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50 tuiteos sobre literatura (14)

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[Foto: Ángeles Souto]

Tuiteos de @perezreverte sobre libros y escritores:

-jfdzcrts: Soy una víctima de la LOGSE. ¿Qué me recomienda para acercarme a la historia de España?
-Los libros de Juan Eslava Galán. Por ejemplo. O Pérez Galdós. O las novelas de Ramón J Sender. Cosas así.

-TROLLTEAM: ¿Cómo tiene usted tanta afición por épocas tan remotas de la historia de España y pasa de la historia actual?
-La vieja historia de España me permite comprender mejor la historia actual. No paso de ella. Sólo se la dejo escribir a otros.

-gluntz: El peor todos sabemos quién fue. ¿Pero cuál fue el mejor rey de la España contemporánea? ¿Carlos I? ¿Felipe V? ¿Carlos III? Saludos.
-Yo voto por el emperador Carlos. Fue el momento cumbre y fue un fulano con maneras y visión de gol. Pero cada cual tendrá sus gustos. Permítame recomendarle el relato ‘Jodía Pavía’, de un tal Reverte. Debe de andar por internet. Un saludo.

-realfuente: Buenas noches. Si es tan amable, ¿puede recomendarme libros OBJETIVOS y NO PARTIDISTAS sobre la historia de España? Gracias.
-‘Una historia de la guerra civil que no va a gustar a nadie’ (Juan Eslava Galán). De nada.

-dke81: Señor Reverte, el señor Eslava Galán casi sólo salva a Azaña de la quema. ¿Haría usted igual?
-Juan sabe más de eso, pero yo a Azaña no lo salvo. Era escritor del montón y político torpe. Opino. Se le fue de las manos la República.

-laetitarum: Me gustó mucho el de la Guerra Civil de Eslava. ¿’Historia de España para escépticos’ sigue en la misma línea?
-La misma. Se lo recomiendo. Porque además es amigo mío.

-CarmenFrutos: ¿’La forja de un rebelde’, de Arturo Barea? Me pareció impresionante.
-Estoy de acuerdo. Para mi sorpresa, es libro poco conocido entre jóvenes lectores. Y adultos.

-epardo_arroyo: ¿Algún comentario sobre las memorias de Fidel Castro?
-Del abuelo Fidel, a estas alturas de su degradación física y ética, no me interesa ya ni la memoria. Hace años era otra cosa. Ahora Castro sólo es un estafador longevo, rodeado de familiares y mangantes. Reniego de haberlo admirado cuando yo era jovencito e ingenuo. Las memorias de Fidel Castro serán tan mentira y tan tramposas como lo está siendo su vida.

-Iruzubieta: Solo felicitarle por ser como es y por enseñarme (a mis 16 años) a querer y comprender la incomprensible historia de España.
-Yo solo ayudo a mirar en dirección a una biblioteca, amigo mío. Suerte y un abrazo.

-davidballesta: Quisiera conocer un poco mejor el siglo XIX español. ¿Crees que para ello es una buena opción leerme los ‘Episodios nacionales’?
-No le quepa duda. Leer los ‘Episodios’ de Galdós es leer el XIX. Suerte.

-jg_fs: Me recomendó usted ‘Napoleón’ de Emil Ludwig. Ya lo he leído. Simplemente, gracias.
-De nada. Lea ahora, si le va la época, ‘Fouché’, de Stefan Zweig. Volverá a darme las gracias. Creo.

-SVelascoJimenez: El fiero turco en Lepanto; / en la Tercera el francés; / y en todo mar el inglés, / tuvieron de verme espanto.
-Eso era antes. Ahora somos el payaso de Europa. Con todo merecimiento.

-daniel_capel: ¿Cree que nos encontramos de nuevo ante lo descrito por Gibbon en la ‘Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano’?
-El mundo se encuentra ante eso periódicamente. Cada equis siglos. Y creo que ya va tocando otra vez.

-PrincipedeParma: Don Arturo, ¿usted piensa que la Historia describe un círculo? Me gustaría conocer su opinión. Gracias.
-El de los círculos era Toynbee. Yo estoy más con Spengler: oscilaciones arriba y abajo. Pero sí. Todo vuelve de nuevo a ser como fue. Siempre. Lástima que nunca aprendamos las lecciones.

-wingtsin: Juan Eslava Galán es fantástico. ¿Qué le parece a usted el Historiador (hispanista) inglés Paul Preston? Un saludo.
-También. El que se me atravesó hace tiempo fue el amigo Henry Kamen. Demasiada subvención, me temo. Congraciándose con el entorno.

-faemino25: Maestro, ¿qué obra explica, a su entender y de modo más veraz, la guerra de los Balcanes? Lamento presentarle viejos fantasmas.
-Hay una novela-documento que acaba de salir en Seix Barral, de Clara Ausón, cuyo título no recuerdo. Esa puede valer.

-danigomez80: Hablas siempre de héroes, pero nunca hablas de la división Leclerc. Intuyo que no quieres problemas con reaccionarios.
-Se equivoca. Dediqué artículos a la Nueve de Leclerc. Y uno titulado ‘La bandera de Annecy’ a los maquis españoles en Francia.

-VIEJOCAPITAN: ¿Primus circundedisti me? ¿Almirante de la mar Océana? ¿Legionario con Julio César? ¿Qué te hubiese gustado del pasado? ¿Tu juventud?
-Es que fui todo eso, amigo mío. Lo fui de verdad. Para eso sirven los libros. Para serlo con sólo pasar unas páginas.

-QuiqueMontagud: ¿Me recomienda el mejor libro para usted de historia española?
-Hay varios. ‘Historia verdadera de la conquista de Nueva España’, de Bernal Díaz del Castillo, puede valer. Por ejemplo.

-cumbressinecos: Le voy a preguntar su opinión sobre algunos historiadores, si me permite: Juan Pablo Fusi, Emilio de Diego, Álvarez Junco.
-Juan Pablo Fusi, inmenso. Emilio de Diego, muy mediocre. Álvarez Junco, muy interesante. Opinión mía, claro.

-Las7ymedia: ¿Por qué no me recomienda algunos libros de historia sobre el Siglo de Oro? Gracias.
-La biografía del conde duque de Olivares de Gregorio Marañón es estupenda. Si le interesa la época, magnífica introducción. Y la serie de José Deleito y Piñuela sobre la España de los Austrias es ligera, amena y divertida.

-LFGago: ¿Algún libro o novela histórica que recomiende para conocer mejor el siglo de Oro español?
-‘El gran duque de Osuna y su marina’, de Fernández Duro. ‘El otro Rocroi’, de Francisco Velasco. Alonso de Contreras. Duque de Estrada. ¿Ha probado con ‘Las aventuras del capitán Alatriste’?

-merroky: ¿Me podría recomendar algún libro sobre la Segunda Guerra Mundial, por favor?
-El de Beevor acaba de salir y me parece excelente. Lo he leído y se lo recomiendo.

-kikezurita: Hola, Arturo. En el sistema anglosajón no hay homólogo oficial de la RAE ni reglas y se cuida el lenguaje. ¿Algo que aprender?
-Por eso mis ediciones inglesas, norteamericanas, australianas y sudafricanas tienen que editarse para cada lugar en concreto. Y eso de que allí se cuida el lenguaje también es relativo. Pero tiene razón. Siempre hay algo que aprender. Todos de todos.

-Morisco_Ricote: ¿De dónde le viene esa manía al leísmo (manía que, por cierto, me ha contagiado)? ¿Se le ha atemperado desde que es académico?
-Sigo detestando el leísmo. Lo malo es que uno acaba contagiándose de todo, hasta de eso. A veces me los descubro.

-carloszernov: Sobre el leísmo, ¿no es difícil evitarlo siendo, por ejemplo, de Madrid? Y Delibes o Baroja son enormes a pesar de eso.
-El leísmo es un defecto menor. Secundario. A mí no me gusta. Me chirría. Pero se daba en escritores muchísimo mejores que yo.

-jaime_th: Me interesa su opinión sobre algunos calcos fonéticos perpetrados por la Academia, como “güisqui”, “cederrón” o “zum”.
-Algunas de ésas me repatean el hígado. Ser académico no significa estar de acuerdo con todas las decisiones de la RAE. Por eso cuando escribo no siempre me pliego a esas normas. Académico no significa falto de criterio propio.

-luisalgo: ¿Qué juicio le merece la triple tentativa infructuosa de Caballero Bonald de entrar en la RAE?
-Pues no sé. Si he de serle sincero, mi impresión es que allí no se le echa de menos demasiado.

-pochettino11: Pregunta: He visto que en ‘El asedio’ usted escribe “rígor mortis” con tilde en la i. ¿Errata, es correcto o una licencia suya?
-En español, “rígor mortis” es lo correcto. En latín no lleva acento.

-mafisitas: Para mí la unidad del español es un mito que sólo cree la RAE.
-Dígaselo a quienes leen a Cervantes, Vargas Llosa, Galdós y Marsé en 22 países con el mismo diccionario. A ver qué opinan ellos.

-paulxl: Sinceramente, creo que la RAE debería dar a conocer su metodología a los hablantes. Creo que se evitaría mucho debate absurdo.
-Lo hace. La Ortografía y la Gramática vienen muy razonadas. Pero hay que leérselas, claro. Es como debatir sobre simples tuits.

-y_salander: ¿El truhán que se enfrenta a Alatriste en tu nueva novela es un “truhan”?
-Le aseguro que todos mis truhanes llevan acento.

-ggbelen: A vueltas con un trabajo de pesca artesanal almeriense. ¿Tiene la RAE o hay por ahí un diccionario de términos marítimos, etc?
-No. Desde el de Timoteo O’Scanlan no hay ninguno extraordinario en lengua española.

-laetitarum: Fui un jueves a la RAE y esperé hasta darme cuenta de que no sabía qué decirle y no llevaba libro para firmar; quizá se lo hubiese tomado mal. Hice bien: prefiero ser una de sus lectoras a una fanática.
-Nunca considero fanático a ningún lector. Sólo un amigo que me saluda. La próxima vez, hágalo.

-Ikoof: ¿Qué opina de eliminar acentos? ¿No le suena a igualar por lo bajo?
-Opino que estoy en contra. Que no los eliminaré de mis textos y que lucharé lo mejor que pueda porque las academias los mantengan.

-Euroschools: Buenos días. ¿Cómo se titulaba aquel artículo en el que las reglas gramaticales dejaban de importar?
-Pues la verdad es que no me acuerdo. Pero anda por internet, creo. Suerte.

-NarciReal: Señor, ¿está usted de acuerdo con las nuevas reglas ortográficas como “guión” y “truhán”? Es querer marear la perdiz.
-Acentúe, como hago yo. Toda la poesía escrita hasta hoy se quedaría coja de métrica sin esos acentos. Pase mucho de todo. A Parla.

-icaro570: “Toballa” se emplea en toda la huerta de Murcia.
-Ésa será la razón. Lo habrán usado por escrito en textos costumbristas escritores murcianos, como Vicente Medina. Lo averiguaré.

-sgplazas: En la zona limítrofe de Murcia y Almería es muy común la “esponta” y no está recogido en el DRAE. ¿Se podría sugerir?
-No cabe todo. Se tiende a no meter localismos excepto cuando su uso está muy extendido y los usaron escritores solventes.

-bduna: Pues perdone, pero como estudiante y amante de la filología clásica me niego a dejar de llamar a la y “i griega”.
-No tengo nada que perdonarle. Yo también me niego. Pero la Ortografía no nos lo impide ni a usted ni a mí. Acepta ambos nombres. Léala.

-MrCripi: ¿Entonces debemos considerar un diccionario como un simple registro de uso? Cosa que no sería la ortografía, por ejemplo.
-El DRAE es registro de uso, razonado, con criterios técnicos. Ortografía y gramática son normativas. El de dudas son recomendaciones.

-NachoMolano: Pero también edita diccionarios de dudas y establece que “se puede decir” algo como “hubieron 5 muertos”, ¿no?
-Claro. Ahí sí se aconseja no usar “almóndiga” sino lo otro, por ejemplo. Pero el Diccionario recoge lo que hay documentado. Tengan en cuenta que la RAE no juzga si algo está bien o mal. Sólo registra el uso. Deja constancia de una palabra cuando hay autoridades que lo utilizaron en textos conocidos. Por ejemplo, Galdós puede meter a un personaje popular que diga “almóndiga”, palabra usada en muchos lugares de España. De eso se trata.

-pgarciagon: ¿Y cómo define usted autoridad, pues?
-Un escritor respetable, o un medio impreso o hablado que use palabras de uso muy extendido desde hace más de cinco años.

-pgarciagon: Perdone la insistencia, pero me sigue repateando la definición: ¿”escritor respetable”? Suena a elitismo.
-¿Y qué tiene de malo el elitismo, caballero? Faltaría más. ¿Acaso todos los escritores frecuentan la misma casa de putas?

-NachoMolano: Lo que me cae mal es permitir el no uso de tilde en “sólo”.
-Yo seguiré acentuando “sólo” cuando haga falta. Académico o no, hasta que palme.

-randrade: En ‘El asedio’ usas la palabra “chalupa”, que parece ser de origen mexicano, pero internet dice que es portuguesa. ¿Qué opinas?
-Siempre la tuve por mexicana, pero puedo estar equivocado. Lo comprobaré en cuanto pueda. Lo que sí sé seguro es que la primera palabra americana usada en lengua española (la registró Colón en su diario) fue “canoa”.

-ideasdeayer: ¿Consulta usted alguna vez los tomos del DRAE, o el vocabulario de la lengua al completo es algo intrínseco a usted?
-Consulto el DRAE continuamente. Y el Diccionario de autoridades. Y cuantos diccionarios puedo, con cualquier pretexto. Es un placer. Nadie puede llevar todo eso en la cabeza. Ni siquiera toda la ortografía y toda la gramática. Todos dudamos una o muchas veces.

-J_Mateos: Sería tan amable de decirme cuál es el procedimiento para sugerir un cambio en el DRAE? ¿Carta?
-Los correos electrónicos a la RAE son el medio adecuado. Se atienden todos.

-LaBrujaCascabel: ¿Y con qué palabra del español se quedaría usted?
-Hay días en que elegiría la palabra “degüello”. Sobre todo después de leer los periódicos. Reconozca que “degüello” suena muy española, Además, se lo tocaban los mejicanos a los tejanos en El Álamo. Con trompeta.

-Esta noche apago la luz con Tácito: “Pocos se atrevieron a la fechoría. Muchos la desearon. Todos la permitieron”. Moderno, ese chaval.

Todas las entregas de ’50 tuiteos sobre literatura’

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La semana en Zenda, en 10 tuits

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Sicilia divina, poetas beat, negros literarios… Variado, sabroso y equilibrado ha sido el menú de esta semana en Zenda. Nuestros seguidores tuiteros apuran sus últimos momentos en la playa. Atrás quedan risas, lecturas veraniegas y buenos momentos. Nosotros nos empeñaremos en que sigan disfrutando con nuestros artículos y con la literatura.

La semana en Zenda en 10 tuits

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Clarín recuerda al fallecido Michel Butor

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El pasado 24 de agosto, falleció a los 90 años, en Francia, el escritor Michel Butor.  Representante del movimiento literario de vanguardia ‘Nouveau Roman’,  Butor recibió reconocimiento internacional por su obra La modificación, novela ganadora del Premio Renaudot. Matías Serra Bradford realiza en Ñ de Clarín una aproximación a la figura literaria desaparecida.

La novela más conocida de Michel Butor –La modificación– pertenece a una época –los años 50– en que la literatura aspiraba a una densidad de la que hoy por poco se avergüenza. Butor cayó bajo el paraguas llamado nouveau roman, una etiqueta común para frutos de muy distinta especie: Alain Robbe-Grillet, Marguerite Duras, Robert Pinget, Nathalie Sarraute, Claude Simon, Samuel Beckett. Menos cómico que Beckett, más apresable que Pinget, más antojadizo que Simon, Butor era con Sarraute de los miembros más sigilosos de esa división de tímidos audaces que publicaba en Editions de Minuit, bajo el estricto escrutinio de uno de los editores más notables del siglo pasado, Jérôme Lindon.

Los de Butor eran experimentos controlados –en este sentido, ya algunos de sus índices son elocuentes– y lo que buscaba, al igual que Burroughs o Arno Schmidt en otros terrenos, era que el muro que dinamitaba por medio de sus procedimientos no cayera sobre la realidad sino del lado de la obra. En La modificación, el lector es el protagonista obligado: a él se dirige el narrador, que lo describe y lo crea, lo arma y lo rearma. Butor parecía creer que casi todas las novelas tendrían que tener para su autor una cualidad alucinatoria. Sobre la obra del pintor y poeta Christian Dotremont apuntó: “En la nieve se ve muy bien cómo el trayecto puede convertirse en escritura: puedes trazar palabras con el dedo, un bastón, o simplemente caminando.” Butor entendía la página en blanco de frente y de dorso, y en sus capas intermedias. (El arte nunca estuvo lejos de su mano, como exégeta y como practicante). Acaso por eso es que fue un crítico fenomenal. En su repertorio cupieron Victor Hugo, Verne y Roussel, pero también Donne, Pound y Joyce, cada uno apreciado en sus cuádruples fondos, y Butor evidenció que un gran crítico desmiente con sus textos el segundo lugar que le atribuye a la crítica con respecto a la ficción. Por nobleza es injusto con su oficio, y por delicadeza no puede evitar contradecirse.

Pincha aquí para leer el artículo completo en Ñ de Clarín

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Diez cómics sobre libros

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Diez cómics sobre libros, librerías, bibliotecas, escritores y bibliófilos

Uno ama el cómic, la historieta, el tebeo, la novela gráfica o como usted quiera llamarlo —nadie se pone de acuerdo a la hora de encontrarle un término exacto al maravilloso arte secuencial—, como ama también las historias sobre libros, librerías, bibliotecas, escritores, bibliófilos o editores. Cuestión de gustos.

Aunque entre estos dos mundos hay afinidades, pasadizos secretos y puntos de encuentro, no resulta fácil encontrar cómics de primer nivel que tengan como eje el fervor hacia el libro y su universo. De hecho, los diez incluidos en esta selección han aparecido publicados en España a lo largo de los tres últimos lustros, por lo que no se trata de una recopilación circunstancial. Por esta misma circunstancia temporal, puede que El libro, los tomos del Señor Jean y los de Biblos, sean difíciles de conseguir.

Si todavía no han profundizado en los cómics, ahora es el momento de emprender un nuevo camino y dejar de lado uno de los grandes vicios de la cultura patria: la descalificación frívola de lo que no se comprende. Cuántas historias posibles, cuántas maneras de contarlas. Ficciones e imágenes cinceladas en la soledad de un estudio que se bastan para reproducir en toda su extensión la realidad, el mundo, la vida. Porque, al final, importa tanto el tema como la forma en que se desarrolla; lo que cuenta tanto como el modo en que se nos cuenta. Solo hay que tener la curiosidad de acercarse.

Esta selección de cómics es el fruto de las lecturas librescas, muchas veces azarosas, que me han hecho feliz. Ahora lo seré más si logro contagiar de alguna manera a los lectores de Zenda de ese placer que sentí al leerlos por primera vez. Gocen del privilegio de acceder a ellos.

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AbandonosAbandonos, de Andi Watson, con traducción de Óscar Palmer y rotulación de Esther Campos. El protagonista de esta novela gráfica de sesenta y dos páginas, Binny, es un joven bibliófilo que colecciona obsesivamente libros usados, sobre todo los que tienen huellas de sus anteriores propietarios o lectores. Su autor bebe del cómic underground norteamericano para mostrarnos la indagación en la vida privada de Binny y su chica, propietaria de una tienda de ropa usada, así como en sus actos públicos. Para que luego se diga que en España sólo se leen superventas. (Astiberri, 9,50 €)

El Señor JeanEl Señor Jean, de Philippe Dupuy y Charles Berberian, con traducción y rotulación de Estudio Fénix. Dupuy y Berberian, una de las parejas más emblemáticas del nuevo cómic francés, firman siete tomos magníficos sobre un escritor de cierto éxito, Jean, un personaje absolutamente encantador, y sus amigos. A través de episodios cortos de temática costumbrista y un dibujo hiperrealista, los autores presentan un abanico de situaciones variopintas con mucho humor y retranca. ¿Para cuándo la reedición en un solo volumen? Una fiesta para el lector. (Norma Editorial)

La biblioteca de TurpínLa biblioteca de Turpín, de Max. Los niños Óscar y Cris entran en la casa del inventor Turpín para descubrir que con su imprenta especial pueden entrar en las novelas. De este modo se inicia una serie de peripecias dentro de libros como Las aventuras de Sherlock Holmes, Alicia en el país de las maravillas o El vellocino de oro. La imaginación de Max, capaz de trazar un puente mágico entre la fantasía y la literatura, es subversiva y evocadora. Un cómic para niños publicado por primera vez en 1989 que quiere ser de acción y que sin embargo desasosiega con su ternura. (La Cúpula, 9,95 €)

La comedia literariaLa comedia literaria. De Roldán a Boris Vian, de Catherine Meurisee, con traducción de Lluís María Todó. Esta novela gráfica sobre escritores franceses arranca con los cantares de gesta de la Edad Media y termina con Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir. Meurisee, dibujante de la revista satírica Charlie Hebdo, tiene interés por contar historias, como una forma de revivir lo leído. Un trabajo bellamente encuadernado que se deja acariciar con gusto mientras que su contenido es una constante provocación a la lectura. Una joya. (Impedimenta, 22,95 €)

Biblos superhéroe de bibliotecaBiblos, superhéroe de biblioteca, de los Hermanos Macías. Un superhéroe con gafas y siempre sonriente nacido en la Biblioteca Provincial de Huelva, que lucha por “entretener, divulgar los servicios de la Biblioteca y promover hábitos de lectura” junto con Marcapáginas, Suferbook, Lomo y el Doctor Errata. Los tres tomos cuentan además con prólogos de Luis Alberto de Cuenca, Jesús Marchamalo y Víctor Márquez Reviriego, y con epílogos de Jan y Antoni Guiral. Unos tebeos para confortarse con lo reconocido y estimularse con lo nuevo. (Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía)

El libroEl libro, de Muñoz & Sampayo, con traducción de Diego de los Santos. José Muñoz, uno de los historietistas argentinos más destacados, y Carlos Sampayo, escritor y guionista, firman una novela gráfica ambientada en Argentina durante 1960, donde el protagonista tiene que vender su valiosa biblioteca, la cual contiene una primera edición de Novela de ajedrez, de Stefan Zweig. Las ilustraciones en blanco y negro, que evocan una novela negra, ponen de manifiesto el talento de Muñoz como creador de atmósferas. Otro canto de amor a nuestros silenciosos amigos los libros. (Planeta DeAgostini, 14,50 €)

La biblioteca inexistenteLa biblioteca inexistente, de Jan. Un millonario coleccionista de libros contrata a una banda mafiosa para obligar a un anciano bibliófilo a que revele la ubicación de la biblioteca de Babel que se supone contiene todo el saber humano. Jan se basa en las descripciones del célebre cuento de Borges, La biblioteca de Babel, para plasmar la estructura de la biblioteca y sus salas hexagonales llenas de libros. Este castizo superhéroe con bigote protagoniza un cómic que se abre a diversas interpretaciones. Un divertimento muy recomendable. (Ediciones B, 12,90 €)

Unas lesbianas de cuidadoUnas lesbianas de cuidado (lo indispensable), de Alison Bechdel, con traducción de Rocío de la Maya. Este volumen contiene una serie de tiras cómicas dibujadas en blanco y negro durante más veinte años, y que fueron publicadas originalmente en diversas revistas gays. Nuestras protagonistas transitan por la “sensual” librería Madwimmin y por Bounders Libros. Relaciones sentimentales, rupturas, ideas extravagantes, política, mucho sexo y humor. Hay experiencias que sólo se transmiten con una vibración de verdad si uno las ha vivido en su propia carne. (Reservoir Books, 27,90 €)

CervantesCervantes. La ensoñación del genio, de Gol (guion y dibujos). Martín de Riquer decía envidiar a todo aquel que no hubiese leído El Quijote porque podía descubrirlo. Ahora, además de (re)leer la obra cumbre de la literatura española, también pueden sumergirse en esta curiosa biografía de su autor, donde se cuenta el proceso creativo que tuvo lugar para realizar su gran obra, recreando algunos pasajes fundamentales de su vida en forma de seis cuadros teatrales donde el dibujo se puede definir como línea clara. Encierra una extraña combinación de frescura y asombro a partes iguales. (Dibbuks, 20 €)

Apuntes de un derrotistaApuntes de un derrotista, de Joe Sacco, con traducción de Felip Tobar y rotulación de Pilar Tomeo y Estefanía Gómez. Este cuidado volumen recopila los trabajos primerizos (y breves) de este maestro del cómic-periodismo, autor de Palestina y Gorazde. Zona segura. La historia que nos interesa lleva por título Viaje al fin de la biblioteca, y parece ser autobiográfica, como Sacco explica en algunas entrevistas, además de demoledora y misántropa. Esta sátira rinde homenaje a la novela Viaje al fin de la noche de Louis-Ferdinand Céline. (Planeta DeAgostini, 16,95 €)

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Entre tinieblas

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Tras casi dos años de documentación, reflexión, planteamiento, escritura, correcciones, reescritura, más correcciones, edición y unos mil de litros de café, mi última novela, titulada Tinieblas, ya está por fin terminada y a la venta.

Han sido muchos meses de duro esfuerzo y tiempo empleado en escribirla. Meses en los que con frecuencia, me venía a la cabeza la letra de una canción de Sabina, donde dice eso de «…algunas veces vivo y otras veces, la vida se me va con lo que escribo», y no podía sentirme más identificado con la estrofa, al pensar en todas las horas del día que pasaba delante de una pantalla de ordenador; horas que se convertían en meses a dieta de vida real, para alimentar a una historia que solo habitaba en mi cabeza y que, como un famélico vampiro, se nutría de mi propia existencia. La muy cabrona.

"Hagamos lo que hagamos, es imposible saber si un libro gustará hasta que no sale a la venta y empiezan a sucederse las críticas de los lectores."

Porque no sé otros, pero yo soy incapaz de afrontar el trabajo de escritor como un empleo de nueve a cinco, en el que al terminar la jornada laboral, desconectas el interruptor y te vas con los amigos a tomar unas cervezas, a cenar con la pareja, o a casa con los niños. Yo no puedo, qué quieren que les diga. No solo escribo lento de cojones, sino que me cuesta horrores hallar la concentración necesaria para hacerlo y la más mínima distracción —una llamada de teléfono, una música en la cabeza o una mosca con un vuelo especialmente interesante—, me saca completamente de la historia que estoy escribiendo, y retomarla me resulta tan difícil como volver a subir a un tren en marcha del que acabo de saltar.

En mi caso, cuando escribo una novela lo hago desde su interior; me convierto en un personaje de la trama y me limito a contar lo que pasa delante de mis narices. No lo hago como el creador o padre de la criatura, como muchos se refieren a su obra, porque no creo serlo. Para mí, escribir es como viajar a un universo paralelo al que soy invitado para ser testigo lo que allí sucede, como un reportero de guerra en una dimensión desconocida. No me siento como el creador de nada, solo un afortunado espectador que torpemente trata de explicar lo que acontece ante sus atónitos ojos. Más que un escritor, casi cabría decir que más bien soy un «descriptor» —me temo, que alguien en el sótano de la RAE acaba de matar un gatito.

Pero como decía, han sido muchos meses de duro trabajo dando cuerpo a una idea que cada día cambiaba de forma en mi cabeza, y luego desbastando, lijando y puliéndola hasta que la historia no solo tuviera sentido sino que, además, resultara interesante, emocionante y divertida. Ahí es ná.

Y por si fuera poco, Tinieblas es una secuela de uno de mis libros de mayor éxito. Algo que tiene su lado bueno y su lado no tan bueno.

Lo bueno es que, al ser la continuación de Capitán Riley, la novela más vendida en Amazon España en 2014 —autores autopublicados, ¿veis como sí se puede?—, hay decenas de miles de lectores predispuestos a leerla.

Lo malo es que, al haber tenido Capitán Riley unas críticas particularmente buenas, las expectativas están también particularmente altas y, aunque personalmente crea que Tinieblas es mejor que su antecesora, habrá muchos que apliquen eso de cualquier-libro-pasado-fue-mejor y sentencien sus reseñas con el clásico y desdeñoso: «me gustó más la primera».

Porque, hagamos lo que hagamos, es imposible saber si un libro gustará hasta que no sale a la venta y empiezan a sucederse las críticas de los lectores. Ni las grandes editoriales con sus equipos de marketing tienen pajolera idea; así que imagínese un pobre autor independiente, al que no le queda otra que llamar a un tarot televisivo o invocar al espíritu de Hemingway con una tabla de güija.

"Salvo un puñado de autores, que podrían firmar un libro escrito por un chimpancé y aun así vender millones, el resto de los mortales nos tenemos que dejar el alma."

Cuando uno empieza a escribir un libro, lo hace con el deseo de contar una historia y la esperanza de que haya personas, a las que no conoce de nada, que estén dispuestas a leerla. Luego te pasas meses —o años— dándole forma a esa historia, que comienza siendo solo una emoción o una idea que transmitir —el amor todo lo puede, los remordimientos son una putada, si vas a la guerra de Troya llévate una rebequita, etc—, y mientras avanzas y retrocedes en la narración, y te paras, y das vueltas sobre ti mismo preguntándote cómo coño has llegado hasta ahí y dónde está la salida, todo son dudas y palos de ciego.

Los escritores trabajamos entre tinieblas, encerrados bajo llave con nuestros propios demonios y conforme de aproxima el día de la publicación, aquellos que nos jugamos las lentejas con nuestro trabajo de juntaletras, empezamos a buscar presagios en el cielo y a esquivar gatos negros y escaleras como si fueran emisarios del maligno.

Salvo un puñado de autores, que podrían firmar un libro escrito por un chimpancé y aun así vender millones, el resto de los mortales nos tenemos que dejar el alma —y parte del hígado en algunos casos—, para escribir algo que los lectores quieran comprar. Y la putada es que, por mucho que nos esforcemos, a veces nos equivocamos y escribimos algo que a nosotros nos encanta, pero que al resto del mundo no tanto —por decirlo de un modo suave.

Y es que el oficio de escritor tiene sus ventajas —no hay jefes que soportar u oficina en la que fichar y, además, puedes ir a trabajar en calzoncillos—. Pero entre alguno de sus inconvenientes —inestabilidad económica y mental, y la posibilidad real de que no te quede más remedio que escribir calzoncillos—, se encuentra el no saber si lo que estás escribiendo le va a gustar a alguien, incluido a ti mismo.

Cuando te enzarzas en una novela que lleva tanto tiempo escribirla, como esta que ahora publico, casi siempre llega un punto en que estás tan metido dentro de la espesura de la trama que, no es que ya no veas los árboles o el bosque… es que no verías a la puñetera Caperucita Roja aunque te estuviera golpeando en la cabeza con el cesto. Pierdes la perspectiva y buena parte de la capacidad de raciocinio y, como un explorador desquiciado, acabas abriendo un sendero a machetazos hacia ningún lado, hasta que de puro agotamiento simplemente te sientas en el barro, rendido, te abrazas las rodillas y, cerrando los ojos, entre sollozos deseas ser otra persona en otro lugar y con un trabajo decente.

Qué risa ¿no? Pero, ¿saben qué es lo más loco de todo? Que aun así, no lo cambiaría por nada del mundo. Ni yo, ni ningún escritor que yo conozca.

"Escribir Tinieblas no ha sido tarea fácil. Ha sido emocionante, intenso y en ocasiones desquiciante."

A pesar de la soledad, la inestabilidad, la incomprensión, el riesgo, y no tener ni la menor idea de a dónde me dirijo o de si acabaré con un tetrabrik de Don Simón debajo del brazo y residiendo en un cajero automático, me encanta contar historias y no quiero dejar de hacerlo.

Posiblemente, porque sea una manera de viajar con la mente más allá de donde no puede llevarme el cuerpo; o quizá, porque escribir una novela me salvó la vida —ya os contaré los detalles otro día—; o puede que, por el simple placer de dar vida a personas que no existen; o tal vez… Bah. Qué demonios. Porque me gusta escribir, carajo.

Pero bueno, antes de irme otra vez por los cerros de Úbeda, lo que quería contaros es que escribir Tinieblas no ha sido tarea fácil. Ha sido emocionante, intenso y en ocasiones desquiciante, pero creo que el esfuerzo ha valido la pena y el resultado final es una buena novela de aventuras.

Una novela escrita con el corazón y las tripas —la única manera en que sé hacerlo—, en la que he compartido con vosotros todo aquello que he vivido en ese maravilloso universo paralelo y al que de vez en cuando me dejan asomarme, habitado por héroes cansados, mujeres valientes y malvados con causa.

No sé si os gustará, si habré cumplido fielmente con mi misión de descriptor —perdón, gatito— de esa realidad alternativa de la que se nutren los libros, si me llamará Spielberg para hacer una película, o si los lectores me recibirán a tomatazo limpio cuando salga a la calle. No lo sé, y resulta aterrador y excitante al mismo tiempo.

Alea iacta est, como dijo el tipo aquel a orillas del Rubicón.

En fin… solo me queda añadir que espero que disfrutéis leyendo Tinieblas, tanto como yo he disfrutado escribiéndola. Os aseguro que he puesto todo de mi parte para tratar de conseguirlo.

Y ya que estamos, quiero aprovechar para agradecer el apoyo y los sabios consejos, a aquellos que me habéis soportado y ayudado a sacar adelante este proyecto —vosotros ya sabéis quienes sois.

Aunque, por encima de todo, a quienes debo un verdadero agradecimiento, una reverencia y hasta unas copas, es a todos los lectores que me habéis leído durante estos años, acompañándome incansablemente por selvas ignotas, desiertos infinitos y mares embravecidos. Sin vosotros, Ulises no habría encontrado la última cripta, Blanca no habría escapado de Guinea, y Alex Riley no nos habría salvado a todos del apocalipsis. Porque esos libros sin vosotros, amigos lectores, sencillamente no existirían.

tinieblasAsí que, por mi parte, ya está todo el trabajo hecho. Ahora os toca a vosotros salvar el mundo.

A partir de este momento el libro es solo vuestro, y vuestra también la decisión de embarcaros o no, en esta nueva aventura con Riley, Jack, Carmen, Julie, César, Marco, y algunos otros que se sumarán por el camino.

Ojalá que tengáis buenos vientos y regreséis de este libro con una sonrisa en el corazón.

Gracias a todos por compartir tantas aventuras.

Nos vemos en la cubierta del Pingarrón.

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Autor: Fernando Gamboa. Título: Tinieblas. Edición: Kindle

 

 

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Matad al intermediario

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De las editoriales, las discográficas y las distribuidoras al DIY cultural

Acuden a mi mente las palabras de la Mala Rodríguez: «tengo un trato: lo mío es pa mi saco». No me queda muy claro si ella era consciente de lo pertinentes que resultarían en un futuro inmediato y hasta qué punto determinarían el devenir de las industrias culturales.

Recientemente, John Lydon (también conocido como Johnny Rotten, antiguo vocalista de los Sex Pistols) anunciaba durante su paso por España, con ocasión de la gira de su formación Pil, que era propietario de su propia discográfica y que había cumplido su sueño: «que nadie me diga lo que tengo que hacer».

Radiohead

Del mismo modo Radiohead —que acaba de poner a la venta su último disco, A Moon Shaped Pool— dejaba entrever que, al igual que sus más recientes trabajos anteriores, coqueteaban con el indie. Dicho de otro modo, el disco ha sido publico en digital bajo el sello XL Recordings, una discográfica independiente con fuertes anclajes en la gran industria. En unos meses llegará la edición en CD y vinilo, para lo cual el grupo ha subcontratado (por decirlo de algún modo) los servicios de una distribuidora. Algo muy parecido a la estrategia llevada a cabo por los autores indie que publican novelas en formato digital en plataformas como Amazon, Google Play o iTunes, y recurren a servicios como Createspace para ofrecerlas en papel mediante el procedimiento de impresión bajo demanda.

"Ante este nuevo panorama, se impone una especie de DIY cultural, un regreso a la filosofía del Do It Yourself"

Asimismo, están aquellos creadores que sacan por su cuenta su obra a la venta y, después de haber obtenido el beneficio de las primeras ventas (donde se concentra el mayor índice de impacto), tratan de negociar con editoriales, discográficas o productoras a fin de que éstas se hagan con los derechos y sigan ocupándose de la venta y distribución.

Y es que el ecosistema cultural está mutando a fin de adaptarse a un cambiante escenario donde las antiguas reglas han dejado de funcionar y en el cual la brújula parece girar de un modo enloquecido, sin ser capaz de señalar un rumbo fijo, para desconcierto de la industria y los propios artistas.

La venta de libros, discos y películas sigue descendiendo de manera dramática, a lo que la industria reacciona bien limitando su oferta —con lo cual se restringen las oportunidades de nuevos talentos— o bien lanzando a discreción trabajos diversos, y un tanto aleatorios, con la esperanza de que alguno se convierta en superventas y amortice el resto.

Ante este nuevo panorama, se impone una especie de DIY cultural, un regreso a la filosofía del Do It Yourself —o, en algunos casos, un modelo híbrido entre los viejos formatos y los nuevos—. Desde mi punto de vista, aunque a fecha de hoy sólo podamos intuir su alcance, es un hecho que se trata de un movimiento imparable y que modificará por completo las reglas del juego.

Conviene señalar un ligero matiz que nos ayudará a comprenderlo todo. Tradicionalmente, el indie ha sido el refugio (cuando no el sinónimo) del «aspirante»; un modo elegante de decir que se trata o de trabajos minoritarios o, sencillamente —y aquí se concentraba en mayor número de ejemplos— de artistas que todavía no habían logrado acceder a la «primera división», es decir, la de las editoriales tradicionales, las grandes discográficas o las productoras y distribuidoras (según nos movamos en el terreno de la literatura, la música o el cine).

La pregunta clave, por tanto, no es por qué los aspirantes recurren a las tácticas de guerrilla del DIY —la respuesta más habitual suele ser: porque todavía no han logrado que un gran sello los fiche—; lo que debemos preguntarnos es: ¿por qué lo hacen los grandes?

En 2013, el director y guionista David Mamet anunció que autopublicaría su nuevo trabajo. ¿Los motivos? Otra vez, el dinero como razón principal. (Tal y como señala Fernando Gamboa, uno de los abanderados del indie español, también Paulo Coelho y Matilde Asensi se han pasado a la autopublicación independiente en formato digital, dejando a las editoriales la venta del soporte físico, en papel).

En plataformas como Amazon, las novelas autopublicadas ocupan los primeros puestos del ranking y más de un cuarenta por ciento de los trabajos presentes en el top 100 provienen del entorno independiente.

diy literario

Además del beneficio económico, podemos encontrar otras causas que explican el éxito de propuestas indie, como son la mayor flexibilidad y rapidez a la hora de llevar a cabo campañas de promoción (por poner un solo ejemplo), o la posibilidad de experimentar con propuestas más novedosas y arriesgadas. Y es que, una vez superado el «complejo de inferioridad» que hasta hace relativamente poco sentía el artista independiente (esa sensación de saber que en el fondo se es un «artista de segunda»), un nuevo universo comienza a desplegarse ante nuestros ojos, dejando ver las costuras del viejo modelo empresarial.

"Si yo pongo los ingredientes del pastel, lo cocino, lo promociono y lo vendo… el pastel es mío."

A fin de ilustrar esta afirmación con un poco más de precisión, es importante resumir la antigua relación entre el artista y el mediador con su público potencial. Hasta hace poco —básicamente hasta la llegada de la web 2.0, que, aunque parezca que surgió en los albores de la humanidad, no lleva tanto tiempo entre nosotros—un sello editorial era sinónimo de calidad; un filtro (y un agente) que garantizaba una factura profesional. La productora, discográfica o editorial, además, se implicaba en las tareas de promoción más allá de la semana o quince días que suelen dedicar a fecha de hoy. Los adelantos eran generosos y, en definitiva, los artistas podían dedicarse a su tarea: crear.

Con el descenso de las ventas y el surgimiento de la web 2.0, los adelantos comenzaron a reducirse, las propuestas arriesgadas a descartarse (por norma general, claro está), y la promoción por parte de los sellos se redujo a unos cuantos tuits y unas pocas notas de prensa a lo largo de una o dos semanas, recayendo el peso de la misma sobre los propios creadores, quienes ahora debían ocuparse de más asuntos… recibiendo un porcentaje de beneficios menor.

Era cuestión de tiempo, de muy poco tiempo, que incluso los artistas más consagrados comenzasen a advertir que quizá no necesitasen un sello, o, al menos, no tanto como antes —que, en honor a la verdad, ellos eran el sello—; que podían subcontratar a otras empresas para distribuir sus trabajos en soporte físico y a diversos profesionales para ocuparse de las tareas más técnicas, tales como la edición, cubiertas, maquetación, etc., etc. En otras palabras, comenzaron a plantear la siguiente cuestión: «si yo pongo los ingredientes del pastel, lo cocino, lo promociono y lo vendo… el pastel es mío». Una forma brutal de cuestionar el papel del intermediario y ponerlo en la situación de tener que justificar el elevado porcentaje que suele quedarse para sí.

Si Amazon puede ofrecerte hasta un 70% del importe de las ventas de tus propios libros; si puedes difundir tu música a través de Spotify o iTunes y generar beneficios gracias a las visitas de tu videoclip, cortometraje o película alojado en plataformas como Youtube, Netflix o Hulu. Si, en definitiva, el público va a acercarse a tu trabajo —especialmente si eres uno de los grandes— con independencia de quién lo haya comercializado, ¿por qué no «matar» al intermediario? ¿Por qué no convertirse en empresario y multiplicar los beneficios?

"En este giro copernicano cultural, las editoriales, productoras y discográficas ya no serán el trampolín hacia el éxito, sino que se convertirán en coolhunters."

Esta situación nos empuja a posicionarnos en el bando de los apocalípticos o de los integrados, haciendo un guiño al texto clásico de Umberto Eco. ¿Qué futuro les aguarda a editoriales, discográficas y productoras audiovisuales? ¿Desaparecerán los libros, los CDs, los DVDs o los vinilos? Mi respuesta es que no, por mucho que la gente lea menos (o que directamente no lea), o que las propuestas de las editoriales se reduzcan a novelas escritas por youtubers, tuiteros o presentadores de televisión; no, aunque nadie sepa ya dónde reproducir un CD o un vinilo; no, a pesar de que nadie vaya al cine ni tenga un lector de DVD.

Sin lugar a dudas, libros, música, películas y el resto de productos culturales seguirán existiendo… pero se convertirán en otra cosa: el libro se convertirá en libro-regalo o en ese objeto que llevas en el metro para que todo el mundo sepa o que eres como los demás —leyendo las 50 sombras de Grey— o que formas parte de ese selecto grupo que sólo lee a Thomas Pynchon —por mucho que lo único que hayas visto sea la adaptación cinematográfica que Paul Thomas Anderson hizo de Puro vicio—; los CDs, vinilos y DVDs se convertirán en ediciones de coleccionista, en objetos que compartan espacio con otros productos de merchandising como camisetas, muñecos y un montón de cosas cuyo valor reside en no ser desenvueltas o desempaquetadas.

leerenelmetro

En este giro copernicano cultural, las editoriales, productoras y discográficas ya no serán el trampolín hacia el éxito, sino que se convertirán en coolhunters que rastrearán las tendencias, que «espiarán» a los autores y a los receptores, ahorrándose costosos estudios de mercado. Que localizarán aquello que ya está funcionando y tratarán de rentabilizarlo… después de que los creadores hayan recaudado el mayor botín, las ventas iniciales, la parte más grande del pastel.

No penséis que esto es el futuro, pues ya se ha convertido en nuestro presente y, como si de un lema ciberpunk se tratase, debemos recordar que «el futuro ya ha tenido lugar».

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Ruy López de segura: Historia de una traición (I)

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El Rey Felipe II jugaba al ajedrez en el Palacio del Escorial. Ruy López, autor de un magnífico tratado sobre el juego, era el adversario de Su Majestad Católica. El gran jugador estaba arrodillado sobre un co­jín de brocado (1), mientras que alrededor del rey los nobles permanecían de pie en una actitud grave y apenada. La mañana era bri­llante y perfumada como la brisa que se des­prende de los bosques de naranjos de Gra­nada. El sol lanzaba sus dardos de fuego so­bre los cristales, y las cortinas violetas de la espléndida sala suavizaban su potente calor: Esta claridad vivificantes no estaba ese día en consonancia con la sombría faz del rey; la frente de Felipe estaba fruncida y por ella se veía pasar por momentos la sombra de los turbu­lentos pensamientos que ocupaban entonces al monarca. Su frente era negra como la tem­pestad que estallaba sobre la cumbre de las Alpujarras. Con las cejas fruncidas, el rey lanzaba frecuentes miradas hacia la puerta de entrada. Todos los asistentes permanecían mudos, cambiando entre ellos miradas de in­teligencia. El aspecto de esta reunión era frío y serio. Se diría que un gran acontecimiento pesaba sobre la asamblea. El ajedrez no lla­maba la atención a nadie, a no ser la de Ruy López que vacilaba, reflexionando seriamen­te entre un jaque mate forzado y la deferen­cia debida a su muy Católica Majestad, Fe­lipe II, Señor de las tierras de España y sus dependencias. El silencio era completo. Se oía el ruido que hacían los jugadores al po­sar sus piezas.

"La sangre de Castilla hervía en las venas y encendía los rostros. El malestar era general."

De pronto, la puerta se abrió de golpe. Un hombre, de apariencia ruda y si­niestra, se presentó mudo y respetuoso de­lante del rey, esperando las órdenes precisas para hablar. El aspecto de aquel hombre era poco agradable. A su entrada, se levan­tó un murmullo súbito y general. Los caba­lleros se apartaron con desdén, incluso con disgusto. Se diría que acababan de ver surgir en medio de ellos a un animal peligroso y repugnante  a la vez. Su estatura era alta y fornida, de for­mas hercúleas; sus ropas  consistían en un jubón de cuero negro. Una figura común, en la que la inteligencia no se  traslucía en ningún rasgo, y sí, por el contrario, denunciaba sus gustos y pasiones degradantes. Una larga Y profunda cicatriz, que partía de la ceja, e iba a perderse bajo el mentón de una espesa bar­ba, aumentaba la brutalidad natural de esta fisonomía, era una de esas naturalezas mitad buey, mitad hombre.

Felipe II tomó al fin la palabra; su voz temblaba, estaba conmovido. Un estremecimiento galvánico recorrió el auditorio. Este ser in­creíble que la nueva traía era Femando Ca­lavar, verdugo de España.

—¿Ha muerto?, preguntó Felipe con voz im­periosa, que rompía el silencio para dar paso a un terror glacial.

—No, Señor, respondió Fernando Calavar inclinándose. El Rey frunció el ceño.

—Como Grande de España, el condenado ha recla­mado sus privilegios y yo no he podido pro­ceder contra un hombre por cuyas venas corre sangre de los más nobles hidalgos sin una orden más precisa de Vuestra Majestad —dijo, inclinándose de nuevo.

Un murmullo de aprobación recorrió la sala. Era la respuesta de las señores que habían escuchado con la mayor aten­ción. La sangre de Castilla hervía en las venas y encendía los rostros. El malestar era general.  El joven Alonso de Osuna lo hizo abiertamente, cubriéndose con su gorro de ceremonia. Su ejemplo atrevido fue segui­do por la mayoría de los nobles. En seguida, sus plumas blancas se balancearon dulcemen­te. Y parecía anunciar con audacia  que sus poseedores protestaban en favor de sus pri­vilegios puesto que  se servían de los que siempre han tenido los Grandes de España: cubrirse delante de su soberano.

El rey hizo un movimiento de cólera conteni­da. Después golpeó violentamente sobre el tablero de juego, lo que hizo que las piezas fueran a rodar por el suelo de la habitación.

—¡Ha sido juzgado por nuestro Consejo Real —dijo— y condenado a muerte ¿Qué pide entonces ese traidor?!

—Señor —respondió el  ejecutor—, él pide mo­rir por el  hacha y el tajo. Pide también pasar con un sacerdote las tres últimas horas de su vida

—¡Ah! De acuerdo —respondió Felipe casi satisfecho—. Nuestro confesor, ¿no está cerca de él, como hemos ordenado?

—Sí Señor —dijo Fernando—. El santo hom­bre está cerca de él, pero el duque no quiere nada del buen Díaz de Silva. No quiere re­cibir la absolución de nadie que esté por de­bajo de un obispo, pues tales son los privile­gios de los nobles condenados a muerte por crímenes de alta traición.

—Estos son nuestros derechos —dijo ardien­temente el fogoso Alonso Osuna— y nosotros reclamamos del rey los privilegios de nues­tro primo.

Esta petición fue como una señal.

—Nuestros derechos y la justicia del rey son inseparables —dijo a su vez Diego de Tarra­sas, conde de Valencia, anciano de talla gi­gantesca, vestido con su armadura y soste­niendo en sus manos el bastón de gran Con­destable de España.

—¡Nuestros derechos y nuestros privilegios! -gritaron los nobles.

Estas palabras se repitieron como un eco, y esta audacia hizo saltar al rey de su trono de ébano.

—¡Por los huesos del Campeador! —gritó— ¡Por el alma de Santiago! He jurado no co­mer ni beber hasta que la cabeza sangrante del traidor Don Guzmán me haya sido traída y yo la haya visto. Se hará así porque yo lo he dicho. Pero Don Tarrasas ha dicho bien: la justicia del rey confirma los derechos de sus súbditos. Señor Condestable, ¿dónde mora el obispo más próximo?

—Señor, yo he tenido más a menudo tratos con el campo de batalla que con la Iglesia —respondió bruscamente el Condestable—.El Capellán de Vuestra Majestad, aquí presen­te, os lo dirá mejor que yo.

Don Silvas y Méndez tomó, temblando, la palabra.

—Señor, —dijo humildemente— el obispo de Segovia está destinado en la Casa del Rey, pero el que lo reemplaza en este cargo mu­rió la semana pasada, y el “fecit” que nom­bra su sucesor está aún sobre la mesa del Consejo y debe ser presentado a la aproba­ción del Papa. Dentro de unos días va a te­ner lugar en Valladolid una reunión de tos Príncipes de la Iglesia; todos los obispos es­tarán presentes allí. El obispo de Madrid ya dejó ayer su palacio para ir.

Ante estas palabras una sonrisa de ale­gría asomó a los labios del de Osuna. Su regocijo era natural, ya que el joven tenía sangre de los Guzmanes y el condenado, su primo, era además su mejor amigo. El rey ad­virtió esta sonrisa su mirada adquirió una nueva expresión: una mezcla de impaciencia y de autoridad desconocidas.

—Nos somos el rey —dijo gravemente, con una calma que ocultaba la tormenta—. Nues­tra persona real no debe ser objeto de bur­las. Este cetro parece ligero, señores, pero la imprudencia de las risas será aplastada por él como por un bloque de hierro. Por otra parte, nuestro Santo Padre el Papa tiene una pequeña deuda con nosotros y no creemos que desapruebe el proceso que vamos a se­guir. Puesto que el Rey de España puede nombrar un príncipe, también puede nom­brar un obispo. Levantaos, pues, Don Ruy López. ¡Yo os nombro obispo de Segovia!  ¡Levantaos, padre! ¡Os lo ordeno! ¡Tomad vuestro puesto en la Iglesia!

El asombro fue general. Don Ruy López se levantó maquinalmente, indeciso. Su cabeza estaba ofuscada. Intentó hablar.

—¿Qué desea Vuestra Majestad..? —dijo.

—¡Silencio, señor obispo —respondió el rey

—¡Obedece a la palabra de tu soberano! Las formalidades de tu nombramiento serán ultimadas otro día. Nuestros súbditos no de­jarán de reconocer nuestra voluntad en este asunto. ¡Obispo de Segovia, vete a la celda del condenado, libra a su alma de pecado, y en tres horas abandona su cuerpo al hacha del verdugo! Y tú, Calavar, te esperamos en esta sala. Nos traerás la cabeza del traidor, porque Don Guzmán, príncipe de Calatrava, duque de Medina Sidonia, morirá hoy. ¡Que nuestra justicia se cumpla!

Felipe se acercó a Ruy López.

—Te doy el sello de mi anillo para que el duque crea mi palabra. Y bien, señores, ¿osáis dudar aún de la justicia de vuestro rey?

Nadie respondió. Ruy López siguió al ver­dugo y el rey, volviendo a su trono, hizo una señal a uno de sus favoritos para que se pu­siera ante el tablero. Don Ramírez, conde de Vizcaya, vino a arrodillarse sobre el cojín de terciopelo.

—Con el ajedrez, señores, —dijo el rey, son­riendo— y vuestra compañía, esperaré agra­dablemente. Que nadie abandone la sala has­ta que vuelva Calavar. Nos aburriremos mu­cho si alguno de vosotros faltara.

Después de estas palabras irónicas, Fe­lipe comenzó una partida con don Ra­mírez, y los caballeros, abrumados por tan­tas fatigas, permanecieron agrupados alrede­dor de los augustos personajes como estaban al comienzo de este relato.

Todo continuó en orden y calma, mientras que Calavar conducía al nuevo obispo a la celda del condenado. Ruy López caminaba sin mirar. El que le hubiera visto así le hu­biera tomado por otro condenado. El gran hombre estaba sumido en pensamientos que le atemorizaban, ¿soñaba? ¿Estaba despierto?. El dudaba aún, y en el fondo de su alma mal­decía a la Corte y al rey. Recordaba perfec­tamente que era el nuevo obispo de Segovia, pero sentía cruelmente a qué precio había conseguido esta dignidad. ¿Qué había hecho Don Guzmán para que le inmolaran así? ¡Don Guzmán, el primer jugador de ajedrez de España! Pensaba todo esto mientras pisa­ba las losas de mármol que conducían a la prisión del Estado, y rezaba a Dios para que la tierra se abriera y le tragara vivo. Su plegaria era sincera, pero rezaba en vano.

*  *  *     *   *   *

(1) La costumbre exigía entonces que se hincara una rodilla en tierra pan jugar de cara al rey. Durante el transcurso de la partida se tenía como el más grande ho­nor que Su Majestad tendiera la mano para ayudar a cambiar de rodilla.

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Ángeles subterráneos (y 4): Gregory Corso

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SINE TEMPORE

Quizás el más subterráneo de todos los poetas que Kerouac llamó ángeles subterráneos  fuera Gregory Corso. Todavía no sé a estas alturas si existió de verdad, o fue un heterónimo inventado bajo el que se parapetaron sus compañeros de generación para escribir y firmar sus anécdotas y poéticas más viscerales, también las más desahuciadas. Y a cadena perpetua. Algo así al menos se empeñan en recordarnos las biografías oficiales de un poeta que, entre otras y en distintos momentos de su vida, cursó estudios superiores de supervivencia en la Tombs, la Dannemora, la Clinton State…, que no son precisamente encopetadas universidades privadas de la costa este, sino cárceles todas ellas. La vida como es.

Un día llegó a asaltar incluso la propia librería City Lights, de su protector y amigo Ferlinghetti, y se llevó y cepilló en una noche de farra la caja entera. Aunque éste lo tuvo fácil, la verdad, y en vez de denunciarlo a la policía, algo que hubiera estado muy mal visto ante los demás colegas de credo libertario, se limitó a descontar lo sustraído de los derechos de autor de Gasolina, el libro que le había publicado años antes en su sello editorial.

"Leyenda siempre y siempre haciendo méritos por mejorar su propia marca en la prueba de relevos entre el caballo y la metadona."

El barco roto, en definitiva,  de una nómina beat que quizá le acogió y adoptó también de inmediato como el maldito más auténtico, el incunable que completaba la pureza de sangre más rebelde y antisistema de la generación. Aunque el apelativo de barco roto es un atrevimiento de cosecha propia, recordando y homenajeando imagino aquellos versos suyos que tanto me gustaron siempre: los hombres rotos buscan barcos rotos… 

Escrita a mano con mala letra y atropellados trazos de rotulador de punta gruesa —recuerdo sus derrapes sobre el papel— , la cita  habitó  largo tiempo el corcho mural que acogía por entonces la esencia de mis lecturas más cómplices, y convivió incluso, durante larga e inestable travesía, en dura competencia con otra que ahora pienso venía a decir exactamente lo mismo, el frío es el origen del encuentro…, que escribió Ernesto Sábato no sé si en El Túnel o en su Informe para ciegos. Da igual.

Allen Ginsberg y Gregory Corso

Allen Ginsberg y Gregory Corso

Subterráneas e invisibles trascurrieron en cualquier caso grandes etapas de su vida, desaparecido, quizás a la sombra, en todo caso siempre al borde del abismo, fuera cierta o ficticia su existencia, carne viva o trasunto. Leyenda siempre y siempre haciendo méritos por mejorar su propia marca en la prueba de relevos entre el caballo y la metadona. El caso es que fue el único de los cuatro poetas de los que no recibí carta alguna, vagas y confusas noticias siempre hasta que me llegó su poema titulado The whole wessAl carajo con todo…, directamente de su traductor el poeta José María Parreño, otro grande, del que ya oyeron hablar al principio de esta serie, y autor de un texto fundacional en la poesía española de principios de los 80 cuyo título hubiera entusiasmado sin duda a Gregory Corso y al resto de los poetas beats: Instrucciones para blindar un corazón.

"Snyder, Ferlinghetti, Ginsberg, Corso… Gente loca por vivir, por hablar, por salvarse… Por entenderlo todo."

El mío, por ejemplo, al borde del colapso emocional cuando los cuatro poemas solicitados obraron al fin en mi poder, y aquel extraordinario número de El Hombre de la calle fue botado días después en la misma Sala de Columnas del Círculo de Bellas Artes donde años atrás había comenzado todo con aquella lectura tan absolutamente imprevista de Gary Snyder. Él fue el primer poeta beat al que conocí personalmente,  y de él fue el último poema que escuchamos en esta ocasión en la voz del actor argentino Mario Merlino, nuestro añorado Mario. Sinfónico, carnal, inolvidable. Estremeciéndonos a todos cuando de pronto un nudo en su garganta hizo justicia poética y explicó para siempre, de la forma más hermosa y vocacional al tiempo, aquella exclamación de Federico García Lorca cuando le preguntaron por qué le gustaba leer en público sus poemas: ¡Para defenderlos!

Porque la poesía, como decía Corso, o dicen que decía un tal Gregory Corso, aquel hombre roto del que jamás quise ver foto alguna, llega inmensa, con sus harapos empapados de gasolina, tachonada de pedazos de alambre y viejos clavos torcidos, arribista oscura, desde un oscuro río interior…

Snyder, Ferlinghetti, Ginsberg, Corso… Gente loca por vivir, por hablar, por salvarse…  Por entenderlo todo. 

Follarse a la bruja, / follarse a los ángeles celestiales / y a las blondas doncellas perfumadas… Y después, por qué no, amar lo humano: esposas, esposos y amigos… / Agotamiento, hambre, descanso… 

La libertad sagrada de la danza…


 

 

Serie de artículos de Fernando Beltrán que tiene como eje vertebrador el número extraordinario que la revista El Hombre de la Calle dedicó a los poetas de la generación Beat Gary Snyder, Allen Ginsberg, Lawrence Ferlinghetti y Gregory Corso.

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El verdadero procedimiento policial (8)

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Hay muchos placeres en esta vida, dicen, pero para mí, el mejor, más inmenso y especial es volver a verte, querido lector.

Sé de nuevo bienvenido a estos dominios y déjame decirte algo: lo que vas a leer hoy es algo especial. Seguro que te preguntas por qué, ¿qué puede tener de especial un simple artículo? Hay dos razones de peso que lo argumentan:

1) No es un artículo como los anteriores, me he tomado la licencia de salirme del guion para hacer hoy algo distinto.

2) Quédate leyendo hasta el final y lo sabrás.

Bien. Como ya te he dicho, me he salido de lo habitual. Lo he hecho porque creo que he hablado mucho de procedimientos policiales reales poniendo ejemplos de lo que se hace en la ficción y no se debería hacer. Pero, ¿qué ocurre cuando es al contrario? ¿Qué pasa cuando te encuentras, por ejemplo, un libro que sí muestra ese procedimiento real y además su trama consigue que te produzca un orgasmo cerebral? Pues que tendré también que contarlo, no todo va a ser malo. Es por eso que este artículo va dedicado a unas cuantas obras que sí siguen ese procedimiento y, además, son muy entretenidas y amenas de leer. Para no hacerlo demasiado extenso, os hablaré de tres. Además, de autores castellanohablantes. Ten en cuenta que este artículo, al contrario que los demás, es totalmente subjetivo, por lo que entiendo que puedas estar o no de acuerdo —o que consideres que falten títulos fundamentales—. Pero bueno, ésta es mi sección, ¿no? —Risas macabras—

Pasemos a la acción.

Trilogía del Baztán — Dolores Redondo (@doloresredondom)

Dolores RedondoPoco o nada puedo decir que no se haya dicho ya sobre estos tres títulos. Amén de ser una obra imprescindible por el desarrollo de sus personajes y tramas —os enamoraréis sí o sí de la inspectora Amaia Salazar—, muestra con toda crudeza y realidad el procedimiento policial, llevado a cabo en este caso por la Policía Foral de Navarra. Dolores no ha escatimado a la hora de documentarse y nos muestra una realidad tan palpable que asusta a veces. No sé si recordarás el artículo que escribí sobre el trabajo forense, Dolores lo muestra tan real y fiel a la realidad que parece que tú mismo estás viviendo los procedimientos. Fíjate si habrá impactado en la comunidad lectora esta trilogía, que el primero de sus volúmenes —El guardián invisible— ya ha sido adaptado a la gran pantalla. Y siendo más subjetivo que nunca, si Amaia Salazar es interpretada por mi actriz favorita española, Marta Etura, para qué más. Imprescindible para quien no lo haya leído.

Trilogía: Versos, trocitos de carne y canciones — César Pérez Gellida (@cpgellida)

cesarOtro que tal. Creo que si eres fiel seguidor de las novelas policíacas conocerás a César. Pero por si acaso, yo te cuento algo. César también logra mostrar la crudeza de una verdadera investigación policial, con procedimientos —a veces— lentos y con la propia desesperación, vivida en las carnes del inspector vallisoletano Ramiro Sancho. César muestra la verdadera realidad, en la que cada indicio necesita su tiempo y su momento, documentada de primera mano con un propio inspector de la Policía Nacional oculto —por razones obvias— por un seudónimo. Me leí la trilogía en tres días. Sí, tres. Y te juro que durante esos días llegué a soñar con sus personajes por la empatía que llegué a generar con ellos. Mención aparte merece su último título publicado —que da inicio a otra trilogía—, de título: Sarna con gusto. La exquisitez y veracidad con la que trata un tema tan escabroso como es un secuestro asusta. Se ha llegado a decir en muchas ocasiones que el libro podría ser considerado un manual para ambas partes del secuestro, por lo que os podéis hacer una idea. En octubre publica: Cuchillo de palo, segunda parte de esta nueva trilogía. Y seguro volverá a sorprender.

Normal — Roberto López-Herrero (@Elexpecial)

Roberto LópezNormal es otra referencia imprescindible para los amantes del género y, dicho sea de paso, a los que les guste leer algo real. Y es que el libro no sólo se basa en una documentación exquisita a la hora de mostrar el trabajo de la Policía Nacional, parte de una premisa tan poco vista en la literatura, que ya por eso merece la pena leer. ¿Qué pasa cuando se deja de utilizar el recurso que utilizamos muchos de hacer a nuestro asesino especial por alguna característica? ¿Qué pasa cuando es un tipo normal, con un trabajo normal, nombre normal y aspecto normal? Bajo esta inquietante pregunta arranca un libro frenético que me gusta, especialmente, porque se muestra de forma veraz el trabajo de unos grandes desconocidos: los informáticos de la policía. Y digo desconocido porque se tergiversa tanto su verdadero trabajo, que en realidad no tenemos ni idea de lo que verdad hacen. Roberto lo muestra con fidelidad, aparte, claro está, de los procedimientos veraces que se encarga de describir magistralmente. Todo ello acompañado de grandes dosis de humor fino y crítica mordaz a la sociedad en la que vivimos. La verdad, tengo ganas de leer algo nuevo protagonizado por el inspector Félix Fortrea y la psicóloga Lara Martell.

La ciencia en la sombra —JM Mulet (@jmmulet)

JM MULETVuelvo a salirme del guión para recomendaros algo. Y es que no es una novela. No. Es un libro en el cual, el autor, se dedica a explicarnos con divertidos ejemplos —que sirven para clarificar todavía más y, de paso, quitarle hierro al tratar asuntos tan escabrosos— toda la ciencia que hay detrás de los procedimientos policiales y forenses. Este libro llegó a mis manos gracias a la Editorial Destino, que me lo mandó. Me lo bebí. Es una maravilla tanto el qué, como el cómo está escrito. Muestra de manera muy clara y amena todo lo que se acontece después de que se haya cometido un crimen y lo ejemplifica con casos reales. Si eres amante, pero de los de verdad, del género negro, debes leer este libro porque es una guía para entender bien todo este enrevesado mundo, lleno de mitos y falacias. Gracias a la editorial por el libro, pero sobre todo gracias al autor por molestarse tanto en crear algo tan sumamente perfecto y bien escrito.

Y ya, creo que con estas recomendaciones vas más que servido. Vuelvo a repetirlo, sé que faltarán obras imprescindibles —se me ocurre el ejemplo de todos los libros protagonizados por Bevilacqua, personaje creado por el maestro Lorenzo Silva (@vilasilva)—, pero quiero, recomendaros lo que a mí me ha dejado marcado en estos últimos tiempos. Espero que me hagas caso y leas a alguno de los citados. Me lo agradecerás.

Nos vemos en el siguientAH, espera. Sí, tienes razón. Se me olvidaba algo. O me he hecho el tonto, no lo sé. Sí. La semana pasado propuse algo en mi twitter, y era que si el tuit que escribí para el efecto, lograba 100 retuits, te revelaría el título de mi nueva novela.

Como sois tan inmensamente cabrGENIALES, llegamos a 200 en unas horas. Es por eso que esta vez, sin trucos, te lo cuento. La novela en la que estoy aunando todo el procedimiento descrito en anteriores artículos —por lo que deducirás que es una novela tan negra como el sobaco de un grillo—, tendrá por nombre MORS. Tal cual lo lees. Ya está escrito y listo. Ahora sólo falta presentarlo a editoriales, a ver quién se lo queda. También te prometí que si superábamos con creces los cien, te contaría algo de ella en primicia. Pero no todo va a ser tan fácil —muhajajajajaja—, si quieres saberlo tendrás que estar atento a mi Twitter porque a las 48 horas de que se publique este artículo, te contaré dos cosas en exclusiva. Ahora tienes dos opciones: u odiarme sin remedio, o seguirme en twitter y odiarme sin remedio.

Ahora sí me despido, querido lector. No sin antes decirte que estés atento a mi próximo artículo, te contaré cositas sobre una sección de la Policía Nacional que puede que no conozcas y que te deje boquiabierto. Hala, nos vemos.

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Caminando entre dioses: Sicilia monstruosa (parte II)

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Como toda hembra disputada por muchos y abandonada por todos, Sicilia tiene  frondosa la epidermis y duro el corazón. A medida que nos alejamos de la franja verdeazul de sus orillas viajando hacia el interior, el paisaje se vuelve árido, estepario, terroso. La mitología explica este contraste en uno de sus más definitivos cantos: el rapto de Proserpina. Este mito, como toda narración que trasciende el argumento, está tejido con el hilo de la vida, resultando un tapiz complejo de la historia de las primeras civilizaciones del Mediterráneo: el matriarcado, la maternidad, la entrega al esposo, la pérdida de la inocencia, la venganza, la renuncia, la partida, el regreso.

La Perséfone de los griegos (Proserpina para los romanos y también para la posteridad, gracias a Ovidio) era  hija única, el tesoro de su madre, Demeter, diosa de la fertilidad, que la amaba con una entrega absoluta, orgullosa de su belleza carnosa y su inocencia de juventud . Había usado al más potente de los dioses, Júpiter, para que la preñase y ahora disfrutaba de su matriarcado en la cálida Sicilia, que cada año era testigo de la felicidad de madre e hija manifestada en la fertilidad de la tierra y la frescura y claridad de los lagos, entre los que destacaba  por singularidad y pureza el Lago Pergusa, en el centro mismo de la isla. Y fue precisamente ese el escenario elegido por  el mito para representar la tragedia: Eros disparó su flecha al rey del inframundo, el invisible Hades, demostrando divertido a su madre Venus que, además de puntería, Amor tenía el poder de someter a los dioses. Herido, el terrible dios hizo suya, sin preguntar, a la bella Perséfone, arrancándola con brutalidad de aquel lugar para que reinara junto a él en los Infiernos.

"Hay un lugar en Sicilia que ni siquiera Deméter con su fértil manto, logró nunca llenar de color. Se trata de la tenebrosa región del interior."

Mientras, en casa, Demeter esperaba, paciente, el regreso de su hija. Tras acudir, enfadada al Lago Pergusa a buscarla y comprobar que no había nadie, comenzó la desesperada búsqueda por cada palmo de la isla, primero; por todos los rincones de la Tierra, después. A su paso, como una ciociarìa implacable, iba derramando su impotencia y su furia, destrozando las cosechas y matando sin distinción a bueyes y labradores, aunque sin duda de todos los países, el que más sufrió su ira fue Sicilia que tan celebrada por su fertilidad en otro tiempo, empezó a languidecer. Las tierras se tornaron amarillas como melena de león, las fuentes se secaron y el abundante llanto de Deméter se acumuló en Drépano (la actual Trapani, en la costa noroeste) formado un bosque estéril de dunas blancas de sal brillando bajo el imponente sol del Mezzogiorno.

—”¡Contén tu dolor! Le gritó, medio seca, la fuente Aretusa desde Ortiggia. O nos matarás a todos.”

—La hija que buscas es ahora la esposa de Hades y tú has perdido tus derechos sobre ella.

Horrorizada, Demeter comprendió que como diosa, tendría que acatar la ley, pero como madre, tenía que intentar negociar con su yerno. Éste, listo como un demonio y consciente de lo incómodo que resultaba tener una espalda silenciosa en el lecho conyugal, accedió a la propuesta.

"Pero el frío helado de las altas cumbres del Etna termina, cada vez, enfriando la ira del gigante, solidificando su saliba de fuego y perpetuándola en un paisaje de pesadilla."

Las seis semillas de granada que la novia tomó en el ágape de bodas determinaron el cómputo de los meses en los que Perséfone debía permanecer en el Reino de los Muertos, estableciéndose de esta manera el ciclo de las estaciones. Y cada vez que  vuelven a encontrarse  tras los fríos seis meses de invierno, la Tierra despierta de su letargo y es de justicia recordar que la vida se renueva  para todos los mortales, fiel a su ciclo milenario, gracias al amor de una madre.

Sin embargo, hay un lugar en Sicilia que ni siquiera Deméter con su fértil manto, logró nunca llenar de color. Se trata de la tenebrosa región del interior, donde en lo más alto de una montaña, se abre la poderosa boca del Gigante Enceladus. Ruge sin cesar la desgracia de su destino vinculado para siempre al volcán Etna, que lo mantiene sujeto bajo las aguas atrapado por la diosa Athenea como castigo eterno por encabezar, frente a un ejército de gigantes, una revuelta de ira y venganza contra los dioses del Olimpo.

Inmovilizado, escupe fuego y vapores tóxicos y su fuerza es tan terrible que bajo su vómito de lava han sucumbido durante milenios, ciudades y hombres.  Pero el frío helado de las altas cumbres del Etna termina, cada vez, enfriando la ira  del gigante, solidificando su saliba de fuego y perpetuándola en un paisaje de pesadilla. Este lugar brumoso y terrible en el corazón de Sicilia era el hogar de los Cíclopes, raza savaje de gigantes caníbales de un solo ojo que dedicaban sus días al rudo trabajo de los metales en lo más profundo de la sima del volcán donde Hefesto, dios del fuego, tenía su taller.

Y entre todos ellos destacaba por su fuerza y ferocidad heredada de su padre Neptuno, el Cíclope Polifemo,que en los días previos a la fortuita llegada de Ulises, vagaba por Sicilia herido por el malévolo juego de amor del implacable Eros.

Su pasión por la nereida Galatea, criatura de las aguas, lo llevó a abandonar las entrañas de la tierra y caminar sin descanso lamentando su amor a lo largo de las doradas orillas de la isla, acompañado por su rebaño de cabras y su cayado hecho con el tronco de un alto pino. En uno de esos paseos, predeciblemente, halló la verdadera razón de la negativa de Galatea a sus requerimientos: era el hermoso pastor Acis, al que la nereida abrazaba con pasión, como cada atardecer, en una playa cercana.

Ciego de furia y dolor, Ovidio en su Libro XIII, nos asegura que Polifemo bramó:

“Yo que desprecio a Júpiter y al cielo y al rayo destructor a tí te venero, Nereida(….)¿Por qué rechazando al Cíclope amas a Acis?(…) He de arrancarle vivas las entrañas y he de cortar y esparcir sus miembros por los campos y por tus ondas. Porque estoy ardiendo y el fuego, agitado, se desborda con más violencia, y me parece que se ha trasladado y llevo en mi corazón el Etna con toda su potencia; y tú Galatea, no te conmueves”.

Y aunque el joven Acis, el héroe de Simeto, intentó huir, su suerte estaba echada. Aplastado por una negra roca volcánica, sus miembros arrancados por la furia ciega de Polifemo fueron esparcidos en tres puntos de la costa y a Galatea sólo le quedó para llorarla, la sangre de su amado que, traformada en rio por los dioses, hoy tiene el poder, aseguran los lugareños, de aliviar durante un tiempo la sed de amor.

En la costa sureste de Sicilia, a unos veinte kilómetros al sur de Catania, tres bellos pueblos llevan en su topónimo la memoria del terrible asesinato: Aci Trezza, Aci Castelo y Aci Reale. En este último, un hermoso grupo escultórico perpetúa en mármol la historia de amor.

Desde aquel terrible día, Polifemo no quiso volver a ver la luz el sol. Se encerró con su rebaño en una fria cueva en las faldas del Etna y en ella permaneció, rumiando su tristeza, hasta que unos marineros griegos aparecieron por allí, exhaustos y hambrientos.Se dejó emborrachar por el jefe de todos ellos, un tal capitán Nadie, y mientras se adormecía embriagado por el licor, recordaba las palabras de su amigo Télemo de Eurímida, el adivino: -“El ojo único que llevas en medio de la frente te lo arrebará Ulises”. Con tristeza, antes de caer en la oscuridad eterna, sonrió Polifemo al evocar su respuesta: “Querido amigo, te engañas; otra me lo ha arrebatado ya.”

-“Los vientos nos son favorables, Ulises, y por fin estamos a salvo sobre nuesta nave con las velas hinchadas, rumbo a Itaca. ¿Qué pesamientos silencian tu voz y entristecen tu mirada?”

Ulises,sin apartar la vista de los oscuros “faraglioni” arrojados por el gigante, susurró,como para sí:

-“No querrás creerlo, pero cuando quemé su único ojo, Polifemo apenas se defendió.”

persefone

En la provincia de Catania, donde la amenazante sombra del Etna me hace pensar, con generosidad, en la valentía del ser humano que a pesar de todo sigue plantando cara a los dioses construyendo ciudades en las faldas de los volcanes, los cataneses afiman que Homero se inspiró para crear sus Cíclopes en los cráneos fosicilizados de los elefantes prehistoricos de origen africano atrapados en la isla tras la fragmentación de Pangea y posteriormente adaptados durante cientos de años a la vida en estas tierras sicilianas. La parte frontal de dicho cráneo, un tanto hundida, recuerda tal vez, el hueco de un gran ojo señoreando en una cabeza poderosa.

Este animal todavía hoy sigue siendo el símbolo de la “nera” Catania y en la Piazza del Duomo, la famosa Fontana dell’Elefante que en catanés llaman U Liotru, nos recuerda, una vez más, su inevitable pasado africano: un paquidermo siciliano esculpido en roca de lava, sostiene con orgulloso equilibrio un obelisco egipcio. Y aunque esta fuente no es demasiado antigua (Vaccarini la esculpió en 1736), consuela saber que a su sombra alargada se forjó otro amor desgraciado e inmortal-el de la hermosa Norma y aquel ingrato general romano- salidos de la imaginación de Vincenzo Bellini que tal vez algunos pensarán que no debiera estar aqui, por no ser ni un héroe ni un dios. Ya me dirán, entonces, cómo se puede ser humano y capaz, al mismo tiempo, de componer Casta Diva.

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El sombrero de paja

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En el bar La Marina de Torrevieja, rincón marinero de toda la vida, me tomo una caña con Rafa, el dueño, y con Manolo, contramaestre del club náutico. Hay algún parroquiano más, de esos flacos y con tatuajes, de ojos descoloridos por el sol, inseparables de los puertos viejos y sabios, que tanto ayudan a mojar de espuma de cerveza, como Dios manda, un mostrador de mármol o de zinc. Se está bien aquí, charlando en este lugar que gracias al tesón y buen oficio de Rafa permanece intacto, a salvo del disparate urbanístico en el que gente sin escrúpulos convirtió el antiguo pueblo de pescadores, en las últimas décadas.

Entre caña y caña sale el nombre del marinero Pepe. Murió hace poco, y me intereso por cómo ocurrió. Se trata de Pepe Vidal, en los últimos tiempos Pepe el del Onyx. Lo conocí cuando amarré aquí por primera vez hace veintidós años, y lo vi mucho en los pantalanes, primero como marinero y después jubilado, andando con pasos lentos y su eterno sombrero de paja camino del Onyx, la niña de sus ojos. El Onyx es un barco blanco y grande con un palo y una botavara enormes, de bandera alemana, feo como la madre que lo parió, que su propietario sólo saca a navegar un mes en verano. Y durante los once meses de amarre, el Onyx quedaba bajo el cuidado de Pepe, que cada mañana, temprano, con su andar tranquilo y su viejo sombrero de paja de ala ancha de pescador de toda la vida, acudía al barco para limpiarlo y tenerlo a punto, a son de mar y como los chorros del oro.

Pepe era de ésos que embarcaron con doce o trece años, cuando una boca a alimentar en casa sobraba y era preciso salir muy pronto a buscarse la vida. Como muchos de su pueblo y generación, Pepe anduvo embarcado en pesqueros y en la mercante, y terminó recalando en el club náutico de Torrevieja con la colla de primeros marineros, veteranos hombres de mar, que luego se fueron retirando para dar paso a la gente joven. La pensión de jubilado, Pepe la redondeaba con lo de cuidar el Onyx. Sin embargo –lo vi innumerables veces a bordo– lo que él hacía allí iba más allá de las obligaciones contratadas. Era su vínculo con el mar. Aquel barco amarrado, donde durante once meses era único amo a bordo después de Dios, lo mantenía vivo, lúcido, activo. Vinculado a la navegación y a la historia de su propia vida. Por eso cada día, con su sombrero de paja y su paso tranquilo, Pepe cruzaba despacio los pantalanes para ir a cumplir con su deber.

Manolo, el contramaestre, me cuenta cómo ocurrió. Él lo vio todo. Regresaba el Onyx de  su navegación anual, y allá fueron a ayudarlo en el amarre los marineros del club, con Pepe entre ellos, pues no dejaba que nadie metiera mano sin estar supervisando él la maniobra. «Hubo una mala señal –dice Manolo–. Algo que nos hizo arrugar la boca. Tú sabes que la gente de mar somos supersticiosos, y Pepe, como viejo pescador y marinero, lo era más todavía. Estaba vigilando cómo cogíamos una estacha cuando una ráfaga de aire se llevó su sombrero de paja. Lo vi salir volando y pensé: mala cosa. Ya sabes que aquí damos importancia a esos detalles que traen mala suerte, como pisar las redes en tierra, que tu mujer barra hacia la calle cuando sales a la mar, embarcarse con el pie izquierdo y cosas así. Y fue eso lo que pensé: mala cosa. Pepe se quedó mirando el sombrero en el agua, lejos, como pensando lo mismo que yo, y se cruzaron nuestras miradas. Estaba muy serio y de pronto me pareció mucho más viejo. Como cansado de golpe. Entonces le dimos la estacha, subió a la cubierta del Onyx y allí cayó al suelo. Le había fallado el corazón. Murió en el hospital, al poco rato».

Me despedí de Manolo y los otros, salí del bar La Marina y volví a mi barco de noche, caminando por el pantalán mientas recordaba la conversación. Sin apenas darme cuenta seguí hasta el extremo y me detuve junto a la enorme popa blanca que se destacaba en la penumbra. Estuve allí un rato inmóvil, mirándola, y al fin me pareció oír un vago rumor de pasos en la toldilla, y que una sombra tocada con un sombrero de paja se acodaba en la regala. Alcé una mano, absorto, y por un momento creí que la sombra también hacía lo mismo, respondiéndome. A diferencia de mucha gente de tierra adentro, quienes navegamos solemos creer en los barcos fantasmas y en sus tripulantes. Cosas de la mar, de los libros o de la vida. Ése es mi caso. Y ahora sé que cada noche, cuando pasee junto al Onyx en el puerto desierto y silencioso, la sombra de Pepe Vidal estará siempre apoyada en la regala, dispuesta a devolverme el saludo.

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Publicado en XL Semanal el 28 de agosto de 2016.

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Aroma de albahaca junto al estanque

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La mañana huele a albahaca. La mañana no sabe que es domingo, sólo que la luz de agosto irradia un sosiego amable, dócil, eterno.

La mañana no sabe que luego vendrá la tarde.

La mañana aún no está herida.

La mañana cree que durará para siempre.

Nada tiene sentido fuera de esta mañana.

***

El mal nadador contempla con envidia cómo Bruno se mece entre las aguas limpias y breves de un estanque que fue hace cuarenta años abrevadero de caballos y ovejas. Es mediodía y parece como si se estuviera regalando ese baño después de haber podado plantas durante más de una hora.

"Arcángela no tiene pinta de mentir, aunque puede que sea fantasiosa. Miro sus ojos azules enmarcados en unas gafas de carey..."

Bruno apenas se mueve. Como las hojas de la enorme acacia que protege la cara norte de esta villa de mediados del XIX con escaleras de mármol y paredes estucadas. El alto techo de bóveda cruzada contempla el salón donde desayuno y paso parte del día ensimismado. Ahora me siento en un sillón, luego en un tresillo donde me demoro en un piano y una cómoda sobre la que dormita un búcaro de esmalte con adelfas rosas y blancas. Abro un enorme armario y curioseo cuberterías, paños, manteles, servilletas, juegos de copas, jarras estriadas. La luz llega a través de dos ventanales cerca del techo, como para que todo esté en una suave penumbra y mantenga la estancia fresca, silenciosa, aislada. En una alta mesa de madera oscura sobre manteles individuales –como de ajuar– encuentro a primera hora de la mañana café, miel, mermeladas amargas y dulces, quesos, una jarra de agua y otra de leche, higos sobre una gran hoja de la propia higuera o tomates –según el día–, cucharitas junto a delicadas tazas de porcelana, un salerito de plata, un azucarero con forma de concha. Desde allí miro hacia el jardín a través de una enorme puerta acristalada.

Más que Bruno, quien merodea por entre olivos, ficus, buganvillas, higueras, granados, nogales y cañas de bambú es Arcángela. Camina descalza (hoy con el pie izquierdo vendado) por el otro salón (al que no he sido aún invitado), la cocina y el enorme jardín que rodea las estancias. Apenas hablan, sólo escuchan piezas de Béla Bartok y Chopin y son tan sigilosos como el gato al que sólo vi una vez.

Arcángela no se mete en ese cubículo con pretensiones de piscina. Igual por decoro. Angélica tendrá ya los 70. Dice que ideó y compuso un mosaico con formas de peces y pájaros (muy de las vanguardias) hace años, que una tormenta arrancó parte del techo y algunos de los cristales acabaron incrustados en la acacia y los ficus. Arcángela no tiene pinta de mentir, aunque puede que sea fantasiosa. Miro sus ojos azules enmarcados en unas gafas de carey y mientras habla me pregunto si serán pareja.

La mañana ya no sabe a albahaca. Arcángela estuvo trenzando con parsimonia siete hojas con una cinta, las regó y las puso a secar prendidas de una argolla de la pared oeste. “Cuando se sequen, colgaré el ramo en la cocina”. Luego seleccionó brotes de tomillo, mejorana, orégano y también albahaca, lo mezcló todo en una cesta y la dejó al aire sobre una mesa de hierro blanco algo oxidado –a juego con dos sillas algo desvencijadas– para utilizarlas meses después en sus mermeladas.

"Me adentro en el estanque como si lo hiciera en una enorme pila bautismal, como si me fundiera en sus aguas..."

Subo y bajo por las escaleras para detenerme ante los cuadros. Representan damas y jóvenes desvaídas con la raya del cabello en el centro, algunas con camafeos y todas con pendientes, extasiadas ante una virgen sobre una columna o con la mirada perdida. Lucen amplios vestidos de encaje y ojos de caramelo. Nada queda de ellas, nada sabemos de ellas. Ni siquiera aparece su nombre a pie del cuadro, ni el marco. No sabemos si murieron jóvenes y solteras o dieron a luz seis hijos, si fueron desdichadas o viajaron hasta París en primavera para pasearse por las salas del Louvre, los jardines de Luxemburgo; si visitaron tiendas de joyas o sombrererías, si se pavonearon en landós. Desconocemos en qué restaurantes cenaron, si años después comentarían aquellas miradas sostenidas por jóvenes militares que no sabían que morirían tres años después en la batalla del Marne.

Unas mariposas revolotean por una vereda que no se sabe dónde va. El día se ha detenido. Unas nubes de algodón encima del Adriático están abrazadas al cielo. Vuelve el rumor de un airecillo que agita levemente la tarde, un murmullo besa esta colina de Pescara. Me adentro en el estanque como si lo hiciera en una enorme pila bautismal, como si me fundiera en sus aguas. Mi cuerpo es agua, formo parte de ella. Me tiendo boca abajo y luego miro el sol. Una ventana se cierra de golpe. Paseo por el jardín. Me tumbo sobre la hierba. Creo que me he vuelto a quedar dormido. Quizá para siempre.

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La infantería del capitán: Vida y tiempos de los extras de ‘Alatriste’

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[El texto que sigue se escribió a finales de 2005, varios meses antes del estreno de la película Alatriste. En él se resumen las aventuras de cuatro veinteañeros que participaron como extras en el rodaje y contaron sus experiencias en el foro capitan-alatriste.com]

“Vuelvo yo de llevar mi coche a la ITV, con un cabreo tremendo porque me lo han echado para atrás por culpa de los gases, cuando me llama una señora muy amable al móvil: “Que te han cogido para extra de Alatriste y mañana tienes que estar en la prueba de vestuario”. El cabreo se me pasa del tirón, llamo corriendo a mi novia para contárselo, y sin quererlo se me viene a la cabeza una escena de El guateque, en la que Peter Sellers vuelve loco al director de cine de la peli para la que trabaja de extra.”

Esta es una cita de una página del blog de Juanrahig, un gaditano de 29 años que el 19 de abril de 2005 se sintió, si no rey por un día, al menos sí súbdito de Felipe IV en aquellos días del siglo XVII cuando el sol no se ponía en el imperio español.

La adaptación cinematográfica de la serie de novelas Las aventuras del capitán Alatriste está introduciendo a lo grande en la cultura popular española el fenómeno cada vez más extendido en Hollywood de seguir a través de foros de internet el crecimiento de todos los aspectos de los nuevos proyectos fílmicos casi minuto a minuto, desde el rodaje hasta el estreno, pasando en el caso de Alatriste por la aparición de nuevos libros en la serie, juegos de rol, divulgación cultural, discusiones históricas, quedadas, fabricación de su propio merchandising de fans, todo tipo de noticias relacionadas con el tema, y más allá incluso.

En principio, puede parecer que un grupo de unas 600 personas reunidas en un foro cien por cien no oficial fundado por un señor de Murcia no puede compararse con los multitudinarios fenómenos provocados a escala mundial por acontecimientos como El Señor de los Anillos, Star Trek y La Guerra de las Galaxias, pero el hecho es que en una España donde muchos se confiesan modernamente frikis quizá porque el palabro está de moda, nunca antes había pasado algo similar con ningún otro film autóctono. Además, a esto hay que añadir el hecho de que a día de hoy [noviembre de 2005] sigue sin haber una página web oficial de ningún tipo para la película más allá de la que tiene el propio autor de las novelas, Arturo Pérez-Reverte. Es aquí donde probablemente esté una de las grandes diferencias entre nuestro cine y el estadounidense, más que en los medios económicos, ya que Alatriste es la película más cara de la historia del cine español y está basada en una serie de novelas conocida, apreciada y de gran seguimiento.

El mencionado señor de Murcia no es el propio Pérez-Reverte, sino Ramón ‘Elfstone’, el fundador de capitan-alatriste.com, un fenómeno completamente de base y desinteresado, construido cada día con gran dedicación por sus miembros. Se desviven por rastrear la red para comunicar a los demás el último cotilleo sobre cualquiera de los actores que salen en la película (incluso aquellos que no tienen ascendencia danesa), la última noticia con mínimo vínculo al estreno aparecida en la esquina inferior izquierda de la página 37 del Diario de León o las vicisitudes de un duro día de rodaje, escritas aún presa de la emoción a las tres y veinte de la madrugada por alguien que condujo toda la noche para estar allí a riesgo de perder el empleo.

Es precisamente sobre estas últimas personas de lo que trata este artículo. En espera de que la gran promoción comience en serio, con entrevistas a las grandes estrellas en todos los medios, y el tráiler y los posters presentes en todas las esquinas, nos vamos al otro extremo del fenómeno: este es el relato de la historia y las anécdotas de cuatro personas anónimas para el gran público que fueron tocadas por la magia del cine a lo grande y participaron como extras durante unos pocos días. Ahora esperan ansiosamente ver el resultado en el verano de 2006, año y medio después de aquellas jornadas. Y quién sabe si la repercusión, que para algunos ya ha sido importante en sus vidas, irá más allá. Son sólo cuatro historias en representación de otras muchas, que pueden leerse más en profundidad en el foro capitan-alatriste.com.

Juanrahig: El veterano de La Caleta

“Luis, el ayudante de producción, nos soltó un discurso sobre nuestra labor: seré veterano de guerra, en una escena en la que estará de cuerpo presente el Tío Viggo, Unax Ugalde, y el sustituto de Antonio Resines. Pregunta si sabemos nadar (¿?) y nos aconseja no volver a contarnos el pelo ni afeitarnos hasta que pase el rodaje. Cuando llego a casa me afeito por última vez en un mes. Los días antes me paso un par de veces por la playa de La Caleta, en Cádiz, para ver cómo van los decorados. Cada vez que paso por allí me pongo nervioso. En esos días empiezo a engancharme a la página web y me hago bastante pesado a base de dejar mensajes en el foro. Un poco obsesionado, me dedico a buscar en internet información sobre los tercios de Flandes, y me empollo la página entera de un auténtico experto en el tema [Targul, uno de los moderadores del foro]. La noche antes del rodaje no podía dormir y me leí el capítulo primero de El oro del rey [la cuarta novela de la serie] para imaginarme cómo sería el día siguiente. Esa noche soñé que volvía de la guerra. Cuando en mi radio-despertador sonó la voz de Iñaki Gabilondo, por primera vez en mi vida no me costó trabajo levantarme.”

Juanra tiene 29 años, es arqueólogo de título, pero profesor de FP en realidad, y se las pinta solo para hablar de sus doce horas de gloria:

“Apareció Tatiana, la chica de producción. Fuimos entrando y desayunando zumo y croissants. Yo hice lo posible por tardar en entrar, previendo que el día sería largo y que acabaría harto del traje. No sabía que al final del día me daría pena quitármelo: camisola blanca, bombachos, botas altas, una chaquetilla verde, y un jubón de cuero que finalmente me quitaron. Luego me mandaron a una estilista que me vendó una rodilla con un trapo rojo que al final del día me llevé a hurtadillas. Una vez vestido se encargaron de ensuciarnos la ropa y el pelo con toda clase de potingues. De repente, uno de los asistentes vino a buscarnos para llevarnos al autobús. En La Caleta la gente nos miraba y se quedaba flipada: parecíamos auténticos veteranos. “¡Qué pedazo de coro!”, nos gritó uno. Nos dieron un bocata de chorizo y una botella de agua, y tras un rato de espera, nos mandaron al otro lado del balneario bajo la cámara de Canal Sur y de la gente que nos hacía fotos con sus móviles.”

“A diez de nosotros nos mandaron a una de las barcas con aparejo. El problema es que era vieja y hacía aguas. Encima, nos fuimos dando cuenta de que la cámara no nos iba a coger en la vida, ya que nos daba la espalda casi todo el tiempo. Así que bauticé la barca como La Fracasada por esto mismo: se hundía y encima no iba salir en la peli. Me consolé pensando que al menos vería el rodaje mejor que nadie. Poco a poco fueron saliendo todos los actores conocidos y el director. El más espectacular era Viggo Mortensen. El tío no sé qué es lo que tiene, pero se le ve desde lejos. Cuando lo veo, no puedo evitar pensar: “Tío, eres el maldito capitán Alatriste”.”

“La comida nos la pusieron en una carpa en el colegio Valcárcel. Plato único: garbanzos. Yo pasé de ellos y cogí yogur y fruta, llenándome el zurrón para aguantar el día. En una carpa al lado, mucho más elegante, comía el equipo de la peli y los actores. Fui a una especie de ventanita que daba a ella, y de repente, Viggo sacó una bolsa llena de caramelos y la vació sobre una bandeja. “Toma, reparte esto entre los extras”, me dice el rey de Gondor. Momento surrealista. La voz de Viggo suena ligeramente nasal, con un acento entre argentino y gringo. Luego, cuando lo escuchamos ensayar de cerca, vimos que para Alatriste camuflaba el acento y le daba una profundidad a su voz que no tiene cuando habla “de paisano”. Llama la atención la manera en que te mira directamente a los ojos sin ningún asomo de superioridad. Más bien al contrario, como si le fastidiara tremendamente, o le diera corte, ser una estrella. Los ojos glaucos como los del capitán están circundados por unas marcadas arrugas de expresión que le dan un aire venerable. Aunque de cerca parece mayor, es difícil calcular qué edad tendrá.”

“Luego llegó otro momento surrealista cuando llega Luis y dice: “Venid vosotros, que os vamos a dar armas”. A mí me tocó un arcabuz, cosa que al principio era divertido pero que poco a poco empezaba a pesar. Me hubiera gustado más una espada, pero la verdad es que el arcabuz era espectacular: olía a grasa como si fuera de verdad, se abría para cargarlo y se desmontaba.”

“Entonces llega el momento de suerte. La Fracasada estaba encallada, así que Luis nos repartió por toda la playa. Yo me fui haciendo el tonto un poco, acercándome a la barca del centro, la principal de la escena, y le digo a Luis: “Bueno, yo me quedo aquí” (por si colaba). Luis estaba distraído con otra cosa y me dice que vale. ¡Total! He pasado de estar fuera de escena a estar en primera fila.”

Juanra en La Fracasada

“El resto es historia: doce tomas a lo largo de toda la tarde. Cada vez que el tío del megáfono decía: “¡Acción playa!” teníamos que tirar de la maroma como si tuviéramos que acercar el barco a la orilla. Después, del barco de al lado se bajaban otros actores (incluido el capitán) y pasaban por mi lado con la steadycam. Después descargábamos unos fardos del barco y mientras la secuencia terminaba paseábamos por la playa esforzándonos por no mirar al objetivo, pero haciendo todo lo posible por quedar dentro del tiro de cámara. Al principio era divertidísimo, pero poco a poco los fardos mojados pesaban más, los pies metidos en agua estaban más fríos, el casco se hacía más pesado, y cada vez hacía más frío. Pero el momento impagable era cuando el tío del megáfono decía: “Ensayo de actores”, y los cuatro principales de la toma ensayaban el diálogo a dos metros de nosotros.”

“Luego alguien dijo: “Última toma”, coincidiendo con la puesta de sol, y nos fuimos a devolver las armas. Me acerqué al tío Viggo, y le apreté la mano con un “encantado de haberle conocido” en la boca. “Muy amable, gracias a todos por la paciencia”, dijo él, recuperando su acento argentino y caminando playa arriba saludando y parándose con quien hizo falta. Y así terminó todo, devolvimos las armas y la ropa (menos una de las cargas de pólvora y la venda de mi rodilla, que me quedé) y dejé de ser un veterano de guerra. En parte me dio pena. Cuando solté el casco y el cinturón pensé que tal vez no vuelva a verme en una parecida en mi vida. Hay gente que dice que por treinta euros no habría pasado un día entero liado. Pero bueno, el dinero es sólo dinero. Pasar un día así es invertir en batallitas. Tal vez soy un poco simple, pero yo me contento con cosas sencillas.”

Carlos-Z e Inés: El soldado y la dama de la corte

Tras Cádiz, la acción pasó a otras partes de la península. Carlos tiene 22 años, es programador, diseñador y técnico informático con su propia página web, interesado en “las cosas extrañas y todo lo que sea una frikada, en especial la cultura japonesa”. Lo suyo fue de película desde el principio: descubierto por un cazatalentos mientras paseaba por la calle, como en Hollywood. “Todo empezó con un par de chicas de la agencia 2001, que me preguntaron a mí y a unos amigos en la plaza del Dos de Mayo en Madrid que si queríamos participar en la película. Así por las buenas. Que buscaban muchos extras y que por lo visto les gustaban nuestras pintas. Dijeron que éramos idóneos para la caracterización. Era un miércoles, y el sábado teníamos que presentarnos sin afeitar para hacernos unas fotos con un número debajo, como los presidiarios. En todo momento nos dieron a entender que ya estábamos dentro del rodaje, con tan solo haber asistido. Nos informaron de la dureza de las jornadas de trabajo, que podrían llegar a las doce horas, a lo que le habría que sumar dos horas de maquillaje y clases de caracterización para ser auténticos personajes del siglo XVII. Como contrapunto (y excusa para perdonar la insuficiente remuneración económica), nos aseguraron que esta sería una experiencia irrepetible y apasionante que no podíamos dejar pasar. Nos pidieron que estuviéramos disponibles para prácticamente cualquier día a cualquier hora por si hubiera algún cambio. Hicieron hincapié en que teníamos que estar dispuestos a correr, gritar, saltar, ensuciarnos con barro e incluso rodar a las cuatro de la madrugada. Se notaba que en este casting habían escarmentado con lo sucedido en el de Cádiz, en el que se presentaron unas tres mil personas y solo pudieron seleccionar a mil trescientas, bajo las disconformes miradas de los rechazados.”

Dos días después, el martes, le llamaron para estar al día siguiente en una nave en las afueras de Madrid para hacerse pruebas con los trajes que iban a usar ya en la película. “Había miles de trajes de época y algunas personas con monos de trabajo se estaban ocupando de ensuciarlos y envejecerlos.” Finalmente le llamaron para rodar, no en una sino en dos escenas, primero en la corte madrileña y luego como arcabucero en la batalla de Rocroi, el punto culminante de la película.

Carlos en Uclés

“En las escenas en las que marchábamos todo el ejercito éramos unos cuatrocientos soldados, y nos filmaron con cámaras terrestres y aéreas. Soportábamos temperaturas de 38 o 40 grados, con el añadido de estar cinco horas seguidas al sol en cada tanda de rodaje envueltos en ropas que bien nos resguardarían de un duro invierno, y con una armadura sobre la que podría freír una tortilla. Para paliar el terrible calor, todos los poseedores de casco se metían hielos en él y los demás nos mojábamos el cuerpo con agua y bebíamos abundantemente. Cada cierto tiempo se oían gritos de angustia que suplicaban por un poco de agua, pero por la dificultad de estas escenas en masa se tenía que esperar hasta después de grabar la toma, por la complicación de continuidad que supone volver a formar perfectamente a tal cantidad de soldados. Los realizadores no daban abasto, y los de la agencia de figuración se portaron estupendamente con nosotros, ofreciéndonos agua siempre que se podía. Había un par de ambulancias para atender a los desmayados o deshidratados. Tengo que destacar que había una importante cantidad de “soldados” que se excedieron en su particular consumo de porros; no sé si rindieron demasiado bien, pero sin duda pasaron una jornada de lo más entretenida.”

Viggo camiseta foro

Carlos trabajó en total cuatro días, pero aprovechó bien el tiempo. Cuando los primeros mensajes sobre la participación de los extras empezaron a llegar al foro, el entusiasmo hizo que los miembros prepararan una carta con el ánimo de entregársela personalmente al mismísimo Viggo Mortensen (Tito Viggo para los foreros). Carlos fue quien le puso el cascabel al gato: “Pude ver pasar a Tito Viggo, y tras seguirle, esperé en la puerta de su camerino a que diferentes curiosos le asaltaran mientras se cambiaba de ropa (es increíble la cara que tiene la gente: él cambiándose medio desnudo en su camerino y los curiosos abrían la puerta y violaban su intimidad sin ningún remordimiento). Yo, más solidario que el resto, decidí esperar a que se cambiara. Tras cinco minutos, salió mientras se ponía la famosa camiseta de su equipo de fútbol argentino, el San Lorenzo de Almagro. Me acerqué con precaución y aires amables porque intuía por su cara que su paciencia estaba llegando a su fin. Afortunadamente pude entregarle la carta y explicarle de qué se trataba, y que nos gustaría mucho a los foreros de la web que la leyera. Él escuchó atentamente y me dio las gracias antes de salir corriendo para evitar a una multitud que se acercaba. Se le veía intrigado, creo principalmente que porque no le pedí hacerse una foto conmigo ni firmarme un autógrafo.”

Además, si el título de esta sección puede dar que pensar que no es casual el hablar de un soldado y una dama juntos, es porque así es. Tras el éxito de sus mensajes, Carlos escribió en el foro: “He leído que hay bellas mujeres en el foro, así que si alguna quiere conocer a un apuesto noble, solo tiene que pedirlo.” Carlos ya se había ganado la atención de los foreros con sus reportajes al pie del cañón (nunca mejor dicho), pero la historia de su relación con otra extra del rodaje les ha hecho casi tan famosos como a las estrellas protagonistas. Inés es vizcaína, tiene 25 años, vive en Coslada y está intentando terminar biología en Alcalá de Henares. Empezó como simple fan de base, mandando sus datos por e-mail a la agencia (sin respuesta) y andando mientras a la caza de un autobús que le pudiera llevar a ver a Viggo por Talamanca del Jarama o El Álamo. El 15 de marzo, tras un infructuoso día de espera, escribió este poema:

Lalaith Viggo

A la puerta del rodaje,
sentadas en un bordillo,
gritamos: ¡Pardiez! ¡Ultraje!
¿Por qué Viggo no ha salido?

Vuestro mostacho añoramos,
vuestra espada y porte altivo.
Con paciencia os aguardamos.
¡Voto a tal! ¡Salid ya, Viggo!

Dos meses después, Carlos, ya metido en el tema del rodaje, escribió un mensaje intentando ayudar a otros extras potenciales: “En cuanto a las mujeres, se necesitan de tres tipos: 1º Bellas, altas y morenas para el papel de nobles. 2º Rubias guapas para el papel de meretrices holandesas. 3º Delgadas y pálidas para hacer de enfermas de sífilis (no es coña).” Ella respondió con mucha modestia: “¡Maldición! Tan solo cumplo los dos últimos requisitos del tipo 1º. Pero si aún se puede intentar me acerco a la agencia. ¿Se podrá aún? Por intentarlo que no quede.” Al rescate acudió Paco el Berraco, que “posteó” los móviles personales de los encargados del casting. Así fue como Inés se tuvo que currar durante meses lo que a Carlos le cayó en el regazo. Tras ir, dijo: “¡Necesitan hombres como el llover, chicos! Pasaos por allí porque es que a JC ha sido verle y decirle: “A la saca”. Increíble. Para nosotras, poquísimas esperanzas. Necesitaban quince mujeres y habían pasado por allí más de doscientas setenta. Pero bueno, pase lo que pase ha sido un día histórico e histérico genial. A riesgo de parecer masoquista, confesaré que ese nudo en el estómago me encanta.”

Tres días después, el 21 de mayo de 2005, sin Inés aún saber de los del casting, hubo una “quedada” de foreros en Madrid: “Nos lo pasamos estupendamente, hicimos una mini-ruta que nos llevó a la plaza Mayor, el convento de las Descalzas, la casa de las Siete Chimeneas… y que también nos llevó de cañita en cañita.” Allí fue donde Carlos e Inés se conocieron. Finalmente, otros tres días después, la llamaron para decirle que la escogían y le hicieron la prueba de vestuario con un pesado y recargado vestido del que se deshizo en elogios. Le tocaba rodar dos días más tarde en Uclés, y Juanra, el veterano de la Caleta, que ya había pasado por ello tres meses antes, le tocaba la moral: “¿Qué, cómo van esos nervios? ¿Esta noche no dormís? Tictactictactictac. ¿Ya tenéis un plan para la carta de Viggo y esas cosas? Tictactictactictac. ¿Ya habéis preparado una cinta de vídeo para que os graben el telediario local por si salís? Tictactictactictac.”

2005 05 27 Lalaith de dama 127 de mayo. Inés no podía con su alma. “Apagué el despertador antes de que sonara. Obviamente, no había pegado ojo en toda la noche. Paseé por el salón hasta la hora de despertar a mi pobre progenitor para que me llevara. A las 6 fui a despertarle. Él se levantó con cara de ganas de matarme, y yo venga a meterle prisa. Luego, harto del viajecito que le había dado, me dejó allí y se fue. Yo con náuseas, hasta ganas de ponerme a llorar y de los nervios porque Carlos y JC no daban señales de vida. Por fin apareció Carlos. Menos mal. Subimos al bus y partimos rumbo a Uclés. Eso fue a las 8. El viaje fue un no parar de hablar, aunque la gente incluso se dormía. No me lo explico. Carlos y yo parecíamos cotorras.”

“Entramos al monasterio a eso de las 9. Y entonces empezaron a llamarnos para vestirnos. Madre mía, qué odisea. Dos horas estuve ahí dentro, entre corsé, miriñaque, vestido, abrigo, zapatos y maquillaje. Pobre Fermín, no sabía a la cantidad de pelo que se enfrentaba. Estuvo peinándome una hora entera. Estaba ya desesperado: “Pero chiquilla, qué cantidad de pelo”. Me hicieron un moño que por detrás debía de ser precioso (aunque jamás lo vi, cualquiera se giraba con esa ropa). Lo que me dejó impresionada fue el grado de detalle, todo cuidadísimo. Fue flipante oír decir a Fermín a otra peluquera: “¡No! ¡Esos rizos son del Renacimiento!” Oír para creer.”

“Bueno, pues cuando por fin creía que ya estaba lista, no, vuelta a vestuario. Allí empezaron a ponerme collares, una cruz preciosa, la gola, y luego llegó el momento de la tiara y el velo. Así que con todos mis abalorios aproximadamente a las once y cuarto salí de allí a pleno sol. Intenté comerme una manzana (lo primero que iba a ingerir en el día) y a los dos bocados decidí dejarlo antes de que el corsé terminara rompiéndome las costillas. El temido momento de visitar a Lord WC me lo salto, pero no os imagináis la odisea.”

Lalaith y Ariadna Gil

“Luego, en el lugar de rodaje, después de dos horas con cerca de noventa personas allí metidas, aquello empezó a parecer más bien un zulo. Por mi parte, estaba deseando rodar de una vez y que me quitaran el traje. Hubo momentos que fueron realmente horribles. Menos mal que la gente era encantadora y nos traían agua todo el rato. Incluso nos dejaron salir de la habitación (estábamos recluidos porque estaban rodando en otras habitaciones y no podíamos hacer ruido) para tomar un poco el fresco. Y por fin, a eso de las cuatro nos bajaron de nuevo al claustro, y empezaron a explicarnos dónde colocarnos, y tal. Los nervios afloraron de nuevo.”

Allí empezó la procesión de actores estrella: “Alcé la vista hacia uno de los balcones que daban al patio, y allí estaba Fray Emilio Bocanegra. Impresionante. Debo decir que Blanca Portillo está increíble. Uf, qué miedo daba. Parecía que me iba a mandar a la hoguera con un solo gesto. Impresiona un montón, está perfecta. Guapísimo nuestro conde de Guadalmedina [Eduardo Noriega]. Lanzó una sonrisita y se fue, porque le estaban haciendo unas fotos según caminaba por la arcada. Íñigo [Unax Ugalde] cruzó varias veces la plaza. Entonces apareció el Conde-Duque de Olivares, un impresionante Javier Cámara.”

“Y ahora sí que sí, a primera posición. Yo lo que tenía que hacer era caminar bajo los arcos, seguida de mi dueña. Hicimos tres ensayos, y luego otras tres tomas, si recuerdo bien, porque yo no tenía sentido ni del espacio ni del tiempo. Eso sí, en esa escena no se me verá ni de lejos, porque todo el mundo atravesaba la plaza: nobles, Olivares, el cuadro de Las lanzas, un coche de caballos, y mis intermitentes apariciones bajo los arcos quedan cubiertas por ellos, pero bueno, una pena, porque me metí un montón en el papel, poniendo una mirada superaltiva. Me lo pasé genial. Aún no he bajado de la nube, y dudo que algún día lo haga.”

Ese fue el único día que Inés rodó. No esperaba más, pero tampoco hubiera podido, ya que tuvo un esguince de tobillo, y tuvo que dejar incluso de acudir a los rodajes como fan, así que continuó siguiendo la suerte de los demás a través del foro, con los reportajes, quedadas y demás. Finalmente, el 15 de julio ella misma abrió un nuevo hilo: “Bueno, pues finalmente he decidido no demorar más el momento de dar la noticia, vista la expectación que ha creado cierta foto de El Escorial. La idea no era contarlo así, pero no se me dan bien estas cosas. Algún día espero que hagamos lo que habíamos pensado, que era muy chulo. Pues sí, algo pasa conmigo y Carlos. Hala, ya está. Rumor confirmado.” Obviamente, aquello se llenó de mensajes de terceros diciendo que qué bonito y que ya se lo olían, a lo que Carlos respondió: “Tanto olfato agudo me parece sospechoso. Al final va a ser que os lo olíais todos menos yo. ¡Si en la feria del libro no pasó nada! La verdad es que conocer a Lalaith [nick de Inés] de esta manera ha sido lo mejor que me podía pasar. Totalmente de película.”

Picas

Carlos aún tuvo tiempo de que le pasara algo más en Uclés. “Son muy celosos guardando la información sobre la película. Nos cacheaban y confiscaban cámaras, móviles (aun sin cámara), radios y todos aquellos objetos que supongan una amenaza tanto para mantener el control de la información de la película como para la ambientación de la misma. También nos quitaban las gafas a aquellos que las usamos, al menos en los momentos de grabación. Un día entré a la carpa donde comemos los extras y una de las coordinadoras de la agencia me reconoció y le dijo a un compañero suyo, gritando, que yo había sido el que estaba colgando fotos en internet. Acto seguido este compañero se dirigió hacia mí, y me comunicó (de buen rollo, eso sí) que por mi culpa se estaba comiendo un buen marrón y que todos los días entraban en la página para averiguar qué imágenes filtrábamos. Por lo visto, la gente de la película estaba culpando a los de la agencia de figuración por la filtración de todas esas fotos, porque se supone que son ellos los encargados de controlarnos. Es descabellado pensar que tres o cuatro personas puedan controlar a cuatrocientas que campan a sus anchas por una enorme extensión de campo en Uclés. A pesar de eso y de no haber firmado nada que me comprometa a no revelar fotos del rodaje, decidí no colgar ninguna foto en la web, como muestra de respeto a los miembros de la Agencia 2001, que se merecen un premio por la paciencia que tienen y por lo bien que se portaron con nosotros. Lo que sí estoy dispuesto es a intercambiar fotos con aquellos que se comprometan a no publicarlas, sólo para su uso personal.” En 2007, uno de los productores de la película, Íñigo Marco, llegó a decir que las filtraciones de fotos eran una puñeta, sí, pero que a veces él se enteraba más de los que pasaba en los rodajes por el foro que de otra manera.

“No soy un verdadero fan de Alatriste, aunque me considero un fanático del cine (muy crítico por cierto). Seguramente es por eso por lo que me siento un tanto culpable de estar ocupando este lugar, pero no cambiaría mi suerte por nada. Creo que muchos son demasiado optimistas respecto a verse en la pantalla. Sinceramente, no creo que se vea casi mi cara, porque soldados es lo que más va a haber en la película.”

Paco Berraco: Mil kilómetros no son nada

Francisco Gil es un licenciado en psicología de 26 años, ávido lector de revistas de cine, cuya localidad de residencia, Almería, no queda cerca de ninguna de las localizaciones del rodaje. Sin embargo, eso no le arredró. Se apuntó en la agencia de castings 2001, desplazándose a Cádiz por su cuenta y luego dos veces se hizo viajes de mil kilómetros ida y vuelta el mismo día hasta Uclés (Cuenca) en un Mercedes E-190 de 200.000 kilómetros para estar en los rodajes. Una vez allí, espíritu no le faltaba para intentar asegurarse lo que todos quieren, que se le reconozca en pantalla. En Cádiz, “después de comprobar en la jornada anterior en el castillo de San Sebastián que no se me vería en la escena ni por casualidad, comencé a dar saltos como si fuera el asno de Shrek (“¡A mí, elígeme a mí!”), pensando que era la ocasión de chupar aunque fueran dos segundos de cámara. Tenía que justificar ante mis padres la locura de viaje que me habían pagado, y eso pasaba por verme aunque sea en las escenas eliminadas del DVD con ayuda del pause y la cámara lenta. Así, uno de los remeros de Tarifa nos acercó a unos compañeros y a mí para dicha misión.”

Berraco en la duna

Sin embargo, a veces querer no significa poder. “Una ayudante de dirección buscaba a dos bravos bajitos, y me dije: “¡Esta es la mía!” Con la ilusión de un niño en Reyes, subí la duna junto a un compañero como si fuera el Correcaminos, no fueran a arrepentirse. Nos colocaron y nos dijeron que hiciéramos como si hablábamos. Y mientras, lo típico: “Colocaos más a la derecha, a la izquierda, gírate un poco…” ¡Y la cámara cerquísima! ¡Ole, ole y ole! “En esta salgo fijo”, pensé. Pero comenzamos a ver que el que hacía de Copons y un cura se acercaban peligrosamente, y casualmente también eran bajitos. ¡Maldita sea mi estampa! ¡Lo que estaban haciendo con nosotros eran pruebas de enfoque e iluminación para una escena que luego iban a protagonizar otros! Quise que me tragara la duna entero. Menos mal que me llevé una conversación graciosa con el compañero y tomándonoslo con filosofía nos echamos unas risas.”

“El trabajo de extra es eso, 99% del tiempo esperando, 1% rodando. Primero nos repartieron armas y lo que siguió después básicamente fue una escena en la que los bravos vamos cobrando antes de asaltar el galeón. Me llevé el picotazo de una avispa en la oreja, lo que me obligó a cubrírmela en todo momento con el pelo temiendo que saliera en la película tamaño Dumbo.”

Cuando el rodaje se fue de Andalucía parecía que la experiencia se había acabado para él. Pero no. “¡Dios, que me trague la tierra! Intenté que me llamaran para la batalla de Uclés sin muchas esperanzas porque ya había estado en Cádiz, y viendo que no me llamaban acepté un trabajito de verano, y adivinen desde dónde me han llamado esta tarde… De la Agencia 2001. ¡Creo que me voy a morir! ¿Y ahora qué hago? ¿Dejo el curro? ¿Simulo una enfermedad grave y me pido la baja?”

Y para allí se fue. “El pasado miércoles fui y volví de Uclés en el mismo día (poco más de mil kilómetros en un día, no os lo recomiendo. Para mi anterior experiencia en el rodaje de Cádiz y Tarifa hice más o menos los mismos kilómetros). Ahora sufro las consecuencias físicas y laborales (estoy todavía hecho polvo y con trabajo acumulado, aunque por lo menos no me han despedido). Me sirvió para tostarme sobremanera brazos y piernas (que ahora parecen helados de fresa-nata). Lo primero que tuvimos que hacer fue ensayar antes de probarnos la ropa con las picas, enormes lanzas poco cómodas de manejar. Nos enseñaron a colocarnos en formación y a hacer unos cuantos movimientos con tales picas. Poco más tarde, y justo antes de llamarnos para comernos un bocadillo me llevé la segunda sorpresa: conocí entre los de mi grupo a otro forero, Carlos-Z. Me hizo mucha ilusión, ya que seguí las fotos de la quedada en Madrid, la cual me daba bastante envidia porque se veía un grupo muy majo. Por la tarde preguntaron si algunos de nosotros estábamos familiarizados con las armas de caza y similares, porque buscaban arcabuceros. Lo más parecido que yo había tenido en mis manos era la pistola de la Nintendo, pero aún así me metieron en el mismo saco (qué peligro, espero no salir en llamas con la mecha encendida que tenemos que llevar). Lo del arcabuz me pareció más complicado que las picas (los movimientos incluían el arcabuz, el pie en el que había que apoyarlo para apuntar, la mecha, la pólvora, los apóstoles… Un disparate). Eso sí, de salir bien será un plano resultón. El traje poco tenía que ver con el que me endosaron en Cádiz (más ropa, más calor, más dificultad para ir al aseo…), sin corazas, pero eso sí, con un sombrero que me entraba hasta la nariz.”

¿Y lo del apodo de “Berraco” a qué viene? “Cuando lo de Cádiz, a los que representaban el papel de bravos, como yo, nos preguntaban constantemente que si éramos bravos “berracos” o algo así, como decía uno de los compañeros allí, el forero malagueño ALopez, padre del concepto. Más tarde conocimos que se referían a bravos “de raccord”, es decir, personajes que ya habían salido en otras escenas y a los que tenían que controlar su aspecto para que éste tuviera continuidad en las escenas (es decir, no salir en una escena con barba, en otra afeitado, y en la siguiente otra vez con barba, por poner un ejemplo). Pero a mí me resulta más potente ser bravo berraco.”

2006 08 31 02 Cine estreno

2006 09 01 1000

Madrid, diez años después…

El resto, como se dice, es historia. En agosto de 2006 se estrenó la película en el Palacio de la Música en Madrid y al día siguiente en el Teatro Emperador de León, con presencia en este último de Viggo Mortensen, Agustín Díaz Yanes y Elena Anaya (ambos locales, curiosa maldición, cerraron como sala de cine poco después). Las reacciones al film fueron de lo más variado, y ahora, diez años después de aquel estreno y once y medio desde sus experiencias ante las cámaras, Juanra, con los 40 ya cumplidos, dice sobre ella: “Sigo viendo el vaso medio lleno. Me gustan algunas cosas y me disgustan otras, pero como salgo yo, me esfuerzo en ver lo positivo. En cualquier caso, fue una oportunidad perdida de haber hecho algo que necesitaba (necesita) el cine español: una superproducción al estilo europeo que nos reconciliara a los amantes de los blockbusters con el cine español”. Paco tiene “ganas de verla de nuevo, porque hace ya algún tiempo de la última vez, pero la sensación sigue siendo agridulce”. Ambos esperan con interés la nueva colaboración entre Pérez-Reverte y Díaz Yanes, Oro, sobre españoles en la conquista de América, cuyo estreno se espera para febrero de 2017. Inés opina “lo mismo que cuando la vi la primera vez. Tiene cosas magníficas (fotografía, vestuario, reparto…) pero un montaje que deja muchísimo que desear”. Carlos sigue “opinando que fue una oportunidad terriblemente desaprovechada. Lo tenían todo para hacer ruido, “del bueno”, pero el montaje final convirtió el film en un rompecabezas sin ritmo. Diez años después, aún no he vuelto a verla por miedo a terminar odiándola”.

lalaith juana maliciosa

¿Y qué ha sido de nuestros cuatro protagonistas por un día desde entonces? Pues representan un poco a toda la gente de su edad en esta década de declive casi aureosecular: Juanra, después de varios “minijobs”, como los llamaba él, “trabajando sobre todo en la formación, con todo tipo de colectivos, desde niños superdotados a expresidiarios”, ahora compagina “la explotación de un taller de alfabetización informática para personas mayores con un taller de integración social para personas en riesgo de exclusión social”. Inés ha trabajado “en lo que he podido. Bióloga de vocación y fotógrafa de pasión” (incluyendo en la BBC: bodas, bautizos y comuniones), “parece que no estoy destinada al éxito profesional. He pasado por varias empresas, casi siempre en trabajo de oficina, y mientras tanto sigo intentado hacerme un hueco en el mundo fotográfico”. De hecho, Inés colabora para esta web, Zenda Libros, ilustrando entradas de otros autores, en especial los cuentos góticos de Lenka Dángel y ganó un premio por una foto de promoción de la novela Juana la Maliciosa. En cuanto a Carlos, “después de pasar unos años en el sector de la programación de aplicaciones y bases de datos orientadas al marketing y gestión de grandes empresas, di un salto al vacío para dedicarme a lo que más me gusta, desarrollar videojuegos. Desde hace siete años me dedico a diseñar y co-escribir los últimos juegos de la saga Castlevania y el futuro Raiders of the Broken Planet“.

En cuanto a vínculos subsiguientes con el mundo fílmico, la cosa no fue más allá casi nunca para la mayoría: a Juanra lo llamaron para extra de Manolete, “pero pasé, porque había que cortarse el pelo”, a Inés para salir en Volver, de Pedro Almodóvar (compartiendo doblete con Blanca Portillo) y a Carlos para “un anuncio de agua mineral que resultó ser una especie de sketch musical de los Monty Python. Fueron dos días durísimos (y divertidos) a 35 grados, con gruesos trajes medievales y agitándonos absurdamente”. De entre todos ellos, el único que ha avanzado un poco más por esa senda ha sido Paco. “He seguido más o menos intentando figurar en todo lo que he podido: tele, cine e incluso algún papelito en cortometrajes cuando me han dejado. Triage, La fría luz del día, La chispa de la vida, de Álex de la Iglesia, donde fui coordinador de figuración, hasta en la serie Cuéntame, donde me dejaron hacer de preso e insultar desde mi celda a otro. En Almería sólo en la película Risen y en la serie Penny dreadful, que me costó lucir bigote mexicano durante semanas y sufrir las miradas de vecinos y conocidos en las que se podía leer “pobre, ya sí que ha perdido la cabeza”. Todas experiencias geniales. Ver trabajar a Bruce Willis, Colin Farrell, al nuevo Supermán cuando aún no lo era… ¡y hasta a José Mota!, no tiene precio. Indirectamente relacionado con el cine, he sido ayudante de producción en el festival Almería en Corto. Y digo “indirectamente” porque no es trabajar en cine, pero me tocaba recoger en el aeropuerto a Fernando León, Macarena Gómez, Fele Martínez… Un lujo tenerlos encerrados en mi coche, teniendo que contestarme las preguntas sin poder huir. Pero como realizador audiovisual llevo unos meses trabajando de autónomo en la creación de vídeos, corporativos sobre todo. A nivel aficionado sí que me he involucrado en todo lo que me han ofrecido: cortometrajes, documentales, etc, para lo que tocara, como operador de cámara, ayudante de sonido, animador de stop-motion… ¡Lo que sea! Un par de trofeos a dos cortos de animación y que me escogieran un guion para rodar un largo amateur de terror son unos buenos recuerdos, aunque no estén vinculados a lo profesional. La mayor parte de mi experiencia laboral ha sido con colectivos en riesgo de exclusión social, pero he hecho un poco de todo: repartidor de horchata y limón granizado (sí, tal cual), monitor, orientador y educador de niños en zonas de transformación social, de colectivos en riesgo de exclusión, extutelados, menores infractores… Como psicólogo, sólo un breve periodo con drogodependientes y algunos pacientes que visité a domicilio. Hasta hoy, que intento buscarme la vida como realizador. Autónomo me he tenido que hacer para ver si tiraba haciendo unos encargos de vídeos, y sustituyendo un mes estoy, de fines de semana, de educador en un centro de reforma… Está la cosa mu malita, de ahí que cuando cobre esos trabajos de autónomo esté pensando en jugármela buscando algo de curro en los Madriles”.

Carlos en el tercio

Y en fin, todos recuerdan la experiencia en sí como muy divertida y que volverían a repetirla con otros proyectos, pero la última pregunta para ellos es: después de todo esto, ¿habéis conseguido veros en la película de Alatriste? Juanra e Inés sí. Él dice que “lo más gracioso fue una vez una alumna que me dijo que me había reconocido en la película sin yo haberle dicho ni que salía, ¡por mi forma de andar!”. Carlos dice que “en la película no. Eliminaron todas las escenas de acción y los planos del monasterio en las que participé. Sin embargo, si que me encontré en el póster gigante que pusieron en la Plaza Mayor de Madrid, donde posábamos un gran grupo de lanceros. Fue toda una sorpresa”. Y Paco dice que “pude verme sólo un par de segundos, de espaldas, así que mi estreno en cine no fue lo que se dice triunfal. Eso en las escenas de Tarifa, porque en lo rodado en Cádiz capital y Uclés, ni se me intuye.” Gloria anónima pues. Es el sino de la fiel infantería.Berraco en Alatriste

Lalaith gif

La entrada La infantería del capitán: Vida y tiempos de los extras de ‘Alatriste’ aparece primero en Zenda.

‘Alatriste’: Cuenta lo que seremos

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El 31 de agosto de 2016 se cumplen 10 años del estreno de la película ‘Alatriste’, así que para conmemorarlo la traemos hoy a este blog. Desde que en aquella semana se abrió una votación en capitan-alatriste.com para puntuarla de 1 a 10, todas las puntuaciones disponibles entre un extremo y otro han recibido votos en bastante cantidad, lo cual indica que aún hoy es un film que provoca opiniones diversas. 23 millones de euros de presupuesto, “la película de producción más grande que se ha hecho nunca en este país” hasta ese momento, según el productor ejecutivo, Íñigo Marco. 70 días de rodaje en tres meses, un primer montaje de tres horas, 60 actores de equipo artístico, entre 360 y 400 personas de equipo técnico, 93 vehículos de equipo que ocupaban el equivalente a tres campos de fútbol, 5700 actuaciones de figuración, con picos de más de mil en un día, 100 caballos, 15 localizaciones, 55 decorados, unos 2000 trajes… Y todo ello para que en opinión de muchos, como puede leerse en este otro artículo sobre varios extras de la película, la sensación final sea “agridulce”, de “vaso medio lleno”, o de “oportunidad perdida”. ¿Es así? Vamos a ver qué podemos rescatar.

Como es sabido, la película adapta al cine la saga de novelas ‘Las aventuras del capitán Alatriste’, de Arturo Pérez-Reverte, aún no terminada, protagonizada por Diego Alatriste, un soldado español de los tercios de infantería en el siglo XVII y por el hijo, Íñigo Balboa, de un compañero muerto. Pero mientras que las siete novelas publicadas hasta ahora ocupan solamente unos seis años de tiempo interno en la narración (1622-1628), llenos de correrías por Madrid, Sevilla, Italia, los Países Bajos y diversos puertos del mar Mediterráneo, el film cuenta los veinte últimos años en la vida de este soldado y espadachín a sueldo y de su joven acompañante. Aunque la idea no es mala en principio, el consenso general es que se quiere abarcar demasiado en poco tiempo, a pesar de una duración de 146 minutos. Y sí que es cierto que algunas cosas ocurren de una manera demasiado rápida o sin explicarse demasiado, como por ejemplo cuando a Íñigo lo detienen de repente en la calle por espiar para Francia (sin que Francia haya sido mencionada siquiera antes en la película, ni haya habido nada antes mínimamente relacionado con temas de espionaje), o como en el episodio de los dos ingleses, sacado de las novelas, y que en la película ocurre en meros segundos y con un diálogo poco inteligible. Pero, instantes así aparte, en ningún momento se hace difícil de seguir a pesar de la gran cantidad de personajes que van apareciendo en la trama.

Uno de los primeros mitos que se mantiene sobre esta película es que resume todas las novelas de la saga: no es cierto. Cuando Agustín Díaz Yanes escribió el guion solamente se habían publicado cuatro, y de una de ellas, la segunda, ‘Limpieza de sangre’, no aparece nada, lo cual nos deja con solamente tres novelas incluidas. Sí que es cierto, sin embargo, que la quinta novela, ‘El caballero del jubón amarillo’, se iba escribiendo mientras se completaba la preproducción, que Arturo Pérez-Reverte iba enviando por fax los capítulos a Díaz Yanes a medida que los terminaba, y que por eso las tramas sobre la actriz María de Castro aparecen en el film. Sin embargo, el asunto importante no es el número de novelas incluidas, sino esa segunda parte, con Íñigo ya adulto, que va más allá de los libros entonces (y aún ahora) publicados. Hace poco comentaba el novelista Lorenzo Silva, hablando de ‘Juego de tronos’, que le sorprendía mucho que un autor permitiera que otros (en ese caso los guionistas de la serie) continuaran y hasta terminaran por él una obra que él aún no había acabado. Bueno, pues eso pasa con esta película: aunque las novelas ya anuncian cuándo se acabará la saga (con la muerte de Alatriste en la batalla de Rocroi en 1643, a los 61 años de edad), todo lo que pasa en esa segunda parte es invención de Díaz Yanes. Y mi opinión es que el disgusto de mucha gente con varias cosas que habían pasado en la película hasta entonces no deja a muchos apreciar que esa segunda parte contiene cosas muy valiosas.

Un ejemplo es Angélica de Alquézar. Descrita por Pérez-Reverte en las novelas como muy rubia y de ojos muy azules, las actrices elegidas por Díaz Yanes para encarnar a esta azafata de la reina (Nadia de Santiago de niña y Elena Anaya de adulta) eran morenas y de ojos castaños, y así se las mantuvo en pantalla. Las fotos promocionales del film ya fueron “avisando” de este detalle, pero eso solo sirvió, a ojos de muchos, para aumentar la desconfianza. Tras detalles como la escena del dedito y la sangre, y una dicción de los actores más jóvenes que dificulta mucho entenderlos, para cuando Anaya aparece como adulta reencontrándose con Íñigo en el teatro en Sevilla el descontento con el personaje ya ha manchado bastante la impresión general. Bueno, pues si a pesar de todo eso nos fijamos en lo que le ocurre durante la trama, resulta que tiene un desarrollo muy interesante, comenzando como niña un tanto consentida, sin padres, y criada por un tío suyo más ocupado en el medro y las covachuelas de la corte que otra cosa. Su punto cruel tiene rienda suelta durante su infancia (e Íñigo lo sufre sobremanera), pero cuando llega a edad casadera se terminan las contemplaciones, y el tito Luis la obliga a casarse con el crápula del conde de Guadalmedina para que a través de ella los Alquézar puedan ser grandes de España. Despechada y superada probablemente por primera vez en su vida, cabreada porque ya no es la pequeña Milady de Winter, reina de las marionetas, se deja llevar momentáneamente por el romántico plan de huir a Italia vestida de hombre con su (des)amor, Íñigo, pero en el momento decisivo, bajando y luego volviendo a subir por esas escaleras, acaba eligiendo la vida fácil y garantizada incluso “para tus hijos y los hijos de tus hijos” antes que una existencia dura, violenta y de muchas privaciones junto a un soldado de fortuna. Cuando Alatriste la ve un tiempo más tarde, Angélica ha quedado reducida a mirar por la ventana de su jaula de oro, lamentando para siempre su decisión: “Tengo que llorar, capitán. La traición es una mancha que nunca envejece. Judas se ahorcó, pero yo no tengo tanto valor. Por eso lloro”. Seguramente no sea lo que Pérez-Reverte tenga en mente para el personaje de Angélica en sus futuras novelas (por si hay alguna duda, él siempre ha dicho que lo que pasa en la película no lo va a atar a él de ninguna manera al escribir las nuevas), pero al menos este es un story arc claro, definido y hasta inesperado y sorprendente, dado el comienzo inicial del personaje.

Como este ejemplo hay varios otros de muy buenas escenas en la película: el encuentro en el hospital de sifilíticas al que acaba yendo a parar la al principio joven y lozana María, resultado de su existencia de “uno para el gusto, otro para el gasto y otro para llevar los cuernos al Rastro”. O el momento en el que Sebastián Copons salva el cuello de un Íñigo que se nos ha hecho un calavera, pagando sus deudas de juego con los ahorros de toda la vida. ¿Dinero? “¿Como este?”. En cuanto a la parte más violenta, cosas como la batalla con picas en Rocroi o la lucha callejera de espada y daga al mismo tiempo no se habían mostrado en el cine antes casi nunca, por no decir nunca, y todavía hoy se oye de vez en cuando a expertos extranjeros recomendar esas partes de ‘Alatriste’ precisamente por ello. La fotografía es exquisita, con composiciones de auténtico bodegón o de pintor tenebrista. La ambientación es muy encomiable también. En el tema de las actuaciones, cada uno tendrá sus favoritos o menos, pero como poco Juan Echanove como Quevedo, Javier Cámara como el conde-duque de Olivares (a pesar del nulo parecido físico) y Eduard Fernández como Copons están más que muy bien. Antonio Dechent como Curro Garrote está imperial en su par de escenas (y probablemente tiene la mejor voz de la película), e incluso Eduardo Noriega le encuentra muy bien el punto a Guadalmedina. Es más, cuanto peor te caiga Noriega, mejor queda su conde, ya que es un personaje que funciona mejor cuanto más gordo te resulte.

¿Y qué decir de Viggo Mortensen? Aparte de lo dicho por el propio Pérez-Reverte, por mi parte me parece que el aceptar venir a jugar una temporada en la ACB cuando con el Aragorn de ‘El Señor de los Anillos’ ya había entrado en la NBA tras años de intentarlo, tiene un mérito enorme, que vence cualquier debate sobre su acento: que si demasiado raro, que si demasiado ronco, que si parece borracho (lo cual por otra parte casaría muy bien con el Alatriste de los libros, bebedor de categoría olímpica), e incluso “que suena como un inmigrante” he oído decir (lo cual dice más de quien lo dice que de Viggo)… Me da igual. Le sedujo la historia, no le pagaron mal (hermanos, ché, pero no primos), y es de sus mejores papeles. Es una auténtica pena que tras haberlo fichado precisamente para que se pudiera exportar la película a mercados de habla inglesa, ‘Alatriste’ nunca se estrenara en salas de Estados Unidos, el Reino Unido, Australia, Canadá, etc, más allá de pases aislados, intentando hacerse sitio a codazos, en festivales.

‘Alatriste’ tiene, por tanto, muchos elementos que se pueden defender sin problema, aunque hay veces en las que Díaz Yanes se lo pone a sí mismo más difícil de lo que le conviene. Por ejemplo, la elección de Blanca Portillo para encarnar al inquisidor Emilio Bocanegra resultó bastante cuestionada, y no por culpa de la actriz, que se defiende muy bien una vez puesta en el brete, sino porque es algo que te saca momentáneamente de una historia que ya de por sí es compleja y no necesita complicaciones extra. La poca cantidad de soldados visibles en la batalla de Rocroi, culmen de la historia, también fue muy criticada, aunque aquí es fácil suponer por qué se hizo así: la escena ocurre tras varias horas de lucha, quedan pocos defensores vivos, y una imagen llena de cuerpos, aunque sea muertos, no da la misma clave visual de desamparo y lejanía de casa que esa llanura seca (rodada en Uclés), solos y pocos ante los cañones franceses. Pero desde luego, si el objetivo final era “visibilizar” y hacer relevante una época de la historia española desde el mundo del cine, eso se consiguió. Como ha resumido el propio Pérez-Reverte en Twitter: “Pudo ser mejor. Pero fue buena. Y Viggo estuvo soberbio”.

Y en fin, para quien le interese (o lo necesite para el cole), la película entera está comentada mucho más pormenorizadamente, escena a escena, y detalle a detalle, con aportaciones de Díaz Yanes, Pérez-Reverte, Viggo Mortensen y casi todos los demás actores, aparte de por los colaboradores de capitan-alatriste.com, aquí. ¿Qué importancia tienen las botas rotas de Alatriste y el pañuelo morado que siempre lleva consigo? ¿Qué influencia del toreo se puede encontrar en la actuación de Viggo? ¿Qué escenas se dejaron fuera de la versión final? ¿En qué se nota la ausencia de Caridad la Lebrijana? ¿Qué grandes películas de la historia dejaron influencia en algunos planos de ‘Alatriste’? ¿Es verdad que unas ovejas estuvieron a punto de cargarse la película? ¿Qué es eso de ‘La madrugá’ en Rocroi? Todo eso y mucho más, en ese enlace.

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Como Alí Babá en la cueva de los cuarenta ladrones

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Estaba de vacaciones, así que debía desconectar. De todo. Incluso, aunque me costara, de mi incesante búsqueda de redacciones escolares de importantes literatos. ¿Y qué mejor manera que pasando unos días en el pueblo de mi madre? De hecho escribo estas líneas desde Viñales, en el Bierzo, decorado de gran parte de mis recuerdos infantiles y estivales, con un “refrescante” botillo aún digiriéndose con parsimonia en mi estómago

Pero no redacto este texto para narraros mi vida, sino para explicaros el “divito” que encontraréis adjunto a él. Porque ayer subí al desván de la antigua casa familiar y, al igual que treinta años atrás, me sentí como Alí Babá en la cueva de los cuarenta ladrones. Y allí, entre cassettes de Los Pekenikes o Creedence Clearwater Revival, cajas con libros y objetos de atrezzo de Salomón y la reina de Saba (mi tío había trabajado en el rodaje de esa película) un amarillento papel llamó mi atención por la letra que la ilustraba: era la mía. ¡Una redacción escolar de 1983! No quiero ni por asomo compararme con los autores que han pasado por Divitos y literatos incluyendo mi trabajo infantil en esta antología…sin embargo, quizá algo de ello hay, una especie de venganza hacia la profesora que la corregió y que me solía reprochar: “No podías ser como tu hermana, no, tenías que ser como tú”. Va por usted, señorita Isabel

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Vídeo reseña y discusión de Harry Potter y el legado maldito

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“Aquí se habla de libros”, asegura en su último vídeo Javier Ruescas, antes de hacer una reseña de Harry Potter y el legado maldito, la nueva novela de la saga de Harry Potter, de JK Rowling.  El booktuber, y escritor, sobre todo escritor, autor de novelas como Electro, Pulsaciones, Play y Las crónicas de Fortuna, interviene en esta ocasión con la diseñadora Lola Rodríguez. En el vídeo, que supera la media hora de duración, Ruescas realiza la crítica de la última entrega de las aventuras el joven mago creado por Rowling.

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Viaje a la aldea del crimen

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El crimen de Casas Viejas

Diez de enero de 1933, Casas Viejas, pedanía gaditana perteneciente al término municipal de Medina Sidonia, un grupo de anarcosindicalistas se reúne en la humilde casucha del sindicato de los obreros del campo. Esperan las noticias del resto de España, un levantamiento anarquista que derrocaría las estructuras económicas y políticas dominantes y darían, por fin, tierra y pan a los dos mil hambrientos habitantes del poblado.

Se discute, se espera, se creen cortadas las líneas de comunicación con el resto de la provincia, inequívoca señal, creen ellos, de que la insurrección está triunfando. La victoria es cosa casi hecha, así que, con sus escopetas de caza, que les permiten comer cuando no hay cosecha que recoger, deponen al alcalde republicano, controlan a los cuatro ricos que administran las miles de hectáreas baldías del Duque de Medinaceli y marchan, seguros de la victoria, al cuartel de la Guardia Civil. Allí, el sargento, con tres números de la Benemérita, resiste el asedio de los jornaleros hasta que las balas y los perdigonazos le hieren de muerte. Los jornaleros se hacen con el pueblo.

"Fusiles, granadas y hasta una ametralladora descargaron su munición toda una noche"

Pensando que la revuelta ha tenido el mismo éxito en el resto del país, se disponen a instaurar el comunismo libertario, cuando llegan unos cuantos números de la Guardia Civil provenientes de los alrededores y un contingente numeroso de guardias de asalto, nuevo cuerpo creado por la República, que dirige las operaciones para acabar con el levantamiento “sin prisioneros, ni heridos”, como  se relató posteriormente.

Pronto se hicieron con la aldea, mientras los insurrectos, desorganizados y temerosos, huyen al campo en centenares, o se encierran en sus casas.  Los delatores señalan a los líderes de la revuelta, entre ellos a Seisdedos, carbonero de más de setenta años que se refugia en su pobrísima choza con su familia.

El asedio a la cabaña fue brutal, pues Seisdedos le descerrajó un tiro de escopeta al primero de los de asalto que intentó entrar en la misma. Fusiles, granadas y hasta una ametralladora descargaron su munición toda una noche, hasta que, al día siguiente, el capitán Rojas llegó acompañado de cuarenta guardias de asalto de refuerzo. Ordenó prender fuego a la choza, donde perecerían calcinados en su interior ocho personas.

Rojas, que seguía órdenes, según dijo posteriormente, del director general de Seguridad, Alberto Menéndez, se dispuso a escarmentar al pueblo. La razzia consistió en descubrir a culatazos de mauser a media docena de supuestos anarquistas, que fueron llevados ante la choza de Seisdedos y asesinados a sangre fría, cuando se encontraban detenidos y desarmados. Los cuerpos fueron arrojados a las llamas. En total, veinticinco muertos, contando las bajas gubernamentales y la de varios paisanos asesinados en diversos tiroteos por el pueblo.

Cuerpos en Casas Viejas, ante la mirada de las autoridades

A los pocos días de la masacre, las noticias y rumores llegaron a Madrid, desde donde se desplazaron varios enviados especiales para cubrir los hechos que empezaban a manchar al gobierno presidido por Manuel Azaña. Uno de estos periodistas fue Ramón J. Sender que entonces, a pesar de su juventud, ya era un conocido escritor autor, entre otras, de la novela Imán, en la que narraba su experiencia como soldado en el norte de África. Un escritor comprometido y crítico, desengañado ya del sistema de la II República, que viraba hacia el comunismo. Desde el diario La Libertad denunciaría el crimen de Casas Viejas en una serie de crónicas que levantarían, junto a las de otros autores, un importante revuelo parlamentario en la capital de España.

"Monarquía o República es cosa que en el campo andaluz tiene poquísima importancia."

Un total de quince crónicas que convertiría en libro posteriormente, revisadas y ampliadas con la información obtenida tras la comisión parlamentaria y el posterior juicio al que sería sometido el capitán Rojas. En 1934, la editorial Pueyo daría a la luz ese libro, titulado Viaje a la aldea del crimen, con el subtítulo de Documetal de Casas Viejas, que  acaba de reeditar la editorial Libros del Asteroide, con un magnífico prólogo de Antonio G. Maldonado que contextualiza la obra y de la que hemos obtenido alguna de las claves de este texto.

Sender narra sin artificios la crueldad de las autoridades, que en nombre de una República que debería haber traído la Libertad se comportan con la más criminal de las sañas frente a unos miserables jornaleros cuya desesperación, provocada por el hambre, entiende el autor a la perfección tras  quedar impresionado por las famélicas miradas de los lugareños.

“Aquí hay un hambre cetrina y rencorosa, de perro vagabundo”, “después de ver a estos hombres da vergüenza comer”, “Monarquía o República es cosa que en el campo andaluz tiene poquísima importancia” llegaría a escribir en esta obra Ramón J. Sender, trasladándonos con maestría literaria a la dura realidad de Casas Viejas, que era la misma que la de tantas otras partes de España: hambre, analfabetismo, desigualdad, injusticia social y un Estado inexistente que llevaba a miles de pobres diablos a vivir prácticamente en la Edad Media.

Para ello, Sender crea un  viaje ficticio al pueblo, unos días antes del estallido de la revuelta, para contarnos concienzudamente los hechos, con un estilo que anticipa treinta años el “nuevo periodismo”. Cuando Truman Capote  golpeó la conciencia de la clase media norteamericana con A sangre fría, Ramón J. Sender ya había contado la dura realidad de la República y de Casas Viejas con las armas de la literatura, al igual que haría Manuel Chaves Nogales en varias de sus obras,  destacando la imprescindible A sangre y fuego, obra maestra literaria sobre nuestra Guerra Civil.

Viaje a la aldea del crimen, portadaNo se esconde Sender, que muestra siempre su compromiso con sus ideas políticos y con la verdad, dando lugar a una obra  sincera que constituye uno de los mejores textos de nuestro periodismo literario que, además de tener que ser leído por su maestría, constituye un documento histórico de primer orden, pues a pesar de alguna inexactitud o de las posteriores aportaciones historiográficas sobre estos hechos, constituyó, como apunta el prologuista de la edición, una exitosa carta de defunción de la II República, impotente ante los males finiseculares de España.

Se va el alcalde, una vez más, con la impresión de no ser alcalde, de no ser nadie. Todos pueden más que él. Recuerda que una vez habló de las leyes republicanas a los obreros, y estos replicaron que ni comían con la monarquía ni con la República; que les habló de la República a los propietarios, y estos respondieron:

“¿Qué República?”. Y que, al referirse en cierta ocasión a las libertades individuales con la Guardia Civil, esta le dijo muy atenta: “Mire usted: aquí, con todos los respetos, lo que rige es nuestro reglamento orgánico. Las ordenanzas”.

(Viaje a la aldea del crimen, página 62.)

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Autor: Ramón J. Sender. Título: Viaje a la aldea del crimen. Editorial: Libros del Asteroide. Edición: Papel y kindle

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La gente del abismo, de Jack London

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En 1902, cuando Jack London (1876-1916), que estaba a punto de publicar La llamada de la selva (1903), El lobo de mar (1904) y, sobre todo, Colmillo Blanco (1906), visita la capital inglesa con la intención de escribir, según sus propias palabras, “una apasionada crónica de los bajos fondos londinenses”, hacía unos pocos años que Jack el Destripador, que actuaba justo en el mismo barrio en el que el escritor estadounidense asienta su cuartel general, había sumido a la humanidad en unos de los más indescifrables misterios de toda su historia.

Entre el verano de 1888 y los últimos meses de ese mismo año, un tipo alto, rubio, vestido, según el testimonio de algunos testigos, de manera andrajosa, puso en jaque a toda una sociedad londinense, que tenía como mayor consuelo el que las atrocidades de ese ser desconocido y sin alma que extraía con la destreza de un cirujano los corazones de sus víctimas, sólo actuaba en el barrio de Whitechapel, zona destinada a la clase baja, a los desheredados, a ese lumpen que la sociedad mantiene lo más alejado posible para no mostrar públicamente sus miserias, su mayor fracaso.

"Jack London, empujado por el deseo de ver las cosas por sí mismo, con una mentalidad semejante a la de un explorador o un reportero, se adentra en ese territorio comanche."

El libro de Jack London es una de esas inquietantes obras que ponen muy mal cuerpo al lector. Es cierto, sin embargo, que el autor se esmera para no dar la impresión de legar unas páginas cargadas de resentimiento y, al mismo tiempo, de denuncia, tratando en todo momento de ser lo más neutral posible, convirtiéndose en una especie de cámara objetiva, justo en los años en los que nacía el cine. Pero es imposible. London es un ser humano y no puede evitar sucumbir al dolor y la compasión. A los veintitantos años aún no se está preparado del todo para las emociones fuertes.

La metodología que emplea London en su investigación no puede ser más sencilla y, al mismo tiempo, más moderna, como si se tratara de un periodista del siglo XXI recién graduado. Empujado por el deseo de ver las cosas por sí mismo, con una mentalidad semejante a la de un explorador o un reportero, se adentra en ese territorio comanche donde la vida de un hombre no vale ni un solo penique. Se viste con las mismas zarrapastrosas ropas de quienes le rodean, trata de ganarse su confianza, conversa con ellos, escucha con atención sus quejas, asiste a los mismos comedores especialmente habilitados para pobres, donde se desayuna un trozo de pan con pasas, una fina loncha de queso y un tazón de aguachirle, y yace, en una habitación en la que los roedores campan a sus anchas, sobre una exigua cama en donde se duerme por turnos. Sólo de ese modo es posible obtener los resultados que nuestro personaje pone en manos de su editor.

Jack London, casi contemporáneo de nuestro Pérez Galdós, parece un fiel seguidor de las doctrinas filantrópicas de don Benito, quien en su Fortunata y Jacinta avisa de la necesidad de ser indulgente con la miseria “y otorgarle un poquitín de licencia para el mal”, dejando claro que la pobreza, en cualquier caso, no tiene por qué ir ligada a la deshonra. No pasan inadvertidas las citas que van al frente de cada uno de los capítulos en los que se divide la obra. Autores, en su mayoría, muy representativos, como Goldsmith, Carlyle u Omar Jayam. Pero, al mismo tiempo, da entrada a otros menos conocidos en la cultura europea, como el teólogo y abolicionista estadounidense Theodore Parker, quien, en apenas una sola línea, pone el dedo sobre la sangrante llaga: “Inglaterra es el paraíso de los ricos, el purgatorio de los sabios y el infierno de los pobres”.

"Jack London, de vez en cuando, se ve en la necesidad de echar mano de las socorridas estadísticas que, ya en los albores del siglo XX, espantan a los ciudadanos y agudizan el ingenio de esos políticos que aprenden a manipularlas."

Jack London pone todo su ingenio e inteligencia al servicio de un texto que, de ningún modo, quiere que se le vaya de las manos y ser convierta en un panfleto, en una incendiaria y reivindicativa soflama política. De ese modo, es capaz de ofrecernos ciertas imágenes y metáforas de enorme belleza, como sucede en el cierre del capítulo tercero, “Mi alojamiento y algunos otros”, donde concluye: “Las casitas de campo se dividen y se subdividen en numerosas viviendas y la negra noche de Londres cae sobre ellas como una gran mortaja”.

La gente del abismoEl panorama que nuestro escritor tiene ante sí le mueve, con cierta frecuencia, a la ironía y al humor negro, que no falta en estas páginas cuando, por ejemplo, asegura que, al menos, los baños sí estaban asegurados en esta parte de Londres donde llueve casi a diario. Jack London, de vez en cuando, se ve en la necesidad de echar mano de las socorridas estadísticas que, ya en los albores del siglo XX, espantan a los ciudadanos y agudizan el ingenio de esos políticos que aprenden a manipularlas. De igual modo, las reiteradas y ociosas comparaciones con la realidad idílica que nos pinta del pueblo estadounidense, es, probablemente, lo más discutible de esta exhaustiva y brutal crónica en la que London termina por poner en duda la propia existencia de Dios, que permite que casi medio millón de criaturas se mueran miserablemente “en el fondo de esa fosa social llamada Londres”.

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Ilustración de Axier Uzkudun

Título: La gente del abismo. Autor: Jack London. Editorial: Gatopardo ediciones. Páginas: 280. Traducción: Javier Calvo.

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El pequeño universo que llevamos dentro

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Leí al poco de publicarse en español el libro del neurocirujano inglés Henry Marsh (1950), Ante todo no hagas daño (Salamandra). Pocas veces, si es que alguna (mi memoria no es nada buena para demasiadas cosas), me he encontrado con un libro que me haya producido la impresión de este. Con una sinceridad y humildad de las que no pocas veces carecen muchos médicos, una sinceridad y humildad que honra a una profesión tan antigua y noble como necesaria, Marsh describe un buen número de experiencias que ha tenido al ejercer su carrera de neurocirujano. La mayor parte de tales experiencias se refieren a operaciones que realizó para tratar de remediar males que afectan al reducto más delicado e importante de la esencia humana, el cerebro, males del tipo de tumores, sobre todo estos, pero también aneurismas o derrames producidos por muy diversas causas. Y es que el universo léxico de las patologías cerebrales está repleto de términos, esto es, de realidades, para cuyo significado los legos, los potenciales pacientes, deben ir en busca de algún diccionario; términos como hidrocefalia obstructiva, ventriculostomía endoscópica, astrocitoma, ependimoma, meningioma, glioblastoma, oligodendroglioma, pineocitoma o pineoblastoma (alguna vez, es cierto, el término en cuestión es más trasparente; por ejemplo: una malformación arteriovenosa).

El cerebro, un pequeño y complejo universo

He dicho que el cerebro es nuestro órgano más importante, y lo es porque aunque el corazón sea el “motor”, que cuando deja de funcionar apaga la vida, lo que nos hace realmente humanos es lo que pensamos y sentimos, no el aliento que nos mantiene vivos.

Es casi un lugar común decir que el gran reto de la ciencia actual es entender cómo es posible que un “sistema” orgánico como es el cerebro tenga conciencia de sí mismo, lo que en última instancia significa que es el responsable de que seamos quienes somos, de nuestra unidad y autonomía como entidad. ¿Cómo produce el cerebro pensamientos, una forma de realidad simbólica? Su complejidad casi desafía la imaginación: está formado por cien mil millones de células, las neuronas, las, como las denominó Santiago Ramón y Cajal, “células del pensamiento”, cada una conectada —por medio de las proyecciones ramificadas arborescentes llamadas axones y dentritas, la mayoría de las cuales terminan en unas estructuras diminutas, las sinapsis— a otras diez mil neuronas que, una vez estimuladas, crean influjos nerviosos que, a su vez, engendran mediadores químicos que atraviesan el espacio intercelular para llegar a otras neuronas. Cien mil neuronas, cada una pudiendo tener de una a diez mil conexiones sinápticas con otras neuronas, dan lugar a un conjunto de interconexiones de, aproximadamente, ¡cuarenta mil billones! ¡En un solo cerebro! Desde esta perspectiva, es lícito considerar al cerebro como uno de los objetos más complejos, si no el que más, del universo. ¿Sorprenderá en consecuencia que estemos lejos de comprenderlo, que no sepamos cómo eso que llamamos “cerebro” integra y coordina tanta actividad, tanto intercambio de información, tanta diversidad y tanta especialización?

"Al igual que el ladrón que deja pistas, el neurocientífico, convertido en Sherlock Holmes improvisado, puede recurrir al análisis de los moldes (endocraneanos) que se forman con las paredes internas del cráneo,"

Tal vez a alguien se le ocurra pensar que son precisamente las extraordinarias habilidades del cerebro humano las que nos hacen “únicos” como especie, que, de alguna manera, somos un “producto” escogido, separado del resto de la vida. Pues no: el cerebro no se libra de la historia evolutiva que desveló Charles Darwin. No existe ninguna duda de que el cerebro de los humanos se fue formando al hilo de la evolución que ha conducido al homo sapiens, siguiendo las mismas leyes evolutivas que le han “producido”. En este sentido, Francis Crick, codescubridor de la estructura del ADN señalaba en uno de sus libros, La búsqueda científica del alma (1994): “¿Cómo ha surgido esta extraordinaria máquina neuronal? Para comprender el cerebro, es importante entender que es el producto final de un largo proceso de evolución por selección natural. No ha sido diseñado por ningún ingeniero aunque […] realiza una tarea fantástica en un reducido espacio y consumiendo una cantidad de energía relativamente escasa. Los genes recibidos de nuestros padres, a lo largo de muchos millones de años, se han visto influidos por la experiencia de nuestros lejanos ancestros. Estos genes, así como los procesos que ellos dirigen antes del nacimiento, son la base de buena parte de nuestra estructura cerebral. Hoy sabemos que el cerebro, al nacer, no es una tábula rasa sino una elaborada estructura con muchas de sus piezas ya instaladas”. Cuando aparecía una nueva estructura o elemento cerebral, acompañada de una nueva función, lo hacía sobre sobre otra existente, más primitiva, pero que no por ello desaparecía. El cerebro es, en definitiva, un conjunto de estructuras cognitivas surgidas a lo largo del tiempo, en respuesta a requerimientos del entorno.

Santiago Ramón y Cajal

Santiago Ramón y Cajal

Abrirse camino a través de ese mosaico, desentrañar su historia evolutiva, poner orden en la inmensa red de células que lo forman, y en los correspondientes sistemas de genes y nucleótidos, surcada por elementos que tal vez tuvieron alguna vez sentido, cumpliendo funciones ya perdidas, pero que sin embargo condicionaron y acaso continúan condicionando su funcionamiento actual, es la tarea de los neurocientíficos y de la neurociencia. Una tarea mucho más difícil que la de los paleontólogos que buscan desentrañar los orígenes de los humanos, ya que mientras que se conservan (o pueden conservar), aunque en fragmentos, los fósiles óseos del cráneo de los homínidos, las partes blandas han desaparecido para siempre. Afortunadamente, al igual que el ladrón que deja pistas, el neurocientífico, convertido en Sherlock Holmes improvisado, puede recurrir al análisis de los moldes (endocraneanos) que se forman con las paredes internas del cráneo, en los que han quedado las impresiones de las huellas de los lóbulos cerebrales, así como las venas de las meninges, pudiendo así inferir, al menos, el tamaño aproximado de los distintos lóbulos cerebrales. Algo es algo, pero, como es patente, la tarea neuropalentológica se adivina larga.

Una buena parte, seguramente la mayor, de lo que se sabe del funcionamiento cerebral es debido a una serie de instrumentos y técnicas, que permiten, por ejemplo, observar todo el cerebro, o partes determinadas de él, en acción con una tomografía de emisión de positrones o con imágenes de resonancia magnética, o seguir con microelectrodos los diminutos impulsos eléctricos que pasan entre las células nerviosas. Ahora bien, los estudios de diagnóstico por imagen se centran a menudo en sujetos que están realizando alguna tarea: como resolver problemas matemáticos, escuchar música, sentir miedo o memorizar listas de palabras. Ayudados por estas tecnologías, sabemos ya mucho acerca de las funciones en las que está especializada cada región de nuestro cerebro. Así, por ejemplo, el lenguaje de los humanos depende sobre todo del lado izquierdo de la cabeza para prácticamente todos los diestros y la mayoría de los zurdos (más concretamente, los lóbulos frontales controlan los movimientos y mecanismos del lenguaje oral y escrito). La región conocida como hipotálamo, en el exterior del córtex, es el gran “centro de control” de funciones como la regulación de la sed, la temperatura o el comportamiento sexual, mientras que el cerebelo, situado en la parte posterior de la cabeza y altamente desarrollada en determinados peces, parece ocuparse del control del movimiento del cuerpo y, en especial, de la eficiencia de los movimientos especializados. Están, asimismo, los lóbulos temporales, encargados de las funciones auditivas, neurovegetativas y olfativas, los lóbulos parietales, que reciben y elaboran las informaciones proporcionadas por los órganos de los sentidos (gusto y estímulos sensoriales), y los lóbulos occipitales, que se ocupan de la percepción visual. Por otra parte, el hipocampo consolida las informaciones recientes, transformando la memoria a corto plazo en memoria a largo plazo.

No obstante, aunque sabemos bastante del origen cerebral de no pocas de nuestros comportamientos o sensaciones, ignoramos mucho, en particular de lo que es más importante: del cerebro como unidad. Y si algo es el cerebro, es un sistema armónico, que combina maravillosamente especialización con “totalidad”.

Enfermedades mentales

Un lugar en el que se manifiesta lo mucho que ignoramos acerca del cerebro se encuentra en las enfermedades mentales. Para tomar conciencia de ello, no es necesario adentrarse en la literatura especializada, tarea por otra parte imposible para el lego, basta con leer los escritos de un maestro de escritura como fue el neurólogo, recientemente desaparecido, Oliver Sacks. Sus escritos no sólo nos enriquecen y emocionan, también desvelan potenciales ocultas de nuestros cerebros. En todos sus libros se encuentran esas habilidades, en general ausentes en los individuos “normales”, pero aquí me referiré únicamente a dos casos. El primero, el de los gemelos que describió en uno de los capítulos de su libro más conocido, El hombre que confundió a su mujer con un sombrero (1985). Aquellos gemelos, que entonces tenían veintiséis años, llevaban internados en instituciones desde los siete y eran considerados como autistas, psicóticos o gravemente retardados, Sacks descubrió que poseían habilidades matemáticas extraordinarias y, lo que es más importante, que una vez identificadas éstas era posible entrar un poco en su mundo. Sin leerlo ahora, recuerdo bien la escena en la que describía su sorpresa cuando vio que los hermanos, habitualmente encerrados en sí mismos, se sumergieron en un diálogo numérico: uno decía un número de seis cifras y el otro lo escuchaba, feliz, y al poco respondía con otro número igual de largo. Sacks regresó a su casa y terminó dándose cuenta de que los números en cuestión, que había anotado, eran primos. Buscó un libro que tuviese una tabla de números primos, y esperó la ocasión de que se estableciese un nuevo diálogo entre los gemelos. Cuando esto ocurrió, miró en su tabla e intervino en la conversación diciendo en alto un número primo. Los gemelos se sorprendieron al escucharlo, pero reaccionaron permitiendo que Sacks se sumase al diálogo, él ayudado por su tabla.

"Según Sacks: nuestros sistemas auditivos, nuestros sistemas nerviosos, están exquisitamente afinados para la música"

¿Qué consecuencias extraigo de esa historia? La primera, que es posible encontrar, a menos en algunos casos, vías de entrada a los mundos cerrados de aquellos a los que con demasiada facilidad denominamos “enfermos mentales”. ¿No será que lo que ocurre es que esas personas sufren las consecuencias —terribles, sin duda— de que en ellas se manifiestan en todo su poder potencias ocultas del cerebro humano? Potencias que en los demás, las personas “normales”, están disminuidas en beneficio de nuestra “salud psíquica”? En el caso de los gemelos, el “potencial oculto” era una capacidad de cálculo, de identificar números primos, de alguna manera “intuitiva”. Me recuerda al matemático indio Srinivasa Ramanujan (1887-1920), que era capaz de “ver”, no demostrar, relaciones matemáticas muy complejas, que luego otros matemáticos, como el británico G. H. Hardy, encontraron ser ciertas. ¿Qué es la matemática? ¿Qué relación tiene con el cerebro humano, con su estructura?

En su admirable estilo, Sacks caracterizó a los gemelos con las siguientes palabras: “No son calculadores, y su enfoque de los números es ‘icónico’, conjuran extrañas escenas de números, habitan en ellas; vagan libremente por grandes pasajes de números; crean, dramatúrgicamente, todo un mundo constituido por números.”

El segundo ejemplo que utilizaré procede de otro de los libros de Sacks, Musicofilia (2007); en él, utilizando una serie de casos clínicos, indagó sobre las sorprendentes y muy poderosas manifestaciones musicales en personas con determinados desordenes neuronales. Su experiencia le llevó a reconocer que “nuestros sistemas auditivos, nuestros sistemas nerviosos, están exquisitamente afinados para la música”, aunque reconocía que todavía no sabemos “hasta qué punto esto se debe a las características intrínsecas de la propia música y hasta qué punto obedece a resonancias especiales, sincronizaciones, oscilaciones, excitaciones mutuas, o retroalimentaciones en el circuito nervioso inmensamente complejo y de muchos niveles que subyace a la percepción musical y la reproduce”.

OliverSacks

OliverSacks

El proyecto BRAIN

Un enfoque diferente al de las técnicas de imagen que comenzó a andar hace poco, para intentar avanzar en el conocimiento del funcionamiento del cerebro, es el denominado Brain Activity Map Project (“Proyecto de Mapa de la Actividad Cerebral”). Presentado públicamente por el presidente Obama el 2 de abril de 2013, se trata de un proyecto de investigación – sucesor en más de un aspecto del gran Proyecto Genoma Humano, que logró cartografiar los genes que componen nuestros cromosomas – destinado a estudiar las señales enviadas por las neuronas y a determinar cómo los flujos producidos por esas señales a través de las redes neuronales se convierten en pensamientos, sentimientos y acciones. Al defenderlo, Obama mencionó su esperanza de que con él se abriría también el camino para desarrollar tecnologías esenciales para combatir enfermedades como el alzheimer y el parkinson, al igual que para establecer nuevas terapias para diversas enfermedades mentales, además de servir de ayuda en el avance de la inteligencia artificial.

"Siempre he pensado que la profesión médica es una de las más, si no la que más, importantes, delicadas… y dolorosas de todas a las que se puede dedicar una persona."

Un aspecto de este proyecto que merece destacarse es su carácter interdisciplinar, obligado cuando se trata de estudiar el comportamiento de un inmenso número de unidades microscópicas, que se relacionan entre sí mediante procesos químico-físicos. Basta con echar un vistazo al artículo en el que un grupo de científicos presentaron y defendieron este proyecto para darse cuenta de la naturaleza interdisciplinar del mismo. Publicado en 2012 en la revista Neuron, el artículo se titulaba “Proyecto de mapa de actividad cerebral y el reto de la conectómica funcional” y estaba firmado por seis científicos: Paul Alivisatos, Miyoung Chun, George Church, Ralph Greenspan, Michael Roukes y Rafael Yuste, un español de nacimiento y educación que lleva décadas en Estados Unidos (en la Universidad de Columbia, Nueva York) y que es quien más impulsó la idea. Los propios lugares de trabajo de estos autores revelan la naturaleza plural del proyecto: División de Ciencia de Materiales y Departamento de Química de Berkeley (Alivisatos), Departamento de Genética de Harvard (Church), Instituto Kavli del Cerebro y de la Mente (Greenspan), Instituto Kevin de Nanociencia y Departamento de Física del California Institute of Technology (Roukes) y Departamento de Ciencias Biológicas de Columbia (Yuste).

La interdisciplinariedad, quiero destacarlo, es una de las características de la ciencia actual; al fin y al cabo, no lo olvidemos, la Naturaleza es una y hemos sido nosotros los que, para simplificar su estudio, dividimos éste en parcelas, a las que llamamos física, química, biología, geología, astrofísica, etc. Con esas divisiones hemos avanzado mucho, muchísimo, pero ese procedimiento ya no es suficiente, se necesita la colaboración entre especialistas en materias diferentes, la unión entre disciplinas, la interdisciplinariedad (dediqué un libro a esta cuestión: La Nueva Ilustración. Ciencia, tecnología y humanidades en un mundo interdisciplinar; 2011).

Marsh, el neurocirujano compasivo

Decía al principio que el libro de Henry Marsh, Ante todo no hagas daño, se caracteriza porque su autor muestra en él una sinceridad y humildad de las que no pocas veces carecen muchos médicos. Aunque no se puede justificar ningún tipo de “prepotencia” o, mejor, distanciamiento con el paciente, tal vez se pueda comprender si tenemos en cuenta el dolor y los riesgos que pueden ir asociados a la medicina. Y si hay prácticas médicas arriesgadas, una de ellas es ciertamente la neurocirugía. Podemos imaginarnos fácilmente los riesgos y las dudas que entraña intervenir en ese complejísimo e interconectado mini-universo que he esbozado antes. Recuperando operaciones que realizó a lo largo de su carrera, Marsh nos presenta tanto éxitos como fracasos, al igual que las muchas dudas a las que prácticamente siempre se tenía que enfrentar. Incertidumbres y riesgos que, lo sabemos muy bien, no tenían que ver con cosas como mercados de valores, predicción del tiempo, o el tratamiento de una gripe. Incluso cuando se trata de ese terrible grupo de males que es el cáncer (no me refiero, claro está, a los tumores cerebrales), sabemos que ocasiona grandes sufrimientos, personales y familiares, pero aun así, en general, aunque se trate de un cáncer letal, terminal, no suele desproveer al paciente de lo más íntimo y personal que posee, la noción de su propia personalidad, algo que sí puede suceder tras una intervención cerebral fallida, entre las que, naturalmente, también se encuentran las que tratan de extirpar tumores.

Siempre he pensado que la profesión médica es una de las más, si no la que más, importantes, delicadas… y dolorosas de todas a las que se puede dedicar una persona. El libro de Marsh muestra esto con especial claridad. Veamos un ejemplo:

“David estaba tendido boca arriba y se incorporó con esfuerzo cuando entré. Me quedé de pie ante él, un poco nervioso.

‘He estado mirando los escáneres’. Hice una pausa. ‘Siempre te he dicho que te contaría la verdad’.

Advertí que no me miraba, y caí en la cuenta de que estaba a su izquierda, el lado hemianópsico. Era probable que ni siquiera me viera, porque el costado derecho de su cerebro ya no funcionaba, así que rodeé la cama y me acuclillé a su lado con sendos crujidos de mis rodillas. Quedarme de pie ante un paciente moribundo, sería tan inhumano como los largos pasillos de un hospital. Nos miramos a los ojos durante unos instantes.

‘Podría operarte otra vez – empecé poco a poco, obligándome a pronunciar la palabras –, pero esto te daría un par de meses más como mucho… He intervenido a veces a gente en tu situación… y suelo lamentarlo’.

David me respondió con la misma lentitud.

‘Me di cuenta de que la cosa no pintaba bien. Había varios… asuntos que necesitaba organizar… pero ya… ya está todo hecho…”.

Al final, después de la dolorosa despedida, Marsh se hacía una pregunta que, estoy seguro, de una u otra forma, ajustada a las muy diferentes situaciones y condiciones personales, todos nos hemos hecho o haremos en algún momento: “¿Seré yo tan valiente y digno cuando me llegue la hora?”. Tras lo cual escribió unas frases que le honran a la vez que muestran lo dolorosa que es o puede llegar a ser su profesión:

“Me aleje con el coche, sumido en un torbellino de emociones. No tardé en quedarme atascado en el tráfico de la hora punta y maldije furibundo los coches y a sus conductores, como si ellos tuvieran la culpa de que aquel hombre bueno y noble fuera a morir y a dejar viuda a su esposa y huérfanos de padre a sus niños. Grité y chillé y, como un idiota, golpeé el volante con los puños. Y sentí vergüenza, una profunda vergüenza, no por haber fracasado en salvarle la vida —había tenido el mejor tratamiento posible—, sino por la pérdida de mi impasibilidad profesional y por un pesar que me pareció de lo más vulgar en comparación con su serenidad y el sufrimiento de su familia, de los que sólo podía ser testigo impotente”.

Sus emociones, decimos nosotros, los espectadores pasivos de sus recuerdos, no mostraron vulgaridad, sino algo mucho más preciado: humanidad.

Debe de ser difícil, de todas maneras, convivir con el dolor, aunque sea el dolor de otros; sentirse responsable de él, independientemente de que, como Marsh señalaba en la cita anterior, se esté convencido de que el paciente ha recibido el mejor tratamiento posible. ¿Cómo convivir con recuerdos como el que en otras estremecedoras páginas revive Marsh?:

“También me acordé de la ocasión, ya como cirujano, en que había operado a una niña con un gran tumor en el cerebro. Era una enorme masa de vasos sanguíneos, como puede llegar a suceder con estas patologías, y tuve que luchar desesperadamente por detener el sangrado. La operación se convirtió en una sombría carrera entre la sangre que manaba de la cabeza de la niña y la que volvía a transfundir en ella Judith, mi pobre anestesista, a través de las vías intravenosas, mientras yo intentaba parar la hemorragia sin conseguirlo.

La niña, una preciosidad de largo cabello pelirrojo, murió desangrada. Fue una de esas ‘muertes en la mesa de operaciones’, algo muy insólito en la cirugía moderna”.

Mientras daba los últimos puntos en el cuello cabelludo de la niña ya fallecida, en medio de un silencio absoluto en todo el equipo médico, Marsh comenzó a pensar qué le iba a decir a la familia:

“Me había dirigido arrastrando los pies hasta la sala infantil, donde la madre aguardaba a que acabara la intervención. Lo que no esperaba sin duda era una noticia tan trágica. Me costó muchísimo empezar a hablar, pero me las apañe para transmitirle lo que había pasado. No tenía ni idea de cómo reaccionaría la madre, pero nunca esperé que hiciera lo que hizo: me estrechó en sus brazos, como si quisiera consolarme por mi fracaso, pese a que era ella quien había perdido a su hija.

Es imprescindible que los médicos rindan cuentas, puesto que el poder corrompe. Debe haber procedimientos de reclamación y litigios, comisiones de investigación, condena y compensación. Al mismo tiempo, si no ocultas ni niegas tus errores cunado las cosas salen mal, y si los pacientes y sus familias saben que estás afectado por lo ocurrido, quizá, con un poco de suerte, recibirás el valioso regalo del perdón”.

Para no perder, o mejor, para recuperar la humanidad que una vez, cuando era joven, poseyó, Henry Marsh tuvo que luchar contra el mal, tan necesario como cruel, que genera la experiencia: “Poco a poco, me fui endureciendo, de ese modo tan peculiar en que deben hacerlo los médicos, y llegué a considerar a los pacientes como una raza completamente distinta a la de los profesionales de la medicina como yo, importantísimos e invulnerables. Ahora que me acerco al final de mi carrera, esa distancia ha empezado a desdibujarse. Tengo menos miedo al fracaso: he llegado a aceptarlo y a sentirme menos amenazado por él, y confío en haber aprendido algo de los errores cometidos en el pasado, de modo que puedo arriesgarme a ser un poco menos objetivo. Además, cuanto mayor me hago, menos capaz me siento de negar que estoy hecho de la misma carne y de la misma sangre que mis pacientes, y que soy igual de vulnerable que ellos. Así que ahora puedo volver a sentir lástima por ellos, una lástima más profunda que la que sentí en el pasado, cuando empezaba. Sé que también yo, tarde o temprano, acabaré postrado en una cama en una abarrotada sala de hospital, temiendo por mi vida, como hoy o hacen ellos”.

¿Es preciso hacerse viejo para comprender que todos, absolutamente todos, independientemente de nuestra condición y situación, de nuestras habilidades o necesidades, somos iguales, que estamos hechos de la misma pasta y que nos aguarda el mismo destino?

Por qué leo libros como estos

Supongo que los pocos ejemplos que he recuperado en estas líneas de Ante todo no hagas daño bastaran para que cualquiera que las lea se dé cuenta de que su lectura puede ser dolorosa, que es muy dolorosa. Mientras lo leía, aún hoy cuando ya han pasado algunos meses, no dejaba de pensar si el más ligero dolor de cabeza, pequeña desorientación o molestia, podía significar algún trastorno en mi cerebro, y lo esto significaría: penetrar en un mundo en el que el dolor, el peligro, y lo que acaso sea peor, la incertidumbre, incluso la posibilidad de dejar de ser uno mismo continuando, sin embargo, siendo, dominan impasibles, como si existiera un demiurgo que nos sonriera diciéndonos: “¡Estúpidos, creéis que la ciencia lo puede todo! Ya veréis, ya veréis”. En el fondo, es la misma experiencia por que pasan todos los estudiantes de Medicina; en palabras también de Marsh: “Casi todos los estudiantes de Medicina pasan por un breve período en el que desarrollan toda clase de enfermedades imaginarias – yo mismo tuve leucemia durante al menos cuatro días –, hasta que aprenden, por pura cuestión de supervivencia, que las enfermedades las padecen los pacientes, no los médicos.”

"Al averiguar qué contiene y cómo funciona el Universo, nos hacemos más libres, liberándonos de mitos,"

Así que si tanto he sufrido, y si ese sufrimiento se podía adivinar pronto, tras leer unas pocas páginas, ¿por qué leo, por qué leemos, libros como este? ¿Para estar al tanto de los delicados equilibrios en los que se mueve nuestra “salud y tomar precauciones”? Es posible, pero no sé si esto, “tomar precauciones”, sirve para mucho en el caso del cerebro, que no es, insisto, como la mayoría de las enfermedades. En mi caso, creo que lo leo para satisfacer una de las características más propias de los humanos, la curiosidad. Se me dirá, con razón, que hay tantas cosas que desconocemos y que nos interesan, que podemos colmar nuestras inquietudes, nuestra curiosidad, de mil maneras, sin necesidad de sufrir. Entiendo el argumento, pero son nuestras habilidades cognitivas, el razonamiento lógico y simbólico, éste asociado íntimamente al lenguaje, oral y escrito, que hemos desarrollado (el oral porque lo permite nuestra laringe y cuerdas vocales), que nos dan la capacidad de conocer los muy diferentes objetos que existen en el Universo y desentrañar las leyes a las que éstos obedecen, lo que nos ennoblece, lo que nos hace mirarnos con orgullo aun cuando somos conscientes de que esas facultades coexisten con otras no tan loables, a la cabeza de ellas la crueldad y el egoísmo. Al averiguar qué contiene y cómo funciona el Universo, nos hacemos más libres, liberándonos de mitos, que, es cierto, ayudan a muchos en sus vidas, dándoles la esperanza de un futuro, de una trascendencia que el conocimiento, que la ciencia, no concede. En última instancia, nosotros, parte insignificante, a la vez grandiosa de ese cosmos, no somos sino polvo de estrellas, polvo que al abandonar, en una inimaginable explosión, la estrella de la que formaban parte, se condensó formando un planeta; polvo que después de una fugaz presencia, regresará, primero a la Tierra planetaria en la que nacimos, tataratara… nietos de una bacteria primordial que surgió fruto de procesos físicos-químicos, no de la benevolencia o maldad de un supuesto Dios que nos imaginó en uno de sus ratos de ocio. Y más tarde, en un tiempo lejano pero insignificante para la historia del Universo, cuando la propia Tierra desparezca, que lo hará, ese polvo, los átomos que una vez fueron nosotros, volverán al Universo-madre.

Sí, aunque disfrutemos averiguando cosas como éstas, en el fondo no son agradables. Pero, ¿quién dice que el conocimiento dé felicidad? Lo que sí da es dignidad, que no es poco.

La entrada El pequeño universo que llevamos dentro aparece primero en Zenda.

Esos días azules y ese sol de la infancia

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Libros que relaten los últimos días de escritores y otras personalidades hay unos cuantos. Pessoa, Chejov, Lord Byron, Kant, Che Guevara, Virginia Woolf… Ahora que el paso del tiempo nos da más perspectiva contemplamos la vida de los otros como algo completo, terminado; de propuestas que hemos visto nacer y morir, de inauguraciones y clausuras, aunque al principio pensáramos que serían para siempre (“Ná es eterno”, que cantaba Camarón -otra vida al completo-): Adolfo Suárez presidente, Juan Carlos I nombrado Rey y su abdicación, etc. Los hemos visto subir y bajar, empezar y terminar, su compromiso, su cese… y su muerte. Fulgor y muerte de Joaquín Murrieta, que escribió Pablo Neruda; Santiago Carrillo, de estranjis con peluca por Madrid. Los Beatles como fenómeno musical, un cuarteto de imberbes formidables de los que solo viven Paul McCarthy y Ringo Starr. “Esos días azules y ese sol de la infancia” han sido los últimos versos escritos por Antonio Machado en su corto exilio en Collioure, antes de fallecer en tierras francesas por la indignidad de la guerra.

El tiempo pasa y nos hace más sabios, que dijo aquel, aunque yo preferiría que pasara más lento y ser un poco menos…, pero, en fin, es lo que hay.

tolstoi 1910

Tolstoi en 1910

Antes de recordar algunos de estos libros sobre “los últimos días de”, ahí va esta cita extraída de Resurrección (1899), última novela de Leon Tolstoi,  (Alianza editorial, Pretextos…), un libro sobre la injusticia de las leyes humanas y la hipocresía de la iglesia institucionalizada. Son, sobre todo, palabras para momentos como el que vivimos, en el que los profesionales de lo público continúan practicando políticas de tierra quemada. Pero que no se crean que siempre va a ser así –Tolstoi dixit– porque siempre es primavera.

“Por mucho que cientos de miles de personas, reunidas en un corto espacio de terreno al que se han apegado, se esfuercen en llenar el suelo de piedras para que no crezca nada en él; por mucho que limpien ese terreno hasta de la última brizna de hierba; por mucho que impregnen el aire con el humo del carbón y el petróleo, por mucho que corten los árboles y obliguen a marcharse a todos los animales y aves, la primavera, hasta en la ciudad, siempre es primavera”.

Pessoa

De Sueño de sueños: los tres últimos día de Fernando Pessoa. Antonio Tabucchi. Anagrama

Antes tengo que afeitarme, dijo él, no quiero ir al hospital con esta barba, se lo ruego, vaya a llamar al barbero, vive en la esquina, es el señor Manacés.

Pero es que no hay tiempo, señor Pessoa, replicó la portera, el taxi está ya en la puerta, sus amigos han llegado ya y le están esperando en el recibidor.

No importa, respondió, todavía queda tiempo.

Se arrellanó en la pequeña butaca donde el señor Manacés acostumbraba a afeitarle y se puso a leer las poesías de Sá-Carneiro.

El señor Manacés entró y le dio las buenas noches. Señor Pessoa, dijo, me han dicho que no se encuentra bien, espero que no se trate de nada grave.

Le colocó una toalla alrededor del cuello y empezó a enjabonarlo. Cuénteme algo, dijo Pessoa, usted, señor Manacés, conoce muchas anécdotas interesantes y ve a mucha gente en su establecimiento, cuénteme algo.

 

CHEJOV

Chejov

De Tres rosas amarillas. Raymond Carver. Anagrama

Chejov. La noche del 22 de marzo de 1897, en Moscú, salió a cenar con su amigo y confidente Alexei Suvorin, editor y magnate de la prensa; era un revolucionario, un self-made man cuyo padre había sido soldado raso en Borodino. Al igual que Chejov, era nieto de un siervo. Tenían eso en común: sangre campesina en las venas. Pero tanto política como temperamentalmente se hallaban en las antípodas. Suvorin, sin embargo, era uno de los escasos íntimos de Chejov, y Chejov gustaba de su compañía.

 

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De Che, la vida por un mundo mejor. Pancho O´Donnell, Plaza&Janés

Pacho O’Donnell reproduce el testimonio de lo ocurrido en la aldea boliviana de La Higuera el 9 de octubre de 1967. Un relato de los últimos instantes de la vida de Ernesto Che Guevara, narrado por su verdugo, el sargento boliviano Mario Terán, a su ministro del Interior, Antonio Arguedas.

“¡Serénese y apunte bien! -me dijo como si me ordenase-. ¡Va usted a matar a un hombre!

Entonces di un paso atrás, hacia el umbral de la puerta, cerré los ojos y disparé la primera ráfaga. El Che, con las piernas destrozadas, cayó al suelo, se contorsionó y comenzó a regar muchísima sangre. Recobré el ánimo y disparé la segunda ráfaga que lo alcanzó en un brazo, en un hombro y el corazón.

Ya estaba muerto”.

 

WOOLF

La muerte de Virginia. Leonard Wolf. Lumen

El 28 de marzo de 1941 Leonard Wolf, (1880-1969) escribió a lápiz con mano temblorosa la palabra «Muerta» en uno de los diarios de bolsillo de su esposa. Horas antes, instantes efímeros en el destino de la vida de ambos, Virginia Woolf (1882-1941) se adentró en el río Ouse con los bolsillos de su abrigo llenos de piedras y se ahogó. Era el final de una larga y dolorosa agonía, provocada por el trastorno bipolar que no le fue diagnosticado en vida, y que se vio intensificada por el estallido de la Segunda Guerra Mundial y el desmoronamiento de cuantos cimientos personales la escritora británica luchó por edificar a lo largo de su frágil existencia.

Esos últimos años, el sufrimiento desgarrador de quien siempre tuvo la muerte «a flor de piel» en su imaginación, como aseguró su marido en su autobiografía, vuelven a estar de actualidad después de que la universidad de Sussex anunciara la compra de ocho dietarios personales de la escritora, fechados entre 1930 y 1941, por los que la institución británica pagó 73.500 euros en una subasta en Sotheby’s en diciembre. En ellos, la autora de «La señora Dallloway» reflejaba su actividad cotidiana, desde citas amistosas y profesionales a sus pensamientos y sensaciones. Se trata de una valiosa aproximación a la figura de una de las escritoras más importantes y fascinantes del siglo pasado, cuya vida ha hecho correr tantos ríos de tinta como los que ella derramó en cuadernos, como ha contado en ABC la periodista y escritora. Inés Martín Rodrigo.

 

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Camus et l´Algerie. Javier Lenzini. Edisud

Albert Camus (1913-1960), que obtuvo el premio Nobel de Literatura en 1957, fue hasta el final de su vida ese hombre discreto, obsesivamente inquieto, que, por apego a sus orígenes africanos, revistió su talento con una capa de humildad, como lo hacen los bereberes para protegerse de los vientos y el frío del desierto. Como lo hizo San Agustín, a quien dedicó parte de sus estudios de filosofía.

Los últimos días de la vida de Albert Camus, cuenta Carmen Grimau, es un libro minúsculo de José Lenzini. Basta con 143 páginas para contornear sobradamente al autor que se comió el siglo XX francés. Lenzini conoce muy bien a Camus. Le ha dedicado varios libros. Lo quiere. Y se nota. El abordaje es sentimental, y lo es en el mejor de la palabra. Lenzini recrea, basándose en testimonios, lo que pudo pasar hace exactamente 50 años:

El 4 de enero de 1960, el Facel-Vega que conducía el riquísimo Michel Gallimard (sobrino del gran patrón Gaston Gallimard) se estrelló contra un árbol. Mató al escritor en el acto. Una recta había animado a Michel a pisar el acelerador, la carretera helada hizo el resto. Segundos antes, Camus preguntó por el nombre del pueblo al que iban acercándose. Petit-Villeblevin, contestó Michel. Silencio en el coche. Camus oye los neumáticos patinar, tensa sus piernas instintivamente, no ve nada, “¡Endereza… Ende…!” grita.

Así de tonta, así de absurda, la muerte súbita. Encontraron en el bolsillo de nuestro hombre un billete de tren. Cambió de idea para no hacer un feo a Michel, pues ya no le quedaban apenas amigos. Tenía 47 años.

 

Más bibliografía:

  • Virginia Woolf. Horas en una biblioteca. Seix Barral
  • Oliver Todd. Albert Camus. Una vida. Tusquets
  • Albert Camus. El extranjero. Alianza editorial
  • Leon Tolstoi. La muerte de Ivan Illich. Alianza editorial
  • Antonio Tabucchi. Sostiene Pereira. Anagrama
  • E. J. Trelawny. Los últimos días de Lord Byron y Shelley. Alba editorial
  • Fernando Pessoa. Libro del desasosiego. Acantilado
  • Raymond Carver. Catedral. Anagrama
  • Thomas de Quincey. Los últimos días de Emmanuel Kant. Ediciones Valdemar
  • Inés Martín Rodriguez. Azules son las horas. Espasa
  • Miguel Barrero. Camposanto en Collioure. Trea editorial

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