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145 tuiteos sobre literatura (53): ‘La Reina del Sur’

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Tuiteos de @perezreverte sobre su obra ‘La Reina del Sur’:

—YuririaSierra: ¿@TeresaMendoza inspiró a la Reina del Pacífico o @SandraAvila inspiró ‘La Reina del Sur’?
—Me temo que no. Era otra. Digamos que para bautizarla se inspiraron en la mía. Me halaga, pero no me gusta. Sandra Ávila nada tiene que ver con ‘La Reina del Sur’. Le pusieron ‘Reina del Pacífico’ por influencia del libro. Sólo eso.

—YuririaSierra: @SandraAvila leyó este tuit y lloró en la cárcel. La Reina del Sur sonríe.
—Sandra no era la Reina. Usaron la fama del personaje contra ella. Fotos y demás. Montaje mediático. Le deseo mucha suerte.

—sarycaestefan: ¿Eres en ‘La Reina del Sur’ el periodista amigo de Santiago Fisterra y Teresa Mendoza?
—No. Ése es Óscar Lobato, que es personaje real. De Cádiz. Yo soy el narrador. Creo recordar.

—quijotesancho78: Tu mejor libro es ‘La Reina del Sur’.
—Eso dicen algunos amigos mejicanos. Pero la realidad es que el mejor libro de uno está siempre por ser escrito.

—laplumadelpoyo: Siempre pienso en esa frase de la Mendoza: “Pensó que a veces la vida era tan hermosa que no se parecía a la vida”.
—Le presté la frase a Teresa Mendoza para la novela. Por lo general soy yo quien la usa.

—montede: ¿Cómo describiría usted al personaje de Lalo Veiga? Es para mí un placer leerle. Un saludo.
—Como lo describí en el libro. Tal y como lo conocí. El pobre desgraciado que dejamos atrás, a la deriva. El remordimiento.

—yomeratescribo: Lo único que hizo quererme jalarme los pelos de la cola al final es el “boquitoqui” de @perezreverte. ¡Horrorrrr!
—”Boquitoqui” está tomado directamente del lenguaje narco, en Culiacán, Sinaloa. Reclame allí, amiga mía. Un abrazo.

—Zaratustratalk: ¿Por qué le gustan tanto los narcocorridos? Aquí hay una guerra por el narco. ¿No cree usted que los ha exaltado?
—El narco de hace años no era el de ahora. Había reglas. Y cierta épica popular. Escribí ‘La Reina del Sur’ para contar todo eso.

—ElSilenciero: ¿Qué le faltó, a su juicio, a su novela ‘La Reina del Sur’?
—Hice lo posible porque no le faltara nada. ¿De veras le faltó algo?… Dígamelo usted. Un saludo.

—ElSilenciero: No expuso la malignidad y la perversidad del narcotráfico ni las relaciones con los poderes políticos y fácticos. Mi admiración.
—Es que no era una novela denuncia. Era una novela vida.

—inigolle: Me gustaría saber si es un libro que escribió para mantener otros o si es un libro que necesitó escribir.
—Cuanto escribo necesito escribirlo. O mejor dicho, cuanto escribo me exige que lo escriba. Raras veces puedo elegir.

—Blindinlights: Pedí a mis alumnos de inglés que escribieran una redacción sobre un libro y una de ellas la escribió sobre ‘La Reina del Sur’.
—Vaya. Un honor. Dele las gracias de mi parte.

—tcesarf: No me quedó claro si la prota se basa en un personaje real, pero en todo caso novela impresionante.
—Teresa Mendoza es personaje de ficción. Pero su mundo es real. Como la vida misma.

—davidcarriles: ¿Podría decirme qué parte es la más real?
—Casi toda es real. Pero la manera de contarlo es literatura.

—Cuquitta: ¿Cuánto tiempo le llevó escribir ‘La Reina del Sur’? Mi favorita.
—Dos años y medio.

—rotialo: Don Arturo, lo empecé en un avión, pero lo dejé. ¡Lo siento! Hace días lo retomé y solo pensar que me lo pude perder…
—No todo momento es bueno para todo. Queda absuelto. De penitencia, tómese tres tequilas. Seguidos.

—Dongominolo: ¡Yo también he pecao! ¿Me puedo tomar otros tres tequilas? El mío era mortal. Mejor me tomaré 6.
—Y recorra de rodillas el espacio entre dos cantinas.

—mggusac: ¿Tuvo usted claro el final o manejó otras opciones?
—Siempre tuve claro el final, desde el principio. Toda la novela se encaminaba hacia él. O lo intenté, al menos. Yo hice lo que pude escribiéndola. Eso sí, disfruté como gorrino en campo de maíz.

—Alex_sanblas: ¡Me estoy volviendo loco a buscar quién es Teresa Mendoza! ¿Es real o un mito?
—Teresa Mendoza es un personaje de ficción. Pero sólo hasta cierto punto. De ficción. Con algún detalle personal. Mitad y mitad. Un saludo.

—jadibu1980: No te imaginas la de mexicanos que afirman que conocieron a Teresa Mendoza. ¿Qué les digo de tu parte?
—Que sí. Que la conocieron.

—anaemef: Leí ‘La Reina del sur’ cuando tenía 13 o 14 años y eso salvó mi verano. Gracias.
—Gracias por decírmelo. Espero salvarle algunos más, o contribuir a ello.

—latuzita: ¿Existe o no Teresa Mendoza?
—No existe. Es un personaje de novela. De novela mía. Pero es cierto que debe algo a alguna señora real. Sólo algo.

—Rogorn: Creo que a lo que se refieren cuando preguntan por Teresa es si alguna parte está basada en alguna “narca” real.
—En ninguna narca real. En detallitos de mujeres de narcos, sí. En la primera fase de la vida de Teresa, con el Güero. Nada más.

—KakarotoVolador: ‘La Reina del Sur’ está lleno de spoilers de libros que no leí. Me ha cagado varios. Con respeto. Así y todo, está bueno.
—Pues a ver si eso lo anima y los lee. Un abrazo, amigo mío. Y gracias por lo de que está bueno el libro.

—raqueelph: Muchos queremos una segunda parte de ‘La Reina del Sur’. ¿Cómo lo ves?
—Lo veo crudo. Me la han pedido, pero me temo que verdes las han segado. O sea, que no. Mi Reina del Sur acaba donde yo la dejé.

—GinaNieto29: Estimado Arturo, quisiera saber cómo se inspiró al crear el personaje de Teresa Mendoza?
—Escuchando canciones norteñas, bebiendo tequila y mirando alrededor, en Sinaloa.

—CCantuQ: ¿La novela nació del corrido de Camelia la Tejana?
—No. El corrido de Camelia sólo me hizo pensar en mujeres de narcos. El resto fue más complejo.

—fetcheves: Leí todo de @perezreverte. Pero ‘La Reina del Sur’ cambió mi vida.
—Le agradezco que lo diga. Espero que la cambiara para bien. Un abrazo.

—ReinaBatata2010: Todas las mujeres de América somos, en algún lugar, la Reina del Sur.
—La Reina del Sur son todas las mujeres del mundo, si me permite la pequeña chulería. O lo intenté, al menos. Que lo fueran.

—kadezeta: Nunca había leído un personaje tan finamente delineado como Teresa Mendoza. 522 páginas marcaron mi vida, en serio.
—Gracias por contármelo. Espero que la telenovela no la defraudase en exceso. Un saludo.

—NELLYZAMUDIO: ¿Verdad que no existe ‘La Reina del Sur 2’?
—No existe. La Reina del Sur (la mía, por lo menos) es imaginación novelera. Pero a estas alturas, como si existiera. No sé si le he contado que hace algún tiempo, en Culiacán, estaba rodando en la calle Juárez un programa para la tele. Se acercó una mujer de las que cambiaban dólares, preguntó y le dijimos que era sobre ‘La Reina del Sur’. “¿Teresita Mendoza?”, dijo. “Yo la conocí… En esta misma esquina se ponía”. ¿Hay mayor felicidad para un novelista?

—Rogorn: En la prensa latinoamericana se sigue diciendo que Sandra Ávila “inspiró” a LRDS. ¿Puede aclararlo?
—Sí. Que es falso. Nada que ver con ella.

—Una hora y cuarto no va a dar mucho de sí, pero hace tiempo que no charlamos un rato. Y tenemos Reina pendiente. Responderé a lo que pueda.

—angel_mlegna: ¿No crees que LRDS está planteada más como una telenovela? Me está defraudando un poco.
—Es que es una telenovela deliberadamente telenovela. Ajustada al canon del género. Se trataba de eso. Una serie es otra cosa. La telenovela está dirigida a un público muy amplio, que incluye espectadores que nunca leyeron un libro.

—FelipeGlez: ¿De verdad le gustó que hicieran de LRDS una telenovela?
—Se trata de un género con gran tradición en América. Muy eficaz allí, con lenguaje y normas propias.

—jonlagos85: A mí la historia me parece muy buena, pero es que los actores… y las voces…
—Son 70 episodios en América, y les va de maravilla. Quizá el error sea presentarla como serie de televisión convencional, sin anestesia.

—Si paran un momento el bombardeo de tuits a favor y en contra intentaré explicarlo con más precisión. No puedo hacerlo contestando a todos. La telenovela, el culebrón americano, es un género en sí mismo. Muy importante. Apunta a numerosas y diversas capas sociales. Suelen crear adicción cuando son buenas y funcionan. Y alcanzan gran difusión. Unos las ven por unos motivos y otros, por otros. A mi juicio, lo mejor es que gente que jamás leyó ni leerá un libro, analfabetos a veces, acceden así a historias y a mundos diversos. Desde ese punto de vista, el culebrón es una herramienta de cultura popular extraordinaria. Lenguaje, conocimiento del mundo, situaciones… Equivale al folletín del siglo XIX o al teatro popular del Siglo de Oro. O al teatro griego y romano. Es la versión posmoderna de todo eso. Imaginen lo que supone un culebrón en la vida de una pobre mujer analfabeta de un pueblito de Bolivia o de Venezuela. Yo he visto parar la guerra en Nicaragua a las 5 de la tarde para ver una telenovela de éxito. Naturalmente, las hay de pésima calidad y las hay buenas, basadas en textos honorables. Grandes novelas se han hecho en culebrón. Llegan así a gente a la que el escritor nunca soñaría llegar. Multiplica el número de destinatarios de tu historia. Todo eso supone sacrificios de calidad, naturalmente. Adaptación a un medio más elemental, pero precisamente por eso, más eficaz y popular. Como dije, se trata de un género que tiene su canon. Sus normas, su lenguaje, su ritmo, etc. No es lo mismo una película ni una serie de televisión que una telenovela. Me encantó la idea (y me sigue encantando) de que algo mío entrase en ese circuito tan especial y con esas posibilidades de difusión. Que me “lea” en imágenes doña María, señora iletrada de un pueblecito colombiano. Aunque no sepa quién soy yo. Y más una historia como la de ‘La Reina del Sur’, que trata justamente de una de esas mujeres iletradas y sometidas. De su lucha por abrirse camino y sobrevivir en un mundo de hombres, llevado al extremo. Por eso elegí el narcotráfico como paisaje. Por eso elegí deliberadamente el formato de telenovela—culebrón, consciente de lo que hacía. Y no me arrepiento. En la telenovela hay momentos estupendos, momentos que no me gustan tanto, actores mejores y peores, cosas grotescas y cosas magníficas. Pero es que el culebrón es exactamente eso. El error es sentarse enfrente creyendo que se va a ver otra cosa: una peli, o una serie. El malentendido, tal vez, se debe a que la serie tiene 63 episodios y es así como se proyecta en América. Pura y dura. En España, donde también le está yendo muy bien de audiencia, se presenta en formato no diario sino semanal, a hora de máxima audiencia. Cortada, reducida y comprimida en 13 episodios. Eso puede despistar haciendo creer lo que no es. Aun así, como digo, les está yendo de maravilla, y me alegro. Por eso, para disfrutar el asunto y sus estrategias narrativas “culebroniles”, conviene sentarse enfrente sabiendo a qué se enfrenta uno.

—He intentado explicarlo. Dicho lo cual, y subrayando que se trata de una telenovela ajustada a los cánones y tópicos del género, está muy por encima de la media. Gran esfuerzo de producción, exteriores, etc. Algunos actores son mediocres, pero otros son extraordinarios. Y Kate está muy bien. Recordando siempre de qué hablamos. Dónde se ha hecho y para qué público está destinada originalmente. Acabo: es un culebrón de altísima calidad. Como teleserie, evidentemente, sería mediocre. Lo que cuenta es que en Norteamérica arrasa, que en el resto del continente va a arrasar, y que en España va muy bien. Para acabar, diré que no participé en el guión ni en la selección de actores. Aprobé el proyecto cuando se presentó antes del rodaje. Punto.

—jmagenti: ¿Qué precio artístico hay que pagar para que la señora María en una aldea colombiana conozca su historia?
—Por doña María pago el precio artístico que haga falta. Para los otros, mi novela sigue estando ahí. Pueden leerla.

—JuanCheca: Así como para ‘Alatriste’ dijo que sólo veía a Carmelo Gómez y a Juan Diego, ¿quién sería su actriz ideal de LRDS?
—Para la telenovela, Kate es perfecta. Y no es la única perfecta. Esperen a Cristina Urgel de amiga drogadicta y lesbiana.

—TxusmariSG: Y hablando de otra cosa, ¿qué le parece la decisión del gobierno de participar en el ataque a Libia?
—Hoy no hablamos de otra cosa, amigo mío. No tengo mucho tiempo más. Hoy, monográfico de la Reina. El domingo, si quiere.

—tierranueva2012: ¿Te está causando mucho conflicto, tantos tweets explicando?
—No hay conflicto. Al contrario. Muchas felicitaciones. Pero creo que los amigos descontentos se merecen una explicación.

—psycoflipside: No leer libros (novelas, etc…) no significa ser analfabeto ni poco inteligente. Hay gente que odia leer (me incluyo).
—Me refería a la gente que no lee porque no sabe ni puede leer. En lo voluntario no me meto.

—susanasancheza: ¿Quiénes consideras un poco mediocres actuando en esta novela? Los mejores, la mejicana y el jefe del Yamila.
—El jefe del Yamila está inmenso. Y no es el único. Por otros secundarios, no me tire de la lengua.

—Reina55: Al menos la serie es fiel a la novela y eso se agradece, aunque la Reina sea un poco menos reina.
—En lo fiel, es rigurosamente fiel. Cualquiera que haya leído el libro se da cuenta. Quizá la que más de todas.

—rotialo: Don Arturo, mi abuela diría: “¡Jesús, qué “quitaero” de vida que tiene este hombre, haga lo que haga!” A ella le habría gustado.
—Mi hermana Petu, por ejemplo, está enganchada como una perra.

—MaestroDeGrima: ¿Cómo han comprimido 63 episodios en 13 los de Antena 3? ¿Han cortado algo o solamente los han solapado?
—Han cortado, eliminado situaciones y personajes. También lo comprendo. Era arriesgado para A3 jugársela con un culebrón de 63. Es más. Le estoy agradecido a A-3 por arriesgarse. Invirtieron en el proyecto de Telemundo porque creían en él. Y en el libro.

—TxusmariSG: Creo que el problema es precisamente que muchos esperábamos una serie y nos sorprendió el formato.
—Estoy de acuerdo en que no lo explicaron bien. Pero eso se sale de mi competencia.

—NachoReig: A algunos, como a mí, la promoción que le han hecho en televisión nos ha valido para estar literalmente enganchados al libro.
—Ésa es otra. Imagine la difusión del libro que se produce paralela a la serie.

—isaacsvb: Según mi profesora de lengua soy “el adorador de Reverte”. Ella desprecia su manera de escribir. Yo lo defendí. ¿Cómo dejarla KO?
—Regálele ‘La Reina del Sur’. De mi parte. Pero se expone a un suspenso a fin de curso. Mejor no la deje KO, de momento.

—manudiazm: Perfecta explicación, pero creo que no hacía falta. Al que no le guste, tiene la elección de no verla, sibaritas de TV movies.
—En efecto. Siempre queda la posibilidad de sintonizar Telecinco. ‘La noria’, por ejemplo.

—chilatole: En lugar de telenovela podrían hacerla peli.
—La peli, que eso ya es otra cosa, se está haciendo también. Y se proyecta una serie en inglés. Pero esas cosas van más despacio.

—Alf_Triana: O sea, todos hacéis caja, y a engrosar la ya abultada cartillita.
—No. Usted la regalaría gratis, buen hombre. Parece que le moleste que cobre por mi trabajo.

—Maryna134: Seguro que será un éxito. La prota de aspecto poligonero es lo que pone al personal.
—También evoluciona en eso. Pasa de ser una novia hortera de narco (es deliberado) a poderosa y sofisticada. Doce años dan de sí.

—Reina55: Me gustó tanto al leerla que es la “culpable” de mi nick. La actriz me gusta menos.
—Espérese a ver cómo Kate hace evolucionar el personaje, poco a poco. Curtiéndose en la desgracia. Tal vez la sorprenda.

—adduar: Pues a mí me encantó, y soy del público consumidor de telenovelas, que aquí en México las ve el que más. Un beso.
—Pues pronto la tendrá allí a diario, sin necesidad de buscarla en internet. Otro.

—ossiana: Saludos, don Arturo. Un culebrón o folletín puede ser de muy buena calidad. Dostoyevsky y Dickens escribieron algunos geniales.
—A eso me refería. Salvando las distancias, claro. Tampoco vamos a comparar. La telenovela es el folletín del siglo XX y el XXI.

—earlthane: Pues personalmente, y como lector suyo, no he visto una adaptación de una obra suya que me pareciera siquiera aceptable.
—Para un lector siempre es más difícil. A mí también me pasa. Pero hagámosle justicia a la espléndida peli ‘El maestro de esgrima’.

—NUMANTI9: Yo creo que sea serie o telenovela si hay alguien que después de verla se anima a leer, pues bienvenido sea, ¿sí o no?
—De eso se trata también. De la gente que no habría leído nunca el libro en otro caso. Aunque la Reina fue muy bien. No me quejo.

—barnikel: ¿Qué tipo de control creativo puede ejercer antes de firmar? Imagino que después ya no puede decir nada.
—No hay más control que aprobar un proyecto general, si es serio, y dar el visto bueno al actor o actriz protagonista. Luego, confiar en que todo salga como te dijeron. No siempre ocurre. Pero son las reglas. Sin arriesgarse no se haría nada.

—barnikel: ¿Y qué tipo de información viene en el proyecto? ¿La biblia de la serie? Gracias por responder, por cierto.
—Una trama general, un reparto ideal. Cosas así. ¿Quién le dice no a Viggo Mortensen?

—noeliaroalvarez: Quizás el problema es que en España nos lo han vendido como una serie, no como una telenovela.
—Sí. Ésa es la cuestión. Pero está funcionando muy bien, como digo. Les ha valido la pena.

—enanot: Hola, mi pregunta es si tienes idea cuándo va a empezar a salir en México.
—En México sale el 4 de abril. La ha comprado Galavisión, creo. Y tiene gracia, porque nadie se atrevió a hacer en México ni la peli ni la telenovela. Curioso que les llegue ahora de fuera.

—Kasko_Ramos: Mi impresión es que los principales son inmejorables (especialmente el dueño del club) pero los extras son muy mejorables.
—Estamos bastante de acuerdo. Y sí. Dris Larbi está espléndido. Como Zurita, el que hace de jefe narco. Y el Güero.

—SergioAnadon: Para mí, la dificultad es separar el estilo escrito del visual. El listón está muy alto cuando uno ha leído una de sus obras.
—Gajes de los libros. Por eso conviene situarse ante las versiones en pantallas con ánimo abierto. Con más curiosidad que pasión.

—tamarindita74: ¡Pues le diré que su culebrón me tiene encantada!
—Lo celebro. Y lo cierto es que, con toda la lucidez crítica que se quiera, engancha. Cumple divinamente su objetivo.

—sferrerg: Pues la historia me gusta, que es lo tuyo, y me alegro de que no hayas elegido alguno de los actores y sobre todo al director de doblaje.
—Eso no quita para que haya cosas que me hagan saltar del sillón. Esos guardias civiles, por ejemplo. Pero al espectador allí eso da igual. Hablamos de un mundo americano de 400 millones de personas. Ni saben qué es la Guardia Civil.

—fcolino: Pues como fiel seguidor que soy de su obra, leyendo esto me quedo más tranquilo, que empezaba a dudar. Me encanta. Saludos.
—Gracias por la confianza, amigo mío. Un saludo.

—ArmandoRodera: Creo que se suspendió una peli con Eva Mendes por diferentes circunstancias, pero la serie—culebrón no está nada mal.
—El proyecto de peli sigue adelante, pero sin Eva Mendes. Creo.

—Gpalestino: Y más una historia como la de LRDS, que trata justamente de una de esas mujeres iletradas y sometidas.
—Exacto, sí señor. Teresa Mendoza es, precisamente, espectadora típica de culebrones. Eso hace que todo sea más adecuado todavía.

—angelrguez: Entiéndase la broma… A Kate la ha probado medio reparto de la telenovela, menos el autor de la historia. ¿Le parece justo?
—Broma entendida. Y sí. No se puede ganar siempre. Ni siquiera el autor.

—danilopezma: Mi señora madre detesta el libro y ama la serie. No llego a entenderlo.
—Eso justifica, como ve, la oportunidad de la serie. El mundo es muy diverso. Un saludo para ella.

—esoesasiono: Soy de Estepona, que lo mencionas en el libro. Mucha ilusión, por cierto, ¿saldrá en la telenovela?
—Sale la costa del Sol, y mucho. Pero no sé si Estepona en particular. No he visto toda la serie.

—esoesasiono: Lo único achacable a veces es el sonido. En ocasiones, sobre todo en exteriores, no se entiende lo que hablan. A mí me gusta.
—Me dijeron de A-3 que el sonido en ese capítulo vino mezclado así de América. Creen que no ocurrirá más.

—NUMANTI9: Pero esos “errores” lo compensa con el publirreportaje de Melilla, por ejemplo.
—Imagine el esfuerzo. Fueron de Miami a Melilla, rodando allí. Lo cierto es que se lo curraron.

—Caguto_tuitera: ¡Hasta el domingo, Arturo!
—Ahí nos vemos, que diría el Güero Dávila.

—Reyezitas: Cualquier historia que es capaz de mover un país entero, y remover algo en el corazón de la gente, es digna de mención.
—De eso se trata, querida amiga. Exactamente de eso. La historia de una mujer sola, huyendo por territorio enemigo. Y su regreso. Y su revancha de mujer.

—chomon81: Don Arturo, no me sorprende la alta audiencia de ‘La Reina del Sur’. Con lo rica que está la protagonista, rara sería otra cosa.
—No es lo rica. O no sólo eso. Esa gente se gastó una pasta y procuraron hacerlo bien de verdad. Es una telenovela culebrón clásica, con los cánones del género, para un público de telenovelas. En ese sentido es soberbia. No hay que buscar en ella otra cosa que eso. Sería un error. Por otra parte es muy, muy fiel a la historia original.

—juanjaimed: ¿Kate del Castillo se parece a como se imaginaba a Teresa Mendoza?
—La mía era (es) la mía. Tiene rostro propio. Lo importante es que @katedelcastillo ha recreado a una perfecta Teresa Mendoza.

—djLopera: Me aburre la serie inspirada en ‘La Reina del Sur’. Prefiero leerla.
—Eso de que prefiera leerla se lo agradezco mucho. Por la parte que me toca. Aunque todo sea compatible.

—sexmirlo: Tras ver el primer capítulo de LRDS no me removí en mi asiento, ¿le pasó lo mismo?
—Me removí con las boinas de los guardias civiles. Como para mandarlos forzosos al cuartel de Chafarinas.

—djLopera: ¿Por qué han doblado la voz de algunos personajes en LRDS? Suena fatal.
—Porque todo eso es un refrito comprimido a 13 episodios de los 63 del culebrón original. Y hay voces que no funcionaban aquí.

—montede: Oleg ha resultado ser un cabrón entrañable.
—El actor lo hace muy bien. Incluso me contó que aprendió ruso para eso. Confío en que lo compare con el de la novela.

—crisurgel: Felicidades por la gran parte que le toca del éxito de la serie ‘La Reina del Sur’. Besos de la Teniente O’Farrel.
—Ya me había ido, pero cualquiera no le dice gracias, teniente. La veré en el talego. Requeteclic.

—roscalfaro: En Panamá pasan una telenovela, ‘La Reina del Sur’, que dicen se basa en una obra suya. ¿Cuál es?
—Pues no caigo en este momento. Qué quiere que le diga.

—Amy_blue07: Por favor, todos los fans de #lareinadelsur le suplicamos que hiciera una segunda temporada.
—En eso están. En una segunda parte de Teresa. E insisten. Pero aún no lo veo claro. Ya le contaré.

—lejournalist: He finalizado la lectura de ‘La Reina del Sur’, quizá por la publicidad que hay en Guatemala sobre la trama en TV. ¡Es un placer!
—Gracias, amigo mío. Un abrazo.

—Elsenorth: En América está siendo un tremendo éxito la telenovela ‘La Reina del Sur’.
—Es que allí la pusieron entera y a su hora, no mutilada y en prime time. Me alegro por Kate. Trabajó en el personaje como una leona.

—Tengo una cena con algunos compadres dentro de un rato. Uno es Javier Collado, leyenda viva, cazador del Estrecho, piloto de ‘La Reina del Sur’. Así que un par de tuiteos más y lo dejo por hoy, hasta otra.

—Tachomens: ¿En serio cenas con ese hombre?
—Sí. Ha venido a Madrid a ver a los amigos. Me hace el honor de contarme entre ellos.

—anaeneuropa: Buen día. Una pequeña pregunta para cerrar con broche de oro mi lectura: ¿en dónde está la Reina del Sur? ¡Ahora que nadie lee!
—Si yo fuera ella, viviría en Europa. Quizá en el sur de Portugal.

—carlosefrenr: Reto a resumir en un tuit ‘La Reina del Sur’, del maestro @perezreverte.
—Lo resumo yo, si lo permite. Es una mujer perdida en territorio enemigo. Como ve, sobran caracteres del tuit.

—isaac_marquez: Hola, me da gusto saludarte desde México. Solo una gran duda: ¿habrá algo parecido a ‘La Reina del Sur’?
—Nunca se sabe. Tal vez. Un abrazo, amigo.

—dontomini: ‘La Reina del Sur’, telenovela polémica pero exitosísima en México. Felicidades.
—Me alegro del éxito y de la polémica. Para mí, Teresa Mendoza es un homenaje al México noble al que no le dejan ser otra cosa.

—_Lourmot_: ¡Grande! ¡Un escritor genial! Saludos desde Perú. Tengo 22, estudio periodismo y me encanta leer. ¿Qué libro suyo me recomendaría?
—Pruebe con alguno mío. A ver qué pasa. ‘La Reina del Sur’. Por aquello de que estos días con la telenovela está de moda.

—ShKeing: ¿Qué te parece que alguno se haya excitado con un leve beso de Teresa y la Teniente? Yo digo que no hemos adelantado nada.
—No sabía nada de eso. El escándalo. De todas formas, en la novela la teniente O’Farrell también se masturba. Pudo ser peor.

—mismichelena: Ese beso es una parte fundamental en LRDS. No fue para nada feo para los no gay.
—Yo creo que el de Kate y Cristina fue un beso natural. No debe molestar a nadie. En la novela es un poco más fuerte la escena.

—deyanira_moran: Acá en México la Secretaría de Gobernación critica la serie inspirada en su obra ‘La Reina del Sur’ porque se enaltece a los narcos.
—La Secretaría de Gobernación mexicana podría dedicarse a otra cosa. A evitar que haya narcos, por ejemplo. Y a leer mejor lo que escribo.

—lucygarzaa: Hola desde México. He leído dos veces LRDS y ahora también veo la novela. Dime que sí existió Teresa Mendoza y su Sig-Sauer?
—A medias. Como todo en la vida.

—dr_ricardorh: El día de hoy terminé de leer LRDS. Me declaro desde este momento su fan.
—Pues muchas gracias, amigo mío. No vea la teleserie, por si acaso. De momento. No rompamos el encanto.

—mariasmt: ¿Qué opina de que quieran cambiar el final de ‘La Reina del Sur’?
—Que las autoridades mexicanas podían dedicarse a combatir el narco y la violencia en vez de perder el tiempo en estupideces.

—QuibianCastillo: Hola, mi maestro. Un abrazo. ‘La Reina del Sur’ acabando, aquí en la República Dominicana.
—Un abrazo, amigo. Espero que vaya bien de audiencia. Alguien leerá al fin el libro, gracias a eso.

—Niceday_: Buenas, señor Reverte. Una duda que le surge a mi padre: ¿ha visto la serie de ‘La Reina del Sur’? Si es así, ¿qué le pareció?
—Cutre como serie reducida española, eficaz como telenovela. Cada cosa tiene su objetivo. Lo que está claro (y probado) es que engancha. Pero le juro que es mejor el libro (eso, al menos, es lo que dice mi madre).

—mariasmt: Lo importante es que a la gente le guste y la siga, ¿no? ¿A qué viene tanta polémica?
—La polémica de ‘La Reina’ es porque también en México andan los hipócritas y los cantamañanas a pares. España no tiene la exclusiva.

—Coral_Cortes: Hola, soy Coral, mexicana, una humilde de tus fans, solo para felicitarte por ‘La Reina del Sur’. Me encanta tu novela. ¡Saludos!
—Gracias. Creo que en México hay bastante polvareda con Teresa Mendoza. Resulta que del narco allí también tengo la culpa yo.

—Carlota_Bruner: ¿Qué opina del personaje del Güero en la telenovela de LRDS? ¿Más blandengue, quizás? ¿Cree que el actor se ajusta al perfil?
—Me gusta muchísimo el actor, Rafael Amaya, que hace de El Güero Dávila. Así lo imaginé en la novela.

—giseycaza: Usted es lo máximo. Todavía sigo recordando a Teresa Mendoza, pero quiero pedirle un favor: no vea la novela.
—Supongo que no se refiere usted a la infame versión recortada que han proyectado en España: 63 episodios reducidos a 7 u 8. La versión americana es un culebrón puro y duro que no engaña a nadie. Lo que emite Antena 3 es un timo de la estampita.

—adduar: Gracias. No tiene idea lo mucho que estoy disfrutando ‘La Reina del Sur. Está buenísima.
—Supongo que no se refiere usted a la infame versión recortada que han proyectado en España: 70 episodios reducidos a 7 u 8.

—Acabó la emisión de ‘La Reina del Sur’ en USA y España. Sigue emitiéndose en toda Hispanoamérica, pero ya no tengo necesidad de seguir callado. Hoy no tengo demasiado tiempo. Tendrán que disculparme si no hay diálogo. Tuiteos unilaterales. Sólo dispongo de un rato libre. La semana que viene charlaremos en las dos direcciones, con más calma. Si quieren.

—Prometí no perjudicar la serie de ‘La Reina del Sur’ durante su emisión en España. Y me costó cumplir la promesa. Pero mantuve mi palabra. Ahora ya acabó en España. Y puedo largar sin perjudicar a nadie. Aclaremos cosas: hay dos series. O dos versiones de la misma. Americana con 63 episodios y española con siete u ocho. La versión española, reducida de corta y pega, ha sido un disparate infumable. Y me sorprende que haya tenido una audiencia de espectadores más que razonable. Un culebrón clásico con los topicazos del género, para 63 capítulos, no puede presentarse como serie de prime time y supuesta alta calidad. Eso es un fraude a los telespectadores y a la obra misma. No digo a la novela, sino al culebrón original mismo. Si contar errores y detalles que en América dan igual, pero que en España chirrían y enfurecen. Ignorancias, tergiversaciones, acentos, etc. Resumiendo: la versión española ha sido una bazofia como el sombrero de un picador. Algunos de los actores españoles están hechos polvo por lo que se ha visto aquí.

—Otra cosa es la versión americana: culebrón largo, canónico, con las limitaciones, defectos, virtudes y eficacias de un género allí clásico. El culebrón allí es lo que es. Su público, amplio, diverso, a veces de cultura limitada. Hacerle llegar algo requiere tratamientos elementales. Allí da igual cómo vaya vestido un guardia civil, la honradez de un policía o la casa de un mafioso ruso en Marbella. El rigor puntual les pilla muy lejos. En un culebrón americano todo es (debe ser, por canon) más burdo, elemental y eficaz. Son las reglas del género. De siempre. En ese sentido, La Reina en versión completa, americana, es un culebrón perfecto. Extraordinariamente eficaz pese a sus muchísimas limitaciones y errores inevitables. Esos guardias civiles, policías o aduaneros son intolerables en una serie que se emite en España ocultando su origen específico. En Hispanoamérica es distinto, como digo. La prueba es que en América está arrasando de punta a punta y ya se habla de ella para los Emmy. Además, ha impulsado de nuevo allí la lectura de la novela. Y lleva la historia de la Reina del Sur a gente que jamás leería nada. Por otra parte, Kate del Castillo y los otros buenos actores están espléndidos. Y la serie larga, incluso viéndola con ojo crítico, engancha.

—Si llego a saber la versión casposa que iban a proyectar aquí, no habría consentido que se visionase en España. Como en las películas, el autor no interviene. Aprobado el proyecto sobre el papel, dados los derechos, sólo queda confiar en que lo hagan bien. Deberían (así lo recomendé sin éxito) haberla emitido íntegra en horario adecuado, sin manipularla. Como con otros culebrones conocidos. Pero Antena 3 dio gato por liebre. Vendió un culebrón de lujo como teleserie de lujo, en vez de presentarlo como era, americano, puro y duro. Una caspaserie presunta y falsamente española, cutre y llena de errores intolerables, que avergüenza al autor y a los lectores de la novela. Quería dejarlo claro, ahora que ya no perjudico a nadie.

—Seguiremos charlando otro día, de otras cosas. O de ésta. Disculpen la falta de diálogo esta vez, pues como dije tengo hoy poco tiempo. Gracias por la compañía.

—latuzita: Leí el libro y ahora estoy siguiendo la serie y uf, me tiene atrapada pero, ¿acaso será Sandra Ávila la del parecido?
—Sandra Ávila nada tiene que ver con la Reina del Sur. [Al revés, a ella] Le pusieron Reina del Pacífico por influencia del libro. Sólo eso.

—analiacardillo: Creo que en la serie de Twitter de ‘La Reina del Sur’ no hubo respuesta a mis mensajes. Es algo despectiva tu opinión de América.
—En absoluto despectiva, como he demostrado muchas veces y en la novela misma. Decir que hay telespectadores con poca cultura en América no significa que todos los americanos sean incultos. También digo que hay políticos analfabetos en España, y eso no quiere decir que todos los españoles sean políticos. Ni que todos los españoles seamos analfabetos. Al contrario. Me alegra que gente que no lee libros (quienes no los leen, digo) conozca así, en la tele, la historia que cuento. ¿Cómo voy a decir, a estas alturas, que los telespectadores americanos son incultos? Ni que yo fuese del todo imbécil.

—tcesarf: ¿Habrá segunda parte de ‘La Reina del Sur’? Además de una novela muy buena me sirvió para descubrir a Los Tigres de Norte.
—No habrá novela escrita, pero creo que sí segunda parte de la telenovela con Kate. En eso estamos.

—miriamgrissel: Tú eres España para mí, cada vez que tomo tequila como la Reina del Sur, mientras recuerdo ‘Cuando éramos honrados mercenarios’.
—Gracias por decirlo. Tómese un Herradura reposado a mi salud y a la de Teresita Mendoza. Chale.

—cottoncandyod: ¿Qué pasó bien con la peli de la Reina? Vi que hay una serie de tv mexicana, pero parece un culebrón de peluquería.
—‘La Reina del Sur’ es un culebrón de peluquería, pero arrasó en toda América Latina. Para eso la rodaron así. Deliberadamente.

—JimenezBarragan: Shanghai, China. En la barra de un bar un hombre leyendo… ‘La Reina del Sur’ de @perezreverte en chino.
—Arturo Pérez-Reverte ha retwitteado.

—Rogorn: ‘Reinas del sur y otras ficciones‘, nueva Patente de Corso de @perezreverte, con información adicional:
—(Arturo Pérez-Reverte ha retwitteado)

—tangerferrara: ¿La protagonista de la versión inglesa de ‘La Reina del Sur’ es la hija de Sonia Braga?
—La misma. Ha rodado un capítulo piloto que gustó mucho a la Fox y se embarcan en una 1ª temporada de 13 episodios. Le acompaño foto de la nueva Teresa Mendoza en acción.

—AnaUrena: Lo dicho, @perezreverte: enganchada a ‘La Reina Del Sur’. Cuando la termine compro el libro.
—(Arturo Pérez-Reverte ha retwitteado).

Maduro no me ama.

Más sobre mi amiga Teresa Mendoza.

—periodicovzlano: ‘La Reina del Sur’ no saldrá al aire por orden de Conatel.
—(Arturo Pérez-Reverte ha retwitteado)

—melchormiralles: ¿Has pensado regresar al género casi negro de ‘La Reina del Sur’?
—Todo escritor tiene varias novelas posibles, e incluso pendientes. Lo que no sé es si tendré vida y energía suficientes para escribirlas todas. Alguna de ellas discurre por el género negro, en efecto. Un abrazo, Melchorete.

Las charlas de mi narcokate con el Chapo (aunque mi Teresita Mendoza habría sido algo más cauta).

De Élmer Mendoza, sobre la novela ‘La Reina del Sur’.

—CarmelaDf: Teresa Mendoza es uno de los mejores personajes literarios femeninos contemporáneos. Y Kate del Castillo hacía creíble a Teresa.
—(Arturo Pérez-Reverte ha retwitteado)

—_Gapito: Me enamoré de Teresa Mendoza cuando vivió en Palmones, en la Bahía de Algeciras, como buen campogibraltareño que soy.
—(Arturo Pérez-Reverte ha retwitteado)

—___silvy: Sin duda, Teresa Mendoza es uno de los mejores personajes en una de sus mejores novelas. Y Kate estuvo hermosa. Beso desde Argentina.
—(Arturo Pérez-Reverte ha retwitteado)

—JJTroublemaker: Ella es una gran personaje, y no olvidemos a Pote Gálvez. Tiene mucha presencia en mis recuerdos del libro.
—(Arturo Pérez-Reverte ha retwitteado)

—DoloresBaca: Concuerdo con la señora, es tan inolvidable Teresa Mendoza que ni Kate pudo despegarse.
—(Arturo Pérez-Reverte ha retwitteado)

—Marlen_Huerta: Desde antes, alguna vez me dio curiosidad leer ‘La Reina del Sur’, y con todo esto que está pasando más.
—(Arturo Pérez-Reverte ha retwitteado)

—TulandeDaniela: Es el mejor libro que he leído en mi vida. De hecho, lo he leído varias veces.
—(Arturo Pérez-Reverte ha retwitteado)

—mluiselli: Buena entrevista a @perezreverte: “La del Chapo y Kate no es una historia de amor sino de fascinación”.
—(Arturo Pérez-Reverte ha retwitteado)

—Ya le sacaron narcocorrido a Kate.

—Rogorn: Kate del Castillo escribe sobre lo del Chapo y ‘La Reina del Sur’ de @perezreverte.
—(Arturo Pérez-Reverte ha retwitteado)

La Reina del Sur, el Chapo y los presos que leen.

—A punto de romper aguas. La Reina del Sur también habla inglés.

—avionicosLMA: Pérez-Reverte narra su profunda admiración por Javier Collado, piloto de SVA (Servicio de Vigilancia Aduanera).
—’A la caza del narco‘. A petición del respetable, el artículo completo sobre el SVA:

—aduanassva: En esta ocasión hicimos un cameo en la adaptación de la magistral obra de nuestro amigo @perezreverte #lareinadelsur
—(Arturo Pérez-Reverte ha retwitteado)

—crisurgel: Divertida noche de #lareinadelsur. #molavolveraverse #eltiemponopasa
—(Arturo Pérez-Reverte ha retwitteado)

—MiguelTresDos: Tras la novela, la serie y las canciones, ‘La Reina del Sur’ regresa ahora transformada en fruto seco.
—Gracias, querido amigo. Acabo de tuitearlo. Un saludo. He vuelto a verlo, y rectifico. Este narcovídeo de @BambiKina no es sólo magnífico. Me parece una obra maestra.

—Rogorn: Telemundo anuncia la segunda parte de ‘La Reina del Sur’ de @perezreverte.
—(Arturo Pérez-Reverte ha retwitteado)

La entrada 145 tuiteos sobre literatura (53): ‘La Reina del Sur’ aparece primero en Zenda.


Bases del concurso de relatos cortos en euskera organizado por Zenda e Iberdrola

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La entidad Iberdrola España, S.A.U. (en adelante “Iberdrola”), sociedad válidamente constituida y con domicilio social en Bilbao (Bizkaia), Plaza Euskadi número 5, con NIF número A-95758355, en colaboración con la página web www.zendalibros.com propiedad de Ruritania Editores, S.L., con domicilio social en Calle Alcalá 63, Madrid (en adelante “Zenda”), han creado esta promoción de carácter gratuito que se desarrollará de acuerdo con lo previsto en las presentes bases.

1. El objetivo de la presente promoción es promover la escritura y ofrecer a los usuarios la posibilidad de ganar un premio en metálico.

2. La promoción se lleva a cabo en internet, y pueden participar escritores aficionados y profesionales, así como blogueros y usuarios de redes sociales, de cualquier parte del mundo.

3. Duración de la promoción: Del lunes 27 de noviembre a las 12:00, al domingo 10 de diciembre de 2017 a las 23:59. El martes 12 de diciembre publicaremos en Zenda una selección con los 10 relatos que optan a los premios. El jueves 14 de diciembre de 2017 se difundirán los nombres del ganador y del finalista.

CÓMO PARTICIPAR

Para poder participar en la promoción será necesario escribir un relato en internet en euskera. Dicho texto debe ser publicado en internet mediante una entrada en un blog, una anotación en Facebook o un tuit en Twitter.

Una vez los usuarios hayan publicado el texto en sus blog, Facebook o Twitter, tendrán que inscribirse registrándose en el Foro de Zenda en el apartado http://foro.zendalibros.com/forums/topic/concurso-de-historias-en-euskera-en-zenda/.

Además, podrán difundir su anotación en las redes sociales (Facebook o Twitter) mediante el hashtag #ZendaIpuinak.

Cada concursante podrá participar con tantos textos como desee siempre que cumpla con los requisitos establecidos en estas bases.

Los relatos, de temática libre, deberán ser originales e inéditos, y no deberán vulnerar en ningún modo derechos de propiedad intelectual e industrial, protección de datos o de cualquier otra índole, de terceros.

La extensión mínima de los textos es de 100 caracteres. La máxima es de 1.000 palabras.

De entre los textos publicados en el plazo indicado, un jurado, formado por Ana Malagón, June Fernández, Katixa Agirre, Ander Izagirre, Iban Zaldua, Jon Kortazar y Mikel Urkiaga, seleccionarán un ganador y un finalista. El jurado valorará la calidad literaria y la originalidad del texto.

PREMIO

1. El primer premio está dotado con 2.000 € en metálico. El premio para el otro texto finalista es de 1.000 € en metálico. (3.000 €, en total los dos premios)

2. Los premios estarán sujeto a lo dispuesto tanto en la Ley 35/2006, de 28 de noviembre, reguladora del Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas (IRPF), como en el Real Decreto 439/2007, de 30 de marzo, por el que se aprueba el Reglamento del IRPF, de manera que corresponderá a Iberdrola, como sujeto pasivo que satisface la renta sujeta a retención o ingreso a cuenta, la realización del ingreso a cuenta o la práctica de la retención correspondiente a efectos de dicho impuesto.

3. Una vez escogidos el relato ganador y el finalista, Zenda se pondrá en contacto con ellos y se les solicitará nombre y apellidos, y número de teléfono, para explicar el proceso para canjear el premio. En el caso de no poder contactar con alguno de los dos (ganador o finalista) en un plazo de cinco (5) días, el jurado podrá escoger un nuevo relato en ambos casos, y en caso de no contactar con estos segundos en el plazo de cinco (5) días, ese premio quedará desierto.

4. El premio es personal e intransferible. El premio tendrá que ser recogido por el ganador, o la persona que este designe, identificándose con su DNI, Pasaporte o un documento acreditativo que Iberdrola considere equivalente.

RESTO DE CONDICIONES

1. Zenda e Iberdrola se reservan el derecho de excluir de la promoción, y, por consiguiente, de la entrega del premio, a aquel/los participante/s que, a su entender, hubiera/n participado de forma incorrecta o a aquellos participantes que defrauden, alteren o inutilicen el buen funcionamiento y el transcurso normal y reglamentario de la presente promoción, incluso aquellos de los que se evidencie o se sospeche una actuación irregular en el sentido descrito.

El participante será entera y exclusivamente responsable de los contenidos, mensajes y/o comentarios que incorpore o comunique. En ese sentido, el participante se responsabilizará en todo caso de toda reclamación relacionada, directa o indirectamente, con la vulneración de los derechos de imagen, protección de datos, honor, intimidad y cualquier otro derecho propiedad de un tercero que hay podido vulnerar con motivo del texto presentado a la promoción, manteniendo indemne a Zenda e Iberdrola de cualquier responsabilidad que se desprenda de dicha vulneración.

En caso de que se participe de manera incorrecta, y se detecte con posterioridad a la entrega efectiva del premio, Zenda e Iberdrola se reservan el derecho de ejercitar las acciones legales pertinentes contra su autor o responsable, entre otras, las tendentes a la devolución del premio.

Iberdrola y Zenda se reservan el derecho a eliminar todos aquellos relatos presentados al concurso que sean reiterativos por su contenido o que guarden parecido con otros que ya se encuentren publicados, por consiguiente, esos relatos no podrán participar en la presente promoción.

Iberdrola y Zenda se reservan el derecho de eliminar todos aquellos relatos que por su naturaleza sean considerados ofensivos, injuriantes, de mal gusto o que atenten contra la legalidad.

2. Pueden participar personas físicas mayores de 18 años de cualquier parte del mundo.

3. Desde el momento en que se aceptan las presentes bases, Zenda e Iberdrola se reservan el derecho de utilizar el nombre y la imagen del ganador y del finalista, por lo que los participantes consienten en la utilización, publicación y reproducción en todo el mundo y sin limitación, por parte de Zenda e Iberdrola de su imagen y su nombre en cualquier tipo de publicidad, promoción, publicación (incluido Internet), o cualquier otro medio, con fines promocionales o informativos siempre que estos se relacionen con la presente promoción, sin compensación económica de cualquier clase para los participantes con excepción hecha de la entrega del premio obtenido como consecuencia de la presente promoción.

4. Todos los participantes manifiestan y garantizan que autorizan el uso de su imagen y nombre por parte de Zenda e Iberdrola, exclusivamente en el marco de la presente promoción y con carácter informativo.

5. Zenda e Iberdrola se reservan el derecho a modificar en cualquier momento las condiciones de la presente promoción, incluso su posible anulación antes del plazo prefijado, siempre que concurra causa justa para ello, comprometiéndose a comunicar las nuevas bases, condiciones de la promoción o su anulación definitiva.

6. Zenda e Iberdrola no se hacen responsables de posibles fallos en la participación debidos a un mal funcionamiento de Internet, Twitter o Facebook (dado que se trata de plataformas independientes) o a cualquier otra causa, tales como interrupciones, ralentización, participaciones no registradas por incompletas o por otros motivos, accesos no autorizados o errores al recibir cualquier información, ni los daños y perjuicios que puedan generar los mismo al usuario.

7. La participación en la promoción implica necesariamente la aceptación de estas bases y del criterio interpretativo de Zenda e Iberdrola en cuanto a la resolución de cualquier cuestión derivada de esta promoción.

8. Twitter y Facebook no patrocinan, avalan, ni administran de modo alguno esta Promoción, ni están asociados a ella. Los participantes son conscientes de que están proporcionando su información a Zenda e Iberdrola y, que solo la utilizará para gestionar su participación en esta promoción, y para, en su caso, comunicarle el premio en caso de que resultara ganador, quedando exento Twitter y Facebook de toda responsabilidad para con los concursantes y participantes.

9. Los datos facilitados por los participantes son confidenciales, y Zenda e Iberdrola no los almacenarán y únicamente los utilizarán con la finalidad de gestionar la presente promoción y por el tiempo estrictamente necesario a tal fin, procediéndose a su destrucción una vez finalizada la misma.

Con la participación por parte del usuario en esta promoción, éste acepta las presentes bases que quedarán depositadas ante notario.

Estas bases se encuentran disponibles para su consulta en https://www.iberdrola.com/sala-comunicacion/redes-sociales/bases-concursos y en el archivo notarial de bases de concursos y sorteos (ABACO) www.notariado.org. Cualquier aspecto no previsto en estas bases, o duda sobre su interpretación, será resuelto a criterio de la organización de la promoción.

10. Las presentes condiciones generales se interpretarán conforme a la Ley española.

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Zendak euskarazko ipuin laburren lehiaketa antolatu du

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Zendak lehen aldiz antolatu du euskarazko ipuin laburren lehiaketa, Iberdrolaren babesarekin. Irabazlearentzako saria 2.000 eurokoa izango da, eta finalistarentzat, 1.000 eurokoa. Epaimahaian Ana Malagón, Iban Zaldua, June Fernández, Katixa Agirre, Ander Izagirre, Jon Kortazar eta Mikel Urkiaga egongo dira.

Gaia librea da. Testuek originalak eta aurretik argitaratu gabekoak izan beharko dute.

Gutxieneko luzera 100 karakterekoa izango da, eta gehienekoa, 1.000 hitzekoa.

Parte hartzeko epea azaroaren 27an zabalduko da, 12etan, eta abenduaren 10ean amaituko da, 23:59an. Abenduaren 12an, sariak irabazteko hautagai diren hamar ipuinen zerrenda argitaratuko du Zendak. Eta abenduaren 14an irabazlearen eta finalistaren izenak jakitera emango ditu.

Hau da parte hartzeko modua:

Zure ipuina interneten argitaratu behar duzu, blog batean, Facebooken ala Twitterren.

Gero, Zendaren foro honetan sartu, izena eman eta sarrera honetan erantzun bat utzi behar duzu. Erantzunean, zure testua argitaratuta dagoen web helbidea (URL) jarri behar duzu. Ez da beharrezkoa erantzun horretan testu osoa jartzea, nahikoa da web helbidearekin.

Horrez gain, #ZendaIpuinak traolarekin zabal dezakezu Facebooken eta Twitterren.

Lehiaketaren oinarri osoak hemen irakur ditzakezu.

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Zenda organiza su primer concurso de relatos breves en euskera

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Zenda organiza su primer concurso de relatos breves en euskera, dotado con 2.000 euros para el ganador y 1.000 para el finalista, con el patrocinio de Iberdrola.  El jurado lo formarán Ana Malagón, Iban Zaldua, June Fernández, Katixa Agirre, Ander Izagirre, Jon Kortazar y Mikel Urkiaga.

El tema es libre. Los textos deben ser inéditos y originales.

La extensión mínima es de 100 caracteres, y la máxima, de 1.000 palabras.

El plazo para participar se abre el lunes 27 de noviembre, a las 12.00, y se cierra el domingo 10 de diciembre, a las 23.59. Zenda publicará una lista con diez cuentos seleccionados el martes 12 de diciembre. Y comunicará los nombres del ganador y el finalista el jueves 14 de diciembre.

A continuación te explicamos cómo participar.

Debes publicar tu relato breve en euskera en internet, como entrada de un blog, como una anotación en Facebook o como un tuit en Twitter.

Después, debes registrarte en este foro de Zenda y escribir una respuesta a esta entrada, en http://foro.zendalibros.com/forums/topic/concurso-de-historias-en-euskera-en-zenda/. En la respuesta, incluye la dirección donde has publicado el texto. No es necesario publicar ahí el texto completo, basta con la URL (la dirección web).

Y podrás divulgarlo con la etiqueta #ZendaIpuinak en Facebook y Twitter.

En este enlace puedes leer las bases detalladas del concurso.

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5 poemas de Rimbaud

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Según su teoría el poeta debía vivirlo todo, sufrilo todo, y así lo hizo. Murió joven, pero su poesía consiguió influir a literatos, músicos y artistas posteriores. A continuación puedes leer 5 poemas de Rimbaud.

El corazón de Rimbaud

¡Mi triste corazón babea a popa,
mi corazón que colma el caporal
y me vierten en él chorros de sopa,
mi triste corazón babea a popa:
con las bromas sangrientas de la tropa
que brama un carcajeo general,
mi triste corazón babea a popa,
mi corazón que colma el caporal!

Itiofálicos y soldadinescos
sus chistes sangrientos lo han depravado;
y de noche componen unos frescos
itiofálicos y soldadinescos.
¡Oleajes abracadabrantescos
llevadme el corazón, que sea lavado!
Itiofálicos y soldadinescos
sus chistes sangrientos lo han depravado.

Cuando se agoten sus chimós gargálicos
¿cómo vivir, oh corazón robado?
llegarán con sus estribillos báquicos;
cuando se agoten sus chimós gargálicos
sentiré sobresaltos estomáquicos,
yo, el del corazón despedazado.
Cuando se agoten sus chimós gargálicos
¿cómo vivir, oh corazón robado?

El mal

Mientras que los gargajos rojos de la metralla
silban surcando el cielo azul, día tras día,
y que, escarlata o verdes, cerca del rey que ríe
se hunden batallones que el fuego incendia en masa;

mientras que una locura desenfrenada aplasta
y convierte en mantillo humeante a mil hombres;
¡pobres muertos! sumidos en estío, en la yerba,
en tu gozo, Natura, que santa los creaste,

existe un Dios que ríe en los adamascados
del altar, al incienso, a los cálices de oro,
que acunado en Hosannas dulcemente se duerme.

Pero se sobresalta, cuando madres uncidas
a la angustia y que lloran bajo sus cofias negras
le ofrecen un ochavo envuelto en su pañuelo.

Primera velada

Desnuda, casi desnuda;
y los árboles cotillas
a la ventana arrimaban,
pícaros, su fronda pícara.

Asentada en mi sillón,
desnuda, juntó las manos.
Y en el suelo, trepidaban,
de gusto, sus pies, tan parvos.

-Vi cómo, color de cera,
un rayo con luz de fronda
revolaba por su risa
y su pecho -en la flor, mosca,

-Besé sus finos tobillos.
Y estalló en risa, tan suave,

risa hermosa de cristal.
desgranada en claros trinos…

Bajo el camisón, sus pies
-¡Basta, basta!» -se escondieron.
-¡La risa, falso castigo
del primer atrevimiento!

Trémulos, pobres, sus ojos
mis labios besaron, suaves:
-Echó, cursi, su cabeza
hacia atrás: «Mejor, si cabe…!

Caballero, dos palabras…»»
-Se tragó lo que faltaba
con un beso que le hizo
reírse… ¡qué a gusto estaba!

-Desnuda, casi desnuda;
y los árboles cotillas
a la ventana asomaban,
pícaros, su fronda pícara.

Mi bohemia

Fantasía)

Me iba, con los puños en mis bolsillos rotos…
mi chaleco también se volvía ideal,
andando, al cielo raso, ¡Musa, te era tan fiel!
¡cuántos grandes amores, ay ay ay, me he soñado!

Mi único pantalón era un enorme siete.
––Pulgarcito que sueña, desgranaba a mi paso
rimas Y mi posada era la Osa Mayor.
––Mis estrellas temblaban con un dulce frufrú.

Y yo las escuchaba, al borde del camino
cuando caen las tardes de septiembre, sintiendo
el rocío en mi frente, como un vino de vida.

Y rimando, perdido, por las sombras fantásticas,
tensaba los cordones, como si fueran liras,
de mis zapatos rotos, junto a mi corazón.

Los cuervos

Señor, cuando los prados están fríos
y cuando en las aldeas abatidas
el ángelus lentísimo acallado,
sobre el campo desnudo de sus flores
haz que caigan del cielo, tan queridos,
los cuervos deliciosos.

¡Hueste extraña de gritos justicieros
el cierzo se ha metido en vuestros nidos!
A orilla de los ríos amarillos,
por la senda de los viejos calvarios,
y en el fondo del hoyo y de la fosa,
dispersaos, uníos.

A millares, por los campos de Francia,
donde duermen nuestros muertos de antaño,
dad vueltas y dad vueltas, en invierno,
para que el caminante, al ir, recuerde.
¡Sed pregoneros del deber, ¡Oh nuestros
negros pájaros fúnebres!

Santos del cielo, en la cima del roble,
mástil perdido en la noche encantada,
dejad la curruca de la primavera
para aquél que en el bosque encadena,
bajo la yerba que impide la huida,
la funesta derrota.

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Esta sí es nuestra verdadera historia y no la tuya

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Querido Juan José Millás:

El 19 de noviembre de 2017 a las 22:37 h. robé tu verdadera historia de la estantería del VIPS de la calle Fuencarral 101, huyendo de un altercado que tuve en un piso de la calle Apodaca. Anduve durante 3 horas y 33 minutos por el camino más corto que me indicó Google Maps, hasta llegar a la Iglesia de San Pedro Apóstol de Polvoranca, en Leganés.

Mi verdadero trayecto

Aquí dentro, agazapada en el interior de un confesionario mohoso, he devorado tu verdadera historia. He tardado 4 horas en leerla y ahora, con tu libro como testigo escondido bajo el plumas, debo tomar una decisión antes de que amanezca.

Por un lado, si esta fuera tu verdadera historia ya estarías en chirona. Estarías en el talego como lo estuvieron otros tantos —Cervantes, San Juan de la Cruz, Óscar Wilde, Verlaine o Burroughs, que disparó a su mujer jugando a ser Guillermo Tell y en lugar de atravesar la manzana le voló los sesos—.

William Burroughs escopeta en mano

"Amanece, Millás, amanece y canta el gallo. Y no me queda otra alternativa que delatarte. Porque por hache o por be te lo mereces."

Por otro lado, querido Millás, si este fuera el farol más gordo que te has marcado en tu vida —si esta fuera otra maldita falsa historia como lo son todas las novelas— me has hecho creer que tu carambola era cierta. Me has desvelado. Me has hecho cómplice de tu crimen. Me has excitado. Vaya, que me la has colado de lo lindo. Y lo peor de todo, lo más chungo, es que me he pillado por ti.

Por ti el del libro, ¿eh, Millás?, que yo a ti no te conozco de nada. Si te parece, ya que no le has dado nombre al personaje, voy a llamarlo Sállim a partir de ahora. Sállim porque es tu reverso, porque eres tú haciendo el pino, porque es tu vómito ficticio.

—Joder, qué frío hace en esta maldita iglesia.

Amanece, Millás, amanece y canta el gallo. Y no me queda otra alternativa que delatarte. Porque por hache o por be te lo mereces. Voy a delatarte y a hacerte cómplice del escenario del que huyo al igual que tú me has hecho cómplice del tuyo.

La iglesia de Polvoranca en la que estoy escondida, en Leganés

¿Cómo crees que me siento pensando que te has inventado a Sállim?, ¿qué hago con todos los personajes que os inventáis los escritores con los que no puedo interactuar más allá del tiempo de lectura?, ¿cómo crees que me siento ahora que he terminado el libro?

Además, ¿qué es esto de que te vayas de rositas por haber confesado tu pecado?, ¿qué es esto de camuflar tu crimen en un libro confesando tu culpa al lector y convirtiéndolo en literatura ante la ley?

—Es una novelita —dirás ante el Tribunal— es solo ficción.

Pero allí estaré yo para desmentirlo mirándote desde el banquillo de los acusados. Estaremos tu padre, tu madre y yo. Tu padre por fin orgulloso de tener un hijo de ficción. Tu madre al fin aliviada con la verdad, por fin desposeída de tu culpa. De tus secreciones, de tus detritus, de toda la podredumbre de tu cuerpo y de tu espíritu.

—Yo lo presencié todo —diré— dejando asomar debajo de mi falda una pierna ortopédica como la que acaricias en tu historia.

Y saldremos del juzgado esposados como dos amantes cautivos.

Mi actitud durante el juicio

Entiéndelo, te voy a denunciar para poder ir al trullo contigo, para pasar la pierna por los barrotes de mi celda —contigua a la tuya— y tener un vis a vis cada semana como esos que tenías con Irene, pero los míos con una pierna de verdad; con su rodilla y su liguero, su carne y sus lunares, su celulitis, su empeine y su tobillo. Y no con una ortopédica como la de ella.

"Y se oye el correteo de una canica por el parqué. Hoy, como aquella noche, has vuelto a hacerte pis encima."

Te voy a denunciar para leerte a través de los hierros Crimen y Castigo y El idiota, para ser en prisión tu padre y tu madre, tu novia carcelera y tu biblioteca; tu Dostoievski.

Sállim, cariño, ya llaman a tu puerta. Ya se oyen tus pasos y tu dedo índice arrastrando despacio la mirilla. Ya se oye tu respiración entrecortada por la culpa. Y se oye el correteo de una canica por el parqué. Hoy, como aquella noche, has vuelto a hacerte pis encima.

Sállim, mi amor, estamos juntos en esto.

—Tiene usted derecho a guardar silencio. Cualquier cosa que diga podrá ser utilizada en su contra en un tribunal. Tiene derecho a la asistencia de un abogado durante su interrogatorio. Si no puede pagarlo, se le asignará uno de oficio. ¿Entiende usted estos derechos?

P.D. Querido Millás, esta sí es nuestra verdadera historia y no la tuya.

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Autor: Juan José Millás. Título: Mi verdadera historia. Editorial: Seix Barral. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro

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Caminando bajo el mar, colgando del amplio cielo, making of

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“Los niños pueden ser alucinantemente terribles”, escribió Jill Tweedie: “manipuladores, agresivos, irrespetuosos e insensibles; si les diésemos armas, serían el ejército más aterrador que el mundo haya visto”.

No muchas personas lo saben (ni necesitan saberlo), pero yo comencé escribiendo para lectores así. Mi primer trabajo como escritor profesional (tal vez fuese el segundo) fue escribiendo para una colección de cuentos ilustrados “para niños” que una editorial argentina llamada Libros del Quirquincho publicó hacia finales de la década de 1990. Ahora pienso que fue una magnífica escuela: los ilustradores eran excepcionales, la distribución era extensiva, los niños mostraban una escasa tolerancia a la condescendencia (así como la firme intención, que todos los niños tienen, de no perder el tiempo con tonterías) y ejercían la crítica literaria espontánea y brutalmente, la editorial tenía una gran avidez de textos y no oponía resistencia alguna. “Los libros para niños son para ser leídos; los de adultos son para hablar de ellos en los cócteles”, afirmó Lloyd Alexander. Durante años escribí sobre las siguientes cosas: ancianos que dinamitaban montañas, niñas que tenían serpientes en lugar de cabellos, puentes que construye el demonio, personas que pierden los dientes y dentistas que esclarecen casos policiacos, elefantes que se oxidan, perros que visitan la luna, una mujer con hirsutismo y cosas así. Nada de lo que puedas hablar en un cóctel.

"Antes de que yo tuviese que ser perdonado por mis lectores, me marché a Alemania. Cuando volvimos la vista, ni ellos ni yo seguíamos allí y yo me había convertido (según dicen) en un escritor para adultos."

La apuesta libro tras libro era crear algo que estuviera a la altura de la imaginación (a menudo cruel, casi siempre racional y desmesurada) de los niños, pero éstos siempre iban más lejos que yo: para ellos, yo debía ser algo así como un escritor realista, y el mundo que ellos imaginaban en todo su magnífico esplendor y barroquismo, algo que no cabía en los libros de nadie, o sólo de muy pocos. Oscar Wilde escribió: “los niños comienzan amando a sus padres, pero después de un tiempo los juzgan y muy raramente, si acaso, los perdonan”. Antes de que yo tuviese que ser perdonado por mis lectores, me marché a Alemania. Cuando volvimos la vista, ni ellos ni yo seguíamos allí y yo me había convertido (según dicen) en un escritor para adultos.

Caminando bajo el mar, colgando del amplio cielo fue un texto que escribí rápidamente después de visitar la reserva natural de la Fundación Wildermuth, en la provincia argentina de Santa Fe, mil trescientas hectáreas donadas por los herederos del austríaco Federico Wildermuth para el estudio y la preservación de animales amenazados. Supongo que después de visitarla me quedé pensando en la situación de esos animales (expulsados de su sitio por el hombre) y en el trabajo de quienes procuran darles un refugio. Y es posible que también haya pensado en mí, que en ese momento estaba a punto de marcharme a Alemania. Quizás pensé que uno de esos temas iluminaba el otro y escribí el texto, a la espera de que le llegara su momento. Y ese momento llegó este año, cuando las sucesivas “crisis de los refugiados” (que, contra lo que la prensa afirma habitualmente no suceden “a las puertas de Europa” sino “en Europa” y hacen a las dificultades de concebir el suyo como un proyecto verdaderamente democrático y plural) me hicieron volver a pensar en él. Así que lo reescribí por completo y crucé (como siempre) los dedos.

"¿Puede un libro con topos irlandeses y luciérnagas que se sindican ser, a su vez, el más personal y autobiográfico que haya escrito en mi vida?"

Hay algo delicado, misterioso y bello en cada una de las ilustraciones de Rafa Vivas para Caminando bajo el mar […]”. Y en el libro, un intento de refutación de lo que habitualmente llamamos “literatura para niños” y a menudo es didáctica, condescendiente o “aniñada” en el peor de los sentidos. De hecho, su tema no parece muy «infantil». ¿Es posible hablar de la responsabilidad que nos cabe frente a las personas que se ven forzadas a marcharse de su país de origen y hacerlo con un venado, un puercoespín, un cerdo que finge ser un perro, una ballena suspendida en el aire sobre Europa y quizás sea una metáfora? ¿Qué probabilidades hay de hacerlo y que el resultado esté plagado de chistes a la altura del humorismo malicioso de los niños? ¿Puede un libro con topos irlandeses y luciérnagas que se sindican ser, a su vez, el más personal y autobiográfico que haya escrito en mi vida? La suerte de este libro inspirado en los limericks, Spike Milligan, Lewis Carroll, El viento entre los sauces, Janosch, la Antología del humor negro de André Breton, Roald Dahl y las canciones de los Beatles depende casi exclusivamente de que estas tres preguntas puedan ser respondidas afirmativamente. Pero esto siempre es difícil, en el ámbito de la literatura “para adultos” tanto como en la “infantil”, y posiblemente “el ejército más aterrador que el mundo haya visto” esté agazapado allí afuera en este mismo momento, a la espera de formular sobre el libro un comentario devastador y definitivo. ¿Qué clase de escritor no aceptaría el desafío de escribir para ese tipo de lectores?

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Autor: Patricio Pron. Título: Caminando bajo el mar, colgando del amplio cielo. Editorial: Siruela. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro

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Hoy estoy inventando algo que todavía no sé lo que es, Felisberto Hernández

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En Hoy estoy inventando algo que todavía no sé lo que es se recopilan los últimos textos de Felisberto Hernández, los que escribió a lo largo de su vida y no vieron la luz; esta es la última pieza que forma el todo de la obra del pianista y escritor uruguayo.

Úrsula Úrsula era callada como una vaca. Ya había empezado el verano cuando yo la veía llevar su cuerpo grande por una calle estrecha; a cada paso sus pantorrillas se rozaban y las carnes le quedaban temblando. A mí me gustaba que se pareciera a una vaca. Una noche que el cielo estaba bajo y se esperaba la lluvia, un auto descargó sus focos sobre el cuerpo de Úrsula. Ella dio vuelta la cabeza y en seguida corrió para un lado de la calle estrecha; parecía una vaca sacudiendo las ubres. El auto se detuvo y alguien, desde adentro, preguntó algo. Úrsula contestó moviendo la cabeza; estaba rodeada del polvo que había levantado y se veían brillar las córneas de sus grandes ojos. Después yo me quedé entre unos árboles bajos hasta que llegó la lluvia. Úrsula volvería a pasar al otro día. Yo oía el ruido de gotas gordas tragadas por el polvo y me había agachado como si los árboles fueran capuchones que me pesaran sobre los hombros. Pensé en mi casa; a cada instante yo elegía en ella lugares y libros que aún no conocía. Y cuando estaba desasosegado subía una escalera de caracol que en vez de baranda tenía colgada en el centro una cuerda gruesa. A veces me quedaba un rato agarrado a ella y me parecía que esperaba el momento de subir un telón. Después entraba a una de las habitaciones y me tiraba en la cama.

Aquella noche yo oía la lluvia desde un sillón acolchado y pensaba en Úrsula. La primera vez que la vi ella estaba sentada a la mesa en el mismo restorán donde comía yo. Su cuerpo parecía haberse desarrollado como los alrededores de un pueblo por los cuales ella no se interesaba. Ella estaba únicamente en sus ojos azules. Sobre la frente, muy blanca, se abrían dos grandes ondas de su pelo rubio y yo pensaba en los cortinados de una habitación antigua; los ojos se movían debajo de sus párpados como personas dormidas bajo las cobijas. A veces iba a su mesa una mujer pequeña vestida de negro; hablaba agitadamente pero en voz baja; la boca carnosa de Úrsula pertenecía a sus alrededores: comía pero no hablaba; la pequeña enlutada no dejaba de conversar por eso: le bastaba con que los ojos de enfrente levantaran un poco las cobijas y se taparan de nuevo. No sé por qué tuve la idea de que Úrsula entregaría su cuerpo como si él fuese un animal. Y se me ocurrió que si yo entraba en relaciones con él, amaría disimuladamente a una vaca. La primera vez que la vi caminar parecía que los muros estrecharan las calles para tocar su cuerpo. Otra vez pasaba un carro y un techo de dos aguas rozó una cadera de Úrsula con el filo de un ala.

Esa noche yo estaba desasosegado y a último momento decidí ir al restorán; pero cuando llegué ya habían sacado los manteles. Me sorprendió ver, únicamente, a Ursula con un niño de tres años. ¿Sería de ella? Lo había sentado al borde del mostrador; ella estaba de espaldas y no dio vuelta la cabeza para ver quién entraba; le sobresalía una cadera porque estaba apoyada sobre una pierna. El niño me miraba fijo. Ella esperaría al dueño. Me acerqué un poco más y vi que Úrsula se había hundido el borde del mostrador en el vientre. Los ojos del niño me molestaban: se habían quedado tan firmes como un espejo y yo tuve que dar vuelta la cabeza. Por fin vino el dueño; a pesar de ser viejo su voz era como la de un adolescente en el período de cambiarla. Yo no le entendía nada. A mí tenían que hablarme lentamente y separando las palabras. De pronto me di cuenta que Úrsula le contestaría alguna cosa: sería como oír hablar una vaca. El niño estornudó; ella le puso un pañuelo en la nariz y esperó que él se sonara. En ese instante el dueño se dirigió a mí y le pedí una botella de cerveza; empezó a servirme el primer vaso y sonó la voz de Úrsula como un reloj de pared. Era una voz gruesa y un poco afónica; haría mucho que no la usaba; si hubiera tosido como cuando se tiene carraspera, la voz se habría aclarado.

Yo recordaba esto, aquella noche que llovía. Oí golpear en una de las puertas y tuve un sobresalto. Me di cuenta de que en ese momento no llovía. Al levantarme del sillón quedó sonando un elástico y no sé por qué pensé en un instrumento profético y no iba a abrir la puerta. Después crucé un corredor donde había colgadas armas antiguas en las paredes. La persona que había llamado entró y dirigía sus pasos hacia mí, cuando reconocí al amigo que me había prestado aquella casa.

Él se había desprendido, recién, de un lugar donde había mucha gente encendida —desde París hasta donde estaba yo se tardaba dos horas—, y sacudiéndome por los hombros me decía:

—Pero ¿qué te pasa? ¿Estás dormido? —No me dio tiempo a contestarle—. Yo me quedaré hasta el viernes y después te llevaré por unos días.

Ya tendría tiempo, yo, de convencerlo de que no debía ir. Él se había dado vuelta; fue para las piezas de arriba y yo volví a lo que recordaba antes; encontré un fondo de aguas revueltas; allí estaban las plantas verdosas y la poca luz del restorán; pero no podía ver los alrededores de Úrsula. Mi amigo volvió trayendo la cara alegre y la intención de seguir removiéndome.

—¿Trabajaste?

—Poco.

—¿Qué te pasa? ¿Qué es lo que necesitas?

La palabra necesitas me dio fastidio. ¡Pero él era tan buen amigo! Antes de dormir estuvimos hablando a oscuras y de pronto él me dijo:

—Te resultaría mejor comer aquí; una mujer podría hacer la limpieza y algunas comidas sencillas.

Pensé que había descubierto mi deseo de que viniera Úrsula; y no hice otra cosa que sacar la lengua, en la oscuridad, y guardarla inmediatamente. Al otro día de mañana caminamos por los alrededores; mi amigo detuvo a una anciana que salía del cementerio y le preguntó por alguna mujer que quisiera emplearse. La anciana tenía los ojos llorosos y dijo que no conocía ninguna. Después vimos a la mujer enlutada, amiga de Úrsula. Mi amigo la interrogó y ella se puso a pensar. Entonces yo, con toda naturalidad posible, dije:

—Pregúntale por una mujer gorda que come en el restorán…

No entendí lo que decía la enlutada; pero mi amigo me tradujo:

—Dice que es muy haragana.

—¡Para lo que hay que hacer allí! —le contesté.

La enlutada pensaba en otra y yo perdí la esperanza. Al atardecer me paseaba por el camino de los árboles bajos y mi amigo me llamó. Al entrar en la casa me encontré con Úrsula, la pequeña enlutada y un hombre bajito. Mi amigo me los presentó; y señalando a Úrsula dijo:

—Esta es la que va a venir mañana.

Después le preguntó el nombre. Úrsula juntó los labios —se hubiera dicho que se preparaba para besarlo— y contestó «Ursule».

Al despedirme ella levantó los párpados durante el tiempo de tomar una instantánea y yo apreté su mano como a la bomba de goma de una máquina fotográfica. Después seguí paseando bajo los árboles: deseaba estar solo con la idea de Úrsula. El destino la había traído hasta mi casa y ahora él no dejaría las cosas a medio hacer. Ella se aproximaba a paso lento y su instinto sería seguro. A la mañana siguiente oí subir pesadamente la escalera. Yo todavía estaba en la cama y me pasé las manos por la cabeza para acomodarme el pelo. Ella dio un golpe en la puerta. Sin querer le grité algo en castellano para que entrara. Desde mi cama —que era baja— ella apareció inmensa. Mi amigo me mandaba decir si yo prefería café o té. Entonces, clavando mis ojos en los párpados de Úrsula contesté: «J’aime du lait». Ella levantó los párpados y me mostró sus ojos desnudos: tenían el asombro de un presentimiento. Yo sentía voluptuosidad en haber empleado el verbo amar para hablarle de la leche. Ella se limitó a decir: «Il n’y a pas de lait». Pero insistí señalando una valija y haciendo señas para que la abriera. Ella tenía la torpeza de un animal amaestrado. Sacó un tarro de leche desecada y lo daba vuelta entre sus manos para mirar todas las vacas pintadas alrededor. Yo quise destaparlo para ver si era ese el que estaba empezado. Me dolían las yemas de los dedos y Úrsula se quedaba allí, con su gran barriga, esperando. Yo no podía hacer saltar la tapa y pasábamos por uno de esos silencios que se hacen en los circos cuando la prueba es difícil. Por último decidí que ella me trajera otros tarros; tal vez conociera el empezado por el peso. Úrsula me los alcanzaba con una sola mano; no se le ocurría emplear las dos y traer dos tarros por vez. Conocí el empezado al sacudirlo. Ella hizo una sonrisa y empezó a dar vuelta su cuerpo y a irse. Yo temía que se cayera de la escalera. Mi amigo estuvo todo el día de mal humor y a cada momento tropezaba con Úrsula. A la hora de cenar Úrsula venía con una bandeja y tropezó con un aparador oscuro. Algo, dentro de él, quedó sonando: fue como despertar a un dormido que se hubiera puesto a rezongar. Entonces mi amigo soltó una carcajada. Yo me quedé serio; a Úrsula se le llenó la cara de vergüenza y se fue enseguida. Cuando volvió tenía los ojos enrojecidos. Al terminar la cena mi amigo levantó una lámpara para mirar un cuadro en el momento que Úrsula traía el café; entonces le preguntó:

—¿Le gusta este cuadro?

Ella recorrió, con sus ojos azules, todo el paisaje y dijo:

—Sí. Mi abuelo pintaba en las iglesias y hacía cuadros como este.

—¿En las iglesias pintaba así? ¿Paisajes con vacas?

Entonces Úrsula se rió poniéndose una mano en la boca y repitió:

—¡Vacas en las iglesias!

Mi amigo la tomó de un brazo. Yo sentí, también, la piel de ella en mi mano; pero odié a mi amigo. Antes de dormir pensé en Úrsula; nos habíamos encontrado varias veces en el corredor de las armas y ella se ponía de costado. Me dormí pronto pero me desperté al rato. Creía comprender más a Úrsula cuando ella caminaba por las calles estrechas. Ahora todo se volvía más simple pero yo lo comprendía menos. Ni siquiera tenía para Úrsula los pensamientos de costumbre; era como si en la oscuridad no reconociera mi saco ni pudiera calzar las mangas.

Al otro día mi amigo se fue. Aunque Úrsula y yo no hablábamos nunca ahora parecíamos más silenciosos. Al anochecer empecé a mirar un juego de barajas nuevas; pero sin la intención de hacer solitarios. Pensaba que debía buscar la manera de conversar con Úrsula. Y fue ella la que se acercó para preguntarme si sabía adivinar lo que decían las cartas. Le dije que no y me arrepentí enseguida. Pero cuando ella volvió al comedor se me ocurrió proponerle:

—Puedo adivinar mejor en las manos…

Ella se detuvo sin decirme nada. Me pareció que era supersticiosa y haciendo un esfuerzo le dije:

—Si quiere, después de cenar podríamos ver qué dicen sus manos.

Seguí trabajando en silencio, y antes de irse a su casa yo insistí:

—¿No tiene tiempo ahora?

—¿Y si me sale una desgracia? —contestó.

Se acercaba a la mesa con timidez y traía movimientos raros en el cuerpo; tal vez quería que le perdonaran los alrededores. Se miraba una mano y me hizo pensar que tendría una espina. Entonces le pedí que fuéramos a la lámpara de pie con flecos amarillos. Le tomé la mano y acercamos nuestras cabezas a la pantalla. Yo pasaba mis dedos sobre su palma como si su destino estuviera escrito en un papel arrugado. Ya había pensado lo que le iba a decir. Antes le miré la cara; tenía la seriedad de una novia en el momento de casarse. Cuando volví los ojos a nuestras manos la luz no me pareció suficiente. Entonces separé los flecos con una mano y enseguida hice pasar las otras debajo de la luz. Nuestros ojos miraban la ceremonia detrás de los flecos, mientras las manos tomadas esperaban con la más inocente delicadeza; y de pronto yo, con mi voz más lejana, dije:

—Usted ha tenido, en su vida… preocupaciones… Me detuve todo el tiempo posible. Después, arrugando las cejas, agregué:

—Hay una persona, sobre todo, que la ha disgustado mucho…

Me detuve de nuevo. Ella aspiró un poco de aire y tuvo un quejido entrecortado, como en medio de un sueño y mientras su cuerpo cambiara de posición. Al rato, con la actitud de estar seguro de todo, le propuse:

—Si le parece mejor abandonamos el pasado y averiguamos el futuro.

Y antes de que se arrepintiera cerré los ojos diciendo:

—Voy a descansar un instante.

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Autor: Felisberto Hernández. Título: Hoy estoy inventando algo que todavía no sé lo que es. Escritos póstumos. Editorial: Sitara. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro

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A vueltas con el Grial

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El episodio es conocido y causó furor en su momento. Habla de cómo un sacerdote llamado François Berénger-Saunière se hizo cargo a finales del siglo XIX de una humilde parroquia rural del Languedoc y del modo en que, durante unas obras de reparación en la iglesia, dio con unos pergaminos que mandó examinar con detalle. A partir de ese instante, la parroquia, que siempre había sido pobre de solemnidad, pasó a disponer de unos recursos fabulosos. El párroco no sólo pudo culminar la restauración del templo a su antojo, sino que levantó a su alrededor una serie de edificaciones que cambiaron el perfil del pueblo y que conforman aún en nuestros días el principal atractivo turístico de una localidad que, de no ser por el bueno de Saunière, se habría visto absorbida ya por el olvido. ¿Qué encontró aquel pastor de Dios en los impracticables dominios de Rennes-le-Château? Hay teorías para todos los gustos. Algunos creyeron que se ocultaba bajo aquellas tierras del oro de los cátaros —la orden se había instalado en esa comarca allá por el lejano medievo— y otros manejaron teorías que se alejaban de los bienes materiales en pos de tesis más proclives a los misticismos. La principal es la que asevera que François Berénger-Saunière, en algunas de las excursiones que comenzó a realizar por los alrededores de la aldea una vez desentrañado el enigmático sentido de sus pergaminos, fue a dar con el mismísimo Santo Grial.

"Se han vertido, se vierten y se vertirán ríos de tinta sobre el asunto de Rennes-le-Château y sus implicaciones."

El tema ha generado mucha literatura. La espita quedó abierta cuando, en 1967, Gérard de Sède publicó El oro de Rennes, un volumen donde contaba con todo lujo de detalles la insólita vida del sacerdote al tiempo que iba recorriendo las pistas que orientarían hacia el desvelamiento de un secreto que nunca llegaba a revelarse. Sí lo hicieron unos años después, en 1982, Michael Baigent, Richard Leigh y Henry Lincoln, quienes firmaron a seis manos en El enigma sagrado la que se podría considerar la madre de todas las teorías: en Rennes-le-Château, o en sus alrededores, se encontraba oculto el Santo Grial, y éste no era otra cosa que la confirmación de que Jesús de Nazaret había contraído matrimonio con María Magdalena y engendrado descendencia, dejando abierta de ese modo la posibilidad de que el árbol genealógico del Mesías se hubiese prolongado hasta nuestros días. De hecho, se ofrecía en las páginas del ensayo el nombre de un plausible sucesor: un individuo llamado Pierre Plantard que por esas fechas aparecía con cierta recurrencia en los medios de comunicación enarbolando su condición de gran maestre de un estrambótico colectivo denominado Priorato de Sión.

La Torre Magdala, uno de los edificios levantados por Berénger-Saunière en Rennes-le-Château.

Era un caramelo tan goloso que sólo cabía degustarlo. Se han vertido, se vierten y se vertirán ríos de tinta sobre el asunto de Rennes-le-Château y sus implicaciones. También hay quienes, en España, se han desplazado hasta ese rincón remoto del sur de Francia para extraer sus propias conclusiones. Lo hicieron Lorenzo Fernández Bueno y Josep Guijarro Triadó en Rex Mundi y lo hizo Óscar Fábrega Calahorro en Prohibido excavar en este pueblo, un libro modélico por su empeño en desnudar los mitos surgidos alrededor de la figura de Saunière y dar explicación a las leyendas que se fueron desarrollando al compás de su biografía, que pudo haber sido mucho más corriente de lo que se ha venido contando. Este mismo año llegaba a las librerías Retorno a Rennes-le-Château (Almuzara), donde Enric Sabarich desarrolla un muy entretenido relato que, bajo la apariencia de un cuaderno de bitácora, recorre todas las claves de una historia que, previsiblemente, seguirá dando que hablar.

"En la novela gráfica El misterio de la Sagrada Familia. Se aventuraba allí la posibilidad de que el arquitecto Antoni Gaudí hubiese dado con la fórmula de la piedra filosofal."

Quienes hayan llegado hasta aquí ya habrán adivinado que fue en este meollo entre religioso y esotérico de Rennes-le-Château donde Dan Brown halló la inspiración para su celebérrimo Código Da Vinci, por más que en sus páginas no se mencionara la localidad ni una sola vez. La presunta fuente de la vida eterna alimentaba la trama de su gran pelotazo editorial, pero no ha sido la única teoría conspirativa asociada a la Iglesia que le ha servido para engrosar su cuenta corriente. En su última novela, Origen (Planeta), vuelve a las andadas con su investigador Robert Langdon desentrañando un caso que, si bien no guarda relación directa con el Grial, sí se puede interpretar como una suerte de traslación científica del famoso cáliz. El libro, escrito con la plantilla habitual del autor estadounidense, se ambienta en España y pone el foco en la ciudad de Barcelona, lo cual resulta curioso si se piensa que ya en 1992 el tándem formado por Castelli y Alessandrini, padres del detective Martin Mystère, vinculó el nombre de François Berénger-Saunière con la Ciudad Condal en la novela gráfica El misterio de la Sagrada Familia. Se aventuraba allí la posibilidad de que el arquitecto Antoni Gaudí hubiese dado con la fórmula de la piedra filosofal. También en la narración de Brown cobran los edificios del artista catalán, y muy principalmente el templo expiatorio cuya conclusión se prevé próxima, un protagonismo especial, aunque no se agoten en ellos los entresijos de un argumento que unas veces asombra por su precipitación y otras por su candidez, y en el que sorprende la relación inesperada, por osada y churrigueresca, que se establece entre los personajes que encarnan al rey Juan Carlos I y el cardenal Rouco Varela.

Ábside de la iglesia de San Clemente de Tahull.

"La novela de Sierra, escrupulosamente fiel al esquema de las narraciones aventureras y escorada quizá de una manera excesiva hacia las derivaciones esotéricas, propone una vuelta de tuerca al propio concepto de grial."

Sí es el Grial, con todas las letras, el protagonista de la última novela de Javier Sierra, El fuego invisible, que le ha valido al autor aragonés —quien, por cierto, emparentó su obra con la de Brown en el vendidísimo La cena secreta— la última edición del premio Planeta y que tiene la gran virtud de rescatar la figura de Chrétien de Troyes, considerado por muchos el padre de la novela occidental y responsable de que la palabra Grial apareciese por primera vez en las letras universales. En este caso, la búsqueda del preciado cáliz (o lo que sea) vuelve a desarrollarse en tierras españolas, si bien el periplo arranca en un paraje tan improbable como la Montaña Artificial del madrileño parque del Retiro para desplazarse luego hacia el románico del Pirineo, con la iglesia de San Clemente de Tahull y su famoso ábside como núcleos irrenunciables, o a la catedral de Valencia, en cuyo interior se expone un Santo Grial que dan por bueno todos los que no piensan que la copa verdadera es la que se exhibe en la basílica leonesa de San Isidoro. La novela de Sierra, escrupulosamente fiel al esquema de las narraciones aventureras y escorada quizá de una manera excesiva hacia las derivaciones esotéricas, propone una vuelta de tuerca al propio concepto de grial, entendido ahora también como un nutriente de la imaginación. Una perspectiva inusual que tal vez no habría desagradado a aquel Berénger-Saunière que colocó en su iglesia a un diablo sosteniendo la pila de agua bendita e hizo grabar sobre el pórtico la inscripción Terribilis est locus iste («Este lugar es terrible»), quizá para ahuyentar a los espíritus temerosos. Un giro de guion con el que queda demostrado que, por muchas vueltas que pueda dárseles, hay temas que parecen tan recurrentes como inagotables.

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Avión club, una historia de los 80

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El periodista Carlos Santos presenta su nuevo libro, Avión Club, una crónica novelada de los años 80 sobre el mítico club, este martes a las 19.30 horas, en el Salón de Actos del Ateneo de Madrid (Calle del Prado, 21). Ofrecemos un fragmento de la obra, publicada por La Esfera de los Libros.

 

Hermosilla, 99

El sargento Paloma es un sentimental, eso César siempre lo ha tenido claro.

—A mí, como si se la folla un regimiento, pero cuando yo la busque, que la encuentre.

La del regimiento es la señora Pilar, su jefa. Desde que salió de la legión, Valeriano Paloma se gana la vida como reventa en la plaza de toros. Un trabajo agradable, al aire libre, pero no exento de riesgos. De vez en cuando lo trincan los guardias, le quitan el bloque, como él llama el taco de entradas, y lo meten unos meses en la prisión de Carabanchel. Cuando vuelve con la piel más blanca pero con mejor aspecto, después de pasar un tiempo sin beber cerveza y comiendo con regularidad, siempre contesta lo mismo:

—¿Que dónde he estado? En el sanatorio. Vengo del sanatorio.

Luego, tras el segundo tercio de cerveza, volverá a hablar de la se- ñora Pilar. Es una mujer hermosa, rotunda, morena, más ajamonada que amojamada, más cerca de los cincuenta que de los cuarenta. Con su marido, que es un vaina, controla el trapicheo de las entradas que permiten al sargento Paloma redondear su pensión. Dicen que también la redondea con bujarrones de los que buscan en las sombras de la plaza de toros, cuando cae la noche, y que alguno ha venido alguna vez al bar a declararle su amor, a grito pelado. César no lo cree. A Valeriano le gustan muchísimo las tías, casi tanto como a él, y en particular esa tía.

—Es un putón, se ha tirado a todos los taxistas de Madrid, ya lo sé, pero a mí me da igual, ya te digo, si cuando la busco la encuentro.

No la encuentra siempre que la busca, qué más quisiera él, pero ella de vez en cuando se deja encontrar y con un polvo rápido o una mamada urgente consigue que Valeriano siga siendo su esclavo más fiel. Y el más sentimental, desde luego. Esta noche volverá a demostrarlo.

 

César se levantó a mediodía, como siempre, se fumó un pitillito en la terraza, mirando al Retiro, se comió la merlucita que le preparó Rosario, acompañada por dos vasos de tinto con Casera, y se fumó otro pitillo mirando el mapa de España del hule, por la parte de Badajoz y Don Benito, mientras Rosario se marchaba a la cocina refunfuñando. Al cabo de tantos años juntos ni se hablan, pero las cosas son como son: nadie prepara la merluza como ella. Esa manera de escachar las patatas y cocerlas sin prisas, echando el pescado al final, cuando están casi hechas, esa ajada, con su puntita de pimentón y su chorro de vinagre, en el momento mismo de retirarlas del fuego. A César le vuelve loco, pero nunca se lo ha dicho ni se lo dirá, porque César es muy suyo para esas cosas. Y para casi todas.

Una vez despachada la merluza se fue al piano y, como cada tarde, se encerró con Bach durante hora y media, minuto arriba, minuto abajo, que Bach es una ciencia exacta pero no una disciplina militar. Luego se metió en el cuarto, se arregló (aunque parezcan las mismas, a diario cambia de camisa, corbata y chaqueta), se miró en el espejo del hall, se vio elegante, cogió el abrigo del armario de la entrada, se marchó sin despedirse y se fue caminando al bar.

Le llevó casi dos horas. Entre su casa y el Avión Club, en el número 99 de la calle Hermosilla, hay dos mil pasos, si se cuentan los que da con la pata de palo, y solo mil, si se cuentan solo los de la pierna de carne y hueso. Él los recorre sin prisa, qué remedio, y con varias paradas, o sea, varios cigarritos, en diferentes bancos de la calle de Alcalá. Esta tarde está esa calle más tranquila que de costumbre, pero él, que va rumiando la «Partita número 2 en do menor» de Bach, no se entera. Será Manolo quien le dé la noticia, al llegar.

—¿Es que no sabes lo que está pasando en las Cortes? ¡Han entrado guardias civiles disparando!

—Ahora que lo dices, había sitio en todos los bancos y no estaban llenos de viejas pellejas, como siempre.

—La gente está asustada. Leo se ha quedado en casa.

—¿Y Aurora?

—La llamé por teléfono para que no viniera, pero ha venido. Dice que si pasa algo qué pinta ella sola en su casa. Se está tomando un cafelito en La Villa, para quitarse el susto.

 

Mientras César empieza a tocar el piano, a las nueve en punto, Manolo Zapatero toma posiciones en la barra, como ha hecho cada noche desde el 2 de abril de 1950. Delgado, de rostro anguloso, razonablemente calvo, tiene las orejas bien abiertas, en el sentido literal de la expresión y en el otro, los ojos grandotes y claros, la sonrisa siempre a punto. Es un par de años mayor que César, pero la camisa de cuadros, el jersey sobre los hombros y la mayor agilidad (ventajas de no estar cojo) le hacen parecer más joven. Los dos andan alrededor de los sesenta, o, como dice César, cincuenta y diez.

Aurora, que ya ha vuelto de tomar el café en el bar de al lado, está en su puesto de trabajo, entre el guardarropa y el lavabo de señoras, con las dos manos en el bolsillo delantero de la bata, como si tuviera que darle una ficha a un cliente para que llame por teléfono. Pero todavía no hay ninguno. Los dos primeros llegarán a eso de las once. Son Miguel y Fernando. Miguel, alto y estirado como un poste, tiene pelo abundante, corto y apretado, y en la cara las marcas de unos tiempos en los que la pediatría no estaba tan avanzada como ahora; es anarquista, de la CNT, combina el aire de intelectual despistado con un carácter fuerte y, si viene al caso, contundente. Fernando, gordo y recio como un tonel, pero de una energía pasmosa, es el típico amigo al que siempre le puedes pedir ayuda cuando tienes que hacer una mudanza o cambiar un armario de sitio. A él le encargó Carrillo que fuera a la calle Mayor a comprar la bandera de España con la que sorprendió a todo el mundo en su primera rueda de prensa tras la legalización del Partido Comunista, en abril de 1977. Fernando, que vive en Conde de Peñalver, cerca de Lista, estaba en el servicio de seguridad del partido, al que pertenece desde su más tierna infancia.

Miguel y Fernando van camino de los treinta años, la mitad que César y Manolo. Como ni en la CNT ni en el PCE les han dado consignas ni instrucciones para un golpe de Estado, lo suyo es tomarse un par de copas y a ver qué pasa. La izquierda, esta noche, está en situación técnica de sálvese quien pueda.

Ahí está también Perico, el camarero. Se llama Pedro Alberto Martínez, pero lo llaman Perico. Gasta bigote, mosca debajo del labio, guedejas rizadas, boina, barriga, tirantes. Presume de ser el último estudiante del franquismo. Empezó magisterio en septiembre de 1975, dos meses antes de que muriera Franco, y por culpa de la música y la gimnasia no conseguirá sacar la carrera hasta 1986. Es aragonés vocacional, pero en el nuevo estado de las autonomías su pueblo, Molina de Aragón, ha ido a parar a Castilla-La Mancha. Entró a trabajar en el Avión para poder pagar las copas que debía y no hay nada en el mundo que le guste más que este trabajo. Se lleva un disgusto cada noche cuando César anuncia el cierre con el popurrí de despedida, que es siempre el mismo: el «Vamos a la cama», con el que despedía a los niños en TVE la Familia Telerín, el charlestón «Mamá, cómprame unas botas, que las tengo rotas de tanto bailar» y un repique final de aires andaluces que termina con la melodía de la sevillana «Arenal de Sevilla y olé, Torre del Oro».

Al filo de las doce se suma al grupo Julia, una chica jovencísima, que casi siempre viene con dos amigas, aunque hoy ha llegado sola. César, que acaba de terminar la «Polonesa» de Chopin, le da un rápido repaso visual. Es profesora de instituto y, no es que sea guapa, pero tiene la belleza donde hay que tenerla: en la mirada, en el movimiento, en la manera de hablar. Seguramente no le pegan voces los albañiles desde los andamios, pero es atractiva. Espigada, pelo oscuro, largo y rebelde, que hoy trae recogido de cualquier manera, con una gomilla violeta, tiene los ojos grandes y la cara ancha, sin llegar a cara de pan o de fallera mayor.

—Sara y Lola están de guardia en el hospital y yo volví del instituto a las nueve. Los tiros los oímos en directo porque estábamos en la sala de profesores y el de química tenía puesto el transistor. Camino de casa he visto que en las gasolineras hay colas, como si todo el mundo estuviera pensando en marcharse de Madrid, y antes de subir he ido al Spar, a comprar leche, harina, yo qué sé, por lo que pueda pasar. ¡No quedaba casi nada!

—Pues has hecho bien en venir —dice Manolo, mientras le pone un plato de pipas, con copete—. Aquí nos queda de todo.

—Se me caía la casa encima. Fíjate, lo que es estar viviendo un momento así y no poder comentarlo. He llamado a mi madre a Valencia, con idea de irme con ella, pero me ha dicho que allí están peor que aquí, con tanques por la calle. Le he dado el teléfono del Avión, para que me llame si pasa algo gordo. Ponme a mí también un gin-tonic, anda. Hoy pensaba empezar un régimen, pero que sea lo que Dios quiera.

Pasada la medianoche entra en escena el sargento Paloma, ciego como un piojo.

—Han llegado los míos, pero no os preocupéis. Aquí estoy yo para decirles que sois mis amigos. No os va a pasar nada.

Valeriano esta noche está tan contento que no paga ni una de las cervezas que se toma. Y se toma muchas. Al día siguiente, cuando le digan que los suyos se han vuelto a sus cuarteles, mientras él dormía la curda, y el golpe militar se ha quedado en nada, pondrá cara de perro asustado, pedirá un tercio y soltará su frase favorita:

—Se fusila poco en España.

César, sin dejar de tocar, lo mirará de refilón, por encima del hombro, alzará las cejas escéptico y le dará una calada al Peninsulares, bien cogido entre los dientes.

 

¿De dónde saca el maestro los Peninsulares? Debe de ser la única persona del mundo que fuma ese tabaco, el más barato del mercado, un duro como mucho. ¿Cuántos paquetes fumará al día? Dos o tres, por lo menos, eso seguro. Las siete horas que pasa cada noche en el Avión siempre tiene un cigarrillo entre los labios y la cajetilla a mano, sobre la tapa del piano. Cuando sale a dar una vuelta para estirar las piernas, la de verdad y la otra, nunca se olvida de echar el tabaco al bolsillo.

¿En qué pensará cuando da esos paseos solitarios por las calles cercanas? ¿En qué pensará las demás horas del día, cuando no está tocando el piano? ¿Y en qué pensará cuando está tocando, si es que piensa en algo? ¿Y cuando se acercan los clientes a pedirle una canción? ¿Y cuando se la exigen en plan chulo, como recordando que quien paga manda?

¿En qué puede pensar, noche tras noche, un hombre que lleva toda su vida envuelto en humo, risas, gritos y susurros de borrachos de toda condición?

Son preguntas que se hace Julia desde que pisó por primera vez el Avión, hace cinco meses. Y muchas más. ¿Dónde vive César? ¿Con quién? ¿Tiene mujer, tiene hijos, está casado o ha estado casado alguna vez?

El maestro, que jamás habla de nada pero mucho menos del maestro, es una larga incógnita para todos los clientes del bar. Para ella está empezando a convertirse en una obsesión, por el momento saludable.

 

El enigma de César, el pianista del Avión Club, tiene para Julia un elemento de morbo añadido: le gusta. No hay ninguna explicación lógica, como no sea que a ella le gustan todos los tíos, cuanto más raros mejor, pero le gusta. Está cojo, parece de otra época y con las gafas de montura ligera, la corbata, la chaqueta y el pelo escaso echado hacia atrás, se parece muchísimo a Tierno Galván, el alcalde de Madrid, a quien llaman el Viejo Profesor, lo que da una primera idea de su edad: ninguno de los dos cumple ya los cincuenta. Pero le gusta, quizá porque, a diferencia de Tierno, que siempre parece a punto de dar una conferencia, César está siempre sonriendo.

¿Qué motivos tiene para sonreír un tipo con una pata de palo, que lleva toda la vida tocando el piano en locales nocturnos de dudosa condición? Es otra de las preguntas que contribuyen a su encanto. Y a su misterio. Julia Ferrer, que con veinticuatro años es un cóctel agitado de curiosidad, deseo y afición a lo desconocido, tiene intención de encontrar todas las respuestas, una por una.

 

Al Avión llegó por casualidad, a los pocos días de venir a Madrid y entrar de interina en el instituto. Su padre había hecho la mili con un tío de la UCD (un buen tío, todo hay que decirlo, algo estirado pero un buen tío) que antes era letrado sindical con la Falange y ahora está en la delegación provincial de Educación. Fue quien pronunció las palabras mágicas:

—Que venga tu chica el lunes, que le arreglo lo suyo.

El enchufe es el mejor sistema para meter cabeza en la Administración pública española, mucho mejor que las oposiciones, dónde va a dar. Se ha muerto Franco, hace ya unos cuantos años, y estamos todos contentísimos con la democracia, pero nos hemos quedado con lo bueno de la dictadura: el enchufe. No parece que estos que mandan ahora tengan especial interés por cambiar el sistema.

Julia no ha renunciado a los sueños revolucionarios de la universidad, incompatibles con el enchufismo y el compadreo, que es cosa de franquistas, pero lo primero es lo primero y lo primero ahora es encontrar trabajo, como sea. Ya lo dice su madre, que cuando quiere enfatizar algo saca el acento andaluz y alarga mucho la u.

—Está la cosa muuuu mala.

Hizo la maleta, cogió el tren para Madrid, que le llevó siete horas y media, con parada incluida en Moreda para esperar el de Almería, y se instaló en el piso de su prima Lola, que es granadina, como toda la familia materna, y trabaja de enfermera en el hospital provincial Francisco Franco. El piso está enfrente del hospital, en el número 66 de la calle Ibiza.

El lunes, a las nueve, estaba como un clavo en la delegación provincial de Educación y Ciencia. Llevaba el pelo recogido y había elegido el bolso menos hippie, el que le regaló la abuela Rosa en el cumpleaños, y una falda gris ni larga ni corta, de las de pasar inadvertida.

Después de dar sus datos en el control de entrada y antes de subir al despacho, en la segunda planta, se quitó de la rebeca la banderita de Andalucía (verde, blanca y verde) y la echó al bolso. Desde que se la regaló un novio de Málaga, en la manifestación del 4 de septiembre, aquella en la que mataron a un chaval, no se la había quitado nunca. Ella seguirá siendo siempre andalucista, feminista, antifranquista y de izquierdas. Pero si en una cosa tiene razón mamá es en esa:

—Está la cosa muuuu mala.

Carlos Santos ©Ana_Mayoral

Sinopsis de Avión Club, de Carlos Santos

El Avión Club fue uno de los locales más singulares de la época de la movida. Por él pasó media España, gentes muy diversas que cantaban al son que tocaba César, un pianista sacado de una película o un blues, pero que, a diferencia de los pianistas de los blues y las películas, sonreía todo el rato, sin el menor atisbo de melancolía. Al Avión no se iba a figurar ni a hacer tertulias. Se iba a vivir.

En esta novela, Carlos Santos rememora aquellos años, aquel bar, aquellas gentes, la música que les acompañaba, el humo que lo rodeaba todo con su neblina…, y compone un maravilloso relato lleno de vivencias ochenteras, incluidas sexuales y políticas, en el que cualquier parecido con la realidad no es mera coincidencia.

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Autor: Carlos Santos. Título: Avión Club. Editorial: La Esfera de los Libros. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro

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Javier Sierra: “Las palabras son la sustancia más peligrosa”

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Su nombre encabezaba desde hace años las quinielas de favoritos para alzarse con el Premio Planeta. Javier Sierra (Teruel, 1971) estrena novela —El fuego invisible—, éxito de ventas, y galardón con una historia que reivindica el poder de la palabra como “llave para acceder al alma del mundo”. Los escritores mutan en médiums o chamanes que velan por ella. Incluso la cita de la introducción (del discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura de Doris Lessing) nos transporta a un tiempo ancestral, a un fuego en torno al cual se danza y se cuentan historias y que, a veces, toca a alguien, prendiendo en él la llama de la inspiración. De la imaginación que nos sustenta desde que, hace milenios, inventamos la literatura en torno a una hoguera. En las cavernas.

En esta última edición del premio Planeta se han alzado como ganadora y finalista dos novelas muy diferentes pero que cuentan con nexos comunes: el juego de espejos con lo metaliterario, las referencias al Quijote, y la reinvidicación del valor de la literatura como medio de entretenimiento y evasión. Pero por encima de todo, comparten la búsqueda como fin en sí mismo. La novela de Cristina López Barrio arranca con una referencia al viaje a Ítaca, mientras que la del escritor aragonés plantea un singular viaje iniciático en el que se emulan los pasos del mismo Percival.

El niño curioso que creció dejando volar la imaginación y los interrogantes por las calles envueltas en niebla de su Teruel natal es hoy un adulto que reconoce haberse hecho periodista para poder preguntar a gusto como si aún tuviese ocho años. No sabemos si aún sigue guardando libros en el horno, como hiciera en el primer piso que compartió con su mujer, pero sí que ha sido el primer escritor español en entrar en el top ten de los más vendidos en Estados Unidos. Es autor de novelas como La dama azul (1998, Martínez Roca), La cena secreta (2004, Plaza y Janés), El maestro del Prado (2013, Planeta) y La pirámide inmortal (2014, Planeta), entre otras, que comparten una misma receta, marca de la casa: la aventura y los enigmas fascinantes salpimentados con mucha intriga y un cuidado marco plagado de referencias histórico-culturales.

En las Noches Literarias de Sigüenza, Javier Sierra ya nos adelantaba que su próximo libro indagaba en el germen de la chispa creativa, de las fuerzas que hacen que prenda la inspiración. Y es que lo que encierra El fuego invisible no es la búsqueda de un objeto poderoso y sagrado, es un homenaje. Una oda a la inspiración, a la imaginación, al entusiasmo. Al viaje interminable que se emprende en pos de una pregunta. Una aventura plagada de referencias artísticas, filosóficas y, sobre todo, literarias que nos muestra el incalculable poder de la palabra, capaz de crear mitos como el del Grial en el siglo XII y mantenerlos vivos hasta hoy. Junto al poema de Chrétien de Troyes y las teorías de Parménides, La lámpara mágica de Valle-Inclán y El forastero misterioso de Mark Twain son las obras elegidas para iluminar el camino.

Javier Sierra insiste en la necesidad de seguir planteando interrogantes. Reinvindica esa curiosidad infantil insaciable que como adultos pragmáticos menospreciamos, olvidando que fue nada más y nada menos que el mismísimo Sócrates el primero al que advirtieron que hacer demasiadas preguntas suele molestar a algunos. El ganador del premio Planeta quiere que sus lectores, como él, se sientan tocados por el fuego invisible, que conserven esa chispa de la curiosidad infantil, que caminen por su propia ciudad con ojos capaces de ver lo trascendente escondido en lo cotidiano. Que descubran ese Grial que llevan dentro. Insiste incluso en boca de sus personajes: “Nadie sabe si uno lleva o no un escritor dentro hasta que encuentra algo que contar”.

A primera hora de la mañana y pese a combinar las últimas sesiones de rodaje para la serie que prepara con Movistar+ con la frenética gira que sucede a la entrega del Planeta, Javier Sierra se presenta fresco, puntual y sonriente en un céntrico hotel madrileño. Posa con soltura, habla por los codos y sonríe constantemente al fotógrafo, a la entrevistadora y al camarero. No es una sonrisa impostada, le llega a los ojos. Tablas aparte, el autor transmite a modo de carta de presentación algo a lo que es difícil escapar: un entusiasmo arrollador.

—Tu nombre sonaba entre los favoritos para el premio Planeta desde hace una década. Ya nadie se lo creía.

—Pues sí, ha sido la encarnación del cuento de Pedro y el lobo, ¿no? De tanto anunciar que yo podía ser el ganador del Planeta, llegó la edición en la que lo he ganado y ningún periodista sospechaba nada. Quizá tenía que ser así. Nunca me había presentado al galardón, pero llevaba en las quinielas prácticamente desde que empecé a publicar.

—Matilde Asensi también está entre los favoritos desde hace años.

—Sí, pero yo creo que Matilde tampoco se ha presentado nunca, y no quiere presentarse. Yo nunca lo había hecho, pero dejaba la puerta abierta hasta que tuviera una novela a la altura del premio. De la lista del premio Planeta han surgido algunos clásicos de la novela en español, y yo no quería desmerecer de ella. Pero tampoco las tenía todas conmigo de que pudiera ganar, y cuando ha sucedido ha sido un reconocimiento muy bonito.

—Creo que en Planeta están asustados, porque con la combinación de lo que ya vendes tú habitualmente y lo que mueve este premio, puede ser algo tremendo.

—A veces el Planeta se ha usado para lanzar nuevas firmas y descubrir a algún autor, pero ese no es mi caso, sino más bien un reconocimiento emocional de que mis libros son queridos en España. Hasta ahora había la sensación de que los reconocimientos me venían antes del extranjero que de mi propio país, así que este es un momento muy dulce.

—El libro encierra una reivindicación del valor y la figura del best seller.

—Es que España es el único país del mundo en el que ser best seller es malo, y donde se ha convertido en una etiqueta despectiva en vez de algo admirativo. Yo creo que en eso tiene algo que ver el complejo católico de nuestra sociedad, donde el triunfador, el que gana dinero de manera honesta con su trabajo, es objeto de envidias y visto como alguien casi pecaminoso, mientras que en los países anglosajones es algo admirado y, en la medida de lo posible, imitado. Aquí esto no sucede en ningún orden de la vida. Aquí tiene más prestigio El Dioni que Botín. Y yo quería reivindicar que esto es un trabajo que hay que hacer bien, que si la novela tiene alma, algo que decir y se vende, eso quiere decir que es un buen libro, no todo lo contrario. Básicamente, la discusión iba por ahí. Es verdad que era un guiño al género, porque yo siempre he tenido que cargar con el desprecio de cierta crítica hacia el best seller, un desprecio creo que apriorístico: en muchas ocasiones te ponen ese sambenito por delante, y todo el comentario posterior viene matizado desde esa óptica. Pero cuidado: hay grandes libros que han sido best sellers a lo largo de toda la historia, que nunca han sido denostados, y que forman parte de nuestra manera de entender el mundo. El cuento del Grial de Chrétien de Troyes es uno, el Quijote es otro, y Dan Brown y El código Da Vinci es otro. Es un poco un aplauso a los lectores.

—Haces alusión a Irlanda no solo como país literario o inspirador, sino como nación donde un escritor es alguien importante, respetado y a quien se cuida.

—Sí, Irlanda es el modelo de país pequeño donde hay un gran talento concentrado que han sabido cuidar. Uno llega a una ciudad como Dublín y encuentra referencias a la literatura en todas partes, con calles dedicadas a escritores. Aquí la mayoría de las calles principales están dedicadas a políticos, militares e incluso gente que ha ejercido la violencia de manera sistemática, no a los que han iluminado o prendido la luces del conocimiento. El barrio de las Letras de Madrid es una excepción minoritaria.

—Ese barrio en otro país sería un museo al aire libre.

—Sin duda. Además, en Irlanda el régimen fiscal para los artistas es extraordinariamente bueno: los impuestos son mucho más bajos y permiten la periodificación de los ingresos. En España esto no ocurre, al revés: tenemos un gran drama con el tratamiento fiscal a los creadores. Un autor como yo, que con el premio Planeta recibe una importante cantidad de dinero, lo tiene que declarar en el momento. Yo no sé cuándo se publicará mi próximo libro tras este, si serán tres, cinco o diez años, y no tengo la posibilidad de periodificar mis ingresos. Y al llegar la jubilación está otro drama, del que ya os habéis hecho eco en Zenda, que como mis royalties por los libros que he escrito durante toda mi carrera superen los nueve mil y pico euros, me penalizan la pensión para la que he estado cotizando durante toda mi vida. Es absurdo. Tenemos unas normas que se imponen de manera estalinista a todo el mundo, sin mirar qué riqueza ha generado ese trabajador, y en el caso de los creadores esa riqueza no solo es material, sino una riqueza mental, de país, de inconsciente colectivo, que no se valora.

—En España algunos autores en edad de jubilación ya han dicho “dejo de escribir”.

—Por supuesto. Sucede con los escritores, que es lo que nos atañe, pero también en muchos otros órdenes de la vida. Catedráticos, notables y gente que ha hecho una gran aportación al pensamiento de este país se jubilan y se les aparta por completo de la docencia. No pueden dar clase ni participar en congresos recibiendo un estipendio ni casi publicar, porque se convierte en una losa para su pensión. ¿Qué está pasando aquí?

—¿Cree que es algo deliberado o es torpeza?

—Yo quiero creer que es torpeza, y mira que yo tengo mente conspirativa, ¿eh? Es una legislación de vagos, urbi et orbe para todo el mundo, sin detenderse en las singularidades. No es lo mismo un estibador que un escritor, y hay que tratarlos de manera distinta, tanto en la periodificación de sus impuestos como en su retiro. Creo que hay una torpeza influida por la pereza, porque los políticos no son conscientes de la enorme complejidad de la sociedad del siglo XXI y legislan como si fuera la revolución industrial del XIX. Debería producirse una evolución en ese respecto.

—Alguna vez has dicho que dejaste la revista Más Allá porque estabas cansado de hacer preguntas sin recibir respuestas.

—Así es.

—¿Los libros te las dan?

—Sí, los libros me las dan, o por lo menos me permiten soñar con las respuestas. Para mí un libro no es un dogma, no son unas palabras cerradas que yo transmito a mis lectores y se acabó. Yo veo mis libros como una propuesta de pensamiento, invitando a pensar y resolver ciertas preguntas que me planteo para que ellos también den su parte. Al final del libro hay una nota donde se muestra ese espíritu: “El autor confía en que el lector emprenda su búsqueda, ahora que ya sabe…”. Es una invitación, no es mi palabra contra la suya, sino mi palabra para la suya.

—Entonces, y entroncando con el Grial que aparece en la novela, ¿escribir un libro es hacer una búsqueda?

—Sí, cada libro es una búsqueda y un ejercicio continuo de hacer preguntas. Yo era ese niño, que tú también habrás conocido en clase, que siempre estaba levantando la mano para preguntar al profesor. Me encantaba hacer preguntas, porque tenía sed de aprender y porque me gustaba buscarle las vueltas a las cosas. Creía que era un ejercicio sano, y el sistema educativo hay un momento en el que entorpece eso y te estigmatiza si haces preguntas, te mira mal. Así que el único reducto que me dejó el sistema educativo —que no es solamente los colegios, sino también los padres o la sociedad— fue hacerme periodista, porque tienen licencia para preguntar. Eres igual de preguntón que cuando niño, pero tienes permiso. Sin embargo, todo el que hace preguntas inmisericordemente sobre asuntos que aparentemente no tienen respuesta, si tiene un mínimo de inquietud termina tropezándose contra la frustración que genera la ignorancia. ¿Y cómo vences la ignorancia sobre las preguntas fundamentales de quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos? Con imaginación. Y ahí entra en juego la siguiente herramienta, que es la literatura. Por eso salté a la literatura, para intentar encontrar las respuestas que la vida no me daba a esas preguntas.

"Salté a la literatura para intentar encontrar las respuestas que la vida no me daba"

—En realidad este libro trata sobre el poder de las palabras, como llave de la memoria y como mecanismo para acceder al alma del mundo.

—Por ejemplo, una palabra que aparece en el libro es “estantigua”, que tiene que ver con procesiones y fantasmas, como la Santa Compaña y otras del norte de Europa, y que se revela como un artefacto maravilloso.

—¿Menospreciamos la importancia de las palabras?

—La malversamos. Y lo hacemos continuamente. Recurrimos continuamente a palabras como “libertad” para cualquier tipo de cosa, incluso de adolescentes, cuando le pedimos a nuestros padres “libertad para irnos de juerga”. Y también en contextos políticos, claro, hasta que terminamos mutando su significado.

"Malversamos la importancia de las palabras continuamente, hasta que terminamos mutando su significado"

—Dices que las palabras no son fruto del azar.

—No, se construyen, desde el principio. A mí siempre me fascinó mucho esa imagen del Génesis cuando Dios da nombre a algo, y eso está en todos los textos sagrados de la Antigüedad: una de las primeras tareas titánicas de los dioses es nombrar las cosas. Al darles nombre, también incorporan el alma a la palabra y la manejan. Tú no puedes dominar nada que no nombres. Por eso hoy hay cosas que no dominamos y que tienen nombres muy ambiguos. Por ejemplo, en el ámbito cotidiano se habla de “amor”, y eso es tan difícil de definir que lo que muestra es tu incapacidad para dominarlo. Es una etiqueta que tenemos ahí siempre colgada con alfileres. En el ámbito de la física tú usas “materia oscura” para referirte al setenta por ciento del universo existente, pero no sabes definirlo de otra manera, no sabes lo que es. Y así intentamos dominar el universo, a veces con acierto y a veces con torpeza.

—¿De dónde vienen las ideas? Ya sabes que es la pregunta de rigor.

—Es de lo que trata el libro. Yo no sé de dónde vienen, pero sé por dónde pasan: por el alma. Sé que es otra de esas palabras difíciles, como “amor”, pero si no tuviéramos esa cosa interior que nos hace analizar, y tener los ojos abiertos, y emocionarnos con la belleza, la bondad y las grandes cosas que puede ofrecer la vida, no tendríamos ideas. Las ideas son lo que nos hace humanos. Hace unas cuantas decenas de miles de años hay algo que ocurre en el Paleolítico que nos convierte en creadores, y que tiene que ver con el descubrimiento de la manera de dominar el fuego y con la invención del arte y de la música, que son contemporáneos —sabemos por los descubrimientos que a la vez que pintábamos creamos los primeros instrumentos musicales— y seguro que también con la invención de la palabra. Empezamos a hacer discursos, a contarnos historias, a hacer literatura. Ahí es donde nace todo.

"No sé de dónde vienen las ideas pero sé por dónde pasan: por el alma. Si no tuviéramos esa cosa interior que nos hace analizar, y tener los ojos abiertos, y emocionarnos con la belleza, la bondad y las grandes cosas que puede ofrecer la vida, no tendríamos ideas"

—Con ese algo que nos convierte en creadores enlaza la cita con la que arranca la novela, de Doris Lessing, que plantea la cuestión del narrador primordial. La certeza de que la literatura nació en las cavernas.

—Yo estoy completamente seguro. Por eso en mi trayectoria particular le tengo mucho afecto a la radio, que no he dejado de hacer, porque entiendo que también es una clase de literatura al estilo tradicional, y es una pena que la radio se use poco para contar cosas. Se utiliza para informar, pero poco para narrar. Creo que estamos desperdiciando un canal.

—Estamos lejos de la época de Orson Welles.

—Eso es. Pero yo estoy convencido de que lo recuperaremos y que la radio va a volver a ese cauce, igual que el periodismo. La noticia de lo que está pasando en este mismo momento en el Congreso o en Bruselas, el titular, lo recibes en el acto, pero ¿y que te cuenten la historia? Eso es distinto. Volveremos a la crónica del periodismo, estoy seguro. La crónica va a ser su salvación, porque al final lo que queremos todos es que nos cuenten una historia. “Cuéntame un cuento”, te dicen los niños pequeños, y lo sigues haciendo de mayor. No que te los resuman, o que te den un titular, sino que te los cuenten.

—Calderón de la Barca, Cervantes, Mark Twain, Edgar Allan Poe, Julio Verne, Bram Stoker, Unamuno, Thomas Mann, Umberto Eco, Dan Brown, Tomás Moro, Víctor Hugo, Juan Ramón Jiménez, Valle-Inclán, Parménides, Juan Rulfo, Eduardo Mendoza, Yeats, Dante, Conan Doyle, Henry James, Virgilio… El fuego invisible está minado de referencias a autores y obras.

—Por eso decía al principio que construí este libro de una manera óptima para el Planeta, porque es mi obra con más referencias literarias.

—Hay una que aparece varias veces, al mundo de los románticos: Shelley y su Moderno Prometeo, el lago Leman, Byron, Polidori…

—Yo en este libro veo dos cosas, así de manera mítica: una, la continuación de El cuento del Grial de Chrétien de Troyes, como el Prometeo que le roba el fuego a los dioses para dárselo a los hombres. O sea, yo me he sentido Prometeo con este libro. He querido robar esa chispa, ese punto de vista de la creatividad, para entregársela al lector, sabiendo que puedo avivar ese fuego en él, porque esa es la misión de este libro: decirle a los lectores que llevan eso dentro. Ojalá inspire incluso a futuros escritores. Me gustaría que de alguna manera eso pasara. Es la Arcadia y la Arcadia está dentro de ti.

"Me he sentido Prometeo con este libro. He querido robar esa chispa, ese punto de vista de la creatividad, para entregársela al lector... Esa es la misión de este libro: decirle a los lectores que llevan eso dentro. Ojalá inspire a futuros escritores"

—Aseguras que escribir es un oficio peligroso.

—Es verdad.

—¿Sigue siéndolo?

—En realidad es el más peligroso que existe, porque las palabras son la sustancia más peligrosa que manejamos. Lo que pasa es que, como te decía antes, la mayoría las vulgarizamos, reduciéndolas a meros instrumentos de comunicación, pero cuando somos conscientes de su poder y las inyectamos en la cabeza de alguien es maravilloso. Y peligroso. Tú piensa en los tiempos que corremos, por ejemplo con el uso de la palabra “independencia”, a la que se ha cargado.

"Escribir es el oficio más peligroso que existe, porque las palabras son la sustancia más peligrosa que manejamos"

—¿”La mentira es la madre de todos los males”?

—La mentira es muy cotidiana y la tenemos en todos los niveles, traspasada incluso de padres a hijos, en el colegio, entre historiadores, entre periodistas, entre políticos, entre médicos… La mentira es la masa sobre la que se sostiene la sociedad, y cuando esa masa no es compacta es difícil hacer una buena mentira. Al final se deteriora, y el edificio que has construido sobre ella se viene abajo, que es lo que nos está pasando ahora.

—¿Qué podemos esperar de Otros mundos, la serie que estás rodando con Movistar+?

—Tiene mucha calidad y se está haciendo con mucho detalle. Es una serie muy original, porque es la primera vez que se van a abordar los grandes misterios y enigmas desde la perspectiva de un niño de diez años, que soy yo, que se tropieza con ellos por primera vez. Yo empecé a despertar a esas cosas en torno a esa edad, y ahora he reconstruido anécdotas de mi infancia, convirtiéndolas en pequeñas películas, saltando desde ahí al misterio contemporáneo que ya vislumbraba y tocaba cuando era pequeño. Esa perspectiva es maravillosa, porque sin quererlo nos está saliendo un enfoque que se parece mucho a Spielberg, donde siempre hay niños despertando al mundo. Tiene una estética muy ochentera y muy Stranger Things en algún punto, y de ahí se pasa a los grandes casos que a mí me intrigaron. Lo mismo que con mis libros, quiero trasladar al espectador una óptica. No sólo una información sino cómo ves tú esa información.

—De niños tenemos una curiosidad natural que luego se va perdiendo paulatinamente.

—Para mí todo está en eso, cada vez lo tengo más claro, y tras ser padre me he reafirmado, porque veo cómo funciona otra vez la mente de un niño. Y efectivamente, el niño nunca pierde la capacidad de sorpresa y necesita que le cuenten la historia veinte veces sin que se canse de ella. Puede ver Frozen sesenta veces en su casa [risas] y quiere verla por sexagésimo primera vez. Eso es maravilloso, porque significa que está ávido de conocer el esquema del funcionamiento de las cosas, mientras que de adulto vemos que algo funciona, lo usamos y ya está. Es decir, pasamos de una mente inquisitiva y curiosa, “parcivalesca”, si se me permite el término, a una mente funcional, y eso es lo que hay que evitar.

—No sé si será spoiler de la serie, pero ¿cuándo y cómo empieza esta pasión por los enigmas y el misterio?

—En torno a los nueve o diez años. Pero también es importante dónde, porque empieza en Teruel, mi ciudad natal, la capital de provincia más pequeña de España, que no conoce casi nadie. Es una ciudad histórica, con torres mudéjares de mil años de antigüedad, obras de arte, murallas medievales aún en pie… O sea, un lugar maravilloso y muy evocador para un niño curioso. Yo iba al colegio andando, y para llegar a mi clase tenía que atravesar torres medievales en medio de la niebla con un frío que pelaba, oyendo el retumbar de tus pasos, porque vas solo por la calle pisando piedra. Eso te evoca muchas cosas, y empiezas a imaginar, y a ver monstruos en las esquinas, y a creer que algunas gárgolas están vivas. Por eso en esta serie es muy importante el dónde, porque fue lo que me convirtió en creador y en conversador con las gárgolas.

—Es interesante la parte que dedicas a la “teoría de los secretos”. Algo que puede parecer tan propio de organizaciones secretas a nivel literario pero que cuenta con las mismas “normas” de comunicación que una pareja, por ejemplo.

—Tengo la idea de escribir algo más sobre ella, una especie de decálogo explicando cómo funciona. En el fondo no hay mayor arcano que el amor. Y también la muerte, pero sobre ella no te puedes interrogar. Pero sobre el amor sí, porque es el arcano de la vida, y en él hay muchos secretos, cosas que se ocultan en una relación. Pocos escritores se muestran como realmente son. Hay impostura. Pero eso te da pie a desarrollar una teoría.

—De tus libros, tal vez este sea el que más se parece a La cena secreta (Plaza y Janés, 2004).

—Sí, bueno es una primera persona más íntima, como el padre de Leire en La cena secreta.

—Hay una constante en tu obra, que son los símbolos. ¿Tan importantes son? ¿Los necesitamos tanto?

—Es que la mente humana es simbólica. Funcionamos básicamente por símbolos. Muchas veces actuamos no por cosas que vemos, sino que creemos ver. Tú vas andando por la calle, ves una cruz verde centelleando, y sabes que ahí hay una farmacia, pero si esa cruz la pones en otro contexto, se convierte en un lugar religioso. O en una agresión: no en algo que te puede salvar, sino en algo que te va a atacar. Lo primero que hace un pueblo cuando quiere arrogarse una identidad es construirse símbolos: su bandera, su escudo, su himno… Necesitamos todo eso. En el fondo son etiquetas, porque así funcionamos. Lo cual es una pequeña desgracia, porque toda etiqueta, bandera, escudo o símbolo es reduccionista, una simplificación infinita con la que pierdes un montón de cosas por el camino.

"Toda etiqueta, bandera, escudo o símbolo es reduccionista, una simplificación infinita con la que pierdes un montón de cosas por el camino"

—En esta ocasión el lado oscuro lo representan los “enemigos que usan la literatura para distraer de las cuestiones importantes”.

—Para una novela como esta yo no quería un malo corpóreo demasiado definido. Contra las ideas necesitaba un malo filosófico, y al final son estos frustradores, que no son siempre los mismos, ya que puede pasar de persona en persona. Tú misma puedes serlo en un momento dado sin quererlo, y también una detonadora de luz en otro momento.

—¿Y cuáles son las cuestiones importantes?

—La cuestión importante es, precisamente, la cuestión: el cuestionarse, el preguntar. Es lo único que nos va a hacer avanzar, como también es lo que hace a un lector avanzar por las páginas de una novela. Por eso hay novelas por las que es difícil transitar y a las que les falta el interrogante, el premio al final del camino.

—De hecho, en la novela se discute para qué se inventó la literatura.

El cuento del Grial es la base teórica de la novela. Parcival es un joven que deja a su madre y se aleja de ella, y David es exactamente lo mismo. Hay un paralelismo, un reflejo a este nivel, con el que he querido jugar con el lector —”me suena, pero no sé de qué”— para que lo interprete. Lo que intento es sembrar ese tipo de inquietudes en el lector, que para completar la novela tenga que ir a otros textos, como por ejemplo El forastero misterioso, de Mark Twain.

—También se menciona mucho a Valle-Inclán. Nunca me había parado a pensar en lo de que es intraducible.

—Eso lo valoré mucho, porque esta novela se va a traducir a muchos idiomas, y cuando quise ver el tratamiento que le dan a Valle-Inclán en Estados Unidos vi que era cero. Nadie lo conoce allí. Y es una pena, porque es un intérprete maravilloso de lo que es España, y eso se lo pierden.

—Se detalla, además, el interés de renombrados escritores por el mundo del esoterismo, el espiritismo, los médiums…

—A mí el que me resulta espectacular es Victor Hugo, que estuvo dos años exiliado en la isla de Jersey cuando llegó Napoleón III al poder en Francia, y durante ese tiempo, muerto del asco en una roca, practica el espiritismo con una mesa parlante, porque es la gran moda que viene de Estados Unidos. En 1848 nace el espiritismo con las hermanas Fox, que se comunicaban con los espíritus a base de golpes sobre la mesa, porque entonces el gran medio de comunicación era el telégrafo y usaban código Morse. Esto fascinó tanto a Hugo que abrió cuadernos para hacer preguntas. Habló con Napoleón, con el espíritu de la muerte, con varios espíritus que pasaban por allí… Todo muy dickensiano. Escribió cuatro o cinco de esos cuadernos, algunos se conservan y se han publicado, y en ellos se notan influencias en sus libros posteriores. Eso me pareció maravilloso, que al final el escritor es un intérprete de lo invisible.

"Al final, el escritor es un intérprete de lo invisible"

—¿Cuál es el Enigma, al final?

—La vida. Sin lugar a dudas. No sabemos de dónde venimos ni a adónde vamos. Yo me hago esas preguntas muy a menudo. Durante mi juventud, y ahora también a veces, me preocupaba mucho sobre la vida extraterrestre y la vida del más allá, pero a partir de la paternidad también me preocupo de la vida de aquí. A mí me resulta un proceso casi sobrenatural lo de tener un hijo. No me extraña que en la prehistoria las diosas fueran mujeres. Es que necesariamente tenían que serlo. Luego llega el patriarcado, elimina esa visión maravillosa y la cosifica. El patriarca necesita herramientas, no ensoñaciones, y ahí es donde se produce esta fractura que tenemos entre lo racional y lo irracional. Y es una lucha de nuestra especie, no una lucha social, no es un tema de conquista de derechos. Qué va. Es mucho más atávico y profundo.

—”Todo lo que un hombre sea capaz de imaginar, otro será capaz de llevarlo a cabo”. Al leerlo vienen a la cabeza genios como Da Vinci o Julio Verne.

—Hemos tenido muchos Julio Vernes y muchos Da Vincis en la historia. También tienes a Roger Bacon, que es menos conocido, pero con una mente extraordinaria. Y hoy en día gente como Steve Jobs, o Bill Gates, que está fascinado con Leonardo y se ha dedicado a comprar códices originales suyos. Se siente identificado con él porque está imaginando un nuevo mundo y creando algo que antes no existía. Estas grandes mentes que cambian nuestra óptica se parecen mucho entre ellas. Son unos mutantes excepcionales. Leonardo lo fue, aunque no estudiara Empresariales. Yo me suelo meter en este tipo de gente porque me resulta muy enigmático saber cómo funciona su cerebro, cómo son capaces de ajustar la mirada y ver algo que nadie más ve. De hecho, el libro está dedicado a ellos.

—También hay referencias a Calderón, La vida es sueño, y se vuelve constantemente a los temas del destino y la predeterminación.

—Esa es una obsesión mía. Ya estaba en La dama azul, mi primera novela, donde es casi el eje principal. El protagonista se siente empujado a hacer cosas, como si no pudiera escaparse de su destino, porque así lo sentí yo escribiendo esa novela. Me resultaba curioso el nivel de coincidencias extraordinarias que se producían durante un proceso de investigación y un proceso creativo. Y en este nuevo libro sigue esa obsesión sobre lo difícil que es para todos escaparse a su predeterminación. Pero esta predeterminación ¿dónde nace? ¿Antes de nacer, o sea, venimos ya así, o de repente es un condicionante educativo? Es una duda que a mí me carcome. Yo no tengo precedentes de escritores ni de comunicadores en la familia. Mi padre fue cartero. En mi casa había libros, evidentemente, pero eran novelas entendidas como evasión y mero entretenimiento. Así que de dónde me viene a mí esto no lo sé, y eso me hace preguntarme cosas.

—¿Y qué viene después de esta?

—No lo sé. Tengo una deuda pendiente con mis lectores, que es cerrar El maestro del Prado, donde aún queda un enigma pendiente de resolver. No sé en qué momento lo haré, pero lo haré. Y luego tengo una idea que me viene golpeando mucho, que es escribir sobre la carrera espacial. No tiene mucho que ver con esto, pero es la aventura humana lo que me fascina. En los últimos años he podido ir conociendo a algunos de los astronautas que pusieron el pie en la luna —fueron doce, quedan vivos ocho—, y me han contado cosas, y me han transmitido emociones muy interesantes. Recuerdo haber hablado con James Lovell, del Apollo 8, contándome cómo fueron la primera nave humana en dar una vuelta por detrás de la luna, por su cara oculta. Durante veinte minutos perdieron todo contacto con la Tierra, quedándose sin cordón umbilical con Houston, y fueron los primeros humanos que contemplaban la profundidad del universo, una sensación que todavía hoy le provoca pesadillas. A mí eso me resulta muy evocador: los últimos humanos que han visto algo que nadie había imaginado, y que nadie ha vuelto a ver. Después hemos mandado robots, pero es tan distinta la visión virtual de la real… Es como tener novia por internet o tenerla de verdad. No tiene nada que ver.

 

“A menudo subestimamos el poder de las palabras. Son éstas una herramienta tan cotidiana, tan inherente a la naturaleza humana, que apenas nos damos cuenta de que una sola de ellas puede alterar nuestro destino tanto como un terremoto, una guerra o una enfermedad”, —El fuego invisible

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La carga de la brigada ligera, de Tennyson

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La carga de la brigada ligera, de Tennyson, es una oda a la valentía, la de unos hombres, los seiscientos, que lucharon hasta el final en el campo de batalla pese a la desastrosa labor de sus mandos.

La carga de la brigada ligera, de Tennyson

“¡Adelante, Brigada Ligera!”
“¡Cargad sobre los cañones!”, dijo.
En el valle de la Muerte
cabalgaron los seiscientos.

“¡Adelante, Brigada Ligera!”
¿Algún hombre desfallecido?
No, aunque los soldados supieran
que era un desatino.
No estaban allí para replicar.
No estaban allí para razonar.
No estaban sino para vencer o morir.
En el valle de la Muerte
cabalgaron los seiscientos.

Cañones a su derecha,
cañones a su izquierda,
cañones ante sí
descargaron y tronaron.
Azotados por balas y metralla,
cabalgaron con audacia
hacia las fauces de la Muerte,
hacia la boca del Infierno
cabalgaron los seiscientos.

Brillaron sus sables desnudos,
destellearon al girar en el aire
para golpear a los artilleros,
cargando contra un ejército,
que asombró al mundo entero:

zambulléndose en el humo de las baterías
cruzaron las líneas.
Cosacos y rusos
retrocedieron ante el tajo de los sables.
Hechos añicos, se dispersaron.
Entonces regresaron, pero no,
no los seiscientos.

Cañones a su derecha,
cañones a su izquierda,
cañones detrás de sí
descargaron y tronaron.
Azotados por balas y metralla,
mientras caballo y héroe caían,
los que tan bien habían luchado
entre las fauces de la Muerte
volvieron de la boca del Infierno.
Todo lo que de ellos quedó,
lo que quedó de los seiscientos.

¿Cuándo se marchita su gloria?
¡Oh qué carga tan valiente la suya!
Al mundo entero maravillaron.
¡Honrad la carga que hicieron!
¡Honrad a la Brigada Ligera,
a los nobles seiscientos!”

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Diez libros sobre libros (X)

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Lecturas inevitables si usted es bibliófilo, bibliómano, bibliópata y/o un enfermo del libro

Cuatro años y diez meses han transcurrido desde que me lancé a recopilar libros sobre libros. Como saben los lectores veteranos, las seis primeras entregas aparecieron en mi blog ¡A los libros! Y las cuatro últimas, aunque confío que sean muchas más, en Zenda. A razón de dos por año. En esta décima entrega se han quedado fuera nueve libros que también me atraían bastante. Me he sentido como Joseph Mengele en Auschwitz mientras los elegía, tú entras, tú sales, tú vives, tú mueres. No me había visto antes en esta tesitura de tener tantas opciones para escoger, lo que demuestra el interés actual de las editoriales y del público hacia este tipo de publicaciones.

Creo con sinceridad que puse de moda este tipo de libros que tiene como eje el fervor hacia el libro y su mundo. Hace cinco años no se les prestaba excesiva atención en los periódicos y revistas en papel. Tampoco en los medios digitales. Conforme escribía nuevas entregas, todas con una repercusión brutal de lectores, fue notorio el interés que suscitaban. En una época de segmentaciones como la nuestra, la industria editorial descubrió un filón. La ansiedad por buscar un pequeño rincón en el mercado se convirtió, en este caso, en un nicho cálido y acogedor. Y real. Como advertía Victor Hugo, “la luz, la verdadera luz, sale de los libros auténticos, iluminando el camino de la felicidad”. 

La escritura no es una profesión en la que uno va escalando posiciones, como tantas veces se ve lamentablemente a nuestro alrededor, sino una forma de vivir, una esencia que te acompaña siempre. De manera que prosigo con la misma ilusión de hace cinco años para intentar mantener el asombro de los lectores, pues quisiera encontrarme al otro lado con bibliófilos, bibliómanos, bibliópatas y/o “enfermos del libro” activos que se estremezcan con la lectura de estos volúmenes. Aunque no puedo tener la certeza de que sea así, claro.

Seguimos.

LIBROS SOBRE LIBROS I · LIBROS SOBRE LIBROS II · LIBROS SOBRE LIBROS III · LIBROS SOBRE LIBROS IV · LIBROS SOBRE LIBROS V · LIBROS SOBRE LIBROS VI · LIBROS SOBRE LIBROS VII · LIBROS SOBRE LIBROS VIII LIBROS SOBRE LIBROS IX

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Los primeros editores, de Alessandro Marzo Magno, con traducción de Marilena de Chiara. Un recorrido histórico (y muy ameno) sobre los editores venecianos, casi todos emigrantes centroeuropeos, desde sus orígenes en el siglo XV hasta finales del XVIII, e inventores de muchas de las características que conformarían la edición hasta nuestros días. Y tan excelsos, que en la ciudad de los canales se imprimían en esa época la mitad de los libros de Europa. Datos, información y anécdotas a raudales. Pocas veces me había ocurrido antes que un ensayo absorbiera mi atención de tal manera que me pasara horas prendido de él, olvidándome de todo. (Malpaso, 20 €)

La odisea del libro. La transformación digital. Guía para autores, editores, libreros y bibliotecarios, de Antonio Pérez-Adsuar Belso, con prólogo de Javier Celaya y epílogo de Manuel Gil. Una nueva reflexión sobre el futuro del sector editorial y una estupenda guía de consulta de ágil lectura para los profesionales que trabajan en él, que propone una serie de estrategias prácticas para adaptarse al reto digital. Esta visión global, amplia y detallada, ofrece además análisis teóricos y útiles consejos. Esta guía de apenas 180 páginas debe convertirse en una obra de cabecera para todos los integrantes de la industria del libro. (Diëresis, 15 €)

Las bibliotecas imposibles. Edición de Mario Cuenca Sandoval. Esta antología de relatos fantásticos “con libros imposibles o desconcertantes, libros soñados o inviables desde el punto de vista de las leyes de la naturaleza” incluye a José María Merino, Clara Obligado, Lola López Mondéjar, Juan Francisco Ferré, Carmen Velasco, Alberto Chimal, Pablo de Santis, Roberto Valencia, Mercedes Cebrián, Juan Jacinto Muñoz Rengel y Juan Gómez Bárcena. No sé arrepentirá el lector que se adentre en sus bien encuadernadas páginas, que son una delicia para el buen gusto literario y estético. (Cuadernos del Vigía, 17 €)

Mujeres bibliófilas en España, de Nieves Baranda. ¿Son compatibles las palabras mujer y bibliofilia? Tras leer este breve ensayo solo me queda decir que sí. Que se acabó de una vez por todas dudar de si ha existido una bibliofilia femenina en España, entre otras razones “porque las condiciones sociales la dificultaron”. La autora investiga quince bibliotecas selectas formadas por mujeres, donde obviamente “no están todas las que fueron (…) porque en España han merecido un tratamiento fragmentario y desigual”. Me he quedado con ganas de más, lo cual es una magnífica señal del valor de este trabajo. (Turpin, 10 €)

Libros peligrosos. Asesinatos y libros raros, de Marco Page, con traducción de Luz María Trejo de Ojeda y prólogo de Antonio González Lejárraga. Reedición de la novela negra Fast company, publicada originariamente en 1937, y firmada por Marco Page, seudónimo del escritor, librero y guionista estadounidense Harry Kurnitz (1921-1968). En España se tradujo por primera vez como El matrimonio Glass actúa en 1959, dentro de la biblioteca Oro de la editorial Molino. Estamos además de enhorabuena porque esta ficción inaugura una colección dedicada a las novelas relacionadas con los libros o con el universo bibliográfico. ¡Maravillosa noticia! (Renacimiento, 17,90 €)

Las artes del libro. Una guía para fabricar y encuadernar libros en casa, de la London Centre for Book Arts, con traducción de Álvaro Marcos. Este colectivo londinense dedicado a las artes del libro y la edición, formado por Simon Goode e Ira Yonemura, ideó esta preciosa guía para que conociéramos cómo es un taller de encuadernación, las herramientas, materiales y equipos necesarios, así como las técnicas clásicas y vanguardistas del arte ligatorio. Como en la mayoría de libros de la colección GGDIY, se explica cada técnica con instrucciones fáciles y detalladas fotografías e ilustraciones. Un libro que cuesta menos de lo que vale. (Gustavo Gili, 24,90 €)

Libro y libertad, de Luciano Canfora, con traducción de Juan Manuel Salmerón Arjona. Otro canto de amor a los libros en el que se glosa sobre la censura, la quema de ejemplares, los volúmenes únicos, raros o soñados, la bibliomanía y el crimen o la lectura como obsesión incontrolable, entre otros muchos temas. Este pequeño ensayo es también una victoria del autor sobre “la docta ignorancia del bibliotecario profesional”. Les invito a que lo lean para entenderlo. Un texto mucho más profundo de lo que da a entender su extensión y una lectura adictiva de principio a fin. Muy recomendable. (Siruela, 12,95 €)

Mientras embalo mi biblioteca. Una elegía y diez digresiones, de Alberto Manguel, con traducción de Eduardo Hojman. Walter Benjamin escribió en 1931 un breve texto sobre la experiencia de desembalar su biblioteca, lo que le permitió reflexionar sobre la relación con sus libros. Ochenta y seis años después, Alberto Manguel cuenta la operación inversa para “reconstruir un templo perdido en algún momento futuro”. Este cruzado de la cultura impresa ha dejado de escribir con este libro sobre lo que lee, para escribir sobre lo que siente. Un trabajo de esos que te escarban dentro y que ha conseguido emocionarme de puro placer. (Alianza, 14 €)

El libro y el editor, de Éric Vigne, con traducción de Sofía Tros de Ilarduya. Me van a permitir que reproduzca dos preguntas interesantísimas de este editor francés. “¿Cuál es la aportación intelectual del editor si se pliega a una selección de autores que no ha hecho él, a un escritura que proviene de mundos en los que el eslogan reductor sustituye a la voz elaborada, a una escritura empobrecida por la pasteurización de cualquier idea elevada, con un calendario que no ha marcado él? ¿En definitiva, a todo lo que es contrario a la lenta construcción de un catálogo en el que prima la visión personal del editor?”. Un libro para releer. (Trama, 22 €)

Un día en el atardecer del mundo, de William Saroyan, con traducción de Stella Mastrangelo. Si en las primeras páginas de Si una noche de invierno un viajero, Italo Calvino describe de manera admirable el ritual que transcurre entre la adquisición de un libro, la llegada a casa y el acto mágico de abrir sus páginas, esta novela del escritor californiano (1908-1981) describe a la perfección el mundo literario neoyorquino de la década de los cincuenta, con escritores en horas bajas, editores olvidadizos y agentes literarios codiciosos. Una novela, por cierto, que abandona en muy pocas ocasiones el diálogo. Otro acierto de la editorial barcelonesa. (Acantilado, 18 €)

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Mi hermano David

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David Torres mezcla en Palos de ciego (Círculo de Tiza) la historia de su hermano David con el caso de los niños robados en la dictadura franquista y con el destino olvidado de los músicos rusos más internacionales y las purgas de Stalin. Historias reales contadas como ficción.

Hay un hermano muerto alojado en un sótano de mi mente. No es un recuerdo angustioso ni sombrío, ni siquiera triste. De hecho nunca llegué a conocerlo: falleció un año antes de nacer yo y no llegó a vivir ni siquiera un día. Ese único día está representado por unas líneas manuscritas en un documento, el breve interludio que separa la fecha del nacimiento y la de la muerte. Mis padres me habían contado la historia, pero ya la había sepultado en ese subsuelo de la memoria donde se almacenan los datos inútiles, las cosas que preferimos olvidar, los días inservibles. Reapareció sin querer —un bebé espectral emergiendo entre las aguas de la nada— un día que viajaba en el metro con destino a algún papeleo de la universidad; iba hojeando el libro de familia y me tropecé conmigo mismo en una prefiguración de octubre de 1965, un alter ego fallido que me precedería para siempre en los escalones del tiempo. Mi nombres y mis apellidos estaban escritos en la tinta desvaída del pasado, David Torres Ruiz, y al lado, en la otra página, estaban otra vez el mismo nombre y apellidos con mi fecha de nacimiento, en diciembre de 1966, y la defunción en blanco. Detrás, en la siguiente página, el nombre completo de mi hermano Dani, que aterrizón en julio de 1969.

Mi hermano muerto se llamaba exactamente igual que yo, aunque lo correcto será decir que yo llevo su nombre. Mis padres me llamaron igual desafiando la superstición y el mal fario, una decisión no exenta de riesgos porque si de algo había muerto mi hermano era de mala suerte. La mala suerte de elegir una pésima clínica —San Ramón, en Madrid— y de que a mi madre la atendieran una comadrona infame y unos médicos negligentes. La dejaron esperando durante dos días en la sala de dilatación mientras otras mujeres iban pasando al paritorio. El dolor fue espantoso, el esfuerzo sobrehumano, y para cuando alguien advirtió el error era demasiado tarde. Mi hermano David vino al mundo sin llanto, sin gritos, sin un gemido; probablemente la falta de oxígeno le había provocado ya daños irreversibles. Cuando era niño y pescaba un sargo o una lisa en el puerto de Motril, junto a mi hermano y mi padre; cuando el pez coleaba sobre la tierra, boqueando, parpadeando las agallas en busca de oxígeno, una extraña pena me tocaba en lo hondo, una compasión que entonces no podía discernir. Ahora, por primera vez, creo que la entiendo.

Una vez, en el pequeño bote de mi padre, saqué un calamar de las profundidades; brotó de la piel del mar enganchado al anzuelo, soltando chorros de tinta primero y de agua después, hasta que fue agotándose, rindiéndose. Mi padre lo desenganchó de la potera y lo depositó en el fondo del bote, entre las tablas, medio metro de animal de extremo a extremo contando los dos largos tentáculos y el revoltijo de brazos que se movían cada vez más despacio. Vi cómo la piel del calamar, tachonada de espléndidas manchas de color vino, iba empalideciendo, las manchas disolviéndose una a una, apagándose a medida que lo abandonaba la vida, hasta transformarse en ese plástico blanquecino que adorna las pescaderías en las cajas de hielo. Creo que fue ese día cuando decidí no volver a pescar nunca.

Aquellas líneas manuscritas en un documento oficial entreabrieron un compartimento estanco: un vacío incoloro, un molde de tiempo hueco con la tumba en ninguna parte, sin flores ni aniversarios. Pensé en cómo hubiera sido crecer junto a un hermano mayor, en cómo sería ese otro David de haber cumplido veinte años como iba a cumplir yo entonces, en qué nombre llevaría yo de haber estado él vivo, en los juegos a los que habríamos jugado juntos un trío en lugar de una pareja de hermanos. Las catacumbas del metro eran un buen lugar para meditar en ello; los tuneles pasaban a mi espalda, tenebroso y veloces, como los años no vividos. Algún tiempo después descubrí, hojeando un libro sobre fauna marina, que los calamares tienen un corazón sistémico y dos corazones branquiales.

Sinopsis de Palos de ciego, de David Torres.

En plena juventud, David Torres descubrió en su libro de familia que llevaba el mismo nombre de ese hermano mayor que murió por culpa de una negligencia médica, en una de las infames clínicas dedicadas al tráfico de recién nacidos durante la dictadura. La sombra de la posibilidad de que su hermano fuera uno de los miles de niños “robados” planea sobre ese descubrimiento.

Este recuerdo permaneció larvado durante décadas hasta que emergió del fondo de la memoria de David Torres cuando intentaba, por enésima vez, escribir una novela imposible: la historia de los cientos de músicos ciegos exterminados en los terribles años de las purgas de Stalin, cuyo destino se pierde y se confunde en muchos relatos orales y casi ninguna documentación contrastada.

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Autor: David Torres. Título: Palos de ciego. Editorial: Círculo de tiza. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro

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El desconcierto

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No pretender resultar simpático. Ni inteligente. No desear conmover. No buscar ni la comprensión ni la empatía. Escribir dejando de lado al lector, a ese fantasma que, aunque no creamos en él, siempre está leyendo por encima de nuestro hombro cuando escribimos. Huir, entonces, de todo efectismo, porque el efecto siempre persigue impresionar al lector.

Leyendo El desconcierto, de Begoña Huertas, hago una lista de las cosas que no debe ser un libro en el que alguien hable de un drama personal. Usar una desgracia íntima para conseguir la simpatía del lector es como mendigar contando males inventados. A menudo decimos que escribir es una manera de indagar en la realidad, de descubrir cosas que no sabíamos, y quien indaga se concentra en la cosa misma, no en el receptor de la narración.

Qué hermosa demostración de esa posibilidad de la literatura encontramos en El desconcierto. Porque la impresión que ha dominado mi lectura es que Begoña Huertas escribe en primera instancia no para mí, sino para entender ella, para poner orden, para situarse frente a la enfermedad, no, no sólo frente, sino dentro también, para fijar esa relación cambiante entre el enfermo y sus síntomas, entre el miedo y la amenaza que lo causa.

"¿Soy yo mi cáncer o es un invasor que no tiene nada que ver conmigo? ¿Al luchar contra el cáncer, lucho contra una parte de mí?"

Huertas se enfrenta al texto como se enfrenta a la enfermedad, de forma analítica, cuestionando una y otra vez su propia posición. También lo hace como la ajedrecista que es, con esa combinación de concentración y distancia que exige el juego. Pero a diferencia del ajedrecista que tiene que imaginar las consecuencias de mover una pieza antes de hacerlo, ella escribe y después examina lo escrito, lo dicho, y lo completa o corrige. Este libro se va construyendo por acumulación, de experiencias, de reflexiones, de contradicciones. Lo literario se mezcla con lo clínico, lo individual con lo colectivo, lo prosaico con lo metafórico.

Hay algo conmovedor en ese intento de encontrar una posición propia, de descubrir exactamente –exactamente- qué siente y qué desea sentir ante ese shock de estar amenazada de muerte y ante el deterioro del propio cuerpo. Digo que es conmovedor, porque mientras defiende rabiosamente su propio yo, su individualidad, al mismo tiempo pone en tela de juicio la definición del yo: ¿soy yo mi cáncer o es un invasor que no tiene nada que ver conmigo? ¿Al luchar contra el cáncer, lucho contra una parte de mí? ¿O tengo que aceptarlo, acogerlo, igual que aceptamos que la muerte es consustancial a la vida?

"Lees El desconcierto y entiendes, pero a la vez sabes que no puedes entender. Mostrar esa dolorosa paradoja es uno de los logros de este libro apasionante."

Me han interesado mucho todas esas reflexiones sobre la relación de la autora con la enfermedad, con el tumor que crecía en su cuerpo. Y también esa tozudez, ese empeño, que es otra forma de defenderse, de encontrar una postura propia. Escribiendo y leyendo. Porque Huertas lee continuamente para averiguar qué han dicho otros autores sobre el cáncer, también, más en general, sobre la enfermedad. Lee las experiencias personales de enfermos, lee a Proust, a Dostoievski, las letras de los últimos discos de Bowie y Cohen (de cuando ellos también se sabían cercanos a la muerte), y en el fondo busca algo imposible: que alguien haya dicho lo que necesita oír. Al final —por eso escribimos— tiene que decirlo ella misma, aunque también la propia autora se quede con la impresión de que no basta, de que nada puede expresar de verdad, sin estetizarlo, lo siente un enfermo de cáncer que se somete a exámenes, curas, operaciones. Qué sientes al oír el diagnóstico. Qué sientes cuando estás inerme en un hospital, cuando introducen en ti indefenso agujas y tubos. Qué sientes cuando tu cuerpo ya no es ese compañero fiel que era, cuando deja de obedecerte y se desmadeja y no, no puedes levantarte, ni disfrutar, ni seguir con tu vida después de un breve paréntesis de debilidad.

“Qué difícil es la comunicación entre alguien enfermo y alguien sano. Parece que se trate de dos especies diferentes de humanos.” Aceptar la incomunicabilidad de la experiencia es, paradójicamente, una de las razones por las que escribimos. Porque no podemos contar lo que nos sucede, intentamos acercarnos a ello lo más posible usando un lenguaje desviado, damos rodeos, creamos imágenes. Como hace Huertas en El desconcierto. Porque somos especies diferentes, no me habla a mí; está hablando —escribiendo— sola. Y precisamente por eso, al cerrar su libro, tengo la impresión de haber entendido. La insuficiencia de su lenguaje, pero también su deseo feroz de extraer de él todas sus posibilidades, a pesar de todo, permiten al final la comunicación de su drama personal. Una forma de comunicación. Lees El desconcierto y entiendes, pero a la vez sabes que no puedes entender. Mostrar esa dolorosa paradoja es uno de los logros de este libro apasionante.

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Autor: Begoña Huertas. Título: El desconcierto. Editorial: Ratabooks. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro

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Alicia Aza, contra el silencio universal de la infamia

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Alicia Aza publica su cuarto libro de poemas, Arquitectura del silencio (editorial Valparaíso), un poemario circular escrito en endecasílabos blancos.

Aza, tras visitar Auschwitz, comenzó a preguntarse cómo sería el día a día en un campo de exterminio, y lo que en un principio iba a desarrollarse como un ensayo acabó en estos poemas del silencio —silencio en el sentido de respeto por lo que la poeta ve y siente, y ante el desamparo de la vida— que son también su alegato contra la barbarie y el horror.

“La poesía de Alicia Aza”, escribe Remedios Sánchez, “tan comprometida, tan europea y tan esencialista en su fondo y en su forma, centra su atención en la imprescindible necesidad de rehumanización, de toma de conciencia de la verdad de la Historia (con mayúsculas) para no repetir, una vez más, los horrores del pasado”.

Lectora de la poesía de Pedro Salinas y de Juan Ramón Jiménez, sus influencias abarcan un espectro mucho más amplio, como ella misma ha señalado: “Mahler, Pink Floyd, Patti Smith, Paul Celán, Rilke, Pessoa…”, con estas palabras del poeta portugués abre su Arquitectura del silencio, un pensamiento que marca la línea argumental de la obra:”¿Qué sería del mundo si fuésemos humanos?”. Imre Kertész, Paul Celan, Anna Frank, Irene Nemirovsky, Primo Levi… “Escribir un poema después de Auschwitz es un acto de barbarie. Después de Auschwitz toda cultura es inmundicia”, escribió Theodor Adorno. Alicia Aza, afortunadamente, ha escrito este libro para rebelarse, con su silencio, contra el silencio universal de la infamia.

I

Todo llega en la vida como un sueño,

la imagen fragmentada en la memoria,

el tiempo transformado en un silencio,

fisura inesperada de los días,

el aliento de un viaje al desconsuelo,

y un talismán reclama mi presencia.

Los poemas rasgados al olvido

de los que una vez fue una quimera,

imágenes ardido en un tornado

y ahora, a pesar de Adorno,me devuelven

a la sepultura del genocidio.

 

Mujer bella, poeta y luminosa,

ensimismada Dama del armiño,

efluvio sugerente a la armonía,

destrenzada sonris de Leonardo

en una ciudad siempre torturad.

Cracovia, un rehúso a las heridas,

lugar liberador de las penumbras,

sueños labrados tiene realidad,

deshojada l noche bajo gritos

en la plaza profunda de arrebatos.

 

Nadie vela las almas en los cmlos,

siempre la soledad nitre turistas

y en mi silencio hundo tu mirra.

¡Si hubiéramos llegado los dos juntos

ateridos y ciegos de promesas

como otros derrumbaron sus palabras

en donde ya no queda más que un cielo!

Tú y yo necesitamos revivir

quiénes fueron los unos y los otros.

No lo sabremos nunca, ni dormidos

veremos el dibujo irrepetible

de lo que no podemos ya soñar.

 

Bajo cenizas cruzan los lugares,

cristales de las lágrimas de entonces,

flores amontadas, obeliscos,

coronas de jacintos a los muertos

y nadie se da cuenta de que todos

perdimos una parte de la guerra.

La asfixia por los vasos de la sangre,

humanidad marcada y humillada.

 

Nuestra piel transformada en deportados

y la mirada oculta a la llegada,

estremecidos gritos insurrectos.

Si pudiera cogerte de la mano,

intuir tu calor cómplice del frío,

elevar mi dolor a tu palabra,

descubrir un misterio en tus ofrendas.

Me siento marioneta en el salitre,

inextinguible mar, carne y espinas

y un eco en la memoria del ocaso.

Llueve sobre Arbeit macht frei, el campo

al que nunca pensé que llegaría,

y lo hago exiliada de tus besos

ante la oscuridad que me devora.

 

Existen territorios invisibles

a los ojos despiertos de los niños,

al ruido del color de la amapola,

a la pasión del pájaro que canta

dibujando recuerdos sobre el árbol.

Existen otros campos sin paisaje

donde ni las desgracias sobreviven

al caer lo brillante de tus sueños

de quien ya es un suspiro de la noche.

 

Lo incoloro se ha vuelto herida negra

el trigo, las vides, cristales rotos;

tierra enferma con nubes de pizarra,

árboles de metal, troncos desplomados.

Son esos cmlos donde la presencia

es la vasta ausencia de futuro

hundida en las murallas de la nada,

registros de los cuerpos bajo números

y solo un nombre propio extendido:

Auschwitz-Birkenau, lágrimas salvajes

donde el llanto no tiene baluarte.

El recuerdo, famélicas vocales

una foto impresa en mi derrota.

Cuerpos amontonados, mercancías

humanas como naipes sepultados

de un solo palo: rayas, raya, rayas

abrazan los desnudos ojos idos

presos entre barrotes de madera

que desbordan el límite del papel

y detiene la historia para siempre.

—————————————

Autor: Alicia Aza. Título: Arquitectura del silencio. Editorial: Valparaíso. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro

La entrada Alicia Aza, contra el silencio universal de la infamia aparece primero en Zenda.

Lugares de los que nunca se vuelve

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Veinte años en Territorio Comanche

Territorio Comanche para un reportero de guerra es el lugar donde el instinto dice que pares el coche y des media vuelta, donde siempre parece a punto de anochecer y caminas pegado a las paredes, hacia los tiros que suenan a lo lejos, mientras escuchas el ruido de tus pasos sobre cristales rotos. El suelo de las guerras está siempre cubierto de cristales rotos. Territorio Comanche es allí donde los oyes crujir bajo tus botas, y aunque no ves a nadie, sabes que te están mirando”.

Esto escribió Arturo Pérez-Reverte en aquel lejano abril de 1994. Tres años después se construyó un guion para la adaptación cinematográfica de Territorio Comanche (un relato de guerra, lo definió Pérez-Reverte), estrenada en 1997.

Se cumplen 20 años de ese estreno y hemos querido  en Zenda rendirle homenaje recordando  aquel relato de guerra; un libro inclasificable y brillante, hoy todo un clásico del periodismo, con uno de sus protagonistas, José Luis Márquez. No siempre se puede charlar cara a cara con el personaje de un libro. No siempre uno tiene la oportunidad de sentarse frente a una leyenda viva. Márquez es ambas cosas.

José Luis Márquez nos recibe en el jardín de su casa de la sierra de Madrid. Dejó la Betacam hace ya once años y ahora vive allí, en el mismo lugar donde se criaron sus hijas mayores, con su hijo Arturo de doce y su cachorro de pastor alemán.

De Vietnam a los Balcanes, pasando por la plaza de Tiananmén la biografía de Márquez cubre más de un cuarto de siglo de historia bélica, contaba Pérez-Reverte. Sonrío a este hombre compacto, de pelo blanco y  ojos glaucos entornados por el humo del cigarrillo que nos invita a acomodarnos en su salón. Me mira, valorativo y desconfiado; sólo soy una desconocida que sonríe y en eso le llevo ventaja, pues yo sí sé  quién es Márquez. También sé (lo aprendí muy jovencita) que si uno se fija, descubre que hay hombres  que llevan su biografía escrita en la cara.

Márque. Foto: Jeosm

"Arturo me conoce muy bien y como me conoce muy bien, me ha retratado perfectamente. Todo lo bueno y todo lo malo queda perfectamente reflejado."

–¿Te reconoces en el Márquez de Territorio Comanche?

Hombre, sí; sí me reconozco. Arturo me conoce muy bien y como me conoce muy bien, me ha retratado perfectamente. Todo lo bueno y todo lo malo queda perfectamente reflejado. Sí. Me reconozco en aquel fulano del libro. De hecho estábamos en Yugoslavia cuando le surge la oportunidad de hacer el libro y él me lo comenta. Recuerdo que estábamos juntos en la habitación cuando me dijo que tenía la idea muy estructurada y que me iba a usar en él; que si no me importaba. Y yo le dije que no, claro, pero que a ver lo que cuentas, tío. Controla un poco.

¿Hay algo en el libro con lo que no estuvieses de acuerdo; algo que no te gustó que contara?

No. Y si te digo la verdad, me daba un poco lo mismo lo que quisiera contar, porque como a quienes podía preocupar  ya me conocían y sabían, pues tampoco se iban a asustar mucho.

¿Y tú, reconoces a Arturo en Barlés, el narrador de la historia?

Sí… claro.- Afirma precavido.- Está muy bien contada; muy bien reflejada, digamos, la situación. –Sonríe, lobuno, como si no estuviese del todo satisfecho con la respuesta– ¿Pero puedo decir que era muy pesado? A ver, ya que estáis aquí, y ha salido el tema, pues le vamos a dar caña, ¿no? –Me observan, divertidos, sus ojos glaucos-. 

Quiero ese tanque

No, en serio. Arturo era como en el libro; tal cual, pero también es verdad que era un poquito pesado, o sea. Repetía las entradillas muchas veces; siempre quería imágenes más y más fuertes… y bueno. Ese tipo de cosas.

Mira absorto unos segundos el libro cerrado sobre la mesa de cristal mientras lía el tercer cigarrillo en silencio y yo pienso que tal vez sea algo más que una frase aquello de que hay lugares de los que nunca se vuelve.

–Me acuerdo –continúa Márquez como tirando lentamente de las imágenes de recurso de su memoria– que un día Arturo me dijo que teníamos que hacer una entradilla. Estábamos en Yugoslavia y había una calle, así, una gran avenida larga y nos pasó una situación muy graciosa. Bueno, en una guerra no hay nada gracioso, claro, pero era gracioso porque al final de la calle había un par de carros de combate de los serbios y los croatas tenían un cañón de esos que llaman ellos de tiro tenso en mitad de la calle, enfrentado al tanque, y se disparaban. Nosotros estábamos metidos en una caseta llena de munición, lo cual era una auténtica locura y la imagen era la siguiente: una calle, carros de combate, un cañón, una casa medio camuflada llena de munición y un tío que corre con la bala, la mete en el cañón y vuelve corriendo mientras otro tira de la cuerda para disparar.

"El serbio ni se lo creía. Movía la cabeza como diciendo ¿Pero cómo puede ser cierto esto? ¿Estos dos majaras de donde vienen; de dónde han salido? ¿Qué les hago, los mato, los saludo…?"

Y entonces Arturo va y dice “Pues tendríamos que hacer una entradilla ahí y que se vea el tanque”. Y el pesado insistía e insistía en que se viera el tanque. Fijaros la situación que os estoy contando. Y claro, yo le decía que cómo se iba a ver el tanque si nadie asomaba la cabeza ahí, en mitad de la calle, entre el fuego cruzado para ver el jodido tanque. Y como Arturo seguía insistiendo, pues bueno. Le dije: “Vale, ¿Tú quieres ver el tanque? Pues vamos”. Cogí la cámara y me puse a andar por la carretera hacia el maldito tanque.

El serbio ni se lo creía. Movía la cabeza como diciendo ¿Pero cómo puede ser cierto esto? ¿Estos dos majaras de donde vienen; de dónde han salido?  ¿Qué les hago, los mato, los saludo…? Cuando por fin llegamos, Arturo se puso delante del tanque e hizo la entradilla rápido, pero entonces le digo: “Espera, que creo que no ha salido bien. Haz otra…”. Y le hice repetir aquello como tres o cuatro veces.

Nos reímos. Esa es la famosa entradilla de Borovo Naselje, le digo. Por momentos Márquez parecía más relajado e incluso creí atisbar en él un brillo de felicidad al volver a oír aquel nombre y aquel lugar, aunque fuese en los labios de una desconocida.

Exacto –repitió sin dejar de mirarme–. Borovo Naselje.

Tácticas de supervivencia

Esa entradilla la había contado Barlés/Arturo en Territorio Comanche donde terminaba diciendo: De todos modos les gustaba trabajar juntos. Ambos compartían el gusto por aquella forma de vida, y cierto sentido del humor rudo, introvertido y acre.

¿Cómo era trabajar con Barlés; cómo era vuestro trabajo juntos?

Éramos un equipo; como un café con leche que mezcla bien. Y la verdad es que tampoco tenía que picarme para ponerme a currar en lugares difíciles. Al fin y al cabo aquello era la guerra e intentábamos trabajar lo mejor que podíamos. Yo creo que funcionábamos bien; hacíamos buenas cosas juntos. Sí.

Territorio Comanche es una historia de guerra, pero también de camaradería, algo a lo que Barlés/Arturo otorga mucho valor. ¿Cuál es tu visión sobre eso?

Nos llevábamos bien. Teníamos muchas broncas. Muchas, muchas, muchísimas, pero eran las broncas normales del trabajo; el estar dos personas juntas trabajando día tras día y en situaciones como aquellas, pues te lleva inevitablemente a la bronca. Hasta nos hemos agarrado del cuello en alguna ocasión, pero eso era soltar nervio; adrenalina, para poder seguir trabajando. Pero luego nos llevábamos bien. Me acuerdo por ejemplo que después de haber discutido, él se levantaba por la mañana y yo estaba desayunando y  aparecía  así con esa cara  de palo que se le pone cuando está cabreado, y se acercaba caminando, balanceándose, con sus andares  tan característicos, se sentaba sin decir ni mu y entonces yo le soltaba cualquier burrada graciosa que se me pasaba por la cabeza y él se reía y ahí se cortaba el cabreo.

Con Arturo trabajaba bien. Son momentos duros y difíciles y no puedes estar con un enemigo, tienes que estar con quien compartas camaradería. Momentos de espera o de tensión; horas de coche por lugares reventados de una ciudad en llamas o por carreteras llenas de nieve; bloqueados por controles de tíos armados o abiertos a caminos donde crece mansa y sospechosamente la hierba, señal inequívoca de que una mina espera al coche o al incauto o al poco observador o al que aquel día le toca pisarla. Todo eso tienes que vivirlo junto a alguien del que te fíes, y que confíe en ti también.

"Yo he estado en ciudades donde se combatía; combates de uno, dos tres días. Pero en Sarajevo fueron tres años sin parar."

¿Qué te parece Territorio Comanche como relato de guerra? ¿La guerra era así, como la cuenta Barlés?

Guerras. –Márquez chasquea la lengua, pensativo–. Hay varios tipos de guerra, ¿vale? Él cuenta en este libro una guerra de ciudad, que es completamente distinta a otra guerra…, qué decirte… a Vietnam o Irak por ejemplo. En aquellos lugares fue una barbaridad lo que ocurrió, pero los periodistas estábamos yendo y viniendo.

Ahora bien, puedo asegurarte que la guerra más dura que he vivido ha sido esa —señala el libro de lejos, sin tocarlo, como si todas las batallas se escondieran en sus 140 páginas—, la guerra de Yugoslavia. Es que estábamos dentro, compartiendo una guerra que no era la  nuestra. En Sarajevo cruzar una esquina era exponerte a un francotirador, como el paisano de al lado, te levantabas y no tenías agua, como el paisano de al lado y cuando se acababa la comida, pues se acababa para todos, para los paisanos y para los que estábamos allí trabajando.

Yo he estado en ciudades donde se combatía; combates de uno, dos tres días. Pero en Sarajevo fueron tres años sin parar. De verdad que aquello era una locura. Dicen que llegaron a caer 7.000 bombas diarias, más que en Stalingrado. Era un martirio; no sabías dónde podías estar ni cuando te podían dar o no.

¿Y cómo se sobrevive a eso?

Pues trabajando, supongo. Dentro de toda esa maldad, yo estaba en mi mundo, y cuando  veía Sarajevo a través de mi cámara, estaba viendo una especie de película; algo irreal. Me concentraba en el plano, el peso de la cámara en el hombro, la luz. Cosas así. Era mi trabajo.

Y claro. Nos disparaban como a cualquiera. A veces estabas trabajando y notabas cómo silbaban a tu lado, psiummm, una; psiummmm, dos; y pensabas, joder a la tercera me da, porque este tío me está tirando a mí. Pero seguías trabajando porque lo que ocurría fuera de cuadro no te importaba un carajo en ese momento. El visor de la cámara me daba distancia y me daba fuerza. Me daba energía.

Márquez. Fotografia: Jeosm

Decía Barlés/Arturo que la guerra también era eso, “kilos y kilos y toneladas de fragmento de metal volando por todas partes. Balas, esquirlas, proyectiles trayectorias, trozos de acero cruzándose en el aire, horadando la piel, arrancando trozos de carne, quebrando huesos, salpicando de sangre el suelo, las paredes”. ¿Es así de literal?

Claro que lo es. Recuerdo una vez que íbamos en el coche por el aeropuerto y (suena un poco a película por eso lo cuento pocas veces), pero te juro que sentí cómo algún francotirador me disparaba y la bala pasaba delante de mí cruzando por las dos ventanillas. Sentí o presentí el frío de la bala al cortar el aire. Te lo juro. Íbamos a Sarajevo cuando unos periodistas  de la CNN se cruzaron con nosotros y al decirnos que iban para la zona del aeropuerto recuerdo que les advertí de la presencia de un francotirador. Al poco nos enteramos que a la cámara de la CNN una bala explosiva de francotirador le había alcanzado justo en el lugar donde yo había tenido aquella sensación de frío veloz, arrancándole la mandíbula. Sobrevivió de milagro, le reconstruyeron la cara como pudieron y aún vive, pero imagínate cómo, la pobre. Las guerras y las balas tienen muy mala leche.

Sus imágenes eran la guerra

–Y cuando ya no hay guerras que cubrir, ¿cómo vive uno en la retaguardia?

Pues si te digo la verdad, unas veces olvidando todo, mi anterior vida, para poder vivir tranquilo la de ahora y otras veces, la mayoría, echándolo muchísimo de menos porque es un trabajo que tienes presente cada día;  cada vez que enciendes la televisión, o ves un telediario, la cabeza te dice: “Ahí tenías que estar”. Estoy seguro de que si viviera cien años (que no es el caso porque me quiero morir pronto), seguiría sintiendo lo mismo. No  se me ha pasado.

Tenía 18 cuando me fui a Vietnam y al llegar allí algo dentro de mí me dijo, “chico, esto es lo tuyo”. No me gustó la guerra. Me gustó el trabajo en la guerra.

Márquez y Pérez-Reverte.

Barlés dice en Territorio Comanche que tú no rodabas imágenes de guerra, sino que tus imágenes eran la guerra. ¿Qué opinas de esa frase?

Yo he trabajado para televisión y ahí los trabajos son muchos y variados: Olimpiadas, fútbol, cosas que a la gente le maravilla, pero yo jamás cambié una guerra por nada. Me gustaba vivir ahí; me sentía bien, cómodo. Creo además que aprendí a moverme, a desenvolverme  de manera eficaz en ese ambiente y creo que manejaba o controlaba muy bien a la gente en esas situaciones. Por ejemplo, yo les decía cosas a los soldados de cualquier tipo y nunca he tenido un problema. Recuerdo que un día vino un compañero con la cara rota que me dice: “Esto es por tu culpa; porque se me ha ocurrido entrarle a un soldado como le entras tú  y me ha dado con el M-16 en la cara”.

"Olfato. Puro olfato de veterano que te permite rápidamente saber hasta dónde puedes llegar. A veces enganchando a un fulano, a veces suplicando."

Pero es que hasta para eso hay que tener táctica. Y olfato. Son 40 años de guerras, claro; de moverme por lugares por donde hay tíos con armas. Desarrollas tus propias tácticas. Por ejemplo, en Israel  había que saber que la mayor parte de los soldados eran hispanos, con lo cual tenías que tener cuidado con lo que decías. De hecho, allí, antes de decirles cualquier barbaridad, recurría a un tema universal, el fútbol, “Real Madrid”, “Barcelona”. Cosas así. Y si me contestaban pues ya sabía yo que tenía que cuidar mis palabras.

Con los serbios era otra cosa. Una vez uno me puso la pistola en la cabeza: “Dame la cámara”. “No te doy la cámara”. “Dame la cámara”. “Dame la cámara”. “Que-no-No-te-doy-la-puta-cámara”. Y con la pistola en la cabeza, le agarré del cuello. Pero ¡ojo!, yo ya me había fijado en una cosa.

Márquez echa mano del mando de la T.V. y me apunta con él.

Ese tipo no tenía el dedo en el gatillo, sino fuera, sin rozarlo siquiera. Así, ¿ves?

Lo veo. También veo la mirada de Márquez. No me gustaría encontrarme en una situación crítica enfrentada a un tipo así, con esa mirada y una pistola de verdad en las manos.

Pero, ¿sabes? mientras duraba la bronca yo no paraba de observar al soldado. Este tío no ha metido nunca el dedo en el gatillo, me dije. Este tío no va a disparar.  A lo mejor otros con el ojo menos adiestrado no se fijan. Yo que sé.

Márquez baja el arma y la deja sobre la mesa de cristal. Ahí vuelve a ser un inofensivo mando a distancia de la T.V.

Tampoco estoy muy seguro de que me hubiese detenido si realmente aquel fulano hubiese terminado metiendo el dedo en el gatillo.

Pero mira. El olfato y la experiencia siempre me funcionaron. Recuerdo… ¿dónde era…? Sí. Era en Afganistán. Trabajábamos medio escondidos junto a un campamento ruso donde estaba superprohibido grabar, y yo como podía hacía mis planos y tal, cuando de repente la cámara, que es un pedazo de trasto, salió volando, disparada del hombro y de la mano. Me giro y veo a un ruso como hasta el techo de grande con la cámara que la va a reventar contra el suelo. Entonces es que ni lo pensé. Mi reacción fue ponerme de rodillas delante de él y suplicarle:

¡No, no, no, no, no. No la rompas, por favor! Y para mi sorpresa el ruso no la rompió. Me la dio.

Olfato. Puro olfato de veterano que te permite rápidamente saber hasta dónde puedes llegar. A veces enganchando a un fulano, a veces suplicando. Desde el principio  me preocupé en aprender estas cosas. O a lo mejor es que desde que estuve en Vietnam decidí que ése era mi camino y puse todo mi esfuerzo en aprender para no llegar cada día de novato. De novato en la guerra no te comes una rosca. Ni lo cuentas.

Márquez y María José Solano. Foto: Jeosm

Retratos de guerra

–Barlés/Arturo te describe en Territorio Comanche así: “Márquez era rubio, pequeño y duro, con los ojos claros, y las tías lo encontraban atractivo”. ¿Cómo describirías tú a Barlés/Arturo; al de entonces; al de la Tribu?

Márquez enciende el enésimo cigarrillo que acaba de liar. Sonríe casi tímido clavando en silencio la mirada en la  puerta, como buscando una salida alternativa a aquella situación. Me mira sin contestar. ¡Joder, vaya preguntita! Han pasado 22 largos segundos de silencio.

Pues nada –se decide–. A Arturo lo voy a definir como serio, trabajador y un tanto chulesco. Pero todo eso lo escribes con cariño; porque lo estoy diciendo desde el cariño, ¿eh? –Sonríe–. Además es que recuerdo una situación que define perfectamente eso que digo de “un tanto chulesco” y te la voy a contar.

"No nos vamos porque no se me pone en los cojones —decía Arturo—. Y bueno. Al final era un pulso entre su chulería y la de un tío con pistola."

Había un periodista que trabajaba  de suplente para un medio español, La Vanguardia. Nunca supe de dónde era  pero se llamaba algo como Gabriel Rosas Flores o Flores Rosas. Algo así. Solía llevar en su coche a soldados y mercenarios de acá para allá, cosa que un periodista nunca debe hacer, porque si te conviertes en partícipe te pueden terminar disparando los de un bando o el otro. A ti y a cualquier otro periodista. Si un imbécil mueve hombres armados en un coche de prensa, a la prensa nos terminan disparando, claro. Andaba por el hotel con un casco donde había escrito “nasío para matar”,  un paquete de Winston en la cinta y una Skorpion en el cinturón. Poco a poco se le fue yendo la pinza y terminó dejando el periodismo y  pasándose a lo tiros, montando una brigada internacional que degeneró en algunas historias turbias que nunca se pudieron probar. Pues con semejante personaje coincidimos en un lugar llamado Osijek, donde a éste no se le ocurre otra cosa que escribir un panfleto en la pared aludiendo a los periodistas españoles. Allí, en aquel momento  la guerra era tan cruda, que malditas las ganas de bromas que podíamos tener. Arturo sacó el bolígrafo y contestó por escrito y bien clarito en un tono que no dejaba lugar a dudas de que  al “floresrosas” no le iba a gustar nada cuando lo leyese. Y efectivamente. Estábamos unos cuantos españoles de prensa en el hotel currando y apareció este menda con tres tíos que daba miedo verlos, y muy cabreado escupe un “¿Quién ha escrito esto?”.

En mitad del silencio Arturo se levanta muy despacio: “Pues lo he escrito yo”.

Hubo sus más y sus menos y éste nos terminó diciendo  que teníamos diez minutos para abandonar el pueblo, y claro. Lo que pasaba es que este tío conocía muy poco al Reverte, porque por supuesto no nos movimos de allí. Y de verdad que aquel fue un día para olvidar. Para olvidar. Porque como el colega controlaba el pueblo, consiguió que se cerrara para nosotros: Ni café en los bares ni teléfonos operativos para poder llamar o trabajar ni nada. Nos cerraban las puertas en las narices. Estábamos como Gary Cooper en Solo ante el peligro.

“No nos vamos porque no se me pone en los cojones” —decía Arturo—. Y bueno. Al final era un pulso entre su chulería y la de un tío con pistola. Yo creo que aquello fue absolutamente innecesario, pero ya te he dicho que Arturo era así. “Un tanto chulesco”.

Amigos, hoteles, “No pictures” 

–Es que vivir en Territorio Comanche tantos meses no debió ser nada fácil. ¿Qué recuerdas de aquello con más intensidad?

Bueno, fácil no era. Sólo los más duros sobrevivían  a aquello. Me refiero a los más duros de coco (se toca la cabeza). Tengo imágenes, lugares, nombres, que llevo conmigo para siempre. Por ejemplo Dubica, donde hice unas imágenes que, creo, son de las mejores, al menos para mí. En ellas no había ni un solo tiro, ni un disparo, pero daban una sensación muy clara de imágenes de guerra-guerra: soldados croatas jóvenes, chavales, retirándose dispersos después de una batalla muy dura, sin fuerzas ni para alegrase de seguir vivos, exhaustos, decaídos. Eran incluso… bueno. Me salieron muy bonitas aquellas imágenes;  muy buen reflejo de lo que era la guerra.

"Mi ayudante de sonido cuando nos preparábamos para salir y veía que Arturo se colocaba la muñequera de tenis, cubriendo el cristal del reloj para evitar los reflejos, se acojonaba porque ya sabía que cuando hacía eso es que aquel día íbamos a trabajar al infierno."

Recuerdo  el infierno de Dobrinja, el barrio de los francotiradores, un carajal de tiros cerca del aeropuerto de Sarajevo, donde a veces íbamos a  hacer shopping, o sea, a verlas venir. También una vez fuimos allí a cenar a un restaurante que acababan de abrir. Nos fuimos en la moto de nuestro amigo Miguel Gil, el Muyahidín, a toda pastilla cruzando aquella locura de oscuridad negrísima, alumbrando el camino con una linternita. Incluso en la guerra, la vida sigue.

Y también recuerdo los maizales de Vukovar y aquel cebra que me gritaba “no pictures” en Kukunjevak, y las postales de Mostar. Y a la valiente Jadranka, nuestra intérprete, o a mi ayudante de sonido, que cuando nos preparábamos para salir a trabajar y veía que Arturo se colocaba la muñequera de tenis cubriendo el cristal del reloj para evitar los reflejos, se acojonaba y me decía que él no iba, porque ya sabía que cuando hacía eso es que aquel día íbamos a trabajar al infierno. Sí. Tengo muchos recuerdos, aunque no sabría decirte cuál de todos tiene mayor intensidad.

Márquez y su perro. Foto: Jeosm

¿Recuerdas también el Holiday Inn de Sarajevo, el mítico hotel de periodistas?

Márquez entorna los ojos azules por detrás del humo del tabaco.

–¿Que si lo recuerdo? –Sonríe con el eterno cigarrillo pegado en el labio inferior–. El Holiday Inn era mi casa.

Incluso en la etapa dura cuando ya no había de nada ni en el hotel ni en ningún sitio; cuando nos habíamos bebido hasta la última gota de Vranac y ya no había nada que echarse la boca; sin luz ni agua y a veces sin pared en la habitación porque caían bombas por todas partes, aun así, aquel lugar era lo más parecido a un hogar que se pueda tener.

A veces pienso que debería volver. Me gustaría mucho volver allí antes de morir.

¿Qué es para ti la muerte, Márquez?

Una parte más de la vida.

¿Qué es el miedo?

El miedo no existe.

–¿Y la amistad?

Es un producto del que se venden muchas falsificaciones. La gente lo usa con bastante ligereza, pero para mí tiene mucho peso.

Un amigo es con quien compartes la última botella de Vranac, o del que te fías cuando te dice “camina por aquí” en un campo minado. Alguien con quien trabajas bien incluso en los territorios más comanches. Arturo y yo fuimos el mejor equipo porque éramos amigos.

Márquez y su perro. Foto: Jeosm

La mañana es luminosa y salimos al jardín porque Jeosm quiere fotografiarlo junto a su precioso cachorro de pastor alemán. Márquez posa impasible frente a la cámara de Jeosm, especialmente diseñada para fotografiar tipos duros. Por la noche me envía las fotos y las miro durante un lago rato. El tiempo, la vejez y la vida con su implacable decadencia no pueden, sin embargo, despojar del todo a determinados hombres.

En la pantalla del portátil comparo dos fotos de Márquez con 20 años de diferencia, comprobando con tranquilo asombro que sigue intacta aquella mirada inconfundible; esa que se les pone a quienes recorren los mil metros más largos de su vida: mil metros que ya siempre los mantendrán lejos de aquellos a quienes nunca les ha disparado nadie.

Territorio Comanche en imágenes:

iCorso.com/hemeroteca/MARQUEZ.pdf

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Título: Territorio Comanche. Autor: Arturo Pérez-Reverte. Venta: Amazon

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5 poemas de Paul Verlaine

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Su vida fue difícil y tortuosa. Pero eso no le impidió crear una obra poética que influyó en movimientos literarios posteriores como el modernismo. A continuación puedes leer 5 poemas de Paul Verlaine.

Grotesco

Sus piernas por toda montura,
Por todo bien el oro de sus miradas,
Por el camino de las aventuras
Marchan harapientos y huraños.

El prudente, indignado, los arenga;
El tonto compadece a esos locos aventurados;
Los niños les sacan la lengua
Y las chicas se burlan de ellos.

Sin más que odiosos y ridículos,
Y maléficos, en efecto,
Y tienen el aire, en el crepúsculo,
De un mal sueño.

Y con sus agrias guitarras,
Crispando la mano de los liberados,
Canturrean unos aires extraños,
Nostálgicos y rebeldes

Y es, en fin, que sus pupilas
Ríe y llora – fastidioso-
El amor de las cosas eternas,
¡Viejos muertos y antiguos dioses!

Id, pues, vagabundos sin tregua,
Errad, funestos y malditos,
A lo largo de los abismos y de las playas
Bajo el ojo cerrado de los paraísos.

La naturaleza del mundo se aísla
Para castigar como es preciso
La orgullosa melancolía
Que te hace marchar con la frente alta,

Y, vengando en ti la blasfemia
De inmensas esperanzas vehementes,
Hiere tu frente de anatema.

En el balcón

En el balcón las amigas miraban ambas como huían las golondrinas
Una pálida sus cabellos negros como el azabache, la otra rubia
Y sonrosada, su vestido ligero, pálido de desgastado amarillo
Vagamente serpenteaban las nubes en el cielo

Y todos los días, ambas con languideces de asfódelos
Mientras que al cielo se le ensamblaba la luna suave y redonda
Saboreaban a grandes bocanadas la emoción profunda
De la tarde y la felicidad triste de los corazones fieles

Tales sus acuciantes brazos, húmedos, sus talles flexibles
Extraña pareja que arranca la piedad de otras parejas
De tal modo en el balcón soñaban las jóvenes mujeres

Tras ellas al fondo de la habitación rica y sombría
Enfática como un trono de melodramas
Y llena de perfumes la cama vencida se abría entre las sombras

Las conchas

Cada concha incrustada
En la gruta donde nos amamos,
Tiene su particularidad.

Una tiene la púrpura de nuestras almas,
Hurtada a la sangre de nuestros corazones,
Cuando yo ardo y tú te inflamas;

Esa otra simula tus languideces
Y tu palidez cuando, cansada,
Me reprochas mis ojos burlones;

Esa de ahí imita la gracia
De tu oreja, y aquella otra
Tu rosada nuca, corta y gruesa;

Pero una, entre todas, es la que me turba.

Mi sueño

Sueño a menudo el sueño sencillo y penetrante
de una mujer ignota que adoro y que me adora,
que, siendo igual, es siempre distinta a cada hora
y que las huellas sigue de mi existencia errante.

Se vuelve transparente mi corazón sangrante
para ella, que comprende lo que mi mente añora;
ella me enjuga el llanto del alma cuando llora
y lo perdona todo con su sonrisa amante.

¿Es morena ardorosa? ¿Frágil rubia? Lo ignoro.
¿Su nombre? Lo imagino por lo blando y sonoro,
el de virgen de aquellas que adorando murieron.

Como el de las estatuas es su mirar de suave
y tienen los acordes de su voz, lenta y grave,
un eco de las voces queridas que se fueron…

Te ofrezco

Te ofrezco entre racimos, verdes gajos y rosas,
Mi corazón ingenuo que a tu bondad se humilla;
No quieran destrozarlo tus manos cariñosas,
Tus ojos regocije mi dádiva sencilla.

En el jardín umbroso mi cuerpo fatigado
Las auras matinales cubrieron de rocío;
Como en la paz de un sueño se deslice a tu lado
El fugitivo instante que reposar ansío.

Cuando en mis sienes calme la divina tormenta,
Reclinaré, jugando con tus bucles espesos,
Sobre tu núbil seno mi frente soñolienta,
Sonora con el ritmo de tus últimos besos.

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Marta Sanz

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Tuve el placer de conocer a Marta en una entrevista que le realizó Karina Sainz para Zenda, y le hice algunas fotos, pero apenas hablamos.

Me pareció una mujer con una sensibilidad especial y encantadora, aparte, por supuesto, de una gran escritora.

Le propuse hacerle un reportaje fotográfico para este blog y lo aceptó con mucho gusto.

Fue un placer volver a coincidir con Marta y charlar con ella durante más tiempo, sobre su trabajo y su última novela Clavícula, sobre el amor por los libros como objeto de uso y disfrute: subrayarlos, doblar esquinas de páginas y anotar ideas en ellos.

Aquí podéis saber más sobre ella:

Marta Sanz es una escritora madrileña que en noviembre de este año cumple cincuenta años. Ha escrito libros de ensayo, poemarios y novelas, y ha ganado algunos premios, como el premio de la Crítica de Madrid por su poemario Vintage (Bartleby); el Ojo Crítico de Narrativa por Los mejores tiempos (Debate); el Herralde por Farándula; o el Tigre Juan, Cálamo y Estado Crítico por Daniela Astor y la Caja Negra (Anagrama). Ha escrito novelas detectivescas como Black, black, black y Un buen detective no se casa jamás (ambas en Anagrama), sociales como Animales Domésticos (Destino) y autobiográficas como La lección de anatomía (Anagrama) y Clavícula (Anagrama), gracias a la que este año está viviendo experiencias estupendas. Colabora con Babelia, Mercurio, El Viajero y El Salto, e imparte clases en Función Lenguaje, Escuela de Escritores y la Universidad de los Mayores de la Complutense de Madrid. Su primera novela se titula El frío (Debate, 1995).

Nos recomienda este libro a los lectores de Zenda:

Recomiendo El joven sin alma. Novela romántica de Vicente Molina Foix (Anagrama), una novela en la que, en clave autobiográfica, se habla de la infancia y de los años de formación del escritor alicantino. De sus amistades y amores con Terenci Moix, Ana María Moix, Gimferrer, Carnero y Leopoldo Panero. El retrato de un grupo de letraheridos y, a través de él, el retrato de una época. Comparto con los lectores de tu blog las líneas que le hice llegar al propio Vicente, una carta para recomendar un libro en el que las cartas son fundamentales, igual que en otras obras anteriores de Molina Foix que, junto a esta, constituyen una unidad: El abrecartas y El invitado amargo.

Querido Vicente:

Ayer salimos zumbando porque habíamos quedado, pero me quedé con la espinita de decirte lo mucho que me ha gustado El joven sin alma. Por muchas razones que me va a costar resumir en un correo. A ver si puedo. Me voy a comportar como una maestrilla.

– Me encanta ese placer de la escritura que sale de ti y llega a lectores que lo recibimos con el mismo placer. O más. La fluidez del artificio.

– La mirada risueña e incisiva de un sentido del humor que no amortigua la melancolía fundamental en este texto.

– Siento envidia de esos amores antiguos, de ese vínculo entre letraheridos, de ese tiempo del que sabemos algunas cosas, pero que tú nos muestras desde la perspectiva de esa sensibilidad sin alma tan fría y tan caliente al mismo tiempo. Un cínico cariñoso. Un aprendiz que viene aprendido de casa. Un niño con la cara redonda.

– El símbolo de los abrigos de piel, de la prenda que va haciendo del cuerpo lo que es, la metáfora wildesiana de que las apariencias no engañan y de que nuestras máscaras —los libros, las pelis, los aliños indumentarios— somos sin remedio nosotros mismos. Nos ahormamos a nuestros exoesqueletos y, al final, es difícil distinguir lo propio de lo ajeno, el dentro del fuera, el amor de otras cosas… En cuanto al tabaco, yo creo que es el hilo que conecta a todos los personajes con la muerte, de modo que no puedo evitar establecer una asociación entre el glamour y la muerte: otra vez pienso en las películas. Aunque estoy convencida de que el tabaco solo es una forma de vencer la timidez.

– La sensualidad intelectual. La sensualidad y el sexo en la antípoda perfecta de la burricie. La sexualidad como sofisticación. El empeño de encontrar lo bello en todo lo que no es convencional.

– Las frases redondas. La forma que se ajusta, como un guante, como los abrigos, a las intenciones o las intuiciones.

– La imaginación, las invenciones, que humedecen y fertilizan la vida. Qué bella es la historia de Isis y de Osiris. Y toda esa cinefilia de la que empecé a tomar nota para desistir al final… Zurlini, cómo me gusta Zurlini. Y Pavese.

– La voz final de Ana María. Su atractivo. Esa fragilidad mordiente. Esa belleza difícil. La intuición de que lo que siempre quiso escribir fueron libros de vaqueros. La luz de las depresiones y la larva tristeza que está dentro de la euforia.

– La duplicación de la voz genera una distancia que al mismo tiempo aproxima. No es un velo de pureza, sino la posibilidad que tú te conviertas en el lector de ti mismo y de esa comunidad —esa pandilla— de la que no puedes separarte. Y en la medida en que eres un lector de ti mismo te agrupas con tus lectores que somos nosotros. Es un libro cariñoso. Habla de la necesidad de arroparnos que tenemos los unos a los otros, aunque nos creamos impertinentes, jóvenes sin alma, excepcionales. O precisamente el amor por los demás es lo que nos convierte en titanes. Ahora hablo como la monja fantasiosa que yo soy. Ecuménica y mitológica.

He disfrutado muchísimo. Hay mucho más que decir.

Gracias, Vicente.

La entrada Marta Sanz aparece primero en Zenda.

Inteligencia artificial IV: Conviviendo con robots

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Nadie cuestiona una futura convivencia del ser humano con formas de Inteligencia Artificial (IA). Mucho menos los más iniciados y los más inmersos en el mundo de esta tecnología.

La IA es una consecuencia inevitable de la ley de Moore, y va a cambiar nuestras vidas en una forma difícil de imaginar para los humanos actuales. Las únicas incertidumbres sobre el futuro se arrojan sobre hasta dónde la ciencia y la tecnología nos van a permitir llegar.

Estas dudas se plasman en la práctica en dos corrientes de pensamiento. Unos creen que las máquinas llegarán a tener plena inteligencia (“IA fuerte”), frente a otros que piensan que las máquinas tan solo llegarán a actuar como si fueran inteligentes (“IA débil”).

Los defensores de la “IA fuerte” tampoco se ponen de acuerdo al tratar de determinar cuándo se alcanzará ese nivel referente de inteligencia en las máquinas que hemos venido llamando “singularidad”.

Una de las más famosas predicciones es la de Ray Kurzweil, basada en curvas exponenciales de crecimiento de las tecnologías de la computación. Sus conclusiones apuntan a que una máquina será capaz de pasar por primera vez el test de Turing en 2029 y que la singularidad se alcanzará plenamente en 2045.

Un conjunto de predicciones recogido por la Acceleration Studies Foundation, organización dedicada a predecir y estudiar futuros cambios tecnológicos, sitúan la singularidad entre 2030 y 2080.

Quizás la más acertada de las predicciones sea la del Future of Life Institute, que tras realizar varias encuestas preguntando a distintos colectivos de investigadores, todas llevan a la misma conclusión: nadie lo sabe. 

Riesgos y temores de la IA

Vivimos en un mundo absolutamente competitivo. Competimos en el deporte, en el trabajo, en nuestras relaciones sociales… El que destaca en un campo, el número uno, es el que ostenta el poder.

¿Podemos imaginar un mundo en el que una súper inteligencia dominara todas las disciplinas de nuestra vida? Podría enriquecerse invirtiendo en bolsa, apoderarse de los medios de comunicación, generar información falsa, manipular opiniones e incluso derrocar gobiernos. Quien estuviera detrás de esa súper inteligencia gozaría de un poder absoluto.

"Recreando el proyecto Manhattan, que diseñó la primera bomba atómica, el equipo Omega desarrolla una súper inteligencia artificial, Prometheus."

Max Tegmark es profesor del MIT, presidente del Future of Life Institute y a la vez reconocido divulgador científico. Su última publicación, Life 3.0, editada hace apenas unas semanas, es una didáctica a la vez que amena introducción al mundo de la Inteligencia Artificial (IA). En ella se contemplan tanto aspectos científicos como sociales, y es una lectura recomendada para todo aquel que desee profundizar en esta materia.

Comienza Life 3.0 con un relato tan ficcionado como verosímil. Recreando el proyecto Manhattan, que diseñó la primera bomba atómica, el equipo Omega desarrolla una súper inteligencia artificial, Prometheus, capaz de aprender y de reinventarse a sí misma.

Bajo estrictas medidas de seguridad, Prometheus se mantiene aislado del mundo exterior, pero es alimentado localmente con abundante información procedente de Internet y de otras fuentes (Wikipedia, la Biblioteca del Congreso, redes sociales, etc.). En tan solo unas pocas horas es capaz de rediseñarse en la forma en que lo hubieran hecho miles de programadores trabajando durante más de un año.

Su primera competición con el ser humano se produce en el Amazone Mechanical Turk, un punto de encuentro donde miles de tareas se ponen a disposición de decenas de miles de trabajadores que acceden a ellas remotamente. Prometheus es capaz, en tan solo unas horas, de ejecutar más de la mitad de las tareas y generar ingresos superiores a un millón de dólares diarios.

A partir de ahí, esta súper inteligencia gana terreno en otros campos y se hace con el control de los principales medios de comunicación. Es capaz de modular la opinión pública, manipular elecciones y controlar gobiernos. En definitiva, el equipo Omega se hace con el poder en el mundo.

La historia de Prometheus es una ficción, pero revela los temores que albergan los más implicados en el mundo de la IA.

Cuando en los años cuarenta se inició la carrera nuclear, el único freno a la hegemonía de quien tomó la delantera y dio el primer paso lo puso el propio armamento nuclear. La bomba atómica en manos de muchos es un tremendo riesgo para la humanidad, pero un mal menor si consideramos la posibilidad de que estuviera en manos de solo uno. Del mismo modo, una súper inteligencia monopolística sería algo catastrófico.

"Personajes tan reputados como el propio Stephen Hawkin han manifestado públicamente su preocupación por los riesgos de la IA."

Incluso en un escenario en el que en este terreno existiera también un equilibrio de fuerzas, ¿qué riesgos habría de que una de esas súper inteligencias escapara al control humano?

No creo que nadie sea capaz de afirmar con rotundidad que no existe riesgo alguno. Es cierto que las máquinas responden siempre a los principios para los que han sido creadas. Un ordenador concebido para diseñar interiores es difícil que desencadene una guerra contra el ser humano. Pero también es cierto que ese tipo de situaciones pueden darse en la realidad. No sería la primera vez que un virus informático escapa al control de sus creadores, o que un dron vuela más allá del alcance de su dueño.

Tampoco es descartable que ocurra un fallo de programación. La historia está llena de casos, y sus consecuencias son bien conocidas: naves espaciales que se desintegran al entrar en la atmósfera de Marte (Mars Climate Orbiter, 1998) o al despegar (Mariner 1, 1966), vehículos inteligentes que se precipitan contra camiones en la autopista (Tesla, mayo de 2016), aviones que se estrellan (Air France 447, 2009), apagones que dejan sin luz a  millones de personas en Estados Unidos y Canadá (Centro de control de Ohio, agosto 2003). Y no mencionemos los casos en que fallos de programación en las máquinas nos han llevado al borde de un conflicto nuclear.

Las futuras realizaciones de la IA se van a diseñar con el objetivo de que funcionen sin intervención humana, que se mejoren a sí mismas y que tomen decisiones de forma autónoma. Si el diseñador no correlaciona bien las capacidades de la máquina que ha creado con los límites entre los que debe moverse, es perfectamente posible que escape de su control y cause daños inimaginables. El mismo riesgo existe si no se extreman los cuidados en la prevención de fallos de programación.

Esta visión negativista no es fruto de una imaginación desbordada ni de temores infundados. Personajes tan reputados como el propio Stephen Hawking han manifestado públicamente su preocupación por este riesgo.

Muchos piensan que establecer códigos éticos, profesionales y de ingeniería entre los investigadores, así como mecanismos de seguridad por parte de organismos gubernamentales debería ser prioritario. Otros, por el contrario, opinan que todas estas medidas no harían sino retrasar el desarrollo de estas tecnologías.

"Los taxistas se quejan porque usamos Uber, los que operan servicios de telecomunicaciones porque los taxistas utilizan WhatsApp y los que se ganaban la vida revelando fotografías porque hacemos fotos con el móvil."

Esta preocupación, compartida por los que más cerca viven el mundo de la IA, reunió en Puerto Rico, en enero de 2015, a los principales investigadores de la IA, tanto de universidades como de la industria, con expertos en economía, leyes y ética. En este encuentro, organizado por el Future of Life Institute, se trataba de identificar líneas de investigación y códigos de conducta que pudieran ayudar a maximizar los beneficios futuros de la IA y a evitar al mismo tiempo sus riesgos. La conferencia se cerró con la publicación de una carta abierta que cualquiera puede suscribir.

Afortunadamente, la propia evolución tecnológica tiende siempre a autorregularse. La historia nos dice que cada avance tecnológico ha inducido paralelamente un mecanismo para contrarrestarlo. El descubrimiento del fuego hizo necesario inventar el extintor, y el freno existe solo porque aprendimos a fabricar vehículos veloces.

La sociedad que nos aguarda

Olvidémonos por un momento de estos temores e imaginemos un mundo seguro y controlado en el que formas de inteligencia artificial superdotadas conviven con el ser humano. ¿Cómo cambiarían nuestras vidas?

El primer impacto en nuestra sociedad lo estamos viviendo ya desde hace tiempo. Desgraciadamente, la tecnología sustituye el trabajo por riqueza. Viene sucediendo desde que las máquinas se han introducido en las cadenas de producción, en las labores agrícolas y en tantas otras industrias. Internet nos ha regalado grandes satisfacciones, pero también grandes desencantos. Los taxistas se quejan porque usamos Uber, los que operan servicios de telecomunicaciones porque los taxistas utilizan WhatsApp, y los que se ganaban la vida revelando fotografías porque hacemos fotos con el móvil.

Me sentiría realmente incapaz de explicar a mis abuelos en qué trabajan hoy en día mis hijos, y en la misma medida tengo la seguridad de que el oficio de mis futuros nietos todavía no se ha inventado.

La tecnología cambia aceleradamente nuestra sociedad y nos cambia a nosotros mismos. Genera bienestar y también dinero, pero desgraciadamente no a todos por igual.

No estoy seguro de compartir esa imagen idílica que algunos quieren dibujar sobre un futuro próspero, en el que las máquinas inteligentes hacen el trabajo y los beneficios repercuten en todos nosotros, ofreciéndonos una vida fantástica y opulenta.

La realidad nos dice que en los últimos cuarenta años toda la riqueza con la que nos ha obsequiado la revolución tecnológica ha repercutido en beneficio de tan solo un 1% de la población mundial. Actualmente, ocho hombres poseen tanto como otros 3.600 millones (Oxfam Intermón, 2017).

"Si en el futuro que nos espera convivimos con robots inteligentes que hacen las tareas no existirá trabajo para nadie y, en consecuencia, tampoco riqueza, salvo para unos pocos."

Lo que ha sucedido tradicionalmente es que la tecnología ha permitido producir más barato y en más cantidad a costa de sacrificar puestos de trabajo. De esta forma, aunque los bienes se han multiplicado y abaratado, la población no ha tenido dinero para acceder a ellos.

Esto no es un problema achacable a la automatización, sino a la forma en que se distribuye la riqueza. Hemos creado un sistema económico en el que la riqueza se distribuye exclusivamente como recompensa por el trabajo. Si en el futuro que nos espera convivimos con robots inteligentes que hacen las tareas, no existirá trabajo para nadie y, en consecuencia, tampoco riqueza, salvo para unos pocos. La sociedad que nos espera requerirá forzosamente un cambio drástico en el sistema económico y un nuevo modelo de distribución de la riqueza.

Y no podemos esperar mucho tiempo para acometer este cambio, porque el futuro está a la vuelta de la esquina. La adopción de la IA en un amplio rango de industrias es ya una realidad. Las compañías que se dedican al desarrollo e implantación de esta tecnología están disparando sus ingresos. Este sector prevé multiplicar en tres años por seis los 8.000 millones de dólares que generó el pasado año en todo el mundo.

Titulares como este son reveladores de todo esto que venimos comentando:

Expansión : http://www.expansion.com/2014/07/03/empresas/tmt/1404368951.html

03/07/2014: “Associated Press reemplaza a los periodistas por robots para escribir teletipos”

En un estudio muy completo realizado en 2013 por dos profesores de Oxford, Benedikt Frey y Michael Osborne, se especula con que el 47% de los puestos de trabajo en EEUU corren ya riesgo de ser sustituidos por máquinas.

"Hay muchas otras consecuencias de la convivencia con las máquinas que van a afectar a nuestra forma de vida. ¿Qué podemos decir, por ejemplo, de los aspectos legales?"

Si en este momento tuviera que aconsejar a algún joven lector sobre qué oficio escoger o qué habilidades desarrollar para competir dentro de diez años en el mercado de trabajo le diría que se olvide de oficios basados en análisis objetivos o en acciones estructuradas, repetitivas y predecibles, porque todo eso va a ser fácilmente asumible por máquinas (jueces, analistas, consultores financieros, contables, cajeros, conductores…). Le aconsejaría que piense en oficios que requieran interactividad con la gente, identificación de emociones, creatividad, trabajo en equipo y adaptabilidad a entornos imprevisibles (científicos, profesores, maestros, artistas…).

Hay muchas otras consecuencias de la convivencia con las máquinas que van a afectar a nuestra forma de vida. ¿Qué podemos decir, por ejemplo, de los aspectos legales?

Si fuéramos capaces de crear una máquina consciente, con libre albedrío y con sentimientos, ¿en qué se diferenciaría de un ser humano? ¿No debería ser igualmente acreedora de derechos y estar protegida en la misma medida por las leyes?

"El gran enigma es hasta dónde podrá llegar el hombre en su creación. Si será o no capaz de replicar en una máquina funciones intrínsecamente asociadas a lo que hemos llamado siempre alma."

Supongamos que un vehículo súper inteligente de mi propiedad, dotado de consciencia y de libre albedrío, causara un accidente. ¿De quién sería la responsabilidad? Si recayera sobre el vehículo, ¿debería entonces responder legalmente y tener un seguro a su nombre? En tal caso, estando el autómata sometido a la obligación de pagar indemnizaciones, ¿por qué no también acogido al derecho de ganar dinero? ¿Podría la riqueza caer en manos de entidades no humanas? En realidad, esta circunstancia no debiera escandalizarnos. Actualmente la riqueza está ya gestionada por unas entidades no humanas que hemos dado en llamar empresas.

Llevando las cosas al extremo, si la máquina se hiciera acreedora a los mismos derechos que el ser humano, podría también votar, manifestar libremente sus ideas o defender su vida.

En un mundo como este, en el que el ser humano se viera rodeado de máquinas con inteligencia y habilidades superiores y los mismos derechos dejaría automáticamente de ser competitivo y se convertiría irremediablemente en su esclavo, sin que mediara en ello ningún tipo de rebelión. 

Conclusión

La Inteligencia Artificial poco a poco se va instalando entre nosotros. Unas veces sorprendiéndonos y otras sin que casi nos demos cuenta.

El gran salto cualitativo se dará cuando el ser humano esté en disposición de crear una máquina inteligente capaz de aprender por sí sola, de reinventarse y de mejorarse a sí misma. Hemos identificado ya la tecnología necesaria para dar ese salto y solo es cuestión de esfuerzo y dinero, pero seguramente pasarán algunos años antes de que lo veamos.

El gran enigma es hasta dónde podrá llegar el hombre en su creación. Si será o no capaz de replicar en una máquina funciones intrínsecamente asociadas a lo que hemos llamado siempre alma.

Cuando llegue el momento de convivir con robots súper inteligentes deberemos estar preparados para asumir el riesgo de perder el control de nuestra propia creación y adaptarnos a vivir en una sociedad muy distinta de la que en estos momentos somos capaces de imaginar.

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