que comercia impunemente, y muy a menudo, con vidas ajenas y que ya desgranó con eficacia Óscar Lobato (otro compañero de celda) en su (también debut literario) Cazadores de humo. Es inevitable pensar que no es el único parecido de Lobato y Santamarina, pues Queremos que vuelvan es también la historia de unos niños que crecieron demasiado pronto, ansiosos por protagonizar sus propias y épicas historias. Niños que, como Uriel Gamboa, jugaron las cartas de su destino demasiado pronto sin conocer su desenlace.

" Pluma que no cesa, ágil y escurridiza, propia de un joven y eficiente escritor."

La pluma de Miguel Ángel Santamarina es la pluma que no cesa, ágil y escurridiza, propia de un joven y eficiente escritor. Y con herramientas propias del buen profesional (investigación y documentación exhaustivas, estilo literario y perseverancia) ha conseguido que esta novela se asiente sobre un sólido engranaje. Es Santamarina un magistral “hacedor” de un puzzle en el que todo encaja y se lee con gusto y una cierta ansiedad. Queremos que vuelvan es la primera novela de un joven escritor burgalés a tener en cuenta. Un acertado homenaje al género que desvela, con ritmo trepidante y acierto literario, un episodio desgraciadamente común en nuestra historia reciente.

Título: Queremos que vuelvan. Autor: Miguel Ángel Santamarina.  Editorial: Círculo Rojo. Páginas: 278. Disponible: Papel

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La semana en Zenda en 10 tuits

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Tenemos un nuevo concurso, #relatosdeverano, en marcha, que ha marcado nuestra semana en la red de social. Los tuits y retuits se han multiplicado cuando hemos anunciado esta nueva competición literaria. El verano, como no podía ser de otra forma, será el gran protagonista de vuestros relatos. Mucha suerte a todos y a darle a la tecla.

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‘Guerreros urbanos’: reglas, terrenos y lucha contra el olvido

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En julio de 2016 se presentó Guerreros urbanos, un libro sobre grafiteros hecho con imágenes del fotógrafo Jeosm y textos de Arturo Pérez-Reverte. Tiene 144 páginas, y consta de un centenar de fotografías en riguroso blanco y negro hechas por el primero, acompañadas de una decena de líneas para cada una escritas por el segundo. Solo de vez en cuando, y como para recordar que la actividad grafitera incluye sprays de varios colores, hay páginas en brillante amarillo, como el que aparece en el título de la portada, a modo de fogonazos repentinos, breves e impactantes, como las propias pintadas de sus autores.

Lejos de ser un cuidadoso catálogo de posados de autores y obras, el libro está hecho de instantes rápidos y fulgurantes, donde se juega mucho con el desenfocado, el grano, el trasluz y otros recursos en la gama de lo aparentemente poco pulido, pero que a cambio dan una sensación de inmediatez y energía muy efectiva. En la misma línea van los textos de Pérez-Reverte, escritos en segunda persona de presente (“estás inmóvil”, “buscas el spot perfecto”, “recorres todo el mundo”), recurso que coloca al escritor y académico como testigo directo, codo con codo, de algunas de las fotografías, pero cediendo el protagonismo como mero testigo a los autores de las pintadas. Son frases cortas, concisas y al grano, algunas de ellas casi recopilables en un manual de consejos para el buen grafitero, pero en absoluto frías o carentes de emoción. Más bien al contrario, en ellas se notan olores “a hierro y grasa de vía”, se sienten “corazones que bombean adrenalina”, se oye “el siseo del chorro” de spray y “el sonido de las bolas mezcladoras en el interior”, o se ve una sombra amanazadora venir a por ti y los tuyos.

GU 42El proyecto que une a dos personajes tan distintos (y similares en algún que otro aspecto) comenzó cuando Pérez-Reverte decidió ambientar una de sus últimas novelas, El francotirador paciente, en el universo grafitero. Conocido por su gusto por la investigación in situ de los temas que trata en sus obras, Pérez-Reverte necesitaba alguien que pudiera enseñarle lo que no sabía del fenómeno, y Jeosm fue uno de los encargados de hacerlo. “Yo lo ignoraba todo sobre el grafiti”, dice en el prólogo. “Ellos me acogieron con generosidad, me permitieron acompañarlos en su complejo territorio y me prestaron, durante todo el tiempo, su consejo y su apoyo”, y ahora, su contribución a este libro “no salda en absoluto la deuda, pero sí me permite, al menos, cubrir una pequeña parte de ella”. El libro continúa con la primera escena de la mencionada novela (“Eran lobos nocturnos, cazadores clandestinos de muros y superficies, bombarderos sin piedad que se movían en el espacio urbano, cautos, sobre las suelas silenciosas de sus deportivas”), y a partir de ahí toman el relevo los cuatro capítulos que siguen a los grafiteros en sus incursiones: Sombras en la noche, Territorio enemigo, Vagones, muros y bombardeo, y Olor a trenes.

El libro se enfoca principalmente en el “tagging”, un tipo de grafiti consistente en escribir el nombre del autor (su “tag”, o coletilla) en lugares vigilados o de difícil acceso, como por ejemplo vagones de tren en la nocturnidad de las cocheras o muros de edificios abandonados. No se busca el mensaje profundo ni el dibujo efectista, sino simplemente el poder decir “yo estuve aquí, donde no está permitido”. Porque, como es frase frecuente en el mundillo, “si es legal, no es grafiti”. Para algunos todo esto es una mera gamberrada, y para otros una descarga de adrenalina contra la que es fácil reaccionar exageradamente, pero precisamente para entenderlo mejor están tanto las imágenes como los textos de este libro. Y de eso se trata, en realidad, de comprender mejor algo que puede que no compartas, pero que no deja de encerrar elementos fascinantes vistos desde fuera, y quizá también inesperados puntos en común con tu propia vida: el propio Pérez-Reverte ha mencionado haberse visto transportado a sus tiempos de reportero en lugares difíciles durante varios momentos de sus salidas como testigo directo con los autores de las pintadas y sus cómplices. Al mismo tiempo, también ha afirmado en ocasiones no compartir algunos aspectos de esta actividad. Lo uno no quita lo otro.

Una muestra de todo ello puede verse en esta conversación mantenida con @perezreverte en Twitter en noviembre de 2013, dos años y medio antes de la publicación de Guerreros urbanos, con la que finalizamos esta reseña, entre grafiteros y francotiradores pacientes:

GU 63

-perezreverte: Esta tarde, sobre las 19:00, tomaré una caña en el bar de Lola con el grafitero Jeosm. Para calentar, ahí va el vídeo completo de #elfrancotiradorpaciente. Gracias por el videoclip, @JeosmPhoto. Y agradéceselo de mi parte a los colegas. Todo el mundo se lo tragó como auténtico. También quiero darte (a ti y a los demás) la ayuda para escribir la novela. Sobre todo a ti. Habéis sido generosos conmigo. Ha sido una experiencia interesante. Ver el otro lado de la colina.

-Jeosmphoto: Es la misma trinchera, pero con otro fin, jajaja.

-perezreverte: Sigo sin aprobar el grafiti que no respeta lugares a respetar. Pero al menos ahora comprendo las cosas. Los motivos.

-JeosmPhoto: Depende qué lugares sean “para respetar”, ¿no?

-perezreverte: No juzgo. Ni apruebo ni condeno. Ha sido una experiencia apasionante. Educativa. Y he hecho amigos en ella. Varios y buenos. Ha sido descubrir todo un mundo. Y es bueno seguir descubriendo mundos cumplidos los sesenta.

-JeosmPhoto: Por lo menos has sido de las pocas personas que ha mostrado un interés real y de manera objetiva, sin ir al sensacionalismo.

-perezreverte: De eso quisiera charlar contigo esta tarde, @JeosmPhoto. Por eso te invito a una copa en el bar de Lola.

-JeosmPhoto: ¿Pues vamos a tomar algo? ¡Yo una cervecita entonces! Y un Sprite con una rodajita de limón para mi colega Lose.

-perezreverte: Dime si estás ahí, pasa a la barra y tómate algo.

-JeosmPhoto: ¡Ya estamos, claro!

-perezreverte: Me alegra verte en el bar, amigo mío.

-JeosmPhoto: ¡Lo mismo digo!… ¡Curioso el sitio al que me traes! Jajaja.

-perezreverte: ¿Estás solo, o con alguien?

-JeosmPhoto: Estoy con mi amigo Lose.

-perezreverte: ¿Lose?… El rey de los metros. ¿El que tiene más de 500 vagones de metro hechos?… ¿Está ahí contigo?

-JeosmPhoto: ¡Sí, el mismo! Te manda saludos. Bueno, ¿por dónde empezamos, amigo? Yo quiero empezar diciendo que el grafiti no es NINGÚN ARTE.

-MarianSanchezS: Guau. @perezreverte con @JeosmPhoto y #Lose, el grafitero más buscado… y pillado. Ahora, en el bar de Lola.

-perezreverte: ¿Por qué os llamáis “escritores”, los grafiteros?

-JeosmPhoto: Pues básicamente porque nos dedicamos a escribir nuestro nombre, a firmar.

-perezreverte: ¿Una firma es arte?

-JeosmPhoto: No, una firma, como en todos los sitios, es pura y mera caligrafía.

-perezreverte: Luego el grafitero puro y duro no se siente artista. Es alguien que firma. Que existe. ¿Es eso?

-JeosmPhoto: Sí, basicamente es eso: no buscamos transmitir nada más allá que poner nuestro nombre.

-perezreverte: Escribo mi nombre y la gente lo ve, luego existo. Supongo que ésa es la idea. ¿No?

-JeosmPhoto: Sí, pero no necesitamos escribir para saber que existimos: vivimos nuestra vida sin necesidad de que nadie la conozca.

-perezreverte: Pregúntale a Lose de mi parte por qué escribe él en paredes y metros. A ver qué dice.

-JeosmPhoto: Me comenta que piensa igual que yo.

-Marta_Querol: Parece una necesidad de autoafirmarse, de exhibición. Debe de tener una explicación psicólogica.

-Artilaina: Todo bicho viviente ansía perdurar, pero los humanos somos los únicos a los que nos inquieta no hacerlo.

-coloreskiosco: Sería algo así como decir “he estado aquí”. Como clavar tu bandera y reclamar esa superficie antes inmaculada.

-JesusElchuso: ¿Pero por qué se “pisan” los lugares? Parece que fuesen territoriales.

-viglesiasphoto: ¿Entonces, por qué sientes la necesidad de que conozcan tu firma?

-M_Anarte: Para ser artista hay que comunicar algo, transmitir algo. Una firma no es nada, solo la reafirmación de uno mismo.

-Latonerk: En un mundo básicamente “gris” alguien tiene que darle color, sobre todo aquellos que vimos la gama de esta vida.

-perezreverte: ¿Por qué sale un chico a la calle con un espray de pintura?

-JeosmPhoto: No tiene por qué ser con un spray de pintura. Algunos salen con un balón, otros con un monopatín, me dice @iampatriii.

-Ginebrino_: Supongo que por el mismo que salen otros con armas de airsoft y paintball.

-perezreverte: ¿Merece la pena jugársela de esa manera?… ¿Las multas y lo demás?… ¿Compensa?

-JeosmPhoto: Igual que te la juegas tú escribiendo, u opinando. Todo en esta vida tiene consecuencias, más grandes o más pequeñas.

-perezreverte: ¿Qué tienen de especial un tren o un vagón de metro?… ¿Por qué ponen tanto a Lose y a otros?

-JeosmPhoto: Contesta Lose: por el subidón gratuito de adrenalina, y la satisfacción personal de saber que puedo conseguir algo difícil.

-iampatriii: La vida está para vivirla. Cada uno tiene su forma de hacerlo. No sabes lo que te puede pasar mañana.

-SoniaCuevas: El factor de rebeldía ante lo impuesto es indiscutible… con lo que eso conlleva.

-JeosmPhoto: ¡Grande Sonia! ¡Besos!

-JRuizMz: Igual que los romanos hicieron arcos y columnas los buenos grafiteros dejan su marca.

-SoniaCuevas: Subidón por lo difícil y prohibido, obvio… pero también visibilidad, ¿no?

-BrainiacBeats: Curioso ver a mi hermano @JeosmPhoto charlando online de graffiti con @perezreverte.

-JeosmPhoto: ¡Anímate! Jajaja.

-JoseAngelTwit: ¡Cuánto “konzejal de kurtura” está quedando en ridículo haciendo concursos de grafiti para “apostar” por el arte!

GU 14-perezreverte: ¿Hay reglas para un grafitero?

-JeosmPhoto: Por supuesto. Como en todos los “juegos”, el respeto es lo primero y el compañerismo lo segundo.

-perezreverte: Eso me pareció cuando os conocí. Pero dime. ¿Hay reglas para un grafitero?… Quiero decir si hay cosas intocables, o no se respeta nada ajeno a uno mismo.

-JeosmPhoto: La principal es el respeto por el trabajo de los demás, no tachar a nadie. Y sobre todo la norma de oro: ENTRAR Y SALIR TODOS. Claro que hay cosas intocables, y también el respeto por dónde hacerlo y con quién.

-perezreverte: ¿No dejar nadie atrás?… ¿En manos enemigas?… Como los rangers y los SEAL USA?

-JeosmPhoto: ¡EXACTO! Salimos y entramos todos juntos.

-MarianSanchezS: Código de guerrilla, casi militar.

-67quijote: ¿Qué hicieron los romanos por nosotros? Nada. Los grafiteros nos han dado mucho.

-SoniaCuevas: Os recomiendo a todos ahora mismo la conversación de @JeosmPhoto y @perezreverte sobre #graffiti.

-JeosmPhoto: ¡Gracias, Sonia!

-perezreverte: Un político o una marca comercial pueden empapelar con su basura las calles, pero un grafitero con su nombre, no. ¿Cómo lo ves?

-JeosmPhoto: Tú conoces a muchos políticos. ¿Por qué estamos peor vistos que ellos, si nosotros “solo ensuciamos”? NO JODEMOS LA VIDA A NADIE.

-AnaMZL: Si me lo permite -y aunque no, ventajas de este tipo de medios-, lo veo como una utilización suya de un colectivo.

-perezreverte: Hay una rama vandálica grafitera que sí es radical. Que jode por joder. ¿Cómo los ve a esos un grafitero, normal, de infantería?

-JeosmPhoto: Tiene que haber de todo en todos los sitios, igual que te pasa a ti en el mundo de la literatura, ¿no?

-perezreverte: Reconozco que esa respuesta es buena, cacho cabrón. ¿Qué opinas cuando las instituciones oficiales o los ayuntamientos quieren domesticar el grafiti?… ¿Si es legal deja de serlo?

-JeosmPhoto: Creo que quieren solo la parte bonita, que les decoren algo por la cara. Que se domestiquen ellos, que les hace más falta.

-iampatriii: Muchos “presidentes de la comunidad” en la conversación de @JeosmPhoto y @perezreverte.

-Yosoy_sucesor: Pues eso de escribir mi nombre ya lo hacía en el cole con 10 años. ¡Con 25 seguir haciendo lo mismo es de panolis!

-perezreverte: No te rías, colega, pero me preguntan si Banksy el millonetis puede considerarse un grafitero.

-JeosmPhoto: Para mí no lo es. Lo que sí es es un experto en marketing, ya que no ha inventado NADA.

-EliasDenche: Con la conversación entre @JeosmPhoto y @perezreverte nos entran ganas a todos de ser grafiteros, ¿que no?

-SoniaCuevas: Las protestas y actos de rebeldía a veces “joden”. Eso es así.. A mí me jode mucho más no verlas.

-67quijote: A no ser que esa firma esté estampada en un cheque-premio de Lotería Nacional a mi nombre.

-FuckinLostKid: Recomendadísima la discusión vía Twitter entre @JeosmPhoto y @perezreverte sobre “graffiti”.

-falsarius: Ni zorra idea de si en Twitter se puede hacer periodismo, pero la entrevista entre @JeosmPhoto y @perezreverte lo es.

-huelvilla: ¿Agitando el avispero, señor Reverte?

-perezreverte: No todo va a ser política los domingos.

-coloreskiosco: ¿Qué tal se lo monta @perezreverte como grafitero? ¿Tiene arte?

-perezreverte: Gracias a Eilaidem, por cierto. Por lo del videoclip. Sale muy bien en la foto que le hiciste de espaldas bajando a la vía.

-JeosmPhoto: ¡Se las daré, claro! ¡Pídeme otra caña, que esto se va calentando!

GU 81-perezreverte: Observo que hay menos chicas grafiteras que chicos. ¿Tienes explicación que no nos eche encima a las ultrafeministas y nos acusen de machistas?

-JeosmPhoto: Creo que es cuestión cultural. Seguramente sea por nuestra herencia histórica, machista y protectora.

-perezreverte: Explícamelo en 140 caracteres. Lo de las chicas no grafiteras. Lo de “cuestión cultural”.

-JeosmPhoto: Jajaja. ¡Necesito por lo menos el triple!

-perezreverte: Sin embargo, hay grafiteras que son muy buenas. Muy suyas.

-JeosmPhoto: ¡Por supuesto! Y con mucho más talento y pelotas que muchos escritores de graffiti que conozco.

-viglesiasphoto: No hace falta pelotas. Con unos ovarios, de los normales, es suficiente.

-JeosmPhoto: “Pelotas” era como frase hecha. Gracias por el apunte. ¡Saludos!

-perezreverte: ¿Tiene que ver el hip hop?… De ahí viene el grafiti, y es una cosa más de tíos. Eso me dijo alguien.

-JeosmPhoto: El graffiti estaba mucho antes que el hip hop. ¿Hay alguna escritora de graffiti en la sala que quiera opinar?

-perezreverte: Yo no tengo ninguna a mano. Ya me gustaría.

-JeosmPhoto: ¡Otro día charlamos con ellas por aquí, si quieres!

-shaishinkru: Jajaja. Si supiérais la de grafiteras que hay… Pero ellas siempre serán mas listas, y no se dejarán ver facilmente.

-Finidimismo: Sí que las hay, muy muy buenas, pero históricamente el graffiti está muy perseguido, y hay que correr mucho.

-SoniaCuevas: Soy mujer, llevo mucho en el movimiento hip hop y sencillamente hay el mismo machismo que fuera de él, ni más ni menos.

-JeosmPhoto: ¿Ha cambiado tu visión sobre el graffiti al escribir la novela? ¿En qué?

-perezreverte: Ha cambiado por completo. Sigo viendo vandalismo donde lo es. Pero ahora comprendo los móviles; y antes, no. No sabía que en ese mundo también había palabras como reglas, épica, compañerismo, respeto. Creía que todo era lo mismo. Sigo desaprobando el grafiti en lugares donde no debe estar. Pero, aun así, confieso que ahora leo en él lo que antes no leía.

-JeosmPhoto: ¡Me alegro!

-perezreverte: Y, desde luego, la clave la sé ahora. Todo lo que es legal puede a veces ser arte, pero no es grafiti.

-JeosmPhoto: ¡Tal cual! Pero lo principal es poner tu nombre.

-LATEX_DIAMOND: El sentimiento del graffiti es algo así como el que lleva a escribir al poeta “todo pasa en la sombra”. ¡Un abrazo!

-ELSICARIOHPS: La mejor escritora de graffiti de España y del Mundo es MUSA.

-JeosmPhoto: ¡Ole ese Lápiz!

-183Taki: Perdonad que os interrumpa, pero el grafiti es nuestro arte reivindicativo de protesta.

-ELSICARIOHPS: Estoy gozando. Jeosm, muy buen representante para este genio de la escritura.

-Ibuprofeno600mg: Discrepo. Los grafiteros son unos de los seres con más ego del mundo, la mayoría firma para marcar el territorio.

-ELSICARIOHPS: Soniaaaaaa, jejeje, para mí es la mejor sin duda. ¡Estilazo!

-perezreverte: Tú eres fotógrafo muy bueno, como puede verse en ‘XL Semanal’. Y tienes curro serio. Sin embargo, sigues teniendo mono de calle.

-JeosmPhoto: No es mono: crecí en ella, me crié en ella, es mi entorno y mi espacio, y forma parte muy importante de mi vida.

‏-perezreverte: ¿Cuánto tiene que ver la adrenalina con todo eso?

-JeosmPhoto: Mucho, como en toda pasión que tiene alguien.

-perezreverte: La verdad es que entre un político y un grafitero, me quedo con el grafitero. O con alguno de ellos. En principio.

-JeosmPhoto: ¡No esperaba menos! Jajaja.

‏-perezreverte: Hay veces en que os jugáis la vida y os arriesgáis a multas gordas por un grafiti. Fíjate en el amigo Lose. ¿Merece la pena?

-JeosmPhoto: POR SUPUESTO. Es lo que conlleva ser diferente y luchar por tus propios ideales. “Quien no arriesga no gana”.

-jonhdupont: Tu frase entrecomillada se parece mucho a “who dares, wins”, el lema del SAS, los comandos británicos. Curioso.

-perezreverte: Le asombraría comprobar lo “militarmente” que los grafiteros preparan algunas de sus acciones más complicadas. Trenes o metro.

-D0NCABR0N: Claro que no merece la pena. Pero recuerda que Lose es fruto de la Logse.

GU 35-manuoleee: ¿Qué opináis de una comunidad de vecinos a la que cuesta limpiar un graffiti 3000 euros?

-perezreverte: De acuerdo con usted. Hay una variante ultravandálica e irracional del grafiti que nadie puede aprobar, ni de visita.

-JeosmPhoto: ¡Pues que un bote de disolvente y un cepillo no valen 3000 euros, y generamos más empleo que el gobierno actual!

-manuoleee: ¿Y cual es, en su opinión, la que debería ser aprobada, si según ellos mismos tiene que ser ilegal para tener sentido?

-perezreverte: Le recuerdo, querido amigo, que yo no soy grafitero. Sólo he escrito una novela que tiene ese mundo por escenario. Escribir novelas no es glorificar el asunto. Es describirlo. también escribí sobre narcotráfico, ladrones, proxenetas, asesinos. Soy un novelista, no un policía, ni un moralista, ni un sociólogo. Le mando un saludo.

-JesusElchuso: La pregunta sigue siendo la misma: ¿por qué hacerlo repetitivamente? ¿En muchos lugares?

-SoniaCuevas: Como reto. Para que todo el mundo se “coma” el nombre de alguien predestinado al anonimato social.

-fonkshow: Creo que después de escribir un libro sobre el tema no estaría de más escribir bien la palabra “GRAFFITI”.

-perezreverte: Grafiti, según el nuevo diccionario de la RAE. Con una efe. Si no le importa. Yo he hecho la definición.

-fonkshow: Sí que me importa. GRAFFITI se escribe con dos efes de toda la vida, no entiendo por qué cambiarlo.

-perezreverte: ¿Le vale porque me apetecía?… Después de un año currando en eso, ¿no me concede un pequeña autoridad al respecto?… Excepto en el caso, posible, de que me tome usted por un indocumentado y un imbécil. Que todo puede ser. Así que, en espera de que Fonk-Babuino Films documente su autoridad, confórmese con la mía. Ande.

-EliasDenche: ¿Le exigirá @perezreverte a @JeosmPhoto cambiar su bio de Twitter, de “graffiti” a “grafiti”?

‏-perezreverte: Emocionante la otra noche, amigo mío. Tú, yo y el otro colega ante la última firma de Muelle que queda en Madrid. Calle Montera.

-JeosmPhoto: ¡Pues sí! ¡Espero que dure muchos años! Fue el precursor del graffiti madrileño.

-perezreverte: No creo. Al ayuntamiento le importa un carajo. La dejarán desaparecer. Ya verás. Confieso algo. Encontré más gente respetable y con reglas entre (algunos) grafiteros que entre gente presuntamente honorable.

-JeosmPhoto: ¡Es que aunque la gente no lo quiera ver, es así!

-SoniaCuevas: Mira el instagram de Musa, una de las mejores graffiteras de aquí.

-perezreverte: Bueno. Ya hemos calentado la barra del bar, colega. Ahora, si te parece, que cada cual charle por su cuenta con los amigos.

-‏JeosmPhoto: ¡Perfecto, Arturo! Un placer. ¡La próxima, en mi barrio! ¡Abrazos!

-perezreverte: Aprovechen con @JeosmPhoto los que quieran tomarse una copa con él, que en media hora sale a pintar con Lose y los colegas.

-JeosmPhoto: ¡Menos mal que no te dicho dónde, que si no, lo pones también por aquí! Jajajaja. ¡Abrazos!

-JavierPazos7: Muelle, cuántos años…

-perezreverte: Sólo queda una firma de Muelle en Madrid. En la calle Montera. Justo sobre un sex shop.

-Biondetta30: Para mí #grafiti es mezcla de arte, vandalismo y deporte de riesgo.

-mastelerillo: Si los grafiteros y Muelle pintasen a la virgen del Rocío, eso ya sería arte, y preservado, seguro.

-Abel_Alejandre: ¿Qué relación tiene el grafiti con la protesta social?

-perezreverte: Creo que el grafitero puro y duro no protesta. Lo suyo es más bien una afirmación social individual: soy, existo, estoy aquí. Añádale emoción, adrenalina, trangresión, colegas, y ya tiene el cóctel. En este año he conocido a auténticos enfermos del espray. Yonquis de escribir en las paredes. Literalmente.

-183Taki: Toda manifestación cultural del XX es una protesta social.

-perezreverte: No estoy de acuerdo. Ciertas manifestaciones culturales del XX y XXI son intento de congraciarse con el poder social. Y con el otro.

-madfer68: Muelle fue el comienzo de la falta de respeto por lo que no es tuyo, corríjanme si me equivoco.

-perezreverte: No todos son así. He conocido a grafiteros con normas y códigos y a verdaderos hijos de puta. Diversos como la vida. Muelle tenía reglas. Códigos. No pintaba en lugares inadecuados. Cuidaba mucho dónde.

-triangletweet: ‘Style Wars‘, legendario documental sobre el graffiti, te gustará.

-perezreverte: Lo conocía, muchas gracias. Como el español ‘Pintar en las paredes’. Pasé un año currándome la cosa.

-Rogorn: ‘El tango de la Guardia Vieja’ o los alatristes vienen de lejos. ¿Cuándo tuvo @perezreverte la primera idea para ‘El francotirador paciente’?

-perezreverte: Viene de lejos también. Se me ocurrió un día ante la vieja firma de Muelle. Pensé en Banksy y en Salman Rushdie y vi la historia.

-JLuisRodrigo: A Reverte, para variar, se le nota muy comprensivo. Se ve que le han caído en gracia los grafiteros.

-perezreverte: Algunos sí, en efecto. De hecho, en este año se han convertido en amigos míos. Otros no me caen tanto. Conocí a unos portugueses estupendos. Otros, napolitanos, no lo son tanto. Y en Madrid conocí a Suso33, que pasó del grafiti al arte urbano, y es un tipo extraordinario. Lo bueno de una novela es que, mientras la escribes, vives y aprendes cosas imposibles de otro modo.

-escaques64: Escuché que el graffiti de Muelle está protegido por el ayuntamiento. ¿Es verdad? Si es así, me alegro. Es historia.

-perezreverte: El único grafiti de Muelle que queda no está protegido por nadie. ¿Imagina a Ana Botella ocupándose de eso?… ¿Relaxing cup of grafiti in calle Montera de Madrid?… Casi es mejor que no se meta. Si la señora Botella decidiera amparar el grafiti, los grafiteros se suicidarían en masa. Como las ballenas majaras en las playas.

-Biondetta30: Perdonen mi ignorancia: ¿qué tiene en especial Muelle?

-perezreverte: Muelle fue el primer grafitero de Madrid. La Historia del Arte lo cataloga como el precursor del grafiti autóctono madrileño.

-JeosmPhoto: Un placer charlar contigo y los demás tuiteros. ¡Voy a hacer un poco de vida social! Saludos a todos, y gracias.

-perezreverte: Que se te dé bien la noche. Un abrazo a Lose y los otros. Y que corráis más que los jurados.

Sobre Muelle y los flecheros.

-mastelerillo: Leí a grafiteros de Madrid decir que sí quedan otras firmas de Muelle, no en la ciudad.

-perezreverte: En Madrid, de Muelle sólo dos. Una en Montera y otra en un túnel de Atocha, tapada por tuberías. Las demás fueron borradas.

-Biondetta30: ¡Me lo imagino en esa incursión nocturna con esprays, recordando antiguos “territorios comanches”! Qué pena no haber estado.

-perezreverte: Incursiones en Madrid, Lisboa, Verona y Nápoles. No se puede usted imaginar cómo recordé viejos tiempos, querida amiga.

-ggbelen: O sea, que se le agolpan los títulos en la cabeza. Pero finalmente, ¿qué lo inclina por una u otra? ¿Las ganas, la intuición?

-perezreverte: Yo lo habría titulado ‘Las ratas no bailan claqué’. Pero no era apropiado para una novela de intriga en el mundo del grafiti. Otro título que me gustaba era ‘Treinta segundos sobre Tokio’, pero hay una peli. Así que me decidí por ‘El francotirador paciente’.

-rosamariarab1: No encuentro la gracia que tiene pintar en un muro, con lo bonito que es usar un lienzo.

-perezreverte: Pues fíjese que, por encima de los muros, lo que de verdad prefieren es vagones de tren o de metro. Para ellos es lo más.

-AlexEm76: ¿En alguna de esas salidas nocturnas no se animó a estampar su firma en ningún lienzo urbano?

-perezreverte: ¿Se imagina que me pillaran?… “Hombre, don Arturo… ¿A su edad?”. Sudores fríos me daban, sólo de pensarlo.

-Rogorn: ¿Cuántas de las obras de Sniper existen de verdad? ¿Son todas imaginadas por usted?

-perezreverte: Todas las obras de Sniper que aparecen en la novela son imaginadas por mí. Sólo existen en el libro.

-mastelerillo: Por favor, dedique una Patente de Corso a describir ese año entre grafiteros y sus anécdotas. Estaria muy interesante.

-perezreverte: Bueno, he dedicado a eso trescientas y pico páginas. Ya he cumplido.

-Rogorn: ¿Esto, por ejemplo, cae dentro o fuera de las reglas?

-perezreverte: Completamente fuera. Al menos, de las mías.

-frankijama: Aún no hemos leído la novela, y ya nos ha cambiado el concepto que teníamos sobre los grafiteros.

-perezreverte: Yo no juzgo ni apruebo. Cuento una historia como novela y utilizo un mundo para contarla. Muevo a mis personajes por ese mundo. En lo personal, añadiré que lo que he visto y vivido en ese mundo fue una experiencia apasionante. El otro lado de la colina.

-Rogorn: Muchos, incluso con el ejemplo de ‘La Reina del Sur’ no lo entenderán: @perezreverte no “apueba” el narcotráfico o el grafiti, solo narra una historia.

-perezreverte: Correcto. Decir que apruebo el grafiti por escribir esta novela es como decir que aprobé el narcotráfico por ‘La Reina del Sur’.

-oliueta: Si un grafitero es un escritor, entonces Belén Esteban, que sólo ha estampado su firma en un libro, ¿también lo es? No me aclaro.

-perezreverte: Se llaman a sí mismos escritores porque en realidad escriben su nombre. Su tag. Su firma. Así fue desde el principio en USA.

-Martha_RB: Cartagenera al habla. ¿Lo más apasionante que te ha ocurrido investigando sobre el mundo del grafiti? #elfrancotiradorpaciente

-perezreverte: Hacer algún amigo que me durará el resto de mi vida. Creo.

-viglesiasphoto: http://publicacionesvictoriaiglesias.blogspot.com.es/ Un blog que empieza a ser grafitero. Foto original de la portada de #elfrancotiradorpaciente #muelle etc.

‏-Sianeta: No sé si lo recordará, pero Haddock escribió un grafiti en ‘En busca del Unicornio’.

-perezreverte: Perfectamente, querida amiga. Y celebro que usted también. Un saludo.

-javiermartingo2: El siglo de Oro, Trafalgar, el Mediterráneo, Flandes, la iglesia, Cádiz, y ahora el grafiti. Suena duro.

-perezreverte: Y sin embargo, Siglo de Oro, Grafiti, Trafalgar, cuento siempre la misma historia. O hablo de los mismos seres humanos.

-HelenaMartinezR: Entonces, ¿ni una sola vez empuñó el spray en un año? Mira que me cuesta creerlo.

-perezreverte: ¿Me imagina empuñándolo?… Pues eso.

-malapunta: En Nápoles debió ser de locura, con lo majara que está el personal. Grafitero y no.

-perezreverte: No se lo puede ni imaginar. Grafitear por Nápoles es como tragarse un tripi. O lo que se traguen ahora.

-Tony_Starkpower: “Rápido: un grafiti en la pared del congreso”. “Solo tendría tres palabras y la de en medio es “de””.

-Retwitteado por Arturo Pérez-Reverte.

-perezreverte: Lola me dice que cierra el bar. Así que voy a comerme unas chuletas de cordero con media de Juan Gil. A estas horas, Jeosm y Lose ya deben de estar dándole al espray. Fue un placer, como siempre. Clic.

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La cara oculta de la tinta

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Cuando acabé mi primer manuscrito lo ignoraba prácticamente todo del mundo literario. Ni por estudios, ni por profesión ni por amistades me había adentrado nunca en los pantanosos territorios de la publicación de un libro, pero, animada por el resultado de mi primera imprudencia, decidí aprender lo necesario para conseguir verlo impreso. Imaginar tu libro en un escaparate ―como si eso fuera fácil, pero soñar no cuesta dinero―, con tu nombre en la portada, flanqueado por las obras de autores consagrados, de esos a los que lees con devoción, tiene algo de proeza, de hito trascendental ―no en vano se dice eso de tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro―; o, al menos, así se percibe cuando no lo has hecho nunca y la ignorancia se adereza con peligrosas dosis de romanticismo.

"Algo había leído sobre Alejandro Dumas y un ejército de escribanos que producían lo que el afamado escritor no alcanzaba a escribir."

Como tantos otros escritores principiantes me dediqué a visitar foros literarios buscando pistas sobre cómo hacer posible mi ilusión y, entre las sorpresas que me llevé, una de las que más me impactó fue el descubrimiento de los negros literarios. Algo había leído acerca de Alejandro Dumas y un ejército de escribanos que producían lo que el afamado autor no alcanzaba a escribir. La impaciencia de los lectores no daba tregua e, imagino, sus ganas de rentabilizar el filón en el que su nombre había llegado a convertirse también influyó en esa deriva. Luego he sabido de los rumores en torno a Molière y Corneille, Shakespeare y Marlowe, y otros autores sobre los que planea la sombra de colaboradores más o menos «intensos» y opacos. Hay casos más recientes y muy sonados, como los de Ana Rosa o Sánchez Dragó ―reconocido por ambos―, pero es sólo la punta de un iceberg en el que reina el secretismo.

Alejandro Dumas

Alejandro Dumas

Esta realidad es mucho más conocida hoy que hace diez años y, junto con los plagios, es uno de los temas habituales sobre la cara B de la literatura. Incluso se han hecho películas, como The Ghostwriter (El escritor fantasma, Roman Polanski 2010), protagonizada por Ewan McGregor y Pierce Brosnan.

La casuística para recurrir a ellos es muy variada: desde profesionales ―actores, políticos, deportistas, presentadores…― que quieren contar la historia de su vida, no saben por dónde empezar y no quieren reconocerlo ―Houdini, Maurice McLoughlin―, hasta editoriales que quieren prolongar los beneficios generados por un autor fallecido en el momento dulce de su carrera ―Robert Ludlum o Virginia Cleo Andrews y su Jardín sombrío―; pasando por famosos sin nada que contar pero con un público entregado que compra cualquier cosa que lleve su nombre ―aquí la lista sería infinita, pero pongamos a Belén Esteban como prototipo.

Ana Rosa Quintana

Ana Rosa Quintana

"Me preguntaba qué sentirían al pasar por un escaparate ―los que pagan para que escriban por ellos sí suelen llegar a los escaparates― y ver en la portada de una obra suya el nombre de otro."

Lo que me sorprendió entonces no fue tanto que hubiera autores que le echaran cara al asunto y firmaran libros escritos por otros, allá cada uno con su sentido ético; tampoco el descaro de la web que me tropecé a la hora de ofrecer sus servicios ―se llamaba así, tal cual, «negros literarios», sin pudor, y garantizaba completa discreción, cual agencia de detectives―. Lo que de verdad me impresionó fue que estos escribientes a sueldo ―mercenarios los llaman algunos― aceptaran ser invisibles, asumieran quedarse en la sombra cediendo, a cambio de dinero, lo que el destino le tuviera reservado al producto de su inteligencia y creatividad. Me preguntaba qué sentirían al pasar por un escaparate ―los que pagan para que escriban por ellos sí suelen llegar a los escaparates― y ver en la portada de una obra suya el nombre de otro. Sobre todo si el libro se convertía en un éxito.

Debatiendo hace poco el tema con amigos del ramo, alguno, muy digno, me comenta que no lo haría nunca. Yo no lo tengo tan claro, la palabra «nunca» no está en mi vocabulario, es más, en mi vida profesional, al reflexionar un poco, me di cuenta de que ya lo había hecho. Cuántos no hemos escrito dossiers, artículos, informes, por encargo de nuestro jefe para ver cómo, encima de ponerle pegas, acaba presentándolo a un cliente o colega como propio. Sí, muchos hemos hecho de negros sin siquiera darnos cuenta.

Houdini

Houdini

"Cuántos no hemos escrito dossiers, artículos, informes, por encargo de nuestro jefe para ver cómo, encima de ponerle pegas, acaba presentándolo a un cliente como propio."

Pero además, visto con perspectiva y conforme he ido aprendiendo sobre este mundillo y sus entretelas, lo que en su momento me pareció moralmente inaceptable he pasado a verlo como una solución digna y profesional para quien le gusta ―y sabe― escribir. Siendo prácticos, lo que pierde el ego, lo gana el bolsillo. Cada día es más difícil publicar. Se editan más títulos que en la vida pero sujetos a un estrés inasumible por cualquier autor novel. Los periodos de maduración de antaño que permitían el boca oreja ―o boca a boca, que nunca me queda claro― hasta sacar del anonimato un libro y su autor, han menguado hasta desaparecer. Se quiere el bombazo rápido y eso solo se consigue con una buena campaña de marketing, padrinos a ser posible incluidos, o teniendo un nombre y un público ya entregado. Recuerdo lo que me contestó hace unos años una editora cariñosa al comentarle la posibilidad de hacer una entrevista de radio en Madrid, aprovechando mi participación en la Feria del Libro: «Ni eres famosa ni política, así que aquí no interesas a nadie». Fue una cura de humildad fulminante. Algo así deben pensar los que trabajan de negros. Ni son famosos ni políticos, pero pueden reírse en la intimidad de muchos de estos.

"Ni son famosos ni políticos, pero pueden reírse en la intimidad de muchos de estos."

Los negros literarios cobran por su trabajo y no cobran mal. Se despreocupan del porvenir de su obra. Les da igual si su novela está en cincuenta, en cien, o en mil páginas de descarga ilegal ―yo llevo una semana con las tripas hechas yogur de la cantidad de alertas de pirateo que me han llegado― porque ya han cobrado su trabajo y, ante todo, ven publicado algo suyo que, muy probablemente, de haberlo presentado con su propio nombre a una editorial, habría tenido muy pocas posibilidades de prosperar.

La otra cara de la luna puede, a veces, no ser tan oscura como parece.

 

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Caminando entre dioses: Sicilia divina (parte I)

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El viento Siroco ha soplado durante tres días seguidos confirmando, con su invisible presencia, que los hombres seguimos siendo prisioneros de la voluntad de los dioses. Cuando impone su rugido, uno comprende la desesperación de los navegantes por llegar a tierra; la tentación de la renuncia a la aventura de aquel marinero de Ovidio que gemía, tras sobrevivir a un temporal: “¡Que me vea otra vez entre las manos del feroz gigante Polifemo antes que sobre una nave…!”

Frente a la costa, en mitad del Tirreno, las piedras de las Eolias observan el destino fatal de los hombres. Allí, a unas pocas brazadas, se encuentra el palacio del dios Eolo en la isla que hoy conocemos como Lipari y que Homero llamaba Eolia. La desobediencia y la envidia de los compañeros de Ulises desataron los vientos que aún hoy parecen jugar por estas costas del septentrión, empujándonos en dirección este hasta Tyndaris, el lugar de Sicilia donde Ulises es arrastrado por estos vientos y aquellos dioses.

ulisesLa playa de Tyndaris se extiende, luminosa, lamiendo los pies del monte sagrado en el que hoy, una iglesia cristiana consagrada a una virgen negra, oculta, sin lograrlo del todo, los vestigios del poderío de las divinidades paganas de la Antigüedad.

"Circe nació en Sicilia destinada al sexo del héroe, no a su ternura."

Tiyndaris o Tyndarión era una estratégica ciudad de la costa norte de Sicilia entre Milas y Agatirno, situada en una bahía limitada al Este por la punta conocida como Ponta di Milazzo y por Calavia, a unos 50 kilómetros de Messina. Los lagos salustres de sus orillas mojaron el cuerpo hermoso del héroe sanando las heridas de Troya, que terminaron de cerrarse en el lecho de Circe. Una vez recuperadas las fuerzas y calmado el deseo, el hombre que ha nacido para navegar siempre encuentra una excusa o una nave para abandonar los abrazos de la amada cuando empieza a sentirlos tan monótonos como los días de paz.

Decididamente, hay una parte miserable en ellos; en su carne y su corazón, que se explica en la misma naturaleza de su heroicidad forjada a base de sobrevivir en lugares de pesadilla plagados de podredumbre, sufrimiento y muerte. Por eso el sexo desesperado, silencioso, destinado a las numerosas hembras a las que hace disfrutar, es su venganza personal contra los dioses implacables y contra la muerte, mientras que la ternura doméstica; la que reserva al perro fiel, el padre moribundo, el hijo adolescente o la anciana esposa, resulta ser la manera más fácil y económica de regresar al hogar y acallar remordimientos. Muchos son los héroes que, al igual que Ulises, dejaron tras de sí la huella miserable de unos hechos que ensombrecieron sus actos valientes: Teseo, Jasón, Perseo, Aquiles, Edipo, Eneas, Hércules… Las voces doloridas de Calipso, Circe, Ariadna, Medea, Briseida, Dido…, nos lo recordarán siempre desde la eternidad del Mito.

Afortunadamente Circe nació en Sicilia destinada al sexo del héroe, no a su ternura; carecía de un jardín donde esperar al esposo y nunca sintió deseo alguno de aprender a tejer. Por eso su gruta, en las orillas doradas de Tyndaris, jamás estuvo vacía. Así, cuando Ulises se alejó para siempre de su lado,esta hechicera continuó amando y odiando como cualquier mujer hermosa y mediterránea, y sus celos por el ingrato pastor Glauco, la llevó a convertir a la amada de éste,la joven e inocente Escila, en una terrible criatura monstruosa con seis cabezas de perro, que frente al remolino dentado de Caribdis, encarnó durante milenios el infierno de los marinos; la destrucción de las naves; el lugar de pesadilla para todo aquel que se atrevía a cruzar el estrecho de Messina.

Hoy, desde el ferry que te lleva de Reggio Calabria a Sicilia, miro a los pasajeros leer sus guías turísticas ignorando las corrientes producidas por el abrazo de los dos mares( el Tirreno y el Jonio); increíblemente ajenos a los dioses y los mitos. Casi hemos llegado, pero nadie mira atrás, ensimismados con el espectáculo del porvenir, pues si lo hubieran hecho, habrían visto que por entre las olas azules, casi rozando la superficie, algo serpenteaba lanzando destellos de espuma y escamas. El capitán me advierte que es Fata Morgana, una especie de espejismo sobre el mar, pero en este estrecho poblado de monstruos y sirenas, no todo es tan sencillo. Luego educado, se disculpa, “Ci siamo quasi a Messina, signorina”, se aleja unos pasos y observo cómo se retira de los oídos dos pequeñas bolas de algodón, mira unos segundos a un punto invisible del horizonte y luego las arroja al mar, casi sonriente.

La ciudad de Messina, que acaricia con sus dedos calcáreos la península itálica, es también testigo de otra historia triste de amor y venganza: la del gigante Orión y la diosa Artemisa.

"Algún día te contaré esa historia, mi amor. Pero nunca me la contó."

Si Athenea reina en el Peloponeso, Artemisa lo hace en Sicilia. La isla, frondosa de bosques inverosímiles y lagunas ocultas, resultaba un hogar perfecto para la terrible diosa, sus cacerías salvajes y sus improvisados gineceos. Su libertad era plena, pues no conocía el amor, hasta que por aquellas tierras tranquilas apareció el cazador al que todos conocían como Orión, ya que había nacido de la orina de los tres grandes dioses hermanos: Zeus, Hades y Poseidón.

La diosa de la caza lo observó durante días; lo vio tensar el arco; correr tras la presa; acariciar con ternura a su inseparable perro Sirius y decidió que lo amaría para toda la eternidad. En ese amor sin medida iba implícita la venganza sin límites por eso, cuando supo que jamás sería amada por el cazador, fue capaz de mirar sin pestañear en lo más profundo de aquellos ojos azules como estrellas, mientras el veneno del escorpión se apoderaba de la vida de ese hermoso gigante al que sus divinos padres no quisieron entregar a la muerte, transformándolo en constelación, junto al fiel perro Sirius y el escorpión asesino.

Esta noche, mirando el cielo negro siciliano, pienso en aquel valiente cazador y me vienen a la memoria las palabras de otro cazador junto a otro mar y en otro tiempo, confesándome que una vez, la constelación de Orión le había salvado la vida. “Algún día te contaré esa historia, mi amor”. Pero nunca me la contó.

"la Fuente Aretusa luce orgullosa un inverosímil bosquecillo de papiros que crece, espontáneo, en su centro, recordándonos el pasado africano de Sicilia."

Siguiendo la huella de las cazadoras del séquito de Artemisa, recorremos la costa oriental de Sicilia en dirección sur hasta llegar a Ortiggia, una islita fértil frente a la milenaria ciudad de Siracusa.

Allí, la ninfa Aretusa, las más bella de las vírgenes que acompañaban a la diosa, tuvo la desgracia de despertar el amor del río Alfeo, hijo del dios Océano, bañándose desnuda en sus aguas tras una dura jornada de caza. Sin poder huir de su insistente deseo, pidió ayuda a Artemisa y ésta la transformó en una fuente de aguas secretas que huyendo, recorrieron, subterráneas, toda la Tierra para terminar emergiendo misteriosamente en Ortiggia, nombre que Aretusa puso a la isla en honor de su salvadora, pues la diosa era también así conocida en otros lugares del Mediterráneo.

Hoy la Fuente Aretusa luce orgullosa un inverosímil bosquecillo de papiros que crece, espontáneo, en su centro, recordándonos el pasado africano de Sicilia antes de que Pangea se fragmentara en islas. Es un lugar concurrido de curiosos, viajeros y turistas que, divertidos y con un punto de envidia, observamos a los patos aliviarse del implacable calor en sus orillas.

Uno entiende, bajo este sol siciliano,la sed del poeta de la antigüedad y su agradecimiento infinito por las aguas frescas de una fuente dulce que bien merecía ser la metamorfosis de una hembra acogedora y hermosa, protagonista de un inolvidable cántico de desamor.

fuentearetusaortigia

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Ocho chelines y seis peniques

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A medida que transcurrían los días de mutua convivencia la relación se hacía más fluida. Holmes era un hombre de carácter difícil, digamos que un poco inclinado a la misantropía, pero Watson supo cogerle la vuelta y el ambiente en las habitaciones era bastante agradable. Todo empezaba a estar más ordenado y limpio, y en el caso de que algo se encontrara fuera de lugar el hecho era, sin duda alguna, imputable al detective. De vez en cuando la patrona se permitía llamarle la atención de una forma suave y cariñosa; desde el primer momento se pudo apreciar que ella sentía una especial predilección por Holmes. Quizá ninguna otra hubiera soportado que la mesa del comedor, las sillas y hasta el mismo suelo estuvieran llenos de papeles sin guardar el mínimo orden. Y no digamos nada respecto a las extrañas visitas a horas intempestivas, a los olores nauseabundos de sus experimentos de química y a los disparos realizados dentro de la casa como mero entretenimiento, por esos motivos cualquier otra patrona se hubiese molestado hasta límites insospechados.

"Watson siempre evitaba mirar al detective a los ojos porque como médico intuía que su mirada vidriosa delataba que se administraba algún tipo de narcótico"

Lo cierto es que por la sala de estar lo mismo desfilaban andrajosos mendigos, que banqueros, comerciantes y altos funcionarios del Gobierno, pero tampoco era raro que viniera a cenar el mismísimo príncipe de Gales y hasta importantes dignatarios extranjeros. Unos venían para que Holmes les resolviera algún que otro problema y otros lo hacían por el mero placer de cenar con el detective y degustar los exquisitos platos preparados por la señora Hudson. Cuando se producía alguna alabanza relacionada con la comida, Holmes rogaba al invitado que la plasmara en su tarjeta de visita para luego entregársela a la patrona. Soy conocedor de que ella coleccionaba esas tarjetas en una preciosa agenda de tapas de nácar como si fueran el mejor de los trofeos.

Una noche, después de cenar, estaban Holmes y Watson amigablemente sentados frente a la chimenea (por cierto, bien surtida de carbón) y se complacían en compartir tabaco y fumar sus pipas con los pies apoyados junto al salva fuegos, se produjo de súbito un embarazoso silencio y el detective le preguntó a Watson por qué estaba preocupado ya que en muy breve espacio de tiempo ambos habían encontrado un magnífico acomodo doméstico muy acorde con sus posibilidades y que el futuro parecía sonreírles. Todo ello sin contar con el inicio de una inmejorable amistad. Watson sorprendido ensayó una sonrisa algo triste y le preguntó a Holmes que le hacía suponer que estaba intranquilo.

Usted, Watson, es un hombre metódico y ordenado y acaba de dejar su cartilla de ahorros encima de la mesa de la sala de estar a la vista de cualquiera, lo que me lleva a pensar que hoy ha estado en su banco a ingresar o retirar dinero, además observo que no está bien acomodado en su sillón, tiene la espalda demasiado rígida y le tiemblan un poco las manos, sobre todo la derecha, cosa bastante evidente por la columna de humo de su pipa que no sale recta hacia el techo y en esta habitación no hay corrientes de aire.

Watson le contestó que tenía sus motivos, que había regresado de una guerra donde muchos de sus compañeros obtuvieron honores y ascensos y él solo se trajo un balazo y una fiebre entérica, sin tener en cuenta que su pensión era de solo once chelines y seis peniques. El detective dijo que quería proponerle un trato, pero sin comprometerlo en lo más mínimo, le expuso abiertamente que necesitaba un buen narrador que redactara sus historias pasadas y futuras, de hecho ya existía algún editor que estaba interesado en la exclusividad del asunto. Watson siempre evitaba mirar al detective a los ojos porque como médico intuía que su mirada vidriosa delataba que se administraba algún tipo de narcótico y se limitó a estrecharle la mano con efusividad. En el caso de que Sidney Paget hubiera estado presente junto al sitio adecuado de la chimenea seguro que hubiese dibujado una buena ilustración.

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Ricardo Piglia en Babelia

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Segunda entrega de los diarios del escritor Ricardo Piglia, uno de los lanzamientos más esperados de la rentrée literaria. Babelia adelanta partes del libro, que se publicará en septiembre.

Tengo, a causa de mi deformación como historiador, una sensibilidad especial para las fechas y la progresión ordenada del tiempo. La gran incógnita, la pregunta que me acompaña estas semanas dedicadas a transcribir mis cuadernos, a dictar mis diarios y pasarlos, como se dice, en limpio, fue ver en qué momento la vida personal se cruzó o fue interceptada por la política, por ejemplo, en estos siete años a los que estoy dedicado ahora, exclusivamente interesado en saber cómo había vivido yo, entre 1968 y 1975, mi pobre vida de joven aspirante a, digamos, escritor (…). Y ahora, al leer los diarios de esos siete años, la pregunta que me ha surgido, casi como una idea fija que no me deja pensar en otra cosa, es qué es personal y qué es histórico en la vida de un individuo cualquiera. ­[Extraído del prólogo].

DIARIO 1968

Domingo 3 [de marzo]

 Pocos contactos, incluso con la irrealidad (en estos días). (…)

“Porque el que puede actuar, actúa. Y el que no puede y sufre profundamente por no poder actuar, ése escribe”. W. Faulkner.

Lunes 25 [de marzo]

Nací el 24 de noviembre de 1941, he buscado en los diarios las noticias de ese día. Busqué en la Biblioteca Nacional todo lo que pude encontrar. La guerra ocupaba todo el espacio informativo. Eran las seis de la mañana y, según mi padre, estaba lloviendo.

Jueves [19 de septiembre]

Releyendo el diario de Pavese recupero la vieja manía de autoconstrucción de la vida (como obra de arte) con sus oficios (de vivir, de escribir, de pensar), con sus técnicas y sus reglas. (…)

Pienso que lo mejor que he escrito en estos cuadernos ha sido el resultado de la espontaneidad y la improvisación (en sentido musical), nunca sé sobre qué voy a escribir, y a veces esa incertidumbre se convierte en estilo.

Pincha aquí para leer el artículo completo en Babelia

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Una historia de España (LXIX)

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Entre los errores cometidos por la Segunda República, el más grave fue la confrontación con la Iglesia Católica. En vez de proceder a un desmantelamiento inteligente del inmenso poder que ésta seguía teniendo en España, apoyándose sobre todo en la educación escolar y la paciencia táctica, los gobiernos republicanos abordaron el asunto con prisas y torpes maneras, enajenándose los sentimientos religiosos de un sector importante de la sociedad española, desde los poderosos a los humildes: eliminación de procesiones de Semana Santa en varias ciudades y pueblos, cobrar impuestos a los entierros católicos y prohibición de tocar campanas para la misa, entre otras idioteces, encabronaron mucho a la peña practicante. Y al descontento conspirativo de cardenales, arzobispos y obispos se unía el de buena parte de los mandos militares, cuyos callos pisaba la República un día sí y otro también, perfilándose de ese modo un peligroso eje púlpitos-cuarteles que tendría nefastas consecuencias. La primera se llamó general Sanjurjo: un espadón algo bestia apoyado por los residuos monárquicos, por la Iglesia y militares derechistas, que intentó una chapuza de golpe de Estado el verano de 1932, frustrado por la huelga general que emprendieron, con mucha resolución y firmeza, socialistas, anarquistas y comunistas. Ese respaldo popular dio vitaminas al gobierno republicano, que se lanzó a iniciativas osadas y necesarias que incluían una reforma agraria –que puso a los caciques rurales hechos unas fieras– y un estatuto de autonomía para Cataluña. El problema fue que en el campo y las fábricas había mucha hambre, mucha necesidad, mucha incultura y muchas prisas, y la cosa se fue descontrolando, sobre todo donde los anarquistas entendieron que había llegado la hora de que el viejo orden se fuera por completo y con rapidez al carajo. Para espanto de una parte de la derecha y satisfacción de la parte más extrema, que aguardaba su ocasión, se sucedieron las huelgas e insurrecciones con tiros y muertos –Barcelona, Sevilla, Zaragoza, Pasajes, Alto Llobregat– alentadas por el ala más dura de la CNT, el sindicato anarquista que a su vez estaba enfrentado a la UGT, el sindicato socialista, en una cada vez más agria guerra civil interna entre la gente de izquierda, pues ambas formaciones se disputaban la hegemonía sobre la clase trabajadora. La idea básica era que sólo la fuerza podía liquidar los privilegios de clase y emancipar a obreros y campesinos. De ese modo, el anarquismo se hacía cada vez más radical y violento, desconfiando de toda conciliación y abandonando la disciplina. En 1933, en plena huelga revolucionaria convocada por la CNT, en el pueblecito gaditano de Casas Viejas (donde cuatro de cada cinco trabajadores estaban en paro y en la más absoluta miseria), los desesperados lugareños le echaron huevos al asunto, cogieron las escopetas de caza y asaltaron el cuartel de la Guardia Civil. La represión ordenada por el gobierno republicano fue inmediata y bestial, con la muerte de 24 personas –incluidos un anciano, dos mujeres y un niño– a las que se dio matarile a manos de la Guardia de Asalto y la Guardia Civil. Para esa época, las derechas ya se organizaban políticamente en la llamada Confederación Española de Derechas Autónomas, CEDA, liderada por José María Gil Robles, en torno a la que se fue estableciendo (católicos, monárquicos, carlistas, republicanos de derechas y otros elementos conservadores, o sea, la llamada gente de orden) un frente único antimarxista y antirrevolucionario con un respaldo de votos bastante amplio. Y como no hay dos sin tres, y en España sin cuatro, a complicar el paisaje vino a sumarse el asunto catalán. Cuando, según los vaivenes políticos, el gobierno republicano pretendió imponer disciplina en el creciente desmadre nacional, diciendo vamos a ver, rediós, alguien tiene que mandar aquí y que se le obedezca, oigan, y un montón de líderes obreros fueron encarcelados por salirse de cauces, y la anterior simpatía hacia las aspiraciones autonómicas periféricas se enfrió en las Cortes, el presidente de la Generalitat, Lluís Companys, decidió montárselo aparte y proclamó por su cuenta «el Estado catalán dentro de una república federal española» que sólo existía en sus intenciones. De momento la desobediencia acabó controlada con muy poca sangre, pero eso llevaría a Companys al paredón tras la Guerra Civil, cuando cayó en manos franquistas. Aun así, es interesante recordar lo que en los años 70 dijo al respecto un viejo comunista: «Si hubiésemos ganado la guerra, a Companys también lo habríamos fusilado nosotros, por traidor a la República».

[Continuará].

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Corfinio y Castelvecchio

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Los grillos anestesian la noche de luna llena sobre el Adriático, sobre la casa de D’Annunzio, sobre una de las colinas de Pescara que mira el mar con la prudencia de estar a tiro de piedra pero no al lado, de ser familia pero cuando conviene, tan cerca y tan lejos.

"Ayer mismo me zambullí sin nadie en unas aguas azules como el firmamento de esta mañana."

Una de las calles de Pescara que cruza con Gabriele Manthone –en la que nació el escritor presuntuoso, dandy, mujeriego, decadente y algo estrafalario– se llama Corfinio, como esa villa humilde y sin pretensiones que alberga una piscina pensada más para el ocio festivo que para el viajero ocasional que busca lo que no sabe. Ayer mismo me zambullí sin nadie en unas aguas azules como el firmamento de esta mañana. Primero 20, luego 10 y más tarde 30 largos de 25 metros. Y siempre con el eco de una misma canción. No me di cuenta hasta el final. Pregunté al joven de la taquilla (10 euros toda la jornada; 7, media) y me respondió su padre –mucho más despierto, más rápido, más entusiasta–, un hombre próximo a los 70: ‘The bed is burning’, de los Stones. Sí que parecía la voz de Jagger pero la melodía me despistaba. Era una tarde tan aburrida, tan repetitiva como mi braceo (más lento que otras veces, tan sinsentido).

CastelvecchioHay poblaciones, pequeñas ciudades, de esas que han surgido al cobijo de industrias pujantes, que presumen de piscina olímpica, museo municipal y larga avenida con tilos pero que saben, cuando dormitan entre el arrullo del riachuelo que las bordea, que nada tienen que ver con aldeas de dos bares y una tienda que vende postales, pan y naftalina. Les pasa (uno lo cree pero sólo con la temeridad y la prudencia del que pasa por allí cuatro días) a Corfinio y a Castelvecchio, respectivamente. Las dos miran a lo que dicen los pequeños Dolomitas, donde anidan aguiluchos y caballos asilvestrados. La pujanza se olvida pronto; queda la gravedad de lo auténtico, la aparente simpleza de unas casonas en pendiente sobre roca y tierra hasta donde se acerca algún lobo en noches de invierno. Esto me lo cuenta Giuseppino, el marido de Maria Mirabella, y si lo dice él yo no tengo por qué dudarlo.

La piscina de Corfinio no gasta mosaico ni socorrista encaramado en la silla, aunque sí tobogán de vértigo, tumbonas y hamacas (alguna ocupada por una pareja, no se sabe bien si por estar más cerca o por el ahorro, que todo puede ser), futbolín de jugadores de plástico y hamburguesas a cualquier hora (bueno, hasta las seis).

La piscina de Corfinio no tiene gracia alguna un miércoles de agosto. También es verdad que ese día nunca ha pintado nada, ni en agosto ni en febrero, que igual ni los hay. Pero uno se acerca allí porque no sabe dónde. Porque entre que se mira el mapa, se decide, pregunta, se confunde, echa gasolina, comprueba que no falte el gorro ni la toalla, las gafas (las prestadas y las tuyas) y las chanclas, echa la tarde.

–Y usted por qué va tanto a las piscinas.

–Para no aburrirme. Y para justificar el trabajo del chico de la taquilla, del socorrista y el de la mujer que atiende el  bar.

–Ah, en ese caso…

El mal nadador mira de reojo las nubes y cree que puede llover. Tendría su gracia, piensa, mientras sigue a lo suyo, que es nadar por nadar, que es cuando uno mejor nada, o eso cree, y si lo cree uno, vale.

"La pujanza se olvida pronto; queda la gravedad de lo auténtico, la aparente simpleza de unas casonas en pendiente sobre roca y tierra hasta donde se acerca algún lobo en noches de invierno."

Decíamos que el mal nadador barrunta lluvia, aunque no está seguro. Y piensa que sería curioso si lloviera mientras nada. Puede que el setentón al que le gustan los Rolling Stones decidiera cerrar el negocio, o aguantar el chaparrón. Uno cree que seguiría nadando a ver qué pasaba, por curiosidad.

–¿Y usted siguió nadando mientras llovía?

–A ver qué iba a hacer. Y además que había pagado la entrada y no era cuestión de desperdiciarla.

–Hombre, mirado así.

Y el mal nadador se va, o le echan, de la piscina de Corfinio sin saber a ciencia cierta si va a llover o no. Y piensa que esa disyuntiva podría ser aplicable a muchas cuestiones, banales o no, como si preferiría vivir (llegado el caso) en Corfinio o Castellvecchio.

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Ángeles subterráneos (3): Lawrence Ferlinghetti

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MADRID 1994

Poetas, salid de vuestros armarios,  / abrid vuestras ventanas, abrid vuestras puertas, / habéis estado demasiado enterrados / en vuestros cerrados mundos…

A principios de los años noventa existía todavía el correo ordinario. Extraordinario habría que empezar a llamarle ahora. Los mails daban ya sus primeros pasos, pero las grandes bufandas seguían aguardándonos en una reducida caja de caudales llamada buzón. Abrirlo era siempre una ceremonia, un contener la respiración, una carta esperada o una posible botella echada al mar por la intemperie de alguien allá lejos abrigándose de pronto  en tu orilla. Ahora yo no tengo ni siquiera su llave. Mi mujer o mis hijas lo abren a veces para pasarme alguna multa de tráfico. En algunas cosas desde luego hemos ido a peor.

Los árboles aún están cayendo, / y ya no iremos a los bosques… 

Abrí la caja y allí estaba el tesoro. Sobre aéreo y contenido celestial. Incendiario, también. El poema que enviaba Ferlinghetti, junto a una vibrante traducción al castellano de Uberto Stabile, era increíble y parecía escrito además a la medida de El hombre de la Calle, la revista que dirigía entonces contra viento y marea y que llevaba como grito de guerra la leyenda Revista de poesía entrometida. 

No es ahora momento de que el artista se esconda / sobre, más allá o tras los escenarios, / indiferente, cortándose las uñas. / No es ahora momento para nuestros pequeños juegos literarios. / Poetas para poetas escribiendo poesía sobre la poesía… 

97 años acaba de cumplir este hombre al que el músico Bob Dylan definió como “fundador de la librería City Lights e hijo predilecto de San Francisco, y cuya decisión de publicar Aullido de Allen Ginsberg en 1956 le supuso un juicio por obscenidad pública. Un hombre valiente y un poeta valiente…” Pacifista radical, habría que añadir, desde que en la segunda guerra mundial un joven soldado con su nombre entrara en la ciudad de Nagasaki, pocas semanas después de caer sobre ella la bomba atómica, y quedara devastado para siempre. Resucitado en poeta. 

Pero lo que realmente comenzaba a entusiasmarme de esta gente era su generosidad. Aquellos tipos duros, curtidos en mil batallas, que urdían y ardían  palabras, no se casaban con nadie y vivían de sus derechos editoriales, tardaban un segundo en autorizarme a publicar sus poemas desde que conocían el carácter celebratorio, entrometido y altruista, que no benéfico, de la revista. Los poetas beats fluían, y dejaban fluir. Algo muy distinto a los remilgos, exigencias y mil obstáculos que siempre algún colega español de guardia ponía a nuestras periódicas peticiones de colaboración.

Poetas, descended una vez más a las calles del mundo / y abrid vuestras mentes… / No esperéis a la revolución, o sucederá sin vosotros. / Dejad de murmurar, y hablad en voz alta… 

Librería City Lights

Librería City Lights

Había lanzado al mar cuatro cartas —Snyder, Ginsberg, Corso, Ferlinghetti, los poetas vivos de la generación beat—, y el buzón entró en ebullición en apenas dos semanas, y en fiesta luego durante años en una orgía literaria transoceánica que se prolongó con alguno de ellos mucho más allá de aquel deslumbrante número de El Hombre de la Calle —diseñado por Pep Carrió y grapado mano a mano por los dos en una humilde y cuasi clandestina imprenta del barrio de Prosperidad—, convertido ya hoy en joya bibliográfica.

Cuatro autores excepcionales y cuatro poemas fundacionales, precedidos por las palabras que les dedicó en su momento Jack Kerouac, el que quizá fuera el menos poeta y el más poético de todos ellos: “Yo nunca había conocido a gente tan estrafalaria, y a la vez tan seria. Gente loca por vivir, por hablar, por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo; gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas…”.

Las definiciones sobre qué es realmente la poesía son y han sido infinitas a lo largo de la historia. Ferlinghetti ha declarado de hecho en muchas ocasiones que se trata de un tema inagotable, y afirma incluso que escribe desde hace décadas un libro titulado Qué es poesía al que va añadiendo poemas —cosas, dice él—, de forma permanente. Sin responderse nunca. Y sin embargo aún recuerdo mis latidos acelerados con aquella carta y su poema en la mano…

Poesía, el vehículo común / para el transporte del público / hacia lugares más altos…


 

 

Serie de artículos de Fernando Beltrán que tiene como eje vertebrador el número extraordinario que la revista El Hombre de la Calle dedicó a los poetas de la generación Beat Gary Snyder, Allen Ginsberg, Lawrence Ferlinghetti y Gregory Corso.

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El asesino interior

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Mi género preferido es la novela negra, no lo niego. Sin embargo, odio a los asesinos en serie. Me parece el camino fácil para escribir una historia policiaca. ¿Cuántos refritos de Seven o de El silencio de los corderos hemos visto ya? Los psicokiller son un invento americano. Nadie recuerda uno interesante en España. ¿El Asesino de la Baraja? ¿El Arropiero? Ambos tenían un coeficiente intelectual bastante bajo, lejos de los sosias de Hannibal Lecter que surgen en tantos y tantos libros.

Sin embargo, Yo, asesino (Norma Editorial, 2015), me ha fascinado pese a tratar esta temática. Para empezar, no hay investigador. El protagonista absoluto es Enrique Rodríguez, un profesor universitario que entiende el asesinato como una forma de arte. Así, seguimos sus pasos en su vida diaria y en la planificación de sus crímenes mientras nos vamos sumergiendo cada vez más en su psique. Y no está loco. Sabe lo que hace y las consecuencias que tiene. Incluso es capaz de enamorarse, de sentirse solo, de ser humano.

"El guionista Antonio Altarriba, Premio Nacional del cómic, pone la voz (y el rostro) a este curioso asesino. Como compañero de fechorías tenemos al dibujante madrileño Keko Godoy"

El punto fuerte de la obra se nos menciona brevemente en la nota introductoria: todos llevamos un asesino dentro. Eso convierte a todo el mundo en criminal, solo que las circunstancias no son las correctas. Citando la novela corta El mandarín, escrita por Eça de Queiroz en 1880, nos lleva al dilema de un hombre que hace un pacto con el demonio. Para poseer una gran fortuna, Teodoro solo tiene que tocar una campanita. Si lo hace, un mandarín, muy viejo, rico, del que no sabe nada, morirá en un instante sin agonía alguna. En esas circunstancias, ¿tocarías la campanita? O, mejor dicho, ¿alguien no lo haría? Desprovisto el asesinato de sus consecuencias, absolutamente todos mataríamos.

Con este sugerente punto de partida, recrea la historia de Enrique con algunos flashbacks, mientras trata de poner orden a su vida. La obra está llena de referencias culturales a cuadros muy conocidos por todos, relacionando las distintas expresiones artísticas con asesinatos a modo de performance. En palabras de su protagonista:

“Matar no es un crimen. Matar es un arte. El arte para el que estamos más dotados, el que llevamos perfeccionando desde nuestros orígenes. Requiere voluntad decidida, planificación, ánimo infractor, concentración, capacitación, técnica, implicación emocional… El asesino trabaja con la materia más preciosa y difícil de manipular: la vida. Y, como expresión de absoluta radicalidad, crea dando muerte. Matar es el acto transcendente por excelencia”.

El guionista Antonio Altarriba, Premio Nacional del cómic, pone la voz (y el rostro) a este curioso asesino. Como compañero de fechorías tenemos al dibujante madrileño Keko Godoy, quien ilustra las 136 páginas del volumen, creando atmósferas opresivas en un magnífico blanco, negro y rojo. Por cierto, espectacular su recreación de París.

Yo, asesino es una obra sobresaliente que fue merecedora de siete premios internacionales, donde destaca el Gran Premio de la Crítica ACBD 2015 en Francia.

Autor: Antonio Altarriba y Keko Godoy. Título: Yo, asesino. Editorial: Norma Editorial. Edición: Papel

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Las aventuras del Capitán Sirius (I): Noche de fantasmas en Cahill

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En 1973 falleció en Madrid don Jesús de Aragón y Soldado. Profesor de contabilidad y reputado teórico, había ejercido como director administrativo de la editorial Aguilar, la clásica, la de las obras completas y la mítica colección El globo de colores. Su desaparición fue muy sentida en los ambientes académicos y profesionales y desde ambos se glosó su abnegada entrega a la gestión administrativa. Pero nadie recordó que había sido el Capitán Sirius.

La mano del muertoSupe del Capitán Sirius veintitantos años después, con ocasión de la visita a Cahill del profesor Fermín María de Anchorena y Garci-González de Zúñiga, editor y comentarista de los Annales Alborum, manuscrito del siglo XIV que acababa de localizar en Budapest; en 2003 lo daría a la imprenta como Los misterios de Albión: la región del Jamilá en la Alta Edad Media según los manuscritos del desaparecido palacio fortaleza del Albión hallados en la Biblioteca Nacional de Hungría. Quede constancia aquí de que fue en Cahill donde reveló por primera vez al mundo la existencia de ese texto capital. Era por entonces el profesor Anchorena joven apasionado y sin sombra de afectación, pese a lo sofisticado de sus apellidos y a ostentar el título de la baronía de Olite; si personalmente nos conocíamos de manera superficial, apreciábamos nuestros respectivos trabajos y una noche de tormenta tuve el placer de recibirlo en casa. Mi sorpresa fue descubrir la vena friki del severo filólogo medievalista que, con las hazañas del Capitán Sirius, me desveló la historia del florecimiento del género fantástico en España.

"En los primeros años del siglo XX, siguiendo la estela de Poe, Julio Verne y el folletón francés surgió una pléyade de autores nacionales, emboscados muchas veces en seudónimos exóticos como el del Capitán Sirius"

Tras un breve refrigerio, durante el cual tuvo la amabilidad de ampliarme en rigurosa primicia algunas características del manuscrito que acababa de hallar en Hungría, la conversación derivó al terreno de las literaturas olvidadas. Conversamos hasta la madrugada envueltos en el aroma acogedor de sendos H Upmann Petit Coronas aportados por él, buen aficionado, mientras degustábamos un excelente malt de las Highlands que, aportado por mí, contribuyó a estimular nuestra imaginación y a convertir aquella noche en una auténtica “noche de fantasmas”.

La torre de los 7En los primeros años del siglo XX, siguiendo la estela de Poe, Julio Verne y el folletón francés de los Theroux, Sue o Leblanc, con su Arséne Lupin —Arsenio en España—, o Souvestre y Allain con su Fantômas, una pléyade de autores nacionales, emboscados muchas veces en seudónimos exóticos como el del Capitán Sirius, copó quioscos y librerías con títulos tirados en papel infame. Bañados en una fantasía desquiciada, heterodoxa y libre, estaban plagados de ambientes sórdidos, científicos lunáticos, fantasmas, apariciones y artilugios inverosímiles. Sobresalió en el género Emilio Carrere, cuya obra maestra, La Torre de los Siete Jorobados, pergeñara en realidad un negro.

Sí, don Jesús de Aragón y Soldado.

 

Al hacer Anchorena tan insólita revelación, un relámpago iluminó el cielo de Cahill, sonó un trueno y se fue la luz. Cuando volvió, yo estaba lívido; el barón de Olite, en cambio, sostenía indolente su whisky y su cigarro de pie junto a la chimenea.

No creerá en fantasmas, querido colega.

Negué, a pesar de que en los pocos segundos de oscuridad había atisbado a través de las ventanas una aterradora sombra blanca azacaneando en mi jardín. El Capitán Sirius, sin duda.

Qué cosas tiene, amigo Anchorena.

La realidad es una cosa que no se sabe en realidad lo que es—, apostilló él.

"Aquella noche batida por el viento y la nieve descubrí que mi colega no perdona que lo pillen en un renuncio."

No pude estar más de acuerdo, visto lo visto, y me abstuve de hacer cualquier comentario para dejarlo desgranar la historia del extraño caso del Capitán Sirius, Jesús de Aragón para el mundo, joven de 29 años que en 1924 ingresó en la nómina de autores de la llamada literatura popular. La historia se detalla en el prólogo del especialista Jesús Palacios Trigo a La Torre de los Siete Jorobados (Valdemar, colección El Club Diógenes, nº 90, Madrid 2004 y 2015). Empeñado en ver publicadas sus novelas, Jesús de Aragón se encontró en las manos con un original de Carrere que no cumplía las expectativas de su editor. “Si quiere ser escritor, complételo. Convierta este manojo de mierda en una novela”. De Aragón cumplió como los buenos con una mágica historia de misterio y fantasía ambientada en el Madrid castizo de los Austrias que pasa por ser la cumbre de aquel naciente género fantástico español; la hazaña convirtió al joven en novelista, pues Calleja publicó de inmediato la primera novela de De Aragón, Cuarenta mil kilómetros a bordo del aeroplano “Fantasma”, con el seudónimo que lo haría célebre.

 

FantomasAquellas novelas, las de Carrere, las del Capitán Sirius y las de otros muchos constituyen el cimiento de un género que, antes de despuntar, se vio barrido, como tantas cosas, por la llamada al orden de la guerra civil.

Fermín de Anchorena bajó la cabeza entristecido.

Poca broma: en España, ya sabe usted, cuando la gente seria se pone altanera, los demás nos ponemos firmes.

“Los demás”. Me sorprendió que no nos incluyera en esa “gente seria” que decía. De modo especial, que no se incluyera él. Anchorena estaba lanzado.

¡Hasta el coñac de las botellas se disfrazó de septiembre para no infundir sospechas, como profetizara Federico García!

Será “de noviembre”, queridísimo Anchorena, maticé yo puntilloso.

Nunca lo hiciera. Aquella noche batida por el viento y la nieve descubrí que mi colega no perdona que lo pillen en un renuncio.

Je, je. De noviembre, en efecto, querido Bowman. Cuando se pone académico no hay quien lo pare…— suspiró agitando los brazos. Y se detuvo dirigiéndome una mirada asesina-. Pero, dígame, ¿a usted no lo suspendió Lázaro?

"Y llamaron a la puerta. Callamos desconcertados y el silencio sólo se vio roto por las campanadas de las doce en el reloj de péndulo que presidiera el salón del Pazo de Loureiro"

a fantasma - cap siriusTan traicionera referencia a mi currículum me dejó de piedra. Don Fernando Lázaro Carreter, añorado director de la RAE y profesor que fuera de Teoría Literaria, me suspendió un examen final por comparar a Lorca con Picasso. “Las imájenes picasianas de Lorca”, había escrito yo, exaltado en plan Juan Ramón Jiménez. “Usted no es Juan Ramón, mañó. Vuélvame en septiembre”, zanjó el eximio estructuralista: cuando se ponía irónico temblaba el misterio.

¡Qué cabrón es usted, querido Anchorena!- me revolví. Cómo le gusta hurgar donde más duele.

Anchorena me contemplaba impertérrito. Tras él, siempre a través de la ventana, descubrí, no sin inquietud, que la sombra blanca no estaba sola y que mi jardín se estaba poblando de sombras quiméricas de distintos colores y formas. Pero me concentré en dar cumplida respuesta a la artera estocada.

En la siguiente convocatoria, cuando ‘le’ volví, don Fernando me dio sobresaliente -y salivé por los colmillos, puesto que también Anchorena había sido alumno del profesor Lázaro. ¿A usted le dio Lázaro algún sobresaliente?

Mi invitado asumió el pinchazo con gallardía de caballero navarro.

Pues no. Notable raspado. Y gracias.

El secrto del dEs sabido que los sobresalientes de Lázaro, no digamos las matrículas, se cotizaban caros en la facultad de Filología de la Complutense. Fermín María sacó balones fuera y recitó enardecido por el whisky.

“Los relojes se pararon
y el coñac de las botellas
se disfrazó de noviembre
para no infundir sospechas”.

Servidor, que también había embaulado lo suyo, se puso a nivel.

“El viento vuelve desnudo
la esquina de la sorpresa
en la noche platinoche,
noche que noche nochera”.

Anchorena, que tiene su punto, me hizo coro y dio a aquello de “noche platinoche, noche que noche nochera” la entonación y la fonética adecuadas. Ya puestos, nos tiramos cuesta abajo.

Un caballo malherido,
llamaba a todas las puertas…

el p de baskervilleY llamaron a la puerta. Callamos desconcertados y el silencio sólo se vio roto por las campanadas de las doce en el reloj de péndulo que presidiera el salón del Pazo de Loureiro, en El Morrazo pontevedrés, pieza que se me adjudicó cuando la familia de mi madre tuvo a bien desmantelar la posesión con objeto de venderla. Sólo cuando concluyó la lúgubre letanía de Cronos me dirigí a abrir conteniendo la respiración. Pero no era ningún “caballo malherido”. De pie en el umbral estaba el gigante blanco en persona.

De manera instintiva, me eché para atrás, ya que enarbolaba un hacha de grandes dimensiones. A Anchorena, barón de Olite y todo, se le cayó el whisky al suelo.

¡Don Hugo de Montignac! exclamó.

Y, lo juro, se desmayó.

(continuará)

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Viaje al fondo de los mares del sur

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Reproducimos este texto de Jorge Fernández Díaz. Publicado en La Nación, fue recogido en 2010 en La hermandad del honor, libro editado por Planeta Argentina.

A las siete y media de la mañana, Alejandro Maegli estaba a punto de entregar la guardia y meterse en la cama cuando de pronto el sonarista del submarino le dijo una frase que lo dejó helado: Señor, tengo un rumor hidrofónico. El teniente de fragata pegó un respingo queriendo creer que el operador se había equivocado. A veces las ballenas o el krill producen “rumores biológicos” y pueden confundir al más experimentado de los técnicos del sonar. Pero el ruido venía del noreste y sus características se iban confirmando con el correr de los minutos. Maegli era jefe de comunicaciones y tenía la obligación de levantar al comandante. Lo hizo: Despiértelos a todos, uno por uno, y colóquelos en sus puestos de combate, le ordenó el capitán. A Maegli se le puso la piel de gallina. En ese momento sólo podía sospechar lo que iba a ocurrir. Pero no podía saber con certeza que comenzaría la primera batalla submarina del Atlántico Sur, que venían hacia ellos helicópteros ingleses al ras del mar, seguidos de cerca por la Royal Navy, y que los esperaban 23 horas de miedo, suspenso, persecución y explosiones. Era el 1º de mayo de 1982 y el submarino San Luis tendría su bautismo de fuego en la guerra de las Malvinas.

Maegli hoy es contralmirante y director del área Material Naval, y tiene a su cargo la difícil decisión de reparar o sacar de servicio para siempre a esa nave llena de recuerdos que espera en silencio, roja por la pintura antióxido, en una dársena del puerto de Buenos Aires. ¿Cómo resolver con la cabeza un asunto del corazón?

"El submarino había sido comprado a Alemania en los años setenta, había llegado desarmado a la Argentina y había sido montado pieza por pieza en Buenos Aires."

Alejandro encontró su vocación en Mar del Plata a los cuatro años durante una visita escolar. Aquel submarino reposaba en silencio pero traía consigo ecos de aventuras, y Alejandro se metió luego en la Escuela Naval con el único propósito de surcar bajo el agua los mares del mundo. Hizo una experiencia en un buque barreminas. Para ser oficial barreminas no hay que ser loco pero te ayuda bastante, dice el refrán. Y después sirvió en un buque de apoyo. Finalmente, ingresó en la Escuela de Submarinos, que es muy exigente, y aprendió de memoria uno por uno los múltiples mecanismos internos de esa nave. La primera vez que entró al San Luis todo se le venía encima. Parecía realmente un lugar de confinamiento. El submarino es un cilindro que mide 50 metros desde el timón a la proa, 11 metros desde la quilla hasta el tope de la vela, y 5 metros y veinte centímetros de lado a lado: ése es el diámetro de un caño donde deben vivir, trabajar, dormir y recrearse treinta y cinco hombres durante semanas y a veces meses de travesía submarina. Donde se habla en voz baja, se come poco “porque la navegación te quita el hambre”, y donde luego de la vibrante marcha en superficie y las maniobras de inmersión sobreviene una extraña serenidad espacial.

El submarino había sido comprado a Alemania en los años setenta, había llegado desarmado a la Argentina y había sido montado pieza por pieza en Buenos Aires. Pero últimamente presentaba algunos problemas: no podía desarrollar velocidades de inmersión superiores a los 14 nudos y uno de los cuatro motores diésel, que permiten cargar las baterías a través de un snorkel, no funcionaba. Así y todo, Maegli no estaba tan preocupado por estas limitaciones como por su mujer, que se encontraba embarazada y a punto de dar a luz. En marzo de 1982, ese padre primerizo, que apenas tenía 27 años, tuvo que zarpar en misión de adiestramiento y subirse por las paredes del submarino esperando la buena nueva. Estaban haciendo ejercicios con tres corbetas cuando llegó la noticia de que había nacido su hija María Inés. Los festejos a bordo fueron discretos pero afectuosos. A mediados de mes llegó otra orden: debían suspender los simulacros y retornar al puerto deMar del Plata.Un amigo de Alejandro se lo encontró en tierra. Partía al día siguiente en el submarino Santa Fe.  Flaco —le dijo a Maegli en un susurro—, me voy a Malvinas. Alejandro sospechaba que algo grande se avecinaba pero no tenía tiempo de meditar demasiado: corrió a ver a su mujer y a conocer a su hija, y los acontecimientos del 2 de abril lo sorprendieron como a casi todos nosotros. Sintió entonces una íntima contradicción: alegría patriótica mezclada con angustia y extrañeza. Hacía pocos meses había confraternizado con los oficiales del submarino inglés HSM Endurance, que había hecho escala en Mar del Plata. El Endurance atacaría luego con torpedos y helicópteros al submarino Santa Fe.

"A medida que analizaban los sonidos y señales se daban cuenta de que los SeaKing avanzaban abriéndoles camino franco y seguro a varios buques británicos de guerra."

Recibieron la orden de alistarse contra reloj y hacerse a la mar el 11 de abril. Salieron de noche con órdenes secretas. Cuando abrieron el sobre descubrieron, tragando saliva y con los ojos bien abiertos, que debían patrullar el “Área Enriqueta”, frente a Puerto Deseado. La luna brillaba en la dársena: navegaron hasta la altura de Cabo Corrientes y se sumergieron. Maegli preparó las cartas de navegación y leyó la consigna: “Autorizado uso de armas en defensa”. No podían atacar a nadie porque las negociaciones diplomáticas no se habían agotado. Pero ese despacho lo obligó a procesar psicológicamente el hecho de que por primera vez no se trataba de un entrenamiento. Se trataba de la guerra.

Pasaron varios días haciendo recorridos y subiendo el snorkel media hora para obtener energía y oxígeno: ésos eran los momentos de mayor vulnerabilidad de la nave. Luego todo fue esperar y madurar la idea del combate. Salvo, claro está, cuando sucedió lo imprevisto: una avería en la computadora de control de tiro. Llevaban a bordo 10 torpedos alemanes y 14 estadounidenses. Pero sin esa computadora, la única alternativa era lanzarlos de manera manual. Trataron de repararla pero no tenían a bordo los elementos con qué hacerlo, y el 27 de abril recibieron otro mensaje: “Destacarse y ocupar ÁreaMaría. Todo contacto es enemigo”.

Guerradelasmalvinassubmarinos

Eso significaba que debían desplazarse a una zona cercana a la Isla Soledad y que allí no había buques argentinos. Cualquier “rumor hidrofónico” tenía entonces que ser forzosamente una nave inglesa, y la orden era dispararle sin dudar. El 1º de mayo Maegli juntó a todo su equipo de informaciones de combate. Se sentaron alrededor de una mesa minúscula y él descubrió que le temblaban las piernas y que no podía levantar la cara. Cuando la levantó vio que sus camaradas estaban en idéntica actitud de pánico. Vadeó como pudo ese pantano y comenzó la reunión de análisis. Luego se colocó los auriculares: el blanco venía hacia ellos y el comandante ordenaba preparar tubos de torpedos y movimientos submarinos para encontrar la mejor posición de tiro. En un momento el sonarista oyó explosiones y hélices de helicópteros. Se aproximaban tres helicópteros antisubmarinos con los sonares desplegados y largando cargas de profundidad a ciegas. A medida que analizaban los sonidos y señales se daban cuenta de que los SeaKing avanzaban abriéndoles camino franco y seguro a varios buques británicos de guerra. Cuando estaban a 9.000 yardas, Maegli le dijo a su capitán: Señor, datos de blanco ajustados. El comandante gritó: ¡Fuego! Y el torpedo salió disparado con trepidaciones y ruidos escalofriantes. Llevaba consigo un cable de guía a través del cual se podía teledirigir su dirección. Pero a los pocos minutos un oficial informó que el cable se había cortado. El torpedo seguía ahora corriendo aunque de manera autónoma, y estaba programado para ir ascendiendo con el objeto de asegurar el impacto. El problema es que al hacerlo se hacía visible. En cinco minutos absolutamente todos los buques ingleses desaparecieron del sonar, y el torpedo se perdió en la nada.

"El submarino fue reduciendo su velocidad y se asentó con un golpe en el fondo de arena. Cada veinte minutos los helicópteros llegaban y soltaban sus explosivos, reemplazándose los unos a los otros en la tarea, durante horas y horas."

No era difícil para los helicopteristas ingleses ver el trazado del disparo y calcular la posición del San Luis. A Maegli se le secó la boca. Pasarían de cazadores a presas en segundos; los ingleses a gran velocidad, los argentinos en cámara lenta.

El capitán ordenó evasión a toda máquina y el sonarista dijo: Splash de torpedo en el agua. Les habían disparado y ya se sentían los sonidos de alta frecuencia que el proyectil inglés emitía al acercarse. Máxima profundidad, ordenó el comandante. Y a continuación mandó lanzar falsos blancos. Se usaban señuelos, pastillas gigantes que en contacto con el agua hacían burbujas y confundían con sus ecos apócrifos. Los llamaban irónicamente “Alka Seltzer”. Después de expulsar los dos señuelos, el sonarista informó algo que galvanizó a todos: Torpedo cerca de la popa. Maegli pensó: Cagamos, nos está persiguiendo, nos va a reventar. El sonarista agregó: Torpedo en la popa.

Diez segundos y un año después, el operador dijo con su voz metálica: Torpedo pasó a la otra banda. Una alegría silenciosa, un cierto alivio recorrió el cilindro: el torpedo inglés había pasado de largo y se perdía en el mar. Se habían salvado por centímetros.

misiles Malvinas

En ese instante mismo comenzó el hostigamiento. Los Sea King se acercaron lanzando sus cargas y sacudiendo el océano. Tiraban todavía sin tener la posición exacta del San Luis, que bajaba y bajaba. Pescaban con bombas a unos quinientos metros del mentón del teniente Maegli. El submarino fue reduciendo su velocidad y se asentó con un golpe en el fondo de arena. Cada veinte minutos los helicópteros llegaban y soltaban sus explosivos, reemplazándose los unos a los otros en la tarea, durante horas y horas. Las ondas expansivas no llegaban y entonces el máximo problema era el oxígeno. Sin poder sacar el snorkel, el dióxido de carbono subía y el peligro aumentaba. El comandante ordenó que la tripulación abandonara sus puestos de combate y se metiera en la cama: había que gastar lo menos posible. Meterse en la cama y dormir en un submarino que está en el fondo del mar y al que le siguen disparando debe ser una de las experiencias más inquietantes de la vida. A pesar de ella, Maegli pensó: el problema no es el miedo sino cómo controlarlo, y se quedó dormido.

Veintitrés horas después del primer “rumor hidrofónico”, el sonarista anunció que el área estaba despejada. El San Luis emergió a plano de periscopio, sacó el snorkel y la antena, y recibió la triste información de que habían hundido al Santa Fe en las Georgias. El teniente pensó en su amigo y en los oficiales del Endurance, y luego no pensó más que en hacerse fuerte y seguir haciendo su trabajo. Ya teníamos callosidades en el alma, ya éramos diferentes, dice hoy al recordar aquel bautismo.

Cinco días más tarde, en un teatro de operaciones infestado de naves enemigas, los sensores acústicos volvieron a detectar “ruido hidrofónico”. Posible submarino, dictaminó el operador. Y el comandante ordenó de nuevo que todos ocuparan sus puestos de combate y que el San Luis avanzara hacia el blanco, que tenía un extraño comportamiento zigzagueante.

"La prevención, el desgaste de energía y el temor que genera un submarino es terrible"

Blanco alfa muy cerca, dijo el operador. Estaba a unos 1.500 metros. Dispararon un torpedo antisubmarino de recorrido corto y escucharon una detonación tremenda. Pero nunca pudieron determinar a qué le habían pegado. En la madrugada del 11 de mayo, Maegli estaba nuevamente de guardia cuando el sonar detectó una fragata misilística que venía del este, y al poco rato otra del norte. Todos estaban en sus puestos. Y allí, provisionalmente en pausa de combate, les sirvieron un memorable arroz con tomate que los submarinistas comieron con los músculos en tensión como si fuera lo último que probarían antes de morir. Luego comprendieron que los dos buques británicos convergían sobre el estrecho de San Carlos y el capitán ordenó atacar el blanco más cercano a la costa. ¡Fuego!, volvió a gritar a una distancia de 5.200 yardas.Tardó tres minutos en cortar cable. Pero todos los tripulantes acompañaban mentalmente la corrida del torpedo. Hasta que de repente Maegli escuchó un planc. Un alarmante ruido de chapa. El sonarista informó que los blancos huían a toda máquina. El proyectil había pegado en el casco pero no había explotado. El proyectil, una vez más, no estaba en buenas condiciones. Los dos buques ingleses venían de hundir con artillería al ARA Isla de los Estados, un barco argentino que transportaba municiones y combustible de avión. Habían muerto más de veinte hombres en ese naufragio. Cuando el capitán comunicó al comando de Operaciones Navales las fallas del torpedo y les recordó las dificultades en el sistema de tiro, recibió una directiva terminante: volver a casa. Regresaban a Puerto Belgrano de noche y en silencio: no habían logrado hundir ningún buque y aunque habían generado, tal como confesaron luego los ingleses, una verdadera psicosis en el mar y habían logrado retardar con su amenaza submarina el desembarco en las islas, llevaban un regusto amargo. La prevención, el desgaste de energía y el temor que genera un submarino es terrible, me explica el contralmirante Maegli, pero se nota que aquella amargura no se le ha borrado de la boca.

Atracaron en secreto en la base naval y comenzaron a realistar el San Luis metiéndolo a dique. El teniente llegó a su departamento de casado estresado, barbudo y con la misma ropa con que había salido de Mar del Plata, y durante una semana no respondió preguntas ni salió de la cocina de dos por dos: sólo se sentía seguro en lugares reducidos. Nunca el San Luis pudo volver al teatro de operaciones. Trajeron a dos expertos para repararlo, pero tardaron cuarenta días y eso dejó al submarino y a su tripulación fuera de la guerra. El 14 de junio los tapó la tristeza. Pero Maegli siguió prestando servicio en el San Luis, y en 1983 lograron que los técnicos alemanes revisaran los mecanismos, explicaran las razones de los desperfectos en sus torpedos y en el sistema de tiro que habían fabricado, y pudieran entonces hacerse las modificaciones necesarias. Alejandro siguió una larga carrera de perfeccionamiento profesional. Fue comandante del submarino Salta, director dos veces de la Escuela de Submarinos y agregado de Defensa en Canadá. Un amigo de Ottawa le regaló un libro donde figuraban las grandes batallas submarinas de la historia. Un historiador británico, especializado en el tema, narraba allí las dramáticas aventuras de un submarino argentino que había escapado de milagro al acecho de la Royal Navy: el San Luis. Maegli no quiso leerlo así como no quiere visitar el submarino rojo que duerme en un astillero de la Costanera Sur a la espera de ser convertido en un museo o regresar al mar.

Es viejo, pero no es anticuado —lo defiende el director de Material Naval de la Armada Argentina—. Si me preguntás qué quiero te respondo algo muy simple: sólo un buen final.

Volvió al astillero para hacerse unas fotografías. Pero lo hizo a regañadientes. Las ánimas vestían de rojo. Costó hacerlo subir al puente del San Luis. Maegli finalmente subió y recordó en un pestañeo el momento exacto en el que se abrió la escotilla y salió a la luz después de 37 días sumergidos en el Atlántico Sur sin ver el océano ni el cielo ni el sol. Maegli asomó su cara agotada de 1982 y respiró profundamente. Lo sorprendió en ese momento el olor puro del mar. El imborrable olor de la vida.

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Título: La hermandad del honor. Autor: Jorge Fernández Díaz. Editorial: Planeta Argentina. Páginas: 360.

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El sueño americano

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¡Hola otra vez! Me alegra mucho volver a verte por aquí, hipotético lector o lectora. Yo debo confesar que aunque estoy de vacaciones, no he podido resistirme a pasar a saludar. Saludar y también, de paso, echar una mano a quien no acabe de decidirse entre tanto libro abarrotando las torres esas que giran en el chiringuito que hay junto a cada playa. No han sido pocas las veces que he salido de allí con varios libros, incluyendo alguno para mi mujer diciéndole: “éste te va a gustar” para terminar ella mirándome con cara de “buen intento, pero te lo has comprado para ti”. Si en la anterior entrega hablábamos de John Verdon y Sé lo que estás pensando, hoy vamos a cambiar el registro para hablar de otro bestseller que ha tenido muchísimo eco en los últimos años. Dejaremos a un lado el puro misterio para hablar de cómo son las relaciones de pareja en un pueblecito de la “América profunda”. ¿Puede una historia de amor ser un thriller? Pues sí, y de los buenos. De los mejores. Hoy es el turno de Perdida, de Gillian Flynn.

La autora americana nos cuenta la historia de amor de una pareja de neoyorkinos para los que el sueño americano se ha convertido en una auténtica pesadilla. Nick Dunne, de treinta y cuatro años, se despierta una mañana en su nueva casa. Tras quedarse ambos sin trabajo, deciden mudarse al pueblo natal de Nick, pero las cosas no terminan de funcionar. Ese día es su quinto aniversario de boda y Amy ha preparado, como es habitual, una “caza del tesoro” para que Nick encuentre su regalo. Esa mañana, mientras Nick está trabajando en el bar que regenta junto a su hermana, recibe la llamada de un vecino alertándole de que algo ha ocurrido en su casa. Nick llama a la policía pero no pasará mucho tiempo antes de que empecemos a descubrir que la vida no era como se pensaba en casa de los Dunne.

"La capacidad de Flynn para captar la atención del lector es asombrosa."

Perdida esconde mucho más que la típica desaparición de una mujer y un esposo con la palabra “culpable” pintada en la frente. Esconde mucho más que la típica historia de maltrato que hace que un matrimonio se rompa. Si pensáis que las páginas del libro esconden un guión de “telefilm de antena 3”, estáis muy equivocados. Gillian Flynn es capaz de torturar al lector con su narrativa, haciendo resonar en su cabeza las preguntas y pensamientos de Nick y de Amy. (¿De verdad pensará eso mi mujer de mí?, ¿será capaz mi marido de llegar hasta ahí?). Es aterrador ver cómo, ante algunos de los pensamientos que pasan por la cabeza de Amy o de Nick, nos sorprendemos esbozando una sonrisa cómplice. Dicen que Gillian Flynn, cuya familia está vinculada al mundo del cine, de niña ensayaba frente al espejo la sonrisa con la que Anthony Perkins cerraba Psicosis y, tras terminar de leer Perdida, no lo pongo en duda.

La capacidad de Flynn para captar la atención del lector es asombrosa. Como muestra, aquí os dejo un fragmento del párrafo que abre el libro.

“Cuando pienso en mi esposa siempre pienso en su cabeza. Para empezar, en su forma. (…)Reconocería su cabeza en cualquier parte. Y lo que hay en su interior. También pienso en eso: su mente. Su cerebro, con todos sus recovecos, y sus pensamientos yendo y viniendo por dichos recovecos como rápidos y frenéticos ciempiés. Como un niño, me imagino abriéndole el cráneo, desenrollando su cerebro y examinándolo cuidadosamente, intentando apresar e inmovilizar sus ocurrencias “¿En qué estás pensando Amy?”. La pregunta que más a menudo he repetido durante nuestro matrimonio.”

El punto fuerte de este libro es, sin duda, sus personajes. Nick y Amy, Amy y Nick… la verdad es que es bastante complicado hablar de uno dejando al otro de lado. El libro se escribe a dos voces, perfectamente diferenciadas, que otorgan a su lectura una dualidad narrativa muy original. Es algo así como un protagonismo/antagonismo cíclico en el que cada vez que termina de hablar uno de los personajes, le pasa el micrófono al otro. Son dos personajes indivisibles, con muchísimas capas en las que puedes profundizar y con una compleja psicología que va cambiando junto con la percepción de la realidad que se nos muestra. En el diario de Amy vemos cómo se desarrolla su personaje pero Nick, al mismo tiempo, describe la construcción misma de la figura de su mujer. Esta lectura paralela de la evolución y construcción del protagonista en voz de su antagonista, me parece una herramienta de narración soberbia.

Otra de las fortalezas de la narración es su estructura. Una historia a dos voces que se divide en tres partes donde cada inicio es un puñetazo encima de la mesa. Flynn ha conseguido vencer la maldición de otras muchas novelas en las que esta doble perspectiva en la narración pasa factura al final. De hecho a mí, uno de esos giros de la trama me estalló literalmente en la cara. Cuando llevas tantos libros de este estilo a las espaldas, desarrollas ese olfato que todos tenemos y que nos empuja a vaticinar como terminará la historia. Yo estuve continuamente barajando diferentes posibilidades, para terminar encontrándome con uno de los finales más originales que he leído dentro del género. Parece que ese bloqueo creativo sufrido por la autora y relatado en los agradecimientos del libro, le vino bien para diseñar un final que no entraba en absoluto en las quinielas.

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Gillian Flynn también es capaz de provocar que el lector tenga que mojarse. Esa es otra de las cosas que me ha enganchado de este libro. La autora sublima el concepto de “lector activo” y le hace posicionarse en cada razonamiento. Le hace opinar.

“¿Quién selecciona el porno para los centros de fertilidad? , ¿quién juzga qué material es susceptible de resultar estimulante para los hombres sin resultar excesivamente degradante para todas las mujeres que aguardan fuera del pajeadero, las enfermeras, las doctoras y las esperanzadas y hormonadas esposas?”

Es algo recurrente en todo el texto. Nos convierte en cómplices, nos exige que emitamos juicios a favor o en contra de los personajes, en definitiva, que nos impliquemos. Hasta ahí todo bien, pero Flynn no se conforma con eso. Nos manipula como a una víctima más, enredándonos en una compleja red de mentiras y apariencias. A medida que avanza la trama tomamos diferentes rumbos, y en función de nuestra propia experiencia personal nos posicionamos en un lugar o en otro. En un momento estamos a favor de alguien y al pasar la página, lo sentenciamos. Pero la cosa no termina ahí, porque la autora eleva el veredicto a toda la sociedad de clase media americana, haciendo de Perdida una crítica brutal hacia los medios de comunicación y su influencia sobre la opinión pública. Nos cuenta cómo los programas televisivos populares de moda en la América rural, eligen a amas de casa de mediana edad sin nada que hacer como audiencia objetivo, empujándola a emitir un veredicto sobre el tema a tratar, de manera casi dirigida. Nos cuenta cómo la sociedad disfruta haciendo juicios paralelos sin ocultar el gozo de las masas ante cualquier condena mediática.

"Perdida es un thriller donde el amor y la muerte se encuentran a muy poquita distancia. Una historia de amor obsesivo aderezada con una gran dosis de suspense."

La crisis que asola Norteamérica planea sobre toda la historia. El empobrecimiento de la gente, grandes ciudades en las que profesionales altamente cualificados pierden sus puestos de trabajo, familias desahuciadas y urbanizaciones enteras vacías donde la gente vive de subvenciones y en busca de la oferta más barata, son los hechos que van describiendo cómo el sueño americano se hace añicos para gran parte de la población. Y justo en el centro de esa sociedad, se encuentran nuestros protagonistas. El gran sueño americano se convierte en una pesadilla.

perdida gillian flynn portadaComo asiduo al thriller, me costó identificar la presencia de elementos propios de la literatura romántica en esta obra, pero los hay. Al estar vestido todo con una investigación policial, cuesta un poco ver cómo se disecciona la institución matrimonial. La autora pone de manifiesto aspectos del matrimonio tan tangibles y oscuros, que nos costaría admitirlos en la vida real, pero que son esenciales para su funcionamiento. El descubrimiento de los defectos de la pareja para retorcerlos y usarlos en su contra, los celos y el deseo de poseer el cónyuge perfecto, parecen ser moneda corriente en el relato de Flynn. Parece que la autora quiere contarnos que el matrimonio es algo peligroso porque estás unido a alguien que sabría pulsar cada una de tus teclas para llevarte al límite.

En resumen, Perdida es un thriller donde el amor y la muerte se encuentran a muy poquita distancia. Una historia de amor obsesivo aderezada con una gran dosis de suspense. Una historia de personajes en la que, al más puro estilo de Patricia Highsmith, la maldad y la psicopatía están muy presentes en todos los personajes de Flynn. Una crítica a los medios de comunicación y a la sociedad americana actual. Si queréis una historia que os ponga al borde del asiento, que os haga pensar en qué haríais vosotros en esa situación y sobre todo en qué sería capaz de hacer la persona que tenéis al lado, no dejéis pasar este libro. Leedlo y después… ¡venid a contármelo!

¡Buena lectura y buen verano!

Autor: Gillian Flynn. Título: Perdida. Editorial: Roja y negra. Edición: Papel y ebook

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El niño terrible y la escritora maldita

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El niño terrible y la escritora maldita, novela de Jaime Bayly, cuenta la historia de un amor improbable y escandaloso, el del niño terrible y la escritora maldita, que parecen padre e hija, viejo verde y lolita insaciable.

 

Casandra tenía la rara habilidad de volverme loco, sacarme de quicio, hacerme perder los papeles. Estuvimos casados cuatro largos años y nos divorciamos en Miami, siendo padres de dos pequeñas hijas. Casandra volvió a Lima, a la casa hacienda de su madre, y se acomodó en una pequeña casa de huéspedes, colindante con un vivero de su padrastro y su madre. Parecía un buen lugar para vivir tranquilamente. Pero no estaba tranquila porque su madre se inmiscuía en sus asuntos, le sacaba ropa del clóset, le cambiaba la decoración de la casa de huéspedes, creaba toda clase de fricciones y conflictos debido a su carácter autoritario y sus ínfulas de dueña de casa. Casandra sentía que no tenía una casa propia, que vivía en la casa de su madre, y eso la humillaba y hacía infeliz.

Yo vivía en Miami y viajaba a Lima cada tres semanas a visitar a mis hijas Carmen y Pilar. Me alojaba en un hotel frente al campo de golf del club Andrómeda y trataba de hacer reír a las niñas, que estudiaban en un colegio a pocas calles de la casa hacienda donde vivían. Casandra me insistió tantas veces que tenían que irse de allí, pues la convivencia con su madre era insoportable, que terminé cediendo. Había ahorrado medio millón de dólares haciendo periodismo en la televisión de Miami. Casandra sabía que tenía ese dinero y no perdió tiempo. Me dijo que el padre de una íntima amiga suya, Karina Larraín, con quien había estudiado en el colegio, estaba construyendo un edificio frente al club de golf Andrómeda y quería vendernos (no dijo venderme, dijo vendernos) el penthouse, que, según dijo, tenía tres pisos, del once al trece, y unas vistas maravillosas.

A insistencia de Casandra, fuimos al edificio de Eugenio Larraín. Me pareció un hombre educado, amable, encantador. Había construido el inmueble sobre el terreno en el que vivió muchos años y pensaba ganar dinero vendiendo los apartamentos y quedándose a vivir en uno de ellos, y en otro viviría su hija Karina, la amiga de Casandra. El edificio estaba ya construido, pero sin acabados ni terminaciones. Subimos fatigosamente por las escaleras hasta el penthouse y nos explicó cómo era la distribución de los cuartos, los baños, cómo en el último piso podíamos tener una piscina, un gimnasio y un jardín de invierno. Me dijo que el precio era medio millón, pero que a mí, por ser esposo de su amiga de toda la vida Casandra Maldini (en realidad éramos ya ex esposos, pero mucha gente nos seguía viendo como esposos y no tenía sentido aclarar las cosas), me lo dejaría en trescientos cincuenta mil, si los pagaba al contado. Le pedí que me diera unos días para pensarlo.

Casandra presionó para que lo comprásemos. Le parecía perfecto para que ella y las niñas tuviesen independencia de la casa hacienda de su madre y siguieran cerca del colegio, y yo tuviese uno de los tres pisos para cuando llegase a Lima a visitarlas cada mes. Esa noche, atormentado por la decisión, no pude dormir. Al día siguiente firmé los papeles, me comprometí a pagar trescientos cincuenta mil dólares apenas llegase a Miami en pocos días. Así fue, llegué a Miami y transferí ese dinero a la cuenta de Eugenio Larraín, quien me prometió que el apartamento estaría listo a fin de año. Nunca estuvo listo, nunca me lo entregó, el edificio quedó paralizado por falta de financiación para terminarlo, Larraín se peleó con su socio, se enjuiciaron, el socio se quedó con el edificio y yo terminé comprando un apartamento a un señor que no era dueño de nada. Me estafaron, fue la primera vez que me estafaban. Perdí casi todo lo que había ahorrado en años de trabajo en la televisión de Miami. Eugenio Larraín desapareció, le echó la culpa a un banco, a su socio, y nadie me devolvió un centavo ni me dio el apartamento soñado.

Cada tanto me encontraba con Karina Larraín en los vuelos entre Miami y Lima porque su esposo era piloto y ella fingía no verme y no me saludaba. Casandra siguió viviendo furiosa y humillada en la casa del vivero que no estaba a su nombre y era parte de la casa hacienda de su madre, y yo seguí quedándome en el hotel Andrómeda, a pocas cuadras del edificio que me recordaba lo idiota que podía ser, lo fácil que había resultado estafarme. Por lo visto no estaba en mi destino comprar una propiedad en Lima y disfrutar de ella. Solo había sido propietario de un apartamento en la calle Mercurio de Miraflores. Lo compré por veinte mil dólares, lo amoblé mínimamente y cuando Vargas Llosa perdió las elecciones decidí irme del Perú a vivir en España y lo vendí por los mismos veinte mil dólares. Nunca más fui dueño de una propiedad en Lima, y el apartamento que le compré a Eugenio Larraín vino a recordarme que en Lima lo que podía salir mal, salía peor, y lo que podía salir bien, salía mal. No enjuicié a nadie, me tragué el sapo y traté de olvidar el asunto. Pero una estafa así no se olvida, te queda el rencor, y en mi caso el rencor no era tanto contra Eugenio Larraín ni su hija Karina sino contra Casandra, por haberme metido en ese enredo estúpido.

Casandra y yo nos separamos tras cuatro años de matrimonio, casi cinco, porque yo quería vivir por mi cuenta y echarme un amante y ella no toleraba vivir sola con las niñas en Miami, y entonces, derro­tada, decidió volver a Lima. Le rogué que no lo hicie­ra, le dije que sería un error, pero ella no soportaba la idea de quedarse cuidando a las niñas y darme la libertad de buscar otras formas de amor. «Me senti­ría tu empleada», dijo, y lo empacó todo y volvió a Lima.

Me quebraba y lloraba cuando entraba en el cuar­to de mis hijas y no las encontraba, fue duro, ya esta­ban en mi corazón, y ahora, si quería verlas, debía to­mar un avión a Lima, precisamente a Lima.

Pero eso no fue lo peor de todo, sino que Casan­dra decidió vivir en la casa de huéspedes de la man­sión de su madre, en la periferia de la ciudad. Esa casa de huéspedes, rodeada de un vivero, se hallaba deshabitaba y ruinosa, a punto de derrumbarse. Ca­sandra decidió instalarse allí. Me pareció un error y se lo dije, pero comprendí que era una mujer herida y necesitaba sentirse acompañada por su familia y la ayuda doméstica, que era en verdad otra familia (y a menudo más noble y leal que la biológica).

Casandra y yo reconstruimos por completo la casa de huéspedes, ampliándola, cambiándole te­chos, pisos y paredes, modernizándola, decorándola y llenándola de aparatos modernos. En realidad todo lo hizo Casandra, tan hacendosa, yo me limité a pa­gar, quejarme y pedirle cada tanto que volviera a Miami. La casa quedó preciosa, en medio de un vive­ro lleno de flores exóticas, un lugar paradisíaco para nuestras hijas.

Pero como nada es perfecto, allí estaba la madre de Casandra entrometiéndose, intrigando contra mí, tratando de conseguirle novios ricachones, cambian­do la decoración, sacando ropa del clóset de su hija sin pedirle permiso, diciéndole cuando peleaban (es decir, cada tres días) que esa casa era de ella, su te­rreno, legalmente suya, y no de Casandra.

Con el tiempo hicimos más reformas a la casa y quedó muy linda; hasta salió en la televisión en un programa de casas ejemplares, y además tenía la ventaja de estar a un paso del colegio de las niñas. Y un día, a poco de esa exhibición de la casa en la te­ levisión, que tanto orgullo dio a Casandra, su padras­tro me echó de la casa (la casa que habíamos recons­truido con mi dinero), acusándome de haber dejado «como una puta» a Casandra en una novela, y yo aguanté la humillación y me fui en silencio, mientras mis hijas veían perplejas la escena.

Pero todo dura lo que tiene que durar y después de tanto tiempo, ya mis hijas adolescentes, ya Casan­dra con cuarenta años y harta de los desatinos de su madre, ocurrió lo inevitable: me pidieron que les comprase un apartamento en la calle Marte.

No lo dudé. Era lo que, como padre y amigo, de­bía hacer. Casandra encontró un apartamento en Marte, primer piso, todavía en construcción. Decidi­mos comprarlo. Luego nos animamos a comprar otro en el piso de arriba para que yo pudiese quedarme allí y no en un hotel cuando visitase Lima.

Ya estaba todo listo para firmar cuando llamé a Casandra y le dije un par de cosas que creí razona­bles, sin imaginar que originarían una pelea.

Le dije: «Ya que vamos a ser vecinos, es bueno que sepas que cada uno preservará su libertad amo­rosa y sexual. Tú puedes hacer lo que quieras con quien quieras en tu apartamento y yo lo que quiera con quien quiera en el mío.»

Su respuesta me resultó inesperada: «En ese caso prefiero la distancia, que vivas lejos.»

Me dejó perturbado. Me pareció incomprensible que, después de tantos años separados y divorcia­dos y siendo buenos amigos, se negase a respetar mi libertad como yo respetaba la suya, solo porque se­ríamos vecinos.

Luego le dije: «Si vamos a tener un hijo, como ha­bíamos acordado, seguiremos siendo amigos y cada uno será libre sexualmente.»

Me dijo: «Yo jamás tendría un hijo con un amigo.»

Sentí que no era aceptable que después de tantos años como amigos me dijera cosas tan hirientes, por­que yo pensaba darle un hijo como un acto de amor puro y bello precisamente porque se lo daría como amigo, sin recortar sus libertades, solo porque la quería y sabía lo buena madre que era.

La conversación duró tres horas, terminó a gritos, ella insultando a mi novio Leopoldo («solo quiere tu dinero»), yo diciéndole cosas mezquinas («eres tú quien solo quiere mi dinero, él me ama de verdad»), y entonces, ya enfurecido, le dije que, dadas las cir­cunstancias, había decidido no comprar ningún apartamento, pues ella acababa de demostrar que no era mi amiga, y en consecuencia se quedaría vi­viendo con las niñas en la casa del vivero. Eran las seis de la mañana, salí a comprar los diarios y tomar un jugo de naranja y pensé que Casandra nunca se­ría capaz de entenderme y quererme bien, me que­ ría pero de una manera obsesiva, autodestructiva.

Como el amor a mis hijas prevalecía sobre todas las miserias que nos envenenaban a su madre y a mí, al día siguiente le escribí, ya descansado, diciéndole que había reconsiderado mi posición, comprendía que te­nían que mudarse a Marte y estaba dispuesto a com­prarles un apartamento en ese edificio, pero renuncia­ba a la ilusión de ser su vecino y tener un hijo con ella y prefería seguir quedándome en ese hotel tan lindo, el Neptuno, donde me mimaban como un principito o una princesita los domingos que pasaba en Lima.

Casandra tuvo la nobleza de disculparse, decir­ me que quería ser mi socia y amiga, no mi pareja, y estaba feliz con la idea de comprar el apartamento.

Entonces, en un arrebato de optimismo, dije que lo mejor era que comprásemos los dos y dejásemos el otro vacío, como inversión, para que eventualmen­te pudiese irme a vivir a ese apartamento y fuésemos amigos y vecinos, queriendo de paso a las eventua­les parejas o novios que nos reservase el destino, que es así como debíamos educar a nuestras hijas: el amor se funda en la amistad incondicional y el sexo es solo una prolongación traviesa y a veces fugaz de esa amistad.

Sinopsis: Jaime Bayly, periodista, escritor, niño terrible de la televisión, bisexual, divorciado, padre de dos hijas, con novio fuera del clóset, se enamora repentinamente de Lucía Santamaría, una estudiante de psicología de apenas veinte años que sueña con ser una escritora maldita.

Nadie parece entender a Bayly: ¿cómo es posible que un cuarentón casi gay, con novio desde hace años y dos hijas encariñadas con este, anuncie de pronto en televisión que se ha enamorado de una joven de la que podría ser el padre y poco después haga alarde de que está embarazada? Nadie parece entender a Lucía: ¿cómo es posible que una joven de veinte años, la más bonita del colegio, la más bonita de la universidad, perseguida por los chicos más guapos, con aires de niña mala, se enamore de un hombre con fama de gay que podría ser su padre?

Título: El niño terrible y la escritora maldita. Autor: Jaime Bayly. Editorial: Ediciones B. Edición: Papel y Kindle

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Cómo explicarte el mundo, Cris

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Reproducimos el prólogo y las primeras páginas del libro de Andrés Aberasturi Cris y AndrésEn el cual el periodista narra la relación con su hijo que nació con parálisis cerebral.

Prólogo

Cris y Andrés

Un libro como el de Andrés Aberasturi difícilmente soporta un prólogo. Más aún: añadir algo puede estropearlo, interponer un cuerpo extraño entre él y su hijo Cris. La mirada externa, sin embargo, tiene la capacidad de aportar, desde el juego que deja toda reflexión o escrito, un punto de vista que, quién sabe, importa.

Y lo que en este caso importa consiste en mostrar cómo el desnudo de Andrés no es sino para vestir a su hijo. Solo que al igual que en la dialéctica del amo y del esclavo el que acaba vestido es el mismo Andrés. Y por medio un asunto esencial: la tal vez imposible comunicación.

Comunicarse es la tarea más difícil que se nos ha encomendado. La distancia entre cada uno de nosotros es infi nita. No salimos de nuestra piel. Únicamente nos asomamos a los demás. Andrés intenta dar un salto mortal en una batalla heroica y fundirse con Cris. Su hijo no le habla. Una parálisis cerebral que le acompaña desde el nacimiento es la causa de que no le diga palabra alguna o gesto que sea posible interpretar como algo pleno de sentido.

Pero Andrés le hace hablar. A sus manos, a su silla, a sus movimientos, a su siempre implorada sonrisa, a su mutismo, Andrés les da vida. Y desde esa lucha contra el mundo se disparan las preguntas de un padre que, al final, son las de quienes habitamos este frío planeta. Se trata de esa cadena de «porqués» que no acaba nunca. Y todo ello con miedo, nuestro gemelo desde que nacemos, con culpa, carga que nos aplasta, con desesperación.

Causa ternura y dolor contemplar cómo Cris inunda toda la vida de Andrés. Y causa admiración cómo nuestro autor logra decir, con palabra dolorida, clara, contundente, atrevida y valiente, que cada uno de nosotros, de una u otra manera, somos Cris. Por cierto, Dios calla, no abre la boca y no sabemos, parece que no, si le llegan nuestras plegarias o nuestras blasfemias. Pero Andrés no calla. Se ha desdoblado, ha dicho su palabra. Y esta nos interpela, nos angustia, nos coloca junto al abismo. Solo que en este libro, excelente libro, también hay una rampa de salida. Es como si resonara Machado: «Hoy es siempre todavía».

Gracias Andrés por tu sabiduría de corazón y por tu inteligente relato.

Javier Sádaba

Advertencia

Lo que viene a continuación no me parece fácil de clasificar: ni es un diario en el sentido estricto, ni mucho menos pretende ser un ensayo; tal vez solo sea una reflexión desordenada escrita día a día donde los pasados se mezclan con el presente y no hay un hilo argumental salvo la humilde intención de dejar el testimonio real de una parte de la verdad; puede parecer en ocasiones duro, pero, para ser honesto conmigo mismo, no me puedo permitir ser complaciente.

Días antes de dar por concluida la historia que se cuenta —en realidad, no hay fin ni principio, es, por vocación, la instantánea de un tiempo—, Muñoz Molina escribía en El País un hermoso artículo lleno de dignidad bajo el título «Formas de olvido», refiriéndose a la barbarie terrorista de ETA, que concluía así:

Sesenta años es una rara edad que antes cumplían otros. Ahora que soy yo quien llega a ella me doy más cuenta de la responsabilidad cívica de contar con veracidad lo que uno ha vivido, lo que desaparecerá o se tergiversará más fácilmente si uno no lo atestigua, la atmósfera y la tonalidad y los sonidos y los olores de un tiempo, la memoria precisa de los justos y de los canallas.

Me parece esencial esta verdad y puede ser válida para justificar casi la obligación de, llegado el momento, escudriñar y dejar testimonio de una realidad —en mi caso mucho más íntima— pero que me parece necesaria por cuanto tendemos a movernos entre espejos deformantes.

Tengo sesenta y siete años, y esa es una edad que bordea ya el comienzo de la vejez —siendo generoso—. Da igual cómo se sienta uno por dentro o las poses que adopte hacia fuera. La realidad se impone y, como digo en la primera página del libro, conviene morir con todo dicho.

Hasta hoy —casi tres años después de comenzar— que cierro sin más esta especie de carta, llevamos treinta y seis años compartiendo la vida con el segundo de nuestros hijos que nació con parálisis cerebral y que siempre ha sido absolutamente dependiente. Hace dieciocho años escribí un primer libro dedicado a él, un largo poema que concluía con estos versos:

Duerme ahora, mi niño,

duerme,

porque tú eres la paz.

Duerme, gorrión inmóvil.

Duerme, ángel mío,

duerme, mi niño,

duerme,

porque tú eres la paz, hijo mío,

porque tú eres mi paz.

Nada ha cambiado en ese sentimiento; Cristóbal (Cris para nosotros) sigue siendo parte esencial de nuestras vidas y la última razón de esa paz interior que es compatible con la lucha cotidiana, con el desasosiego, con una visión del mundo que ha dejado de ser airada pero que ya no puede ni quiere seguir desenfocando la realidad. Esto es «la atmósfera y la tonalidad y los sonidos y los olores de un tiempo» —como señala Muñoz Molina—, de un tiempo que ni fue ni es fácil, ni justo, ni benéfico.

En esta reflexión no hay fechas porque todo es un presente continuo. Tampoco hay más correcciones en su redacción que las puramente ortográficas y soy consciente de las frases inacabadas, de las repeticiones excesivas de algunas expresiones, del aparente caos de la escritura y, en fin, de todas las imperfecciones que objetivamente pueda tener como texto literario. También de los excesos. Pero así lo escribí porque así se fueron sucediendo los días y las cosas, los presentes y los recuerdos y creo que respetar el original tal cual fue es un ejercicio de sinceridad, sobre todo conmigo mismo.

Han sido casi tres años de dudas porque sé que esto, lo que sea este libro, no es fácil de asimilar y carece tal vez —yo no lo creo— de un mensaje positivo. Pero cuento la verdad —mi verdad— de una relación narrada sin adornos no para tranquilizar a nadie, sino más bien como un grito callado y humilde —y, para mí, necesario— con el que alguien, no lo sé, pueda sentirse de alguna forma identificado.

Quedan, pues, advertidos.

 

EL MUNDO

¿Cómo explicarte el mundo, Cris? ¿Cómo explicártelo? No me refi ero a los grandes problemas del planeta, a la pavorosa injusticia social, al horror de las guerras, los niños que se mueren de hambre entre la indiferencia y el olvido de todos, las grandes migraciones de seres humanos en busca de paraísos que no existen. Hablo de nuestro mundo pequeñito, del mundo al que llegaste como una sacudida aquel día 10 de enero del ochenta. ¿Cómo explicártelo, Cris? ¿Cómo desentrañar para ti, con tan solo palabras, este entramado absurdo, abrumador, contradictorio? ¿Cómo desmadejar a estas alturas los misterios y las contradicciones, la angustia que es el telón de fondo de esta tierra que habitas sin haberlo elegido, esta tierra que palpita contigo y a la vez te resulta tan brutalmente ajena? ¿Cómo explicarte la vida, Cris, esa permanente agitación convulsa en la que participas tan de lleno y que sin embargo ignoras, ausente en una parte y presente en otra? No entiendo muy bien por qué este intento inútil, sin sentido. Escribo —y es justo decirlo— después de una cadena negra de desgarros, amortiguado el corazón, adormecido —que no muerto— mientras la razón intenta poner luz en los rincones más oscuros de nuestra breve historia. Escribo no sé si para tratar de explicarte el mundo que habitamos o es esta sucesión de dudas y derrumbamientos, esta necesidad de romper de una vez tantos espejos deformantes que nos hemos ido construyendo hasta llegar a aceptar, con una sencillez obligada y en la que no creo, lo que moralmente resultaría inaceptable. Tal vez todo esto no sea más que un intento para purifi car mi propia miseria, mi vulnerabilidad, una catarsis que me ayude a contar la realidad tal cual fue, la realidad que es, la de hoy, la de antes, la que nos queda aún y que no puede ser mucha para ninguno de los dos, hijo. Quizás empiezo a escribir esta memoria o carta o testamento porque creo que es preciso morir con todo dicho y ya va siendo urgente comenzar y concluir esta tarea.

 

LA VEJEZ

Me estoy haciendo viejo, hijo, y la vejez es muchas veces un territorio que se hace cada vez más inhóspito, en el que se van desmoronando los recuerdos hasta dejarte solo frente al presente, contra el presente que se deshilvana, que se va destruyendo pedazo a pedazo sin estrépito hasta que te aleja de todo aquello que has amado y que es lo único que al fin justifica una vida, hasta que levanta un muro atroz entre tú y el pasado y termina recluyéndote en ese gueto de soledad y silencio en el que solo se vive el instante que se vive, solo ese, solo ese sin más, sin nada más que ese segundo que te conecta con la realidad y te abandona en el segundo siguiente y el anterior ha dejado de existir.

Los últimos meses de tu abuela los reduje en unos pocos versos que aún hoy se me revuelven:

Su tiempo final

fue solo un laberinto de cables y gusanos,

un pánico infantil,

una demencia oscura.

A veces la vejez

es una casa llena de horror y desamparo

una soledad que habitan los fantasmas.

(Descolgada

por detrás de sus ojos

estaba la locura).

Al final solo está la muerte, la muerte desde el principio ahí, esperando.

Creo que no la temo, Cris; ni a la mía ni a la tuya. O al menos eso es lo que quiero pensar, para eso me llevo preparando meticulosamente desde hace algunos años; pero no lo sé, no sé si ese proceso de aceptación servirá realmente para algo. Y las dos, tu muerte y la mía, se van acercando cada día y tal vez sean parecidas. No lo sé.

Porque cada vez sé menos, cada vez son más las incertidumbres, las dudas. El hombre regresa a su interior siempre lleno de respuestas que luego no sirven para nada. El camino que uno anda no va a ninguna parte y los paisajes son solo decorados que se montan y se queman y se vuelven a montar; cartón piedra y mentiras para justificar esta tarea incoherente que es vivir.

Los otros; están los otros, claro, los que sufren, los oprimidos, los buenos. Los otros no son el infierno; Sartre se hartó de explicar esta afirmación lejos del frívolo reduccionismo con que pasó a los libros de citas: los otros son en el fondo aquello que hay más importante en nosotros mismos para nuestra propia conciencia de nosotros mismos, es decir para la imagen que nosotros tenemos de nosotros mismos y del mundo.

Pero no es este el momento para semejantes cavilaciones. Decía que no, que el infierno no eran los otros y merece la pena luchar por las víctimas de este mundo injusto sin esperar nada a cambio, al margen de dioses y promesas, de paraísos, de agradecimientos inútiles y vacíos.

LOS OTROS

A veces pienso, Cris —y debe ser cierto—, que eres un privilegiado pese a todo. Y esa idea, que acepto, me llena de estupor y de rabia. No sé si de odio porque según pasan los años me hago más radical pero a la vez más tolerante. En casi la vejez ya no hay razones para engañarse, para asomarse a un espejo y negar la realidad de este hombre cansado y final que te mira de frente y que no quiere ya seguir mintiéndose.

Es un disparate pensar en ti como un privilegiado y, sin embargo, debe ser cierto.

Lo es.

Si de verdad tuviera que explicarte el mundo, todo podría reducirse a una palabra: infamia («Descrédito, deshonra. Maldad o vileza en cualquier línea»). Y, pese a todo, me has visto sonreír, buscar la paz, vivir como si todo, incluida la intervención del hombre en el mundo, resultara gratificante y tranquilizadora. Y no te he engañado. Lo malo es la distancia, la Historia con mayúscula; el desastre comienza cuando te alejas un poco de tu entorno de confort y tomas conciencia de todas las barbaries, del silencio de los pobres y la impunidad de los poderosos. Vivimos en un mundo infame, inaceptable aunque lo admitamos, radicalmente injusto. Todo esto tendría que explicártelo más profundamente, ahondar en esta visión y mis razones, pero esto no pretende ser un ensayo, sino solo una carta sencilla, el diario sentimental de las vidas que crecen a tu alrededor y que sufren, aman, ríen, sueñan y se contradicen cada minuto y se asombran aún de este absurdo general que es la vida. Y vuelvo a ti, elegido entre los elegidos, cara y cruz de este mundo dual.

Porque lo que parece un disparate —y realmente lo es— se hace verdad doliente e injusta: pese a todo, hijo, eres un privilegiado si te comparas con millones de hijos, tan hijos de otros como tú lo eres mío, y que sufren hasta lo increíble, hasta límites que nos deberían llenar de horror y de vergüenza mientras yo reclamo para ti derechos, medicinas, cuidados que aminoren cualquier sombra de dolor. Pero están ellos, tan inocentes como tú, careciendo de todo. Mueren de hambre, de sed, de olvido, de guerras.

Hay tanto horror en sus ojos sin odio, hay tanto vacío de esperanza, da igual. Tienes derecho y toda la atención que te mereces es justa y necesaria.

(Pero también lo es la de los otros).

Portada Cómo explicarte el mundo, CrisSinopsis de Cómo explicarte el mundo, Cris: El periodista Andrés Aberasturi presenta su nuevo libro Cómo explicarte el mundo, Cris, un testimonio de la vida junto a su hijo Cristóbal, que nació con parálisis cerebral hace más de treinta años. 

Aberasturi, autor de las páginas honestas y sin adornos que publica ahora La Esfera de los libros, pretende dejar testimonio de una parte de su verdad, la considera esencial para combatir el desasosiego. «Andrés hace hablar a Cris. A sus manos, a su silla, a sus movimientos, a su siempre implorada sonrisa, a su mutismo, Andrés les da vida», como bien explica Javier Sádaba en el prólogo.

Autor: Andrés Aberasturi . Título: Cómo explicarte el mundo, Cris. Editorial: La Esfera de libros. Edición: Papel y kindle

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Los zombis en la literatura

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Nueva recomendación del booktuber mexicano El Poyo. Primero fue Stephen King y ahora le toca el turno a un escritor español: Manel Loureiro, autor de novelas de zombis y que ha conseguido meter sus libros en las listas de los más vendidos en Estados Unidos.

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Letras clandestinas

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A tres metros sobre el cielo, la primera novela del escritor italiano Federico Moccia, que había sido rechazada por todas las editoriales italianas, se distribuyó durante ocho años por medio de fotocopias entre estudiantes, hasta que el padre de una de esas estudiantes, director de cine, vio el potencial del texto para la gran pantalla y decidió convertirlo en película. En ese momento fueron varias las casas editoriales que dieron el sí quiero a uno de los últimos bestsellers de la literatura romántica (más de un millón de ejemplares vendidos en Italia).

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Esta reflexión sobre libros que se han difundido en la clandestinidad viene a colación de la exposición Letras clandestinas que el Ayuntamiento de Madrid ha organizado en la Imprenta Municipal Artes del Libro (c/Concepción Jerónima, 15) y que podrá visitarse hasta el próximo 30 de octubre.

Repasando algunas de las obras literarias y humanísticas que han sido difundidas por cauces no oficiales, uno de los ejemplos más claros lo encontramos en Francia. Arturo Pérez-Reverte rinde homenaje en su novela Hombres Buenos a una de las grandes obras que se difundieron en la clandestinidad debido a la oposición ideológica de la clase política y eclesiástica, L’Encyclopédie (1751).

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Títulos muy conocidos como El Buscón de Quevedo se movió durante un tiempo en clandestinidad y otras obras de carácter más político, filosófico o ideológico como El capital y algunos títulos de Rousseau tuvieron que difundirse con este método por razones obvias (pueden conocer el listado de libros prohibidos por la Iglesia católica si visitan el Index librorum prohibitorum, que continuaba editándose a finales del siglo XIX). Textos de Lutero o de Erasmo de Rotterdam llegaban a España procedentes de imprentas clandestinas de Flandes.

Manuel Orteu Berrocal publicó hace tiempo un excelente trabajo sobre obras literarias que se difundieron durante el periodo de Carlos IV. Desde los papeles sediciosos, las obras satíricas contra el poder imperante (casi todas ellas anónimas), los libelos, pasquines, hasta los comités que se crearon en Bayona y Perpiñán para difundir las ideas de la Revolución Francesa tras el triunfo de la Gironda. Gracias a estos comités que estaban compuestos por imprentas propias, servicios de correos y colaboradores profesionales – editores, traductores, correctores de textos…- llegaron a difundirse muchas de las ideas revolucionarias que comenzaban a dar los últimos puntapiés al Antiguo Régimen en Europa. Destaca Orteu Berrocal en su trabajo los principales autores franceses cuyas obras habían sido prohibidas por la Inquisición: Voltaire, Rousseau y Montesquieu. En aquella época se llamaban “obras filosóficas” a todo tipo de texto que se movía en secreto (desde textos filosóficos de los autores antes citados, hasta novelas pornográficas, utópicas o de crítica política).

Dibujo del Marques de SadeMención aparte merecen los textos eróticos. El autor inglés Henry Miller también utilizó la clandestinidad para dar a conocer sus títulos (gracias a la imprenta parisina Olympia).Otros títulos eróticos que se movieron en secreto con el tiempo se han convertido en auténticos clásicos del género: Fanny Hill de John Cleland, Delta de Venus de Anaïs Nin (que se publicó oficialmente en 1970, treinta años después de la muerte de su autora), Justine o los infortunios de la virtud del Marqués de Sade (cuyo primer borrador fue escrito en la cárcel),etc.

Portada de Teresa la filosofa de Jean Baptiste Boyer

Se data en 1812 la primera publicación pornográfica en España, Teresa la filósofa de Jean-Baptiste Boyer; el único ejemplar existente de este clásico erótico francés se vendió en 1919 perdiéndole la pista en ese momento. También Diderot publicó en clandestinidad literatura erótica (La religiosa) y hay rumores de un apócrifo erótico de Moratín. Con el reinado de Isabel II se fueron permitiendo poco a poco las obras eróticas y sus ilustraciones que posibilitaron la difusión de obras “legales”. A finales del siglo XIX encontramos una obra que destaca sobre las demás, Los Borbones en pelota, de Valeriano Bécquer (hay quien dice que cuenta con la colaboración de su hermano Gustavo Adolfo, aunque no hay constancia de ello). Hoy día quizá publicarían esta obra (que se puede ver en la Biblioteca Nacional) Mongolia o El Jueves. Si le interesa al lector este tipo de publicaciones le recomiendo investigue la obra de Eusebi Planas, uno de los principales ilustradores del género en esos momentos.

 

En las circunstancias más adversas los libros secretos, además de ser una ventana al mundo, aportan consuelo y esperanza. En el campo de concentración de Mauthausen llegó a formarse una auténtica biblioteca clandestina con más de 200 obras clásicas de autores como Zola, Víctor Hugo, Gorki o Stendhal.

Durante la Guerra Fría se popularizaron los Samizdat (copia y distribución clandestina de literatura prohibida por el régimen soviético y por el Bloque del Este) que contribuyeron, por citar alguna, a la difusión de la novela clásica Un día en la vida de Iván Denísovich, de Aleksandr Solzhenitsyn (Premio Nobel de Literatura en 1970). Esta obra narraba la dura vida dentro de los campos siberianos de trabajo forzado del sistema Gulag en los 50.

Publicacion clandestina polaca  samiszdatpolaco

Los sermones de Jomeini en Irán (que provocaron su expulsión del país) y la publicación de Los versos satánicos del escritor Salman Rushdie (que fue por ello condenado a muerte y obligado a un exilio forzoso) son algunas otras obras que se han movido en la clandestinidad (en el caso de Jomeini incluso en formato cassette).

Todos estos libros al servicio de la información, del conocimiento, de la libertad de expresión, de la difusión de ideas, del placer y el entretenimiento, del consuelo del alma,… ¿qué sería de nosotros sin la lectura de estos libros?

Si el lector desea adentrarse más en este tema, recomiendo (además de la visita a la citada exposición) la lectura de El hereje de Miguel Delibes. Una delicia literaria que fue Premio Nacional de Narrativa en 1999.

 

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“Mañana hará malo”

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Anoche me contemplé nadando en el mar. Era esa duermevela imprecisa en que no se sabe si la escena es sueño, recuerdo o deseo.

Un hombre en el mar. Aguas adentro. En la inmensidad. Solo.

Desde la orilla, desde la ladera, no apreciaba si nadaba o estaba boca arriba mirando el firmamento. Venus, quizá. Puede que tuviera los ojos cerrados y me dejara llevar.

Qué minucia la del hombre en el mar. Todo es inabarcable, inasible. Nada en la nada.

***

"Hay que tener pasión por una cosa, si no… Es lo más importante. Y no pedir favores, no deber nada a nadie porque si lo haces es como si tuvieras una cuerda en el cuello"

Lo dijo Nuncio Catena, un hombre de 1940. “Mañana hará malo”. Fue marino y los barcos le llevaron a Barcelona, Valencia, Málaga y Argentina. Así aprendió un español más que correcto que recupera en la tarde crepuscular. Lleva postrado en una silla de ruedas desde hace 23 años. No lee libros ni periódicos porque “sólo hablan de dolor, de melancolía”, evoca un barco de vela (“no me fío de los de motor”) y confiesa que engendró tres hijas.

“Hay que tener pasión por una cosa, si no… Es lo más importante. Y no pedir favores, no deber nada a nadie porque si lo haces es como si tuvieras una cuerda en el cuello” y eleva algo una mano con los dedos tan doblados que no sé si están cortados. “Se lo dije a Marina, la primera hija, y a las otras. Marina está en París y trabaja para la Unesco, la otra es radióloga y la  pequeña vive en Rímini”.

El tren, los trenes, pasan cada poco por detrás de su casita de dos ventanas por pared. La principal mira al mar desde la playa de Francavilla. Allí le llevan cada julio y se queda dos meses. Varado con los recuerdos. “Es lo que tengo”. Nuncio tiene memoria y ganas de hablar. Dice que su padre le puso ese nombre porque así se llamaba el suyo, nacido el 25 de marzo de 1874, día de la Anunciación del arcángel Gabriel a María.

"Qué minucia la del hombre en el mar. Todo es inabarcable, inasible. Nada en la nada"

“Goteaba un calentador de agua, fui a apretar una tuerca, hice mucha fuerza y caí hacia atrás. Me golpeé la cabeza con una acequia. Me quedé quieto, inmóvil como una piedra. Me sacaron un hueso de la cadera y me lo pusieron en la cabeza. Estuve un año en rehabilitación y volví a casa; pero cada vez estaba más torpe, hasta que me quede así”.

Pasa otro tren. Seguro que Nuncio conoce el destino de todos. El de las seis y cuarto a Pescara, el de las siete y media a Milán. Dicen los que viven al lado de una estación que te vas acostumbrando, que ya no los oyes. Puede ser. Nuncio hace como si no existieran. Él está a lo suyo, a sus recuerdos. Mirando el mar. “Mañana hará malo”. No veo ningún atisbo. Al día siguiente no pude nadar. 

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Tres novelas ejemplares

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EL MEJOR LIBRO DEL MUNDO

Don Quijote de la Mancha
Miguel de Cervantes Saavedra
Crítica/Alianza/Espasa…

Muy probablemente, al pensar en El Quijote, Cervantes tenía en la cabeza el claro propósito de escribir un libro de pasatiempo, según dijo una vez Juan Valera. Es difícil de saber lo que pretende un autor al escribir una obra y, mucho menos, saber qué será de ella después de ser publicada. El Quijote ha ido cambiando de sentido según los tiempos. La novela de la que hoy hablamos no es la misma que la del siglo XVII. Hace dos siglos todavía era tenida como una obra cómica, incluso despreciada por algunos autores, aunque fuera de España, con Fielding y Schegel adquirió una mayor proyección.

"Don Quijote es España y no el arquetipo de los españoles; es la nación metida en empresas descabelladas y gloriosas..."

Don Quijote fue un adelantado y un adalid de muchos postulados morales que luego enarbolaría la Revolución Francesa. Es, en este sentido, el defensor de un mundo más justo, reñido con la paz impuesta por los poderosos, fueran quienes fuesen: engendros, dioses, fantasmas o ejército. Es un guerrero de la justicia, y basa su razón en el derecho de los ofendidos, pero es un guerrero que primero recurre a la persuasión antes que a la fuerza, eso sí, si no se aceptan sus condiciones recurre a la fuerza de su brazo. Podríamos decir que Don Quijote es España y no el arquetipo de los españoles; es la nación metida en empresas descabelladas y gloriosas, y frente a Don Quijote está Sancho, grosero, lleno de buen sentido, crédulo, aunque no siempre, que ve cómo se deshace el mundo en el que vive.

Es posible que exista una edición de la primera parte del Quijote, la de 1604; mientras no aparezca sigue considerándose la primera, la editada en Madrid en 1605. Este año celebramos los 400 años de nuestra obra más universal. Es un buen pretexto para empezar a leer la novela más conocida del mundo, no así la más leída.

 

Juan Eduardo Zúñiga

RECUÉRDALO TÚ, RECUÉRDALO A OTROS

Capital de la Gloria
Juan Eduardo Zúñiga
Alfaguara

"Zúñiga escribe sobre el pasado para que no se olvide"

El título Capital de la Gloria es un préstamo del poema homónimo de Alberti sobre Madrid, una “ciudad de los más turbios siniestros provocados”. El libro está compuesto por diez historias que vuelven sobre el episodio que más ha marcado la obra de J.E. Zúñiga: la guerra civil española, en las que priman la profundidad de planteamientos y una gran belleza literaria. Con Capital de la gloria el autor culmina la trilogía Largo noviembre de Madrid y La tierra será un paraíso, en la que se muestra el deterioro espiritual que invade a la población civil que vive y sufre en Madrid y que trata de escapar de una ciudad en la que “la angustia nocturna ordena hundirse al miedo”, según el citado poema de Alberti. Una “capital madura para los bombardeos, avenidas de escombros y barrios en ruinas”, en donde la derrota forma parte de sus conciencias en un contexto trágico que lleva a sus habitantes al límite de la soledad. Son diez relatos de personajes, en su mayor parte femeninos, sobre los que planea el amor en lucha contra la muerte. El escenario -el Madrid de la contienda- aparece como un fresco al que el autor confiere una gran carga afectiva en donde coexisten la tragedia y la belleza como un gran choque, roto sólo por el amor, único elemento con capacidad para superar la fatalidad de la guerra. Es algo que da sentido al dolor de unas vidas, como dice el poema, “donde con ojos fríos espían las troneras/un cielo temeroso de explosiones y llamas”. El libro dibuja personajes anónimos que vivieron entonces, y que en estas narraciones antiépicas muestran problemas similares a los de cualquier ser humano en el mundo de hoy tan contaminado por los horrores de la guerra.

Zúñiga escribe sobre el pasado para que no se olvide. Como estos últimos versos del poema de Rafael Alberti, Capital de la gloria, 1936-1938, Madrid-Otoño, cuyo contenido está tan vivo en estos relatos: “Ciudad presente / guardas en tus entrañas de catástrofe y gloria / el germen más hermoso de tu vida futura./ Bajo la dinamita de tus cielos, crujiente,/ se oye nacer el nuevo hijo de la victoria./ Gritando y a empujones la tierra lo inaugura.”.

Ya lo dijo Luis Cernuda: “Recuérdalo tú, recuérdalo a otros”.

 

John Steinbeck

CINE, CINE, CINE…

Al este del Edén
John Steinbeck
Tusquets editores

Esta novela, escrita por John Steinbeck y publicada en 1952, le sirvió a Elia Kazan para hacer su primera película en color y en Cinemascope del que hace un uso magistral al conseguir planos que introducen al espectador en toda la carga dramática que Steinbeck plantea.

La novela trata de una generación que despierta a nuevas ideas liberales mientras los sentimientos son reprimidos por las viejas. Situada en Estados Unidos en la época de la Primera Guerra Mundial, en el valle de Salinas, en California, viene a ser una adaptación posfreudiana de la historia del Génesis y los hermanos Caín y Abel, hijos de una amarga y efímera unión entre su padre Adan y su madre, encargada de un burdel, que considera asfixiante la piedad y moralidad cristianas. En el filme de Kazan, a Caín lo interpreta James Dean, en el que sería el primero de sus tres papeles importantes antes de su muerte en un accidente de coche. Aunque en términos realistas Dean era demasiado moderno para el papel, tanto en su estilo de vida y personalidad fuera de la pantalla como ante la cámara, el atractivo y joven actor representó el espíritu de rebeldía por encima de su edad e hizo que los problemas personales del personaje fuesen los de la juventud contemporánea, siendo nominado al Oscar por su interpretación.

Steinbeck, que con otra de sus grandes novelas, Las uvas de la ira, ya había sido adaptado al cine por otro grande, John Ford, y escrito junto a Kazan el guión de Viva Zapata, al preguntarle su opinión sobre Al este del Edén respondió: “Estoy más que contento, creo que es la mejor película que haya visto nunca. ¡Es extraño ser capaz de decir esto con humildad!”.
James Dean murió la noche del 30 de septiembre de 1955. Tras el rodaje de Gigante, dirigida por George Stevens, en el que interpreta el papel de un hombre al que vemos envejecer desde los veinte a los sesenta años. Dean, que tenía un Porsche Spyder esperándole tras el  rodaje, se despidió con estas palabras: “Creo que voy a hacer una balada en el Spyder”. Nunca regresó. Otro vehículo le interceptó en una carretera secundaria y el automóvil del actor volcó. Marlon Brando dijo una vez, con la sorna que le caracterizaba, cargada de autoafirmación y egolatría, que sólo había un par de buenos actores por generación: “la mía estuvo cubierta por Brando y por Dean. Antes de que nazca otro Brando u otro Dean ha de llover bastante”.

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